Antes protegía a Vladímir Putin como miembro de confianza del Servicio de Seguridad Presencial (SBP) y ahora está escondido en un agujero del Donetsk o de alguna gran ciudad de Rusia junto a dos camaradas de armas porque teme más a los propios oficiales rusos que a sus enemigos ucranianos. Denis Gaisovich Bikkininin ha visto cómo el jefe del batallón —un tipo conocido como Demonio— disparaba y acuchillaba a quien se niega a entregarle sus nóminas, regalarle un coche o abonar un rescate por no enviarle al frente del infierno.
Él mismo era parte de las alcantarillas del ejército de gánsteres que extorsionaba a los soldados rasos. Otros testimonios recabados por EL ESPAÑOL | Porfolio respaldan sus acusaciones de que la tropa del Kremlin es una fábrica de muertos gobernada por sádicos cuya brutalidad compite con la de los nazis.
Todo comenzó tras el Octubre Negro. Tras la crisis constitucional rusa de 1993, Boris Yeltsin descubrió que necesitaba hombres más fiables que rindieran cuentas ante él directamente y que, además de ocuparse de su seguridad y la de su familia, estuvieran dispuestos a acatar cualquier clase de orden. Fue entonces cuando comenzaron a configurarse todos los departamentos del Servicio de Seguridad Presidencial (SBP), una unidad compuesta por las mejores fuerzas de élite de toda la Federación de Rusia.
Zapadores, francotiradores, buceadores o parapentistas fueron reclutados por sus condiciones físicas, su experiencia en combate y, sobre todo, por su ciega lealtad y patriotismo. Se dice que hoy hay unos 2.000. Son la clase de soldado cuyo rifle asoma por las azoteas y las posiciones estratégicas cada vez que Putin hace acto de presencia en algún espacio público.
Entre los hombres que velaban por su seguridad durante el llamado Día de la Victoria del 9 de mayo de 2018, había un musulmán llamado Denis Gaisovich Bikkininin. En aquella ocasión, el soldado tártaro de élite estaba a menos de diez metros de la tribuna de la Plaza Roja donde se acodaban para ver pasar sus tropas Putin, el general Víctor Zólotov y Serguei Shoigu, director de la Guardia Nacional y ministro de Defensa. La misión de Bikkininin y el resto de sus camaradas de armas era impedir un atentado terrorista.
Transcurridos algo más de cinco años desde entonces, hoy es él quien se esconde de los oficiales de su propio ejército en algún lugar de lo que Bikkininin llama Novarrósiya o Nueva Rusia (los óblasts ocupados del Donetsk) tras servir en el ejército del Kremlin a las órdenes de algunos de los forajidos con galones más viles y perversos de la historia militar humana, según su propia descripción.
Algo se está pudriendo en Rusia cuando ni siquiera los hombres a los que Putin confiaba su vida antes de la agresión mantienen la fe intacta en el casus belli fabricado por el tirano. Es difícil conservar la lealtad tras presenciar los crímenes atroces y la iniquidad de los borrachos que comandan la agresión. Bikkininin teme por su vida pero, con todo, ha decidido hablar porque, según explica a este medio, el mundo debe conocer lo que sucede en el lugar donde servía hasta hace algunos días.
¿Cómo pierde el impulso patriótico un hombre antaño tan comprometido con su bandera? "Antes de ser enviado a Ucrania, ya se abrió paso la anarquía en el propio campo de entrenamiento", explica. "En ese momento yo era el subcomandante de la compañía y, nada más llegar, el jefe del batallón ya empezó a chantajear a mi superior. En realidad, todos los que tenían rangos altos fueron presionados para extorsionar a los soldados que habían sido reclutados en las colonias penales".
Cuando habla de extorsión, a lo que Bikkininin se refiere es a las amenazas que los malhechores que gobiernan a las tropas rusas dirigen a los reclutas recién salidos de un penal para que les entreguen su dinero. A la cabeza del pillaje está el jefe del batallón. "Él no se ocupaba directamente del trabajo sucio, de modo que delegaba en sus subordinados para que amenazásemos a la tropa y nos hiciéramos cargo de la caja. Cumpliendo sus órdenes, yo mismo recaudé entre 5.000 y 10.000 rublos por persona (entre 45 y 90 euros). Había 108 hombres en la compañía así que haz los cálculos. Todo el dinero terminaba en sus bolsillos".
El comandante apuñaló a los discrepantes
Claro que lo peor estaba todavía por llegar. "Hubo luego problemas con el pago de los salarios", continúa Bikkininin. "Adivina qué nos dijo el comandante del batallón. ¡Que había perdido las órdenes de pago! Nadie recibió el dinero a tiempo. Algunos cobraron una parte y otros ni siquiera un rublo. A partir de ese momento empezó también a coaccionarnos para que le consiguiéramos coches y se los entregáramos. Hay un mercado de automóviles en Nueva Rusia con precios muy competitivos donde se revenden los vehículos en condiciones ventajosas".
