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El 7 de mayo de 1945, el corresponsal de la agencia estadounidense Associated Press Edward Kennedy (ningún parentesco con el clan político) decidió saltarse la censura militar. Él había sido testigo, junto a otros quince periodistas, de la capitulación de la Wehrmatch ante los aliados a las dos y media de la madrugada de ese día en la Escuela Moderna y Técnica de Reims, en Francia.
Sin embargo, el Ejército alemán seguía combatiendo en Francia, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Grecia, Italia, Austria, Croacia, Bohemia y Pomerania. Los alemanes pidieron dos días de margen para alertar de la rendición a todas sus unidades. Los aliados aceptaron esa dilación.
Pero el periodista Edward Kennedy se saltó el embargo de la noticia. La primicia llegó al Kremlin. A Stalin se lo comieron los demonios. La capitulación debería repetirse en Berlín y con representantes soviéticos. A esa efemérides se acoge Vladímir Putin este lunes, 9 de mayo, en el 77 aniversario de la Victoria sobre el Nazismo para insinuar que algo definitivo está por ocurrir de inmediato en la guerra de Ucrania. Así fue la histórica rendición, recreada en primera persona como si el narrador estuviera allí ahora mismo.
Vuelo a Berlín
"… Siete, ocho, nueve… Cuando diga diez, estarás en Europa" (escena de hipnosis del film Europa de Lars Von Trier). "¡Diez!".
Suena la canción Lili Marleen, interpretada en alemán por Marlene Dietrich.
Hace una semana que Adolf Hitler se suicidó en su búnker de Berlín. Ahora vuelo hacia allí en un avión de la Air Force. Los asientos delanteros están ocupados por los mandos que firmaron el acta de Reims. Dicen que el general Eisenhower es también uno de los pasajeros. Menuda la que ha liado el bueno de Ed Kennedy. Su scoop ha dado la vuelta al mundo y a él le hemos retirado su credencial de periodista. Me ha tocado a mí hacerlo, como oficial de la Oficina de Censura de Guerra del Tercer Ejército de los Estados Unidos. Yo también soy periodista, pero estoy del otro lado del mostrador.
Ahora sobrevolamos Colonia. Su catedral se ha salvado de nuestros bombardeos de los últimos días. Reluce como un bombón de chocolate entre los edificios derruidos. Dicen que en Hamburgo y Dresde tampoco hemos dejado dos piedras juntas.
Una capitulación de falsete
Lo de Reims ha sido casi una comedia. El almirante Dönitz intentaba desde Flensburg, en la frontera con Dinamarca, mantener el Tercer Reich. Hitler le había nombrado sucesor en su testamento. Pero entonces Dwight Eisenhower se plantó: "Quiero la rendición incondicional de Alemania en todos los frentes". Dönitz envió al general Alfred Jodl a parlamentar. "Si no capitulan –le dijo nuestro comandante–, continuaremos la guerra". Dönitz autorizó a Jold para que firmara. Elegí a dieciséis corresponsales de París y los trasladamos a Reims. Kennedy, como delegado en Europa de AP, estaba entre ellos.
En lo que parecía la sala de profesores de un colegio estaban los vencidos: Jodl, y dos mandos de la marina y la aviación. Enfrente tenían a los vencedores: el general Smith, impasible y vigilante, sir Arthur Tedder, mariscal del aire, con sus rápidos ojos de aviador, y el comandante Iván Suslopárov, el oficial soviético de más rango que teníamos a mano en Francia. Suslopárov sabía que su nivel de oficial de enlace se quedaba muy corto para una firma de esta trascendencia. Pero, sobre todo, temía que Stalin lo fusilara a la vuelta tanto si firmaba como si no.
Quiso hablar con el Kremlin pero desde Reims la conexión resultó imposible. El tiempo apremiaba. Si Suslopárov no firmaba, la Unión Soviética no figuraría como vencedora de la guerra. Eso le pareció el mal peor. Al final firmó más preocupado por su integridad física que por el futuro de su nación.
El silencio era sólido. Sólo se escuchaba el estallido de las lámparas de tugsteno de los fotógrafos. Detrás de un intimidante mapa aéreo de Berlín, firmaron la rendición. Entonces, Jodl se levantó de su asiento en la mesa. Bajo la dura luz su rostro de depredador revelaba líneas marcadas por el cansancio y la desesperación. Tomó la palabra y pidió tiempo para advertir a su Ejército del alto el fuego. Nuestros jefes aceptaron. Dos días. Jold caló su visera de general. Miró a los vencedores una vez más, hizo un breve saludo con la cabeza y abandonó la sala junto a sus dos colegas nazis.
Historia de una primicia
Los informadores quisieron saber a dónde se dirigían pero las puertas se cerraron para ellos. Entraron Ike y el militar ruso. Ike Eisenhower hacía la uve de la victoria con dos bolígrafos unidos por la punta. Susloparov reía nerviosamente la gracia, pero la camisa no le cabía en el cuello y se pasaba con demasiada frecuencia la mano por la garganta. Servimos unos vasos. "Chicos, esta noticia está embargada durante dos días".
Miré a Ed Kennedy, de Associated, y distinguí una muesca de rebeldía en su sonrisa. Estaba seguro de que lo iba a intentar. Veterano de la Guerra de España y de todos los frentes de la actual. Y lo intentó el jodido Eddy. Desde París utilizó la línea militar para conectar con su agencia en Londres. Trasmitió 300 palabras con nuestras propias líneas telefónicas, el muy zorro. La comunicación duró ocho minutos porque se cortó varias veces. Pero mandó su primicia a Londres y de allí a todo el mundo. El New York Times lanzó una edición inmediata a cuatro columnas. "Con la rendición de la poderosa Wehrmatch se produce el colapso final del Reich de Hitler. En el frente y en las casas los vencedores celebran con esperanza el comienzo de la paz. La pesadilla ha terminado".
Y entonces comenzaron a sonar los teléfonos desde Moscú.
Stalin estaba furioso y así se lo hizo llegar a Eisenhower. "Hemos puesto veintisiete millones de muertos en el campo de batalla. La principal contribución humana a esta victoria es del pueblo soviético, por lo tanto, la capitulación debe firