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Un fantasma que ya recorrió el mundo desde la Guerra de Corea con la crisis de los misiles de Cuba es el tema de Never, el thriller que acaba de publicar Ken Follett. En esa ficción, la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial cabalga a lomos de espías, terroristas y traficantes.
Cuando el escritor galés se documentaba para escribir otra novela anterior, le inquietó saber que la Primera Guerra Mundial fue un conflicto que nadie buscaba. Sin embargo, lo desencadenaron el miedo y los malentendidos entre los imperios. En su última novela, el escritor sugiere que podría volver a pasar.
No es el único. Algunos analistas creen que la guerra se cuece a combustión rápida con la pandemia, el calentamiento del planeta, el colapso de la cadena de suministros, el terrorismo global, el crecimiento obsceno de la desigualdad, Putin y sus obsesiones con Ucrania o el asalto a Europa del dictador bielorruso Lukashenko con muchedumbres de migrantes. Sobre todo, inquieta la musculatura bélica de Pekín, sus misiles hipersónicos, su flota de submarinos nucleares de tercera generación y sus nada oscuras intenciones en Taiwán, el Mar de la China o las islas Senkaku, que se disputa con Tokio y Taipéi.
El prestigioso analista Graham Allison, exdecano de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, publicó hace cuatro años un libro (Destined for War: Can America and China Escape Thucydides's Trap?) que estremece la cal de los huesos. Documenta que China y Estados Unidos se encaminan hacia una guerra que ninguno de los dos quiere. Ambas potencias están atrapadas en la "trampa de Tucídides".
En su Historia de la guerra del Peloponeso, este historiador griego atribuyó el casus belli de aquel conflicto a que la emergencia de Atenas como potencia provocó el recelo de Esparta (la hasta entonces potencia hegemónica), que se sintió forzada a ir a la guerra. Ese remoto precedente de hace 2.500 años ha servido a Allison para llamar "trampa de Tucídides" a ciertas coyunturas históricas de alto riesgo. Son aquellas en las que una nueva potencia desafía la supremacía de otra ya consolidada y estalla la guerra.
Tucídides: "La guerra del Peloponeso surge por la emergencia de Atenas como potencia y el recelo de Esparta"
No se trata de una fatalidad histórica, sólo es un patrón aterrador que se ha repetido 16 veces en los últimos 500 años. Doce de esos momentos se resolvieron a cañonazos. ¿Cómo se resolverá ahora el decimoséptimo caso: el creciente desafío chino a Estados Unidos? Cada vez que se lo preguntan a Allison, su respuesta hiela la sangre en las venas: "Apueste usted por lo peor".
Joseph Nye —otro acreditado geopolitólogo estadounidense— no se mostró tan pesimista hace unos meses en un artículo publicado en Project Syndicate (una plataforma de opinión integrada por 439 periódicos de todo el mundo). Aunque no descarta un error de cálculo, no se adscribe al nutrido club de aguafiestas que ven a la humanidad "caminando sonámbula hacia la catástrofe", como sucedió en la Primera Guerra Mundial. En su opinión, "la interdependencia económica y ecológica reduce mucho la probabilidad de una guerra caliente, porque ambos países tienen un incentivo para cooperar en muchas áreas".
El vuelco chino
Apocalípticos e integrados debaten en libros y artículos sobre la Gran Cuestión: si China y Estados Unidos pueden evitar caer en la trampa de Tucídides o meterán al mundo en lo que podría ser la colisión más grande de todos los tiempos. Unos y otros están de acuerdo en que desde que Xi Jinping se convirtió en presidente de China, en 2013, su política ha dado un vuelco escalofriante al tablero geoestratégico.
Mientras entre el 11 de septiembre de 2001 y la crisis de las hipotecas subprime en 2008 Estados Unidos se agotaba militar y financieramente en una "Guerra contra el Terror", el PIB del dragón asiático se disparaba en un promedio de casi un 11% anual. La Unión Europea y Estados Unidos crecían un 2%.