"Hubo quien protestó y se produjo un incidente, así que el oficial reunió a todos los soldados, les hizo arrodillarse y disparó contra tres tipos de etnia turca (probablemente, tártaros, como él mismo) a los brazos y las piernas. No podría asegurarte con certeza si murieron porque, inmediatamente después de eso, nos fuimos todos del campo de tiro. Varios más fueron golpeados y acabaron en la enfermería con las costillas fracturadas. Otro fue acuchillado en la pierna por el comandante, pero se negaron a proporcionarle asistencia médica".
Se desconocen los apellidos del criminal ruso que, según el testimonio de Denis Gaisovich Bikkininin, hirió y, quizás, asesinó a varios de sus hombres, pero su distintivo de llamada era "Bes" (que, literalmente, significa Demonio en castellano). Su adjunto respondía al nombre de Nikolai Nikolayevich. La unidad militar era la 21005 con base en Tomsk, subordinada a la décima compañía del 74 batallón en la localidad de Lutugino.
Aunque todos los camaradas de armas de Gaisovich eran también reclusos, ninguno estaba adscrito a la Storm-Z, que es como se conoce a las unidades de asalto del ministerio de Defensa con la que los rusos abastecen de carne de cañón las puntas de lanza de los frentes. Su contribución es ahora más notoria, después del derrumbe de la Wagner. Aunque hay otras compañías militares privadas como Redukt bajo el control del Kremlin, que han ocupado su espacio.
Los abominables hechos que describe Bikkininin acaecieron en un pelotón de soldados regulares con un pasado delictivo dependientes directamente de Defensa. ¿Cómo terminó en la cárcel un respetado miembro de los Spetsnaz en quien Putin confiaba su propia vida? "Cometí un error", nos dice. "Fui a Kazán para matricularme en la universidad y conocí a dos tipos que me propusieron contratar a mi nombre varias tarjetas bancarias para que pudieran usarla para transferir dinero. ¿Qué puedo decir? En aquel momento, ni siquiera entendía bien qué es el blanqueo de dinero. Cuando la policía les arrestó, dijeron que las tarjetas eran mías y acabé siendo condenado a tres años de prisión en una colonia de régimen general".
Bikkininin tiene ahora 25 años, cinco menos de los que contaba cuando era parte del Servicio de Seguridad Presidencial donde se zambulló en las cloacas del sistema espiando en las mezquitas a otros hermanos musulmanes. "Antes de ser transferido a Nueva Rusia con el 21005, yo serví en las Fuerzas Especiales, dentro de la unidad 3179, que es una división separada que lleva el nombre de Dzerzhinsky y tiene base en Balashika".
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"Acabé en la seguridad del presidente gracias a mi excelente forma física. En la oficina de alistamiento, me dieron la opción de servir también en el 69º Grupo Aerotransportado de Asalto o en la unidad Vityaz. Pero me quedé con los Spetsnaz, las fuerzas especiales".
Durante su servicio en Balashika, se produjo un incidente que cambió su suerte. "Varios soldados desertaron y yo me ofrecí al jefe del estado mayor para ayudarle a dar con ellos echando mano de un ordenador y de Internet. Como logré encontrarlos, vino después a verme el coronel Bezborodov —un pez gordo del aparato central— y me ofreció seguir cooperando con ellos. Mi trabajo era seguir buscando desertores. La verdad es que logré encontrar a muchos fugitivos. Después vino a visitarme el mayor del FSB Oleg Zolotarev a reclutarme. Para trabajar con ellos tuve que firmar un contrato secreto".
Espiando a sus hermanos musulmanes
Su labor en el Servicio Federal de Seguridad —heredero del KGB— consistía en mezclarse entre los musulmanes. "Yo había sido preparado para ir a Siria, pero decidieron dejarme en la unidad para que les ayudara a prevenir ataques terroristas", recuerda. "Eran aquellos meses posteriores al arresto de Navalny en que se produjeron mil disturbios. Además de proteger al presidente en los lugares públicos, me enviaron a las mezquitas para que investigara eventuales planes de atentado".
Fue tras concluir su servicio militar obligatorio y acabar en la cárcel cuando se vio tentado a canjear los años que le restaban de condena por otra temporada en el ejército. Pronto descubrió que la vida en los frentes ucranianos era mucho peor que el peor de los presidios. Se había equivocado.
