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"Aquí fue", dice Ignacio Mata, de 72 años, oficial jubilado de la Policía Local de Córdoba. Un hombre siempre alegre al que sin embargo se le saltan las lágrimas cada vez que revive el 18 de diciembre de 1996. Señala el lugar exacto en el muro contra el que pegó un puñetazo de rabia y dolor cuando aquel día se asomó al coche patrulla de sus compañeras Marisol y Mari Ángeles y vio dentro sus cuerpos acribillados. "Estaban así, de lado. Marisol, en el asiento del copiloto, tenía la mano sobre la funda del revólver pero no lo sacó", recuerda Mata, resaltando que no les dio tiempo a defenderse.
María Soledad Muñoz Navarro, de 36 años y María de los Ángeles García García, de 40, conocidas como Marisol y Mari Ángeles, fueron hace 25 años las primeras policías locales asesinadas en acto de servicio en España. Claudio Lavazza, el jefe de la banda de cuatro atracadores antisistema a los que iban persiguiendo, las mató a bocajarro y a sangre fría con una ráfaga de su subfusil de guerra mientras estaban detenidas en este paso de peatones, en la confluencia de la calle Acera de Guerrita, la avenida de América y la glorieta de Los Llanos del Pretorio. Los asaltantes se definían heroicamente como rebeldes anarquistas, anticapitalistas y "expropiadores de bancos".
El crimen ocurrió en Córdoba, precisamente el primer municipio de España que en 1970 incorporó mujeres policías locales, que eran además las primeras de todas las fuerzas y cuerpos de seguridad en España. En la Policía Nacional, las primeras entraron en 1979 y en la Guardia Civil, en 1988. Todas las uniformadas del país suman hoy algo más de 25.000. En números redondos: de cada diez agentes, sólo uno es mujer.
Este próximo sábado 18 de diciembre el Ayuntamiento de Córdoba celebra su anual homenaje a las policías locales asesinadas, que tendrá un carácter especial al cumplirse un cuarto de siglo. EL ESPAÑOL | Porfolio se ha reunido con familiares y compañeros en el monolito que las recuerda en el lugar de su muerte. Hemos quedado para reconstruir ese día y lo que pasó después.
Aquí están Elisa, Joaquina e Ismael García García, hermanos de la policía Mari Ángeles; María Jesús Muñoz Navarro, hermana de la agente Marisol (otro hermano suyo, Martín, interviene desde León por teléfono). Charo López Mialdea y Bernardo Ruiz Hidalgo, compañeros de la misma promoción que ellas, la de 1981. Los hermanos Ignacio y Juan Mata, que organizaron el funeral y los actos de solidaridad para recaudar fondos destinados a los dos huérfanos de Mari Ángeles. Y, en silla de ruedas, Manuel Castaño Pinedo, el vigilante de seguridad a quien los atracadores liderados por Lavazza tomaron como rehén en su huida. Quedó parapléjico por fuego amigo de la Policía Nacional en el tiroteo posterior al asesinato de las agentes.
Dicen que las inseparables compañeras de patrulla Marisol y Mari Ángeles "eran como hermanas". Aquel día, aunque no se conocieran, Manuel también se convirtió en su hermano de sangre póstumo, al unirlos el destino en el suceso que conmocionó a España y marcó la historia de Córdoba.
El principal testigo, el que lo sufrió todo desde dentro, fue Manuel Castaño. Lo encontramos junto a la sede en Córdoba de Aspaym (Asociación de personas con lesión medular y otras discapacidades físicas), de la que fue presidente y ahora es secretario. En 1996 tenía 31 años, llevaba cuatro de vigilante en Securitas y con Paqui, su mujer, era padre de dos niños: Manuel, de 4 años, y Noelia, de 2.
El atraco
Ese miércoles amaneció "con lluvia, feo, gris", recuerda Manuel Castaño. Sustituía a un compañero que asistía a una reunión sindical en Sevilla. Pasadas las ocho de la mañana, el furgón blindado se detuvo en la plaza de las Tendillas, junto a la central del Banco Santander, ubicada a pocos metros, entre las calles Gondomar y Málaga, en el edificio que hoy ocupa la perfumería Primor. Le dijo a su compañero de reparto que se quedara en el vehículo con el conductor, que ya bajaba él a dejar la saca. No llevaba dentro dinero, sino documentación.
Entró al banco y notó que los trabajadores y clientes lo miraban raro. Cuatro atracadores, Claudio Lavazza (42 años), Michelle Pontolillo (26), Giovanni Barcia (40) y Giorgio Eduardo Rodríguez Dip (40), italianos los tres primeros, argentino el último, estaban destripando las cajas fuertes, pero el vigilante recién llegado aún no comprendía qué pasaba. Le llamó la atención la apariencia estrafalaria de esos hombres con pelucas, narices postizas y gafas de disfraz cómico. "¿Esto qué es, carnaval?", se preguntó, incrédulo.
"Me lo tuvo que repetir dos o tres veces, '¡al suelo, tírate al suelo!', porque yo pensaba que era una película"
Entonces lo abordó el jefe de la banda: "Lavazza salió de detrás de una columna, enseñando una metralleta así cruzada debajo de la gabardina, y me dijo: '¡Tírate al suelo!'. Me lo tuvo que repetir dos o tres veces, '¡al suelo, tírate al suelo!', porque yo pensaba que era una película. Me quitó el arma. 'A éste nos lo llevamos de rehén', dijeron, y salimos por la puerta de atrás" a la calle Málaga, explica el antiguo vigilante.
El compañero de Manuel que esperaba afuera dio la voz de alarma. El Fiat-1 negro robado con el que debían huir lo habían aparcado, por falta de sitio, en zona de carga y descarga, junto al hotel-cafetería Boston. Mientras ellos desvalijaban el banco, en la calle una policía local de tráfico, Antonia, o Toñi (fallecida hace unos años), multaba a los mal aparcados.
Cuando los atracadores llegaron allí con su rehén y su botín de 71 millones de pesetas, nueve kilos de oro en láminas y abundantes joyas (sólo el oro y el dinero equivaldría hoy a 1,14 millones de euros), se encontraron con que la grúa se había llevado el coche. La agente Toñi le ordenó a Lavazza que se detuviese, empuñando como única arma su radiotransmisor, el walkie-talkie. El interpelado la encañonó: "Vete o te pego dos tiros", le vino a decir.
Robaron en el Banco Santander el equivalente a 1,1 millones de euros. Al salir, la grúa se había llevado su coche
Desesperados y cercados, pararon el Peugeot-405 blanco en el que el exconcejal socialista Joaquín Dobladez llevaba al colegio a un hijo de diez años. El niño salió corriendo y el padre entregó el coche a Lavazza a punta de metralleta. Uno de los cuatro atracadores, Pontolillo, huyó a pie por su cuenta, se escondió en el hotel Boston y allí lo atraparon.
Manuel Castaño prosigue su relato: "Estaban nerviosos, querían buscar la salida de Córdoba pero se metieron por el peor sitio". En el coche robado, él iba en el asiento trasero izquierdo junto a Rodríguez Dip, mientras que delante Barcia conducía y Lavazza dirigía desde el puesto de copiloto. "Yo llevaba en mis pies todo el dinero que robaron", apunta. El jefe del grupo había interceptado la emisora policial con un escáner e iba escuchando los mensajes sobre su persecución. Los seguía, con la sirena y las señales luminosas apagadas, un coche policial Citroën ZX 1.6 Avantage, matrícula CO-4591-AF. Era el patrullero que ocupaban Mari Ángeles, al volante, y Marisol.
El asesinato
Al llegar al paso de peatones de la esquina con la avenida de América, el jefe de los atracadores se bajó sorpresivamente del vehículo y se dirigió hacia el de las policías, por el lado derecho. Cuenta el rehén: "Sus compañeros le preguntaron, ¿dónde vas? Nos giramos todos para ver adónde iba. Miré atrás. Les pegó una ráfaga por el lado de la ventanilla del copiloto. Cuando volvió al coche, le preguntaron: '¿Qué has hecho? ¿Las has matado'. 'Sí, sí, las he matado. Tira para adelante', respondió".
En un libro de memorias que publicó desde la cárcel, Autobiografía de un irreductible, Lavazza describe ese momento tratando de justificar su doble asesinato como si fuera un duelo. Escribe:
Veo de repente que una policía [Marisol] saca su revólver y me apunta amenazante desde su ventanilla bajada… le chillo varias veces que tire el arma, pero sigue apuntándome siguiendo mis movimientos. Comprendo que va a disparar y abro fuego yo primero con una ráfaga corta seguida por otra más larga. En menos de un segundo y medio, la Madsen escupe 17 balas, ninguna de ellas falla el objetivo, todas han alcanzado el cuerpo de las dos policías que mueren al instante. Veo con impresionante rapidez que el color de su cara se vuelve amarillo pálido, el color de la muerte.
"Eso es mentira", responde rotundo y sereno el testigo y víctima de aquel día. Las mató a bocajarro, sin mediar palabra y sin que las policías reconocieran quién era ese peatón que se les acercaba. "A ellas no les dio tiempo a reaccionar. Se quedaron mirándolo igual que nosotros, pensando, ¿a dónde va éste? Él llevaba la gabardina larga y la metralleta escondida, tú no la veías", precisa Manuel Castaño. "Me habían dicho, 'Cuando salgamos de Córdoba, te soltamos'. Pero cuando vi que las mataron, pensé: me van a matar a mí también".
"A ellas no les dio tiempo a reaccionar. Cuando vi que las mataron, pensé: me van a matar a mí también"
Continuaron la huida en paralelo a la estación del AVE, hasta que en la calle de los Omeyas se toparon con una furgoneta atravesada de la Policía Nacional. Detrás los perseguía otro patrullero de la Local. Los agentes abrieron fuego cruzado, y los atracadores respondieron con sus armas contra quienes ellos veían como esbirros del Estado y el Capital. La banda iba protegida con chalecos antibalas. Las policías asesinadas y el vigilante, no.
"Sonaron los disparos, me tumbé en el asiento y me hirieron. Si me quedo derecho, me habrían dado en la cabeza", dice Manuel Castaño sobre los policías que dispararon contra el coche en el que iba de rehén. ¿Hicieron lo correcto? "Si hubieran sabido que me llevaban dentro, creo que no tendrían que haber abierto fuego. Pero no sé a ciencia cierta si ellos lo sabían. Mis compañeros dicen que ellos avisaron", responde.
Se señala en el cuerpo: "Me llevé tres disparos. Una bala me entró por detrás del hombro izquierdo, me rompió la médula y se me quedó alojada en el costado derecho. Aún la tengo dentro, aquí. El informe de balística dijo que era de la Policía Nacional. Otra bala", continúa contando mientras se remanga y enseña las cicatrices, "me atravesó el brazo izquierdo y fue la única que me dolió en ese momento, porque me partió el hueso. Y otra me atravesó la barriga y fue la que más problemas me causó, porque me rompió los intestinos".
"Los policías vinieron a sacarme del coche pero yo no podía moverme. 'No siento las piernas', les dije. Me llevaron al hospital en un coche de la Policía Local. Sentía que flotaba. Era una sensación placentera. Sucede cuando estás perdiendo sangre. Estuve tres meses en la UCI", rememora el superviviente.
Los atracadores salvaron la vida con heridas graves pero menos que las de Manuel, en parte gracias a sus chalecos antibala. Los detuvieron a los cuatro. Al último, al escurridizo jefe. En sus memorias, Lavazza cuenta que los guardias civiles que lo atraparon en Bujalance le pegaron, pero que le advirtieron de que tenía suerte, porque si lo llegan a apresar los compañeros locales de las asesinadas, lo habrían matado.
El juicio
Tras salir de la UCI, llevaron al vigilante al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Cuando volvió a su casa en silla de ruedas, deprimido, no tenía ganas de estar con sus hijos. "Me perdí toda la infancia de ellos", lamenta. Poco a poco, se recuperó. Dice que se lo debe a su mujer. "Ella es la luchadora de la casa. Me decía, 'vamos, que tienes que vestirte'. Lo que he conseguido es gracias a ella, no porque yo quisiera". Hoy Manuel tiene 56 años y desprende serenidad.
Pregunta.- ¿Qué siente hacia los atracadores? ¿Odio…?
Respuesta.- Odio, no. Busqué información de todos ellos. Leí que uno se escapó en un permiso y lo volvieron a coger. Vi un documental sobre ellos, La banda de la nariz. Leí sobre Lavazza que había matado antes a más, en Italia. Con suerte, que no salga. Los otros no eran tan violentos. El peor era él.
P.- ¿Lo vio en el juicio?
R.- Sí.
P.- ¿Se miraron?
R.- Nos miramos, sí. Me dijeron que si quería declarar por vídeo, o detrás de una mampara, para no verlo, y dije que no, que quería estar presente. Los había visto por fotos, pero no en persona, porque en el atraco iban enmascarados.
P.- ¿Qué pensó cuando miró a Lavazza?
R.- Era bajito, delgado. Pensé que cómo un hombre así había podido hacer tanto daño. Se hizo justicia.
P.- Si tuviera oportunidad, ¿se encontraría con él?
R.- Sí. No me importaría hablar con él.
P.- ¿Qué le diría?
R.- Le preguntaría: ¿Merece la pena matar a una persona por dinero?
P.- Se declaraban anarquistas.
R.- ¿Los anarquistas roban bancos y matan gente? ¿Qué ideas son ésas?
Si esa banda de pretendidos Robin Hood creía hacer justicia en el mundo expropiando bancos, lo único que consiguieron, remata Manuel, es dejar un reguero de víctimas inocentes a su paso: "Dos muertas, yo parapléjico, y el dolor de las familias".
En el juicio miró al asesino. "Era bajito, delgado. Pensé que cómo un hombre así podía haber hecho tanto daño"
El luto solidario
Ignacio Mata, que era secretario del jefe de la Policía Local, Juan José García, recuerda otra imagen: la grúa levantando en el aire el coche con sus compañeras dentro tapadas con una sábana, para llevarlas a la comisaría de la Policía Nacional en Madre de Dios. Su hermano Juan Mata, de 67 años, trabajaba en el Grupo Municipal Socialista. Por eso acompañó al exconcejal Joaquín Dobladez a la comisaría para reconocer el Peugeot que le habían robado a punta de metralleta. Allí vio los cadáveres de las dos agentes. "Esa imagen, con los parchecitos en todo el cuerpo, se vendrá conmigo al otro mundo", dice.
Tras la tragedia, llegaron días después la capilla ardiente en el Ayuntamiento (gobernaba entonces el PP, con Rafael Merino de alcalde), los tres días de luto oficial por el que apagaron las luces navideñas, el masivo funeral en la Mezquita-Catedral y la ola de solidaridad ciudadana para ayudar a los dos niños huérfanos de Mari Ángeles con un partido benéfico.
El estadio de fútbol El Arcángel se llenó para ver el encuentro entre un equipo combinado de policías locales andaluces de Córdoba y colegas catalanes de Castellón de Ampurias (Gerona), apadrinado por los políticos Javier Arenas y Jesús Gil, y otro de periodistas y cantantes liderado por José María García, con la presencia de Norma Duval, Bertín Osborne o Nieves Herrero. La curiosa colaboración con la Policía Local del pueblo gerundés se produjo, recuerda Ignacio, después de que una oficial de allí le llamara ofreciendo la ayuda de su concejal de Seguridad, Jesús Ferreiro, para reclutar a famosos que él conocía.
Los hermanos Ignacio y Juan Mata participaron en la organización de estos actos, también en la mini Feria de Córdoba que le montaron al vigilante herido en el Hospital de Parapléjicos de Toledo para animarlo en su recuperación. "Fue la mayor muestra de solidaridad de la historia de Córdoba", dice Juan.
Vidas ejemplares
¿Quiénes eran estas dos "hermanas" de patrulla a las que siguen recordando por su vitalidad? Sus familiares y compañeros las retratan con sonrisas en los labios y brillo en los ojos. En esta descripción coral, Marisol y Mari Ángeles encarnan la irrupción de la mujer en las fuerzas de seguridad, como hito en el camino de igualdad entre los sexos, que tuvo Córdoba como primer escenario en España. De ambas dicen que eran un ejemplo de profesionalidad, simpatía y entrega.
Marisol Muñoz Navarro, de 36 años, casada y sin hijos, había nacido en una familia de agentes del orden: su padre, Jesús, era sargento de la Guardia Civil, guardia civil era su hermano Diego, ya fallecido, y su hermano Martín, tras ser guardia también, se convirtió en jefe de la Policía Local de León. A él le tocó de cerca en 2014 un caso en las antípodas de la ejemplaridad de su hermana: el de Raquel Gago Rodríguez, la policía local leonesa que participó como cómplice en el asesinato de la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco.
