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"Menos ruido, cuidemos la coalición". Esta fue la petición que lanzó la vicepresidenta Yolanda Díaz hace sólo unos días ante el cariz que tomaba la polémica de las macrogranjas. Es su fórmula habitual, su modo de estar en el Gobierno, nada ajeno a su personalidad y a su carácter. Es también su sintonía con el presidente Pedro Sánchez: rebajar la tensión, aminorar los decibelios, mimar la entente PSOE-UP. Cierto que no es lo mismo hablar de explotaciones de vacas, que de amenazas de guerra, pero todo indica que proteger la coalición hasta donde no se pueda más será la línea a seguir por la política ferrolana, encargada de encabezar una alternativa política amplia para las próximas elecciones.
Porque tanto la coalición de Gobierno como la plataforma liderada por Díaz están ligadas en estos momentos a la escalada de la tensión en Ucrania. Pero también dependen de esta escalada la reforma laboral, la subida del salario mínimo o, incluso, el destino social de los Fondos Europeos. Es decir, el trabajo de media legislatura. Sánchez y Díaz lo saben y piden contención y comedimiento a los suyos.
Los socialistas pro-atlantistas acatan de momento esta retreta, pero el ala dura de Podemos es más vocinglera y ya corea el 'No a la Guerra'. Quizá porque el primero que ha tocado a rebato ha sido Pablo Iglesias. El renacido.
'No a la OTAN, No a la guerra'
La noche del 12 de marzo de 1986 Yolanda Díaz estaba a punto de cumplir 15 años y vivió en familia, como en millones de hogares, los resultados del referéndum que Felipe González había convocado para aprobar la entrada de España en la OTAN. Su familia fue una de las perdedoras de aquella consulta que el Gobierno del PSOE ganó por poco.
Suso Díaz, padre de la ahora vicepresidenta, había sido un luchador antifranquista que pagó con cárcel su activismo y llegó a ocupar la secretaría de Comisiones Obreras en Galicia entre los años 70 y 80. Yolanda creció entre reuniones en las que había que salir con acuerdos.
Aquella derrota en el referéndum de la OTAN, sin embargo, tuvo dos efectos inmediatos que condicionarían la vida política de la ministra: se creó Izquierda Unida y ella ingresó en el Partido Comunista de España.
Yolanda Díaz ingresó en el PCE tras la derrota en el referéndum de la OTAN
Diecisiete años más tarde, el presidente del Gobierno del PP José María Aznar ponía los pies sobre la mesa del rancho de George Bush y volvía a Madrid hablando spanglish, como acto de fe para invadir Irak. Las mayores manifestaciones antibelicistas en la historia de España llenaron las calles.
El 'No a la Guerra' de 2003 y 2004 fue, más que una consigna, un grito transversal que salió de millones de gargantas de distintos colores. Muchos manifestantes eran votantes del propio PP y muchos más, naturalmente, de la izquierda. Yolanda Díaz, entonces concejala en Ferrol, fue una de aquellas gargantas.
Estos dos hitos pacifistas en su currículo avalan una certeza: la vicepresidenta Yolanda no va a bendecir desde el Gobierno una intervención armada, bajo la tutela de la Alianza Atlántica, con tropas españolas.
Lo que tampoco hará es añadir más leña al fuego, como estamos comprobando estos días.
Entre Iglesias y Sánchez
En paralelo, su mentor y hasta hace poco amigo entrañable Pablo Iglesias, emerge de los hielos. Su objetivo desde el minuto uno está siendo equiparar la situación que se avecina en el Mar Negro con la foto de las Azores. Seguramente no tenía previsto reaparecer tan pronto. Los acontecimientos se precipitan a gran velocidad para todo el mundo. "No es una guerra humanitaria –se ha apresurado a decir, aunque todavía no haya guerra- sino de defensa de los intereses de Estados Unidos".
En las próximas semanas vamos a escuchar bastante una consigna similar a ésta: 'Es una guerra imperialista, entre Rusia y Estados Unidos, y los progresistas debemos declararnos pacifistas'. Parecida situación a la que se vivió en 1939 con el pacto germano-soviético a siete días de la invasión de Polonia por Hitler. Entonces el Kremlin lanzó a todos los partidos comunistas del mundo su argumento: 'Es una guerra imperialista, entre las potencias occidentales y Alemania, y los comunistas debemos declararnos pacifistas'.
