En la Barceloneta, don Quijote mordió el polvo en el duelo contra Sansón Carrasco, el caballero de la Blanca Luna. El pasado día 15 de noviembre, el hidalgo sumó otro infortunio en la ciudad condal al rechazar el Ayuntamiento barcelonés un monumento en su honor en la playa donde resultó vencido. La propuesta del grupo municipal de Ciudadanos no prosperó. BComú, PSC y ERC votaron en contra y Junts se abstuvo.
Son casi los mismos que han anunciado su intención de desacatar la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña —avalada esta semana por el Tribunal Supremo— que obliga a impartir en castellano al menos el 25% de la enseñanza. Ni Cervantes ni su idioma son bien vistos por las élites catalanas.
El concejal Jordi Martí, del Moviment d'Esquerres (una escisión independentista del PSC), fue el encargado de justificar la negativa del gobierno municipal. "No creo que el mejor homenaje que se le pueda hacer a un escritor sea plantarle un monumento. Y menos a un autor de la importancia oceánica de Cervantes. Pero no es contra Cervantes, es contra esa idea monumentalista".
Esta argumentación se parece como un huevo a otro huevo a la falacia que el filósofo Hubert Schleichert (autor de Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón) llama freak case (lunática). Consiste en que, sin negar la justicia o coherencia de una argumentación, se objeta con una excepción extemporánea. Cervantes es cool, de una "importancia oceánica", pero nosotros no somos muy de estatuas, viene a decir Jordi Martí. Sin embargo, son más de un centenar los monumentos erigidos en la ciudad condal en los últimos 40 años, tantos que dejan al desnudo la falacia del concejal.
En la democracia se erigieron bien merecidos monolitos, estatuas y monumentos a Rafael Casanova, Pau Casals, Margarita Xirgu, Francesc Macià, Àngel Guimerà, Mary Santpere, Antonio Machín, Simón Bolívar, Francesc Cambó, Prat de la Riba, Richard Wagner, Isaac Albéniz, Václav Havel, los gais, lesbianas y transexuales e tutti quanti.
El asunto, el verdadero asunto, no sería pues una estrategia "antimonumentalista" en la construcción de la memoria en el espacio público, sino este otro que se oculta: fuera de la iglesia indepe no hay salvación y al enemigo español ni agua ni estatuas.
Estrategias de la memoria
Los profesores Antoni Remesar y Núria Ricart publicaron en 2014 en la revista académica Scripta Nova un artículo que, titulado Estrategias de la memoria, repasa las distintas concepciones de la gestión del patrimonio simbólico del Ayuntamiento de Barcelona desde el inicio de la democracia. Según estos profesores de la Universidad de Barcelona, desde el primer consistorio democrático, presidido por Narcís Serra, la ciudad condal fue eliminando símbolos y monumentos franquistas, recuperando monumentos republicanos guardados en los almacenes municipales y, finalmente, "entre el desconcierto y la confusión", en 2014 se produce, con Xavier Trias como alcalde, un deslizamiento de sentido en el concepto de Memoria Histórica.
Fuera de la iglesia 'indepe' no hay salvación y al enemigo español ni agua ni estatuas
Mientras que la Ley lo circunscribe al periodo del franquismo, la nueva retórica del Ayuntamiento lo retrotrae a 1714, año de la caída de Barcelona y de la instauración de la dinastía borbónica en España. El Gobierno de la ciudad, entonces en manos de Convergència i Unió, vincula la lucha antifranquista y el proceso de memoria histórica con el movimiento secesionista.
Ya antes, a finales de los ochenta, el alcalde socialista Pasqual Maragall inauguró un memorial a los enterrados en el Fossar de la Pedrera. Los versos de Serafí Pitarra proclaman que "Al Fossar de les Moreres no s'hi enterra cap traïdor" [en el Fossar de les Moreres no se entierra a ningún traidor]. Un auténtico grito de guerra del nacionalismo catalán, que asegura que en esa fosa del centro de Barcelona no se entierra a "ningún traidor", léase unionista.