Desde León y ya jubilado, Martín Muñoz Navarro describe a su hermana y colega de Córdoba Marisol como una policía "muy valiente, muy orgullosa de estar al servicio de la seguridad y de los ciudadanos". Dice que ella tenía 11 años cuando murió su madre, natural del pueblo cordobés de Posadas, y que se dedicó a ejercer en el hogar de ama de casa, que luego siguió cuidando a los demás como enfermera militar en el antiguo Hospital Militar de Córdoba y más tarde se presentó a las oposiciones para la Policía Local. Otra forma de cuidar al prójimo. Como agente, siguió estudiando y al cabo de tres años se sacó el título de Criminología.
Policías como ella fueron pioneras en la incorporación de la mujer a las fuerzas de seguridad, pero Martín Muñoz expone que su número "aún no ha explotado" para igualarse con el de los hombres, en los 25 años que han transcurrido desde su muerte. La proporción de mujeres se ha estancado, dice. "En León, al jubilarme hace dos años, eran 220 policías, y las mujeres no llegaban a 20. Están en el 10 o 15 por ciento. No conozco ningún caso en España donde lleguen al 20 por ciento".
Sobre los condenados, declara: "No he querido ni volverme a acordar de ellos. En mi familia no los mencionamos en absoluto. La justicia hizo lo que tenía que hacer".
Mari Ángeles García García tenía 40 años y dos hijos: la mayor, Elena, acababa de cumplir 13 años el 17 de diciembre, la víspera de que la dejaran huérfana; el pequeño, Rafael Ángel, cumplió 12 años el mes siguiente. Mari Ángeles estaba viuda desde hacía una década de su marido y padre de sus hijos, un funcionario municipal. Antes de opositar para policía, había trabajado en una platería, en el tradicional sector joyero.
Sus dos hijos huérfanos se criaron en la capital cordobesa con la tía Elisa, hoy de 60 años, que recuerda: "Cuando mataron a mi hermana, yo tenía una niña de 5 años y estaba embarazada de ocho meses" de un varón.
"En 25 años yendo al cementerio, siempre nos encontramos sus tumbas llenas de flores. No sabemos quién es"
Otra hermana, Joaquina García, cuenta que a las dos policías las quieren en Córdoba como heroínas: "En los 25 años que llevamos yendo al cementerio, siempre nos encontramos sus tumbas llenas de flores. No sabemos quién es el que las lleva".
Su hermano Ismael García, que sabe de armas como cazador que es, se ha preguntado muchas veces qué haría si se encontrase con el que las mató. "Nos acostumbramos a vivir con la ausencia, pero no se olvida", dice el hombre, ayer 45 años, hoy 70. "Fue lo mismo que un atentado de ETA", añade. Elisa completa: "Ella no tenía miedo ninguno. Siempre iba muy contenta a su trabajo".
Medio siglo de mujeres policía y aún son pocas
El Ayuntamiento aprovechó el homenaje del año pasado para celebrar el 50 aniversario de cuando contrató en 1970 (aún en el franquismo, con Antonio Guzmán Reina de alcalde) a las primeras mujeres policías locales del país, que eran también las primeras de cualquier cuerpo de seguridad.
Medio siglo después, sin embargo, su número no crece: "En Córdoba hay unos 350 policías locales: 325 hombres y 25 mujeres [7,1%]. Cincuenta años después de las primeras mujeres, la proporción no ha evolucionado", dice la agente jubilada Charo López, de 61 años, que participa en un grupo de Whatsapp con compañeras de toda España. El oficial Ignacio Mata ha contribuido a reparar esa brecha: su hija Auxi es también policía local y su hijo Nacho ha entrado en prácticas.
En la Policía Nacional, son mujeres más de 9.000 de los 68.013 agentes (13,2%); en la Guardia Civil son 5.800 de 78.469 (7,4%); en las diferentes policías locales, con 66.250 integrantes, la presencia femenina oscila entre el 7% y el 15%; en los Mossos d'Esquadra de Cataluña hay 3.529 mujeres entre sus 17.000 miembros (21%, la tasa más alta) y en la escala básica de la Ertzaintza vasca, hace cuatro años había 619 mujeres frente a 4.449 hombres (11,6%).