Mientras EEUU se agotaba en una "Guerra contra el Terror", el PIB de China se disparaba en un 11% anual
China se enriquecía suministrando productos y crédito a la superpotencia americana, que destinaba un 7,2% de su PIB a gasto militar. Como avisa el historiador de la Universidad de Yale Paul Kennedy en un libro ya clásico (Auge y caída de las grandes potencias) los imperios crepusculares "responden instintivamente gastando más en seguridad y, por lo tanto, desvían recursos potenciales de la inversión y agravan su dilema a largo plazo".
El coste que supone para Estados Unidos el mantenimiento de un sistema globalizado y unipolar alimenta su propio declive. El registro histórico sugiere que hay una conexión evidente entre la caída económica de una gran potencia y su ocaso inexorable como gendarme mundial.
Y viceversa. China, que entre 2001 y 2008 gastó en defensa menos de un 2% de su PIB, pudo escalar a segunda economía por tamaño del PIB, salir al rescate del dólar en la Gran Recesión y convertirse en el principal exportador global. En 2014 los organismos internacionales certificaron que su economía había adelantado a la de Estados Unidos en paridad de poder adquisitivo. La desbancará como la mayor del mundo en 2028.
Hegemonía militar
Sobre esa bonanza, Pekín está programando su hegemonía militar. Ha renunciado a un perfil militar bajo y aspira a completar la renovación de sus fuerzas en 2035 para convertirlas en un ejército digno de una superpotencia y capaz de rivalizar con Estados Unidos en 2049, coincidiendo con el centenario de la República Popular. Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), el gasto miliar de China, el segundo mayor del mundo, llegó a los 252 mil millones de dólares en 2020, lo que representa un incremento del 76% respecto a la década anterior.
El proceso de modernización del Ejército Popular de Liberación (EPL) galopa a uña de caballo. Cada pocos días se anuncia un nuevo avance: misiles balísticos hipersónicos, submarinos nucleares, portaaviones, 200 silos subterráneos que albergan misiles balísticos con alcance intercontinental, drones Dragón Rampante de reconocimiento a gran altura, cazas J-20 de despegue vertical o aviones J16D para la guerra electrónica.
En los primeros días de octubre, mientras Pekín celebraba el 72º aniversario de la fundación de la República Popular, enjambres de cazabombarderos chinos entraron de noche y al alba (aunque no "con fuerte levante", como diría Federico Trillo) en la zona de defensa aérea de Taiwán. Según Pekín, "una acción necesaria para defender la soberanía nacional y la integridad territorial".
También el mes pasado, el Financial Times revelaba que Pekín completó este verano dos pruebas de un misil que entró en órbita y dio la vuelta al mundo antes de golpear su objetivo. Se trata de un ingenio hipersónico indetectable que, al volar a más de cinco veces la velocidad del sonido, golpea en pocos minutos pasando por el polo sur y evitando las defensas de alerta temprana norteamericanas concentradas en el polo norte. El sistema de defensa antimisiles estadounidense será inútil cuando se desplieguen estas máquinas.
En 1962, en pleno conflicto en la frontera con India, Mao encargó la construcción del primer submarino nuclear chino, el 091. Cuando se botó en 1974 produjo más risa que miedo porque —ineficiente, ruidoso y radiactivo— parecía más peligroso para su tripulación que para el enemigo. Menos de medio siglo después, los submarinos chinos son dolor de cabeza para Washington.
El aumento del gasto militar en los últimos años —casi 10 veces mayor que a mediados de los noventa según el SIPRI— ha permitido un desarrollo exponencial de las capacidades militares chinas por tierra, mar y aire. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con sede en Londres, desde 2014 China ha botado más submarinos, destructores y barcos de apoyo o anfibios que el total de la flota británica.
¿La Armada Invencible?
Esa Armada Invencible acongoja ya a sus vecinos que, entre la envidia y el pánico, vigilan de cerca los ejercicios militares en su región. La cuestión naval ocupa el grueso del último informe del Departamento de Defensa de Estados Unidos sobre el poderío militar chino. En el documento se destaca que Pekín es capaz de destruir con misiles DF-21 cualquier barco que navegue a menos de 1.500 kilómetros de sus costas.