Resulta muy difícil declararte pacifista cuando la misma Luftwaffe ha matado a tus padres en Guernika o las botas de la infantería nazi desfilan bajo el arco de triunfo de París. La militante comunista Lise London, nacida en Aragón, viuda del disidente checo Artur London, lo recordaba así en sus Memorias: "No estábamos de acuerdo. Era una guerra antifascista y desobedecimos a Moscú". Como ella, los comunistas españoles desde su exilio, así como otros muchos franceses, polacos, belgas y holandeses, en sus países, tomaron las armas contra el invasor germánico.
Si la escalada prebélica continúa, Unidas Podemos se opondrá a Sánchez en el Congreso de los Diputados cuando el presidente pida aumentar la dotación de tropas españolas en el mar Negro. Díaz –aunque entonces todavía el conflicto ucraniano esté en fase de diplomacia o de disuasión- aguantará los nervios y votará también en contra, en su calidad de diputada por Pontevedra.
Esta disidencia creará tensión con el ala socialista en el Ejecutivo, pero si los papeles y los límites entre los dos socios de Gobierno quedan bien definidos con antelación, todavía no será capaz de tumbar la coalición ni, por tanto, el futuro de la política gallega. Yolanda Díaz seguirá liderando su proyecto de amplia plataforma, intentando aglutinar votos de la izquierda, la socialdemocracia y el centro-izquierda.
Extraños compañeros de cama
La Ley de Defensa Nacional exige varias condiciones para que tropas españolas sean enviadas con misiones operativas en el exterior. Teóricamente sólo es necesario que el país-escenario de la misión lo pida de forma expresa. Pero en cualquier caso, cuando estén acordadas "por organizaciones internacionales de las que España forme parte, particularmente la Unión Europea o la Organización del Tratado del Atlántico Norte".
Ahora bien, un segundo bloque de requisitos exige que estas misiones "cumplan con los fines defensivos, humanitarios, de estabilización o de mantenimiento y preservación de la paz, previstos y ordenados por las mencionadas organizaciones". Es decir, que el articulado parece redactado a propósito para que su interpretación sea opinable y, por tanto, polémica. Esto es lo que dicen tres de sus artículos:
1. Que se realicen por petición expresa del Gobierno de la Nación en cuyo territorio se desarrollen o estén autorizadas en Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o acordadas, en su caso, por organizaciones internacionales de las que España forme parte, particularmente la Unión Europea o la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en el marco de sus respectivas competencias.
2. Que cumplan con los fines defensivos, humanitarios, de estabilización o de mantenimiento y preservación de la paz, previstos y ordenados por las mencionadas organizaciones.
3. Que sean conformes con la Carta de las Naciones Unidas y que no contradigan o vulneren los principios del derecho internacional convencional que España ha incorporado a su ordenamiento.
En cualquier caso, este texto todavía actuará de escudo contra una crisis de Gobierno, entre otras razones de contenido democrático porque supone, al menos, una votación en el Parlamento. La complejidad de la situación en Ucrania provocará "extraños compañeros de cama", según la acuñación de Churchill, que aquí se atribuye a Fraga. El PP apoyará al PSOE; Vox y algunos grupos nacionalistas de centro se abstendrán juntos y los otros partidos de la investidura se opondrán y perderán la votación.
Lo que está fuera de toda duda es que en el pacto de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos no hay la mínima alusión a un hipotético cuestionamiento de las alianzas estratégicas y militares de España. Es más: el articulado final del acuerdo, titulado Una España europea abierta al mundo, si de algo habla es de "fortalecer la influencia de España en organismos e instancias internacionales…para contribuir a la creación de un mundo más justo…y apoyando de manera decidida la defensa de los derechos humanos". Esto es lo que dice literalmente el artículo 11 del acuerdo de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos.
Una España europea abierta al mundo
El Gobierno trabajará para fortalecer la influencia de España en organismos e instancias internacionales y la usará para contribuir a la creación de un mundo más justo, próspero y sostenible, impulsando el proyecto comunitario europeo, fortaleciendo el multilateralismo, fomentando las relaciones con Iberoamérica y África, y apoyando de manera decidida la defensa de los derechos humanos, el cumplimiento de los Acuerdos de París, y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 en todo el mundo.