"Cuando vi al comandante disparar a bocajarro contra tres de los nuestros pensé que nadie estaba a salvo allí", asegura el tártaro. "Los chicos habían ido acumulando con el tiempo una serie de preguntas sin respuesta y cuando increparon al comandante respondió a disparos. Estuve dos meses en total en el campo de entrenamiento. Aquello era delirante. Se podía comprar vodka y cualquier clase de droga dentro de la compañía. El propio comandante controlaba ese mercado negro con la ayuda de su adjunto. Y cuando los muchachos se emborrachaban y drogaban se extendía la locura”.
Denis Gaisovich lo meditó durante un tiempo antes de decidir huir. Sabía que si le atrapaban "le pondrían a 0" (lo asesinarían, en el argot militar ruso). "Un día hubo una gran pelea cerca de la medianoche en la enfermería", nos cuenta. "No sé que le causó pero yo diría que el dinero. El comandante nos llamó a todos a la formación y nos dio la orden de tomar las armas. Tuvimos que hacer heridos para detener esa refriega. Aquello era estresante. Sentía que la muerte estaba ya muy cerca, así que decidí correr. No me escapé yo solo. Algunos fueron capturados. Si no los han matado ya, los habrán mandado al frente del infierno. Solo tres de nosotros, yo incluido, estamos todavía ocultos".
Conocimos a Denis Gaisovich Bikkininin cuando se disponía a huir a Rusia desde el área del Donetsk, que es una ratonera. Le entrevistamos por primera vez a mediados de septiembre y logramos contactar con él por última vez el 24 de septiembre. Han transcurrido dos semanas entre nuestra conversación y la publicación del reportaje, tiempo más que suficiente para zafarse de la estructura criminal castrense de la que él mismo formó parte durante muchos años.
"Todavía no han colgado fotos nuestras por la ciudad", bromeó al despedirse. El obstáculo que se interponía en su camino a la libertad era atravesar sin documentos el puesto de control de Izvarino, un asentamiento urbano del Lugansk donde se halla uno de los puestos fronterizos que conectan por ferrocarril y carretera los territorios ocupados y la Federación de Rusía.
Nadie mantiene la moral intacta
El tártaro asumía que, si salía del Donbas y lograba alcanzar alguna gran ciudad, tendría más posibilidades de esconderse. En realidad, no tenía mucho que perder. El relato de su vida en el ejército pergeña un panorama monstruoso y una atmósfera enfermiza no hecha a la medida de un humano. "Todos los prisioneros que se alistaron están seguros de que fueron enviados a Ucrania a morir. Nadie tiene el ánimo de luchar por Rusia. Algunos creen que van a ser utilizados para desminar campos en vivo. Es decir, como yihadistas. Y no se equivocan".
"Conocemos casos de gente a la que han disparado por la espalda y no solo por huir del frente. Rezagarse en el avance para ocuparse de un herido también lo consideran un abandono no autorizado de la compañía, lo que al final desemboca en un fusilamiento. Todo el que huye es declarado traidor. Simplemente los matan y después, se ensañan también con su familia".
"Ucrania perderá esta guerra porque tiene un servicio desastroso de Inteligencia militar", sentenció antes de cortar la conexión "Si mejorasen ganarían, pero no tenemos un sistema fiable de defensa aérea y la organización es deplorable”.
Lo que inmediatamente le viene a uno a la cabeza tras hablar con Gaisovich es si las situaciones y los episodios que describe son anomalías dentro del ejército del Kremlin o todo ese entramado militar del que Putin se vanagloriaba está minado por la codicia y la inmundicia moral de los oficiales. Lo cierto es que existen otros testimonios que respaldan esta segunda tesis.
Hace ya dos meses, EL ESPAÑOL | Porfolio logró entrevistar a otro exrecluso de Storm-Z llamado Maxim Alexandrovich Loginov —con número de pasaporte de la Federación de Rusia número 79634876438 emitido en la ciudad de Pechora—, cuyas palabras ratifican plenamente las acusaciones formuladas por el antiguo miembro de la seguridad presidencial. Todas nuestras conversaciones han sido registradas en vídeo. Sin embargo, el contacto con Loginov se perdió definitivamente al cabo de unos días de modo que se desconoce su situación actual. Cuando este medio habló con él, llevaba tres semanas en la llamada "Zona 0". Estaba desesperado.
"Yo soy uno de esos shturmoviks (miembros de los grupos de asalto) a los que nuestros mandos golpean o envían a morir al frente por negarse a ser extorsionados", relató. En cualquier ejército del mundo libre, casos como el de Loginov o Bikkininin hubieran sido inmediatamente investigados. "Como estamos en primera línea, es bastante sencillo deshacerse de nosotros y nadie es nunca castigado. Basta con atribuir nuestras muertes a las circunstancias del conflicto. Ya sabes. Así es la guerra, después de todo. Yo conozco ya dos casos de camaradas que fueron ejecutados sumariamente porque decidieron atravesar la zona gris y entregarse a los ucranianos. Al igual que yo, ya no podían tolerar el caos. No tengo miedo de la guerra, sino de que me disparen por la espalda".