El pasado octubre, una flota de buques militares chinos y rusos atravesó el estrecho de Tsugaru que separa la isla principal nipona, Honshu, de la de Hokkaido. La Armada China simuló un ataque submarino contra un puerto y generó gran cantidad de datos para un eventual combate.
Otro foco de tensión regional es el Mar de la China Meridional, 3,5 millones de kilómetros cuadrados por donde fluye más del 50% del tráfico mercante mundial. El petróleo que circula desde el Índico y que tiene su destino final en los puertos del Pacífico asiático, supone más de seis veces el que transcurre por el Canal de Suez. Además, en el subsuelo existen reservas petrolíferas y de gas natural similares a las de Catar.
Diseminadas en esas aguas, las islas Paracelso y Spratly son motivo de una disputa territorial entre China, Taiwán y Vietnam. Mike Pompeo, secretario de Estado en la Administración Trump, salió en apoyo de ASEAN, la agrupación de diez países del sudeste asiático, acusando a Pekín de "campañas agresivas de coerción y devastación ambiental". Se refería a que, en 2013, China comenzó a construir bases militares, lanzaderas y arsenales en esas islas y arrecifes.
Esa "Gran Muralla de Arena" —como la llamó en 2015 el comandante en jefe de Estados Unidos en el Pacífico— resulta inexpugnable gracias al creciente poderío submarino de Pekín, que constituye la vanguardia de la capacidad ofensiva de una armada que cuenta con 79 submarinos frente a los 68 de Estados Unidos.
El poder de fuego de la Armada China crece a un ritmo sin parangón en ninguna otra marina del mundo. Los datos actualizados del Military Balance, que elabora el IISS, señalan que su flota de submarinos tiene en servicio seis SSBN de clase Jin (Tipo-094) que pertenecen a la segunda generación de sumergibles nucleares. Con propulsión atómica y capacidad para 12 misiles balísticos, son las plataformas de lanzamiento más efectivas en la tríada nuclear —terrestre, submarino, aéreo—, tanto para lanzar un primer ataque como para disuadir al enemigo de hacerlo.
China está desarrollando sumergibles nucleares Changzheng 18 (Tipo 096) armados con el misil balístico submarino JL-3 (su nombre completo es Ju Lang 3) que, con un alcance de 12.000 kilómetros, es más silencioso que el Tipo-094 y podría liberar una carga más pesada.
La marina del EPL tiene también tres SSN de clase Han (tipo 091), dos SSN de clase Shang I (Tipo-093) y cuatro SSN/SSGN mejorados de clase Shang II (Tipo-093A). Los SSN son sumergibles de ataque que funcionan con energía nuclear pero están armados convencionalmente y dan forma al teatro de operaciones al efectuar maniobras marítimas con altas velocidades, resistencia ilimitada y poderosos misiles de crucero antibuque capaces de atacar a tierra.
Además, la Armada China cuenta con 54 SSK de clase Ming (Tipo-035), Song (Tipo-039) y Yuan (Tipo-039B). Se trata de submarinos convencionales de ataque con motor diésel-eléctrico que pueden producir un efecto devastador en operaciones litorales. La propulsión independiente del aire (AIP), las baterías de iones de litio (Li-ion) y un entorno en red han aumentado su velocidad y resistencia.
Biden sigue a Trump
Para contener el avance de China, Joe Biden ha reforzado la posición dura de Donald Trump. El pacto estratégico bautizado como Aukus (acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) tiene en la mira resistir a Pekín en el Indopacífico.
Estados Unidos, que sólo había compartido su tecnología de submarinos con propulsión nuclear con Reino Unido, ahora lo hace también con Australia, a la que dotará de submarinos convencionalmente armados, pero propulsados por reactores nucleares. Un mensaje a navegantes.
Volvamos a la Gran Cuestión: ¿están condenados Estados Unidos y China a una guerra global? Tucídides no sólo atribuyó la guerra que desintegró el antiguo mundo griego al ascenso de la nueva potencia ateniense, sino también al miedo que generó en Esparta. La segunda causa es tan importante como la primera. La arrogancia norteamericana es un peligro, pero también lo es el miedo exagerado, que puede conducir a una reacción descomedida. Las grandes potencias se temen. Se miran con recelo. Anticipan el peligro. Hay poco espacio para la confianza.