En junio, tormenta perfecta
El detonante ocurriría cuando, ante una invasión rusa de los territorios hoy todavía limítrofes, la Alianza Atlántica, con o sin la cobertura de la ONU, abra fuego en el Donbás o en Odessa en defensa de la integridad ucraniana. Para este punto de no retorno, Putin debe todavía esperar a que la Duma (Parlamento ruso) reconozca las repúblicas autoproclamadas (pro-rusas) de Lugansk y Donestk, en el sureste del país.
Este trámite parlamentario, previsto para que comenzara en Moscú esta misma semana, acaba de ser aplazado hasta febrero, según informa la agencia suiza Swissinfo. La iniciativa está impulsada por el Partido Comunista y cuenta con el apoyo de varios grupos, entre ellos el mayoritario Rusia Unida, partido de Putin.
El reconocimiento de la Duma, y por tanto del gobierno de Moscú, de estas dos provincias del Donbás, en las que el Kremlin ha repartido 600.000 pasaportes rusos en los últimos meses, acelerará el proceso de entrada de Ucrania en la OTAN. Normalmente es un trámite que lleva varios años. De hecho, Kiev lo solicitó en 2014 pero, todavía hace una semana, el presidente Biden se manifestó contra este ingreso. Ahora bien, si la escalada continúa, los peldaños pueden subirse de tres en tres y podemos encontrarnos de pronto con la Alianza Atlántica en las fronteras rusas. Otra vez, el enemigo a sus puertas.
Ese será el momento en el que Rusia –arrastrada por su coartada de seguridad- tendrá la tentación de dar el primer paso.
Sin embargo dos factores ajenos al conflicto pueden alterar los movimientos del presidente ruso: el clima y el coronavirus. Las previsiones meteorológicas para este año todavía prevén temperaturas bajo cero en marzo y algunas nevadas en abril. Entre abril y mayo se producirá el deshielo invernal y Ucrania, como toda Rusia, se embarrará. Es Putin quien debe entrar con soldados o carros sobre el cieno, a no ser que confíe en un golpe de Estado favorable desde las capitales, lo que llevaría a un escenario de guerra civil, este es otro escenario. Además, enfrente no tiene a un ejército primerizo en nieves, como los de Napoleón o Hitler, sino a soldados ucranianos curtidos en sus mismas artes. Uno de cada cuatro soldados rusos muerto en la Segunda Guerra Mundial era ucraniano.
En cambio, la situación de la covid le beneficia. Prácticamente comparte incidencia con Ucrania (unos 270 casos cada 100.000 habitantes a 14 días, según datos oficiales) pero Rusia se acerca al 50% de vacunación mientras Ucrania (que inyecta pese a todo la dosis rusa Sputnik, la única que recibe) apenas sobrepasa el 33%.
D fechas podrían ser la tormenta perfecta para la crisis de Gobierno: 29 y 30 de junio
Será en ese momento, finales de primavera, principios del verano, cuando Putin, si quiere cumplir sus amagos, penetrará en los territorios rusófilos y rusófonos de Ucrania y los nacionalistas locales y la OTAN responderán. Apunten dos fechas: 29 y 30 de junio. Parecen las de una tormenta perfecta. Esos días estará reunida en Madrid la cúpula de la OTAN y los cinco ministros de UP –si no lo han hecho ya- abandonarían el Gobierno.
En las calles, antimilitaristas procedentes de toda Europa gritarán de nuevo 'No a la Guerra'. Que sea Yolanda Díaz o Pablo Iglesias quien encabece la manifestación dependerá de la confianza de la vicepresidenta en su proyecto y de la ambición del exvicepresidente por recuperar el suyo.
Naturalmente, son muchas las variables de este conflicto y todo puede cambiar con situaciones intermedias, como que la UE consiga una voz propia en la escalada o que las partes pacten una situación desmilitarizada para las provincias de Donesk y Lugansk.
Entre tanto, no parece descabellado atribuir prudencia a quién mantenga el temple y ruido a quién más grite. La crisis de Ucrania sitúa a Yolanda Díaz entre dos fuegos: debe preservar la coalición para que su trabajo en el gobierno se traduzca en logros que avalen su proyecto y, a la vez, no defraudar a los partidos que le apoyan justo para su proyecto.
Diabólicamente difícil. ¿Podrá?