No sólo no se huye de los monumentos, sino que la reivindicación de la memoria ha actualizado en piedra o en bronce a decenas de patriotas como Pi i Margall, el doctor Trueta, Pau Casals, Rubió y Tudurí, Alexandre Cirici, los fusilados en el Camp de la Bota o Bartolomé Robert (alcalde de Barcelona de la Lliga Regionalista y símbolo del catalanismo). Se pretendía la reconstrucción de una identidad reprimida y restaurar el relato de la historia fracturado por el franquismo; pero también discriminar entre "patriotas" y "traidores".
Como no constan veleidades indepes en Cervantes, no merece un monumento. Tampoco las tuvieron ni Dante ni Shakespeare, pero al menos no eran españoles, circunstancia que le ha permitido al toscano tener estatua en Montjuic y al inglés un jardín en Pedralbes. Cervantes, por el contrario, es para el independentismo un alcaloide de lo español, un símbolo de lo abominable que —negro sobre blanco y mezclando errores conceptuales y morales— Quim Torra definió como raza de "bestias carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana".
Homenaje frustrado
Hace tres años, Sociedad Civil Catalana tuvo que cancelar un homenaje a Cervantes en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona por una manifestación de un centenar de indepes. "¡El fascismo avanza si no se le combate!", dijo la CUP en su cuenta de Twitter.
Sorprende que los políticos independentistas, que se han comparado con Mandela, Gandhi o Martin Luther King, rechacen a don Quijote, quien como esas personalidades es un referente de heroísmo e integridad.
Esa disonancia cognitiva no es algo nuevo. En 1905, en la celebración del tercer centenario del Quijote, intelectuales nacionalistas catalanes repudiaron el libro porque lo identificaban con España. Tal vez sólo el pasmo de sus contradictores les paralizó para contraatacar con este proverbio judío: "Nunca te acerques a un caballo por detrás, a un toro de frente o a un tonto por ningún lado". Porque si Cervantes trató con especial cariño alguna ciudad fue a Barcelona, a la que piropeó hasta la hipérbole.
Don Quijote la visitó y se deshizo en elogios en el capítulo LXXII de la segunda parte de sus andanzas: "Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única", fueron algunas de las alabanzas que dedicó a "la flor más bella de las ciudades del mundo".
Hay otras alabanzas en otros pasajes del Quijote, en Las dos Doncellas y en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Esos elogios, así como la tradición popular que designa como "la casa de Cervantes" la que hoy lleva el número 2 del Paseo de Colón, le parecen a Martín de Riquer indicios claros de una estancia del escritor. Nada de eso es suficiente para dedicar una estatua al ingenioso hidalgo en la playa de la Barceloneta, que es donde se desarrollan parte de las aventuras del caballero.
Cervantes vivió en Barcelona
En Cervantes en Barcelona, Martín de Riquer, tras una lectura minuciosa de Las dos doncellas y de algunos capítulos de la segunda parte del Quijote, concluye sin lugar a dudas que Cervantes residió en Barcelona en el verano de 1610, muy probablemente en la casa que la tradición designa con su nombre. Llegó quizás, como don Quijote, durante la víspera del día de San Juan, la fiesta tradicional más antigua y popular.
Si nos adentramos en el barrio Gótico, podremos contemplar las casas vetustas y los soberbios palacetes que todavía se conservan. Es probable que Cervantes se inspirara en uno de ellos cuando escribió sobre la casa "grande e principal" del visorrey don Antonio Moreno, el amigo del bandolero Roque Ginart que había acogido en su casa a don Quijote.
La Barcelona que conoció Cervantes era bulliciosa con sus mercaderes, arrieros, clérigos, abogados, médicos, nobles, mercaderes, artesanos aprendices o estudiantes, aunque también corsarios y bandoleros. Era una ciudad tan viva que despertó de su ensoñación a don Quijote, una urbe en proceso de cambio y expansión que se frenó con la revuelta separatista de 1640.