Lo sabe Xi Jinping, que en su primera visita a Estados Unidos, en 2016, coreografió cada detalle de la ofensiva para seducir, incluyendo la revelación de su pasión por Ernest Hemingway y tomar mojitos en un bar cubano.
La estrategia del presidente Xi de "luchar por el logro" (fenfa youwei) apunta a ejercer el poder blando propio de un país civilizado, con una rica historia y que sólo aspira a una expansión de su huella mediática y cultural en el globo.
En el XIX Congreso Nacional del PCCh de 2017, Xi lo confirmó: "Nuestro ejército tiene carácter defensivo. Su desarrollo no amenaza a ningún país. Sea cual sea su grado de desarrollo, China jamás aspirará a la hegemonía ni practicará la expansión".
Henry Kissinger lo creyó. En una crítica a la estrategia de contención de Estados Unidos, el exsecretario de Estado sostenía que "el imperialismo militar no es el estilo chino, que busca sus objetivos con paciencia y acumulación de matices. Rara vez China se arriesga a un enfrentamiento donde el ganador se lo lleva todo".
Xi Jinping no ignora que si retara la hegemonía global estadounidense, Washington aplicaría un golpe de efecto súbito atacando la debilidad geográfica del Reino Medio: China es vulnerable a un posible asedio estratégico. Japón le impide el acceso al océano Pacífico, Rusia la separa de Europa y la India se eleva sobre un océano que lleva su nombre y que es el principal acceso de China a Oriente Medio.
La trama de Never recuerda a las películas de Hollywood o a las novelas de Tom Clancy. Follet imagina a una analista de la CIA, una presidenta de Estados Unidos, un agente encubierto y un ministro chino tratando de evitar la Tercera Guerra Mundial. Es más probable que la evite, si no el sentido común de los estadistas, la presión de la opinión pública.
Escribió Paul Valéry que "la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran". En una Tercera Guerra Mundial, ni estos últimos se salvarían. La sola posibilidad del suicidio de la humanidad —la Mutua Destrucción Asegurada— es una garantía: como dijo el poeta, "allí donde aumenta el riesgo, aumenta la posibilidad de lo que nos salva".
Una trampa de la que se puede salir
España contra Portugal, finales del s.XV. Durante la mayor parte del s.XV, Portugal lideró la exploración del planeta y el comercio internacional. En la década de 1490, culminado su proceso de unificación territorial, España desafió el dominio de su vecino y reclamó la supremacía en el Nuevo Mundo. La mediación del papa Alejandro VI en el Tratado de Tordesillas evitó la guerra entre las dos potencias ibéricas.
EEUU contra Reino Unido, principios del s.XX. En las últimas décadas del siglo XIX, el poder económico estadounidense superó al del Imperio Británico. A comienzos del s.XX, la flota norteamericana desafiaba a la Royal Navy. Cuando EEUU arrebató a Reino Unido la supremacía en su propio hemisferio, los británicos afrontaban otras amenazas en su imperio colonial, así que consintieron el ascenso de su antigua colonia en América. El acercamiento sentó las bases para las alianzas entre ambas potencias en dos guerras mundiales y la duradera "relación especial" entre los dos países.
Unión Soviética contra EEUU, 1945-1989. Después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU emergió como la superpotencia global incontestable. Producía la mitad del PIB mundial, tenía la mayor potencia de fuego y el monopolio de la bomba nuclear. Esa hegemonía fue desafiada por la Unión Soviética. A pesar de que tensionó el mundo, la Guerra Fría fue un éxito porque evitó la trampa de Tucídides.
Alemania contra Reino Unido y Francia, desde los 90 hasta hoy. Al acabar la Guerra Fría, se temía que una Alemania reunificada volviera a sus ambiciones hegemónicas y amenazara a Francia y Reino Unido. Sin embargo, sus sucesivos gobiernos, conscientes de haber caído dos veces seguidas en la trampa de Tucídides, eligieron liderar la economía europea renunciando al dominio militar.