Relevo generacional
Mari Ángeles y Marisol llevaban 15 años como policías locales, desde la promoción de 1981, en la que hubo ocho mujeres. Las primeras, en 1970, vestían faldas y a ellas sólo les dejaban vigilar el tráfico y el mercado. Hasta que unos años después, en democracia, empezaron a patrullar igual que sus compañeros varones, en parejas mixtas o del mismo sexo.
Dos policías locales de la promoción del 81, Charo López y Bernardo Ruiz, cuentan que al principio hubo problemas en las patrullas mixtas por los celos de sus parejas sentimentales, que temían que se hicieran amantes de su socio de patrulla. La situación se normalizó con los años, pero algunas mujeres ya se quedaron como parejas profesionales fijas femeninas, como Marisol y Mari Ángeles, veteranas que también hacían servicios nocturnos.
Las policías de Córdoba no empezaron a llevar arma de fuego de forma generalizada hasta principios de los 90, recuerda Charo: "A mí no me había hecho falta en diez años y me costó adaptarme a llevar una pistola". Marisol y Mari Ángeles portaban su revólver Lama del calibre 38 cuando las mataron, precisa su compañero Bernardo. El cadáver de "Marisol tenía la mano sobre la funda. No le dio tiempo de desenfundar el revólver", dice para destacar su indefensión. Hoy sí tienen chalecos antibala.
La sobrina de Marisol estudia oposiciones para enfermera penitenciaria y la hija de Mari Ángeles es psicóloga en la cárcel
La vida conduce a puertas insospechadas. María Jesús Muñoz le puso Marisol a su hija en recuerdo de su hermana asesinada. "Cuando era niña, le dije: 'es el nombre de la persona que más he querido en mi vida, y el de la persona que más voy a querer". Esta joven Marisol que honra con su nombre la memoria de su tía es hoy enfermera y está preparando las oposiciones para ejercer como enfermera penitenciaria. Y la hija de la policía Mari Ángeles, Elena, trabaja desde hace tiempo como psicóloga en la prisión de Córdoba.
A las patrulleras cordobesas les concedieron las máximas condecoraciones. Pero quizás su mayor premio póstumo es este inesperado relevo entre dos generaciones de servidoras públicas: Marisol y Elena, en nombre de la humanidad y del juramento hipocrático, ayudarán a vivir y reinsertarse a presos de toda condición. A hombres que podrían haber sido los del atraco que les costó la vida a su tía y a su madre: las primeras policías locales de España muertas en acto de servicio.
La banda de la nariz
Atracadores. A los cuatro de la "banda de la nariz", por las narices postizas con las que se ocultaban en los atracos, les impusieron 199 años de cárcel. A Claudio Lavazza, Giovanni Barcia y Giorgio Eduardo Rodríguez Rip los condenaron por asesinato con alevosía, aunque el ejecutor material fuera el primero. A Michelle Pontolillo, el más joven, sólo lo condenaron por robo, a tres años, y quedó libre hace tiempo. No pagaron las indemnizaciones a las víctimas.
Claudio Lavazza, con un largo historial de ataques de ideología extrema anarquista, dirigió el grupo Proletarios Armados para el Comunismo y lo habían condenado en Italia a cadena perpetua en ausencia por matar a otras cuatro personas en los años 80: el policía Andrea Campagna, el funcionario de prisiones Antonio Santoro, el joyero Pier Luigi Torreiani y el carnicero Lino Sappadin. A él y a su mano derecha, Giovanni Barcia (del grupo Anarquía y Provocación), los buscaban además por secuestrar y matar en Italia a una mujer, Mirella Silocchi, a la que le cortaron la oreja y se la mandaron a su marido para que pagara el rescate, como detallaba en 2004 el Diario de Córdoba.
A Lavazza lo extraditaron de España a Francia en 2018 para juzgarlo por un atraco con rehenes en Saint-Nazaire de 1986, y lo condenaron a diez años más de cárcel. Tiene que terminar de cumplir sus condenas españolas. Antes de Córdoba, su último atraco, había cometido otros siete en España. Intenta que le refundan las penas para adelantar su salida de prisión, confiando en que los delitos de Italia hayan prescrito. Tiene hoy 67 años y vive en la prisión francesa de Mont-de-Marsan. Por su parte, Barcia seguía hace cinco años encarcelado en Italia y Rodríguez en España. Este último no regresó de un permiso y permaneció huido entre 2009 y 2015, cuando lo volvieron a detener.