Cervantes fue feliz en Barcelona. Una de las razones tal vez fuera que, en un recurso narrativo muy cervantino, allí descubrió que sus habitantes reconocían al caballero de la Triste Figura, por haber leído la primera parte. Además, "yendo por una calle alzó los ojos don Quijote y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: 'Aquí se imprimen libros', de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna y deseaba saber cómo fuese". Posiblemente era el taller de Sebastián de Cormellas en la judería del Call.
El castellano era lengua muy familiar para los barceloneses. Y también debió de serlo Cervantes. No así su contemporáneo William Shakespeare cuyo nombre evocan desde 2009 los jardines situados en el distrito de Les Corts, en la confluencia de la avenida Pedralbes con el paseo dels Til·lers y la calle de Dulcet.
¿Qué hizo el vate inglés por Barcelona? Nada que su obra no hiciera por el universo mundo. Ni la ciudad condal aparece en su obra ni nada en su biografía lo vincula con ella. Si Shakespeare hubiera visitado Barcelona y hubiera elogiado la ciudad en sus sonetos, Ada Colau no sólo le pondría un jardín como su antecesor Jordi Hereu, sino que rebautizaría la Diagonal con su nombre. Incluso le haría, con justicia, la ola.
Colau no es Iñaki Azkuna, el añorado alcalde de Bilbao que en la calle principal del Bocho erigió una estatua a John Adams, padre fundador y segundo presidente de los Estados Unidos, que visitó Bilbao en 1780. A su vuelta a Estados Unidos, escribió "Una defensa de las constituciones de los gobiernos de los Estados Unidos". En una de sus páginas expresó su admiración por los vascos: "Esta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa". El Ayuntamiento de Bilbao le erigió hace diez años una estatua en la Gran Vía. "La gratitud —escribió Cicerón— tal vez no sea la virtud más importante, pero sí es la madre de todas las demás".
Monumentos por el mundo
No ha sido la gratitud, sino una pulsión civilizadora y universalista lo que ha multiplicado urbi et orbi los monumentos a Cervantes o a sus criaturas desde el Golden Gate Park de San Francisco hasta La Paz, el Albert Memorial de Londres, el Willy’s Garden de la Universidad de Nueva York (entre Washington Square y Washington Mews), Lima, Bogotá, Buenos Aires, Guanajuato, Argel, Montevideo o Naupacto (conocido también como Lepanto), un pueblo griego en el estrecho que separa el golfo de Patras del golfo de Corinto.
Hay monumentos a Cervantes en San Francisco, La Paz, Londres, Nueva York, Lima, Bogotá, Buenos Aires...
De casi ninguno de esos lugares escribió Cervantes una palabra. Si recuerdan en sus calles o plazas al autor del Quijote es para honrar a uno de los prodigios más sublimes que han salido de la creatividad humana. Celebran a Cervantes como lo harían —o lo hacen— con Mozart, Rembrandt, Hipatia, Newton, Aristóteles, Miguel Ángel, Fleming, Dante o Mandela. Esos nombres no son de un país ni de una época, sino de toda la humanidad y de todos los tiempos. Como Cervantes, aunque le cueste entenderlo a la alcaldesa Colau que parece ignorar que en Barcelona se imprimió el primer Quijote con ambas partes, que fueron catalanes los responsables del primer facsímil, de ediciones críticas importantes y de bibliotecas cervantinas.
Gracias a eso se hizo universal el Quijote. En su bestseller El canon occidental, Harold Bloom, tan exigente con los autores no anglófonos, consideró a Cervantes como "el único par posible de Dante y Shakespeare. La fusión de Cervantes y Shakespeare produjo a Stendhal y a Turguénev, Moby Dick y Huckleberry Finn, a Dostoievski y a Proust. Las personalidades ficticias de los últimos cuatro siglos son cervantinas o shakespearianas o, más frecuentemente, una mezcla de ambas".
Sainte-Beuve lo consideró la Biblia de los tiempos modernos. Kierkegaard adoraba el libro. Cuando Flaubert leyó El Quijote, en 1869, escribió a su amiga George Sand: "¡Qué libro gigantesco! ¿Puede existir uno más bello?" De Madame Bovary se ha escrito que su protagonista es "Don Quijote con faldas".
Hasta Sigmund Freud
Sigmund Freud le escribió a su novia Marta Bernays: "Actualmente tengo el Don Quijote con grandes ilustraciones de Doré, y esto me tiene más ocupado que la anatomía cerebral". En sus cartas, usa el español para referirse a cuestiones que quiere guardar en secreto, y las firma con el nombre de Cipión (uno de los personajes de El coloquio de los perros): "Tu fiel Cipión, perro en el Hospital de Sevilla". Freud estudió el castellano para leer el Quijote en lengua original, algo que también hizo Karl Marx.
Freud estudió el castellano para leer el Quijote en lengua original, algo que también hizo Karl Marx
"¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura", clamó don Quijote al caer abatido en Barcelona. Sus palabras resuenan ahora como un presagio.
El concejal Jordi Martí, orador experto, puso como excusa para rechazar el monumento a don Quijote y Sancho el "antimonumentalismo". Los oradores expertos recurren a menudo no sólo al sofisma lunático, sino también a la falacia lógica que Hubert Schleichert llama red herring (arenque rojo), una maniobra de distracción, una pista falsa que desvía la atención del asunto. La expresión proviene de la caza. Se deja para los perros un rastro muy marcado arrastrando un arenque podrido que desviará de su auténtico objetivo a los perros sin experiencia. Los perros viejos conocen el truco: no es la fobia a las estatuas, es el narcisismo, la xenofobia y otras perversiones propias del supremacismo.
Desterrada la reflexión, muerta por asfixia la razón, el independentismo embiste no a los molinos de viento de lo que llaman España, sino al universalismo, la Ilustración y la integridad que representa el ingenioso hidalgo. Al estudiar la psicología de las masas, Freud hablaba, del "narcisismo de las pequeñas diferencias", ese fet diferencial hace que un grupo de personas — el sol poble, la tribu xenófoba o, para ser más estrictos, sus élites— se sienta superior a los demás.
En Barcelona cayó derrotado don Quijote frente a Sansón Carrasco, disfrazado de caballero de la Blanca Luna y en Barcelona ha vuelto a caer frente a Ada Colau disfrazada de urbanista iconoclasta. Pero aquí no fue Troya.
"El sabio más sabio que jamás haya existido"
La lista de grandes libros inspirados en El Quijote es tan inagotable que Lionel Trilling, uno de los mejores críticos estadounidenses del siglo XX, escribió que "toda la prosa de ficción es una variación del tema de don Quijote".En Las aventuras de Joseph Andrews, Henry Fielding añadió al título un aviso inequívoco: 'Escritas a imitación de la manera de Cervantes, autor de Don Quijote'. También se inspiró en el Quijote para escribir Historia de Tom Jones.
Turguénev escribió un curioso Hamlet y Don Quijote. Goethe reconoció la deuda con el Quijote al escribir su Fausto. Lo mismo hizo Laurence Sterne en relación a su Tristram Shandy. También en las páginas del sombrío e iracundo Jonathan Swift brillan la ironía, la profundidad y la compasión como resplandores del alma de Cervantes.
Thomas Mann escribió una Travesía marítima con Don Quijote. Kafka elaboró una admirable paradoja del libro de Cervantes en el relato La verdad sobre Sancho Panza. Borges urdió un juego narrativo en Pierre Menard, autor del Quijote.
La abadía de Northanger y Emma, de Jane Austen, no se conciben sin la novela cervantina. En Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Dickens, la pareja Pickwick-Sam Weller es un trasunto de la pareja Quijote-Sancho. El príncipe Mishkin, protagonista de El idiota, de Dostoievski, es otra réplica del ingenioso hidalgo. También Daniel Defoe tuvo en la mente las aventuras del ingenioso hidalgo cuando escribió Robinson Crusoe.
Samuel Johnson consideró el Quijote como el más grande libro de "entretenimiento" del mundo después de la Ilíada. Addison, Shaftesbury y Lord Byron lo citaron elogiosamente. Melville, en The Piazza Tales, parodia también de la caballería, dijo de don Quijote que era "el sabio más sabio que jamás haya existido".