Perdió la audición en un oído
Cuando este diario habló con él, Loginov servía en el 174 de Kreminna. Su historia se parece como un par de gotas de agua a lo que refería Bikkininin. "Inmediatamente después de ser enviados al frente sin adiestramiento previo, el comandante nos comenzó a exigir el pago de mordidas a cambio de mantenernos a salvo en la retaguardia. Ahora me extorsionan y amenazan con matarme si no les entrego lo que piden. Hace una semana me golpearon brutalmente y he perdido la audición en un oído. Hay docenas de testimonios que confirman que varios de los hombres de mi compañía han sido asesinados por denunciar al comandante. No solo nos extorsionan sino que nos están quitando el dinero de la nómina. Por favor, que alguien detenga esta pesadilla”.
Cuando nuestro equipo de investigación mantuvo la conversación, Loginov estaba desplegado con su pelotón en el pueblo de Kamenskoye, distrito de Vasilievsky, región de Zaporizhzhya. Antes de canjear la prisión por el frente, Maxim cumplía condena en la colonia penal número 6 de Nizhny Novgorod. Él no se fue con Prigozhin, sino que se alistó directamente con el Ministerio de Defensa.
"Firmé un contrato de seis meses para borrar mis antecedentes penales y tratar de redimirme ante mis familiares, pero al final cambié una prisión terrible por otra aún más espeluznante. Esto no es una guerra, sino un comercio de vidas humanas en el que se trapichea con reclusos. Es sencilla de entender su idea: 'Si quieres vivir, tienes que pagar'. Entre los miembros de los Storm-Z, la posibilidad de sobrevivir es casi inexistente. Recientemente, mataron a todo un regimiento en tres horas. Es decir, hablamos de 1.300 personas y entre ellas había también, además de exreclusos, soldados contratados. Esa es la razón por la que muchos huyen hacia el lado ucraniano".
Una vez más, le pedimos al soldado los nombres de los criminales que trafican con sus vidas y les extorsionan. Pero en esta ocasión, tenemos algo más de suerte porque conseguimos los retratos de al menos dos delincuentes, además de su apodo. "Uno de ellos tiene el distintivo de llamada 'Zeus' y se presenta como 'Lezgin'. Es él quien se dedica a intimidarnos para robarnos el dinero", confesó el soldado, de 24 años y oriundo de Pechora, en la República de Komi.
"Al principio me ofrecieron un trabajo en la retaguardia como mecánico, pero descubrí cómo el propio comandante apabullaba a los soldados para exigirles varios miles de rublos o que le comprasen un vehículo. La consecuencia fue una gran paliza", continúa. "Averiguaron asimismo de algún modo que tenía un UAZ blindado en propiedad y me dieron de tiempo hasta el día 20 (del pasado mes de agosto) para entregarlo al comandante del batallón. Mis padres lo están arreglando a toda prisa para traerlo aquí pero sé que no van a llegar a tiempo, así que ya estoy muerto. ¡Si tuviera al menos el millón de rublos (9.350 euros) que me exigieron para mantenerme a salvo, lejos de la línea 0!".
Loginov nos proporcionó además los nombres de los dos oficiales que lideran el entramado criminal: Alietdin Magomedovich Makhmudov y Zalimkhan Davidovich Akhmedov, nacido el 12 de septiembre de 1998. El primero es el máximo responsable de los Storm-Z y, por ende, el padrino de la red de extorsión que trueca vidas de reclusos por dinero.
Antes de ser el comandante general de los shturmoviks, Makhmudov, nativo del Daguestán, ordenó el asesinato de un destacado hombre de negocios de Volgogrado y también fue condenado por extorsionar una gran suma de dinero. Si alguien sabe cómo robar dinero intimidando es él, solo que ahora el capo ha cambiado de pantalla y se ha llevado el chiringuito al ejército de Rusia protegido por el sistema.
Aterrorizado, Maxim nos imploró que le ayudásemos a salir de su letal atolladero, pero por algún motivo, desapareció a los tres días. ¿Lo atraparon acaso cuando se disponía a atravesar la zona gris para entregarse a los ucranianos? No es descartable que esté muerto. "Muy a menudo me piden que les busque putas en Melitopol. Revisan constantemente mi teléfono para controlar con quién me mantengo en contacto. Tengo mucho miedo. Estoy completamente a su merced. Les entregué mi tarjeta para el cobro de la soldada y llevo cinco meses sin recibir un rublo", alcanzó a decir durante el último contacto con este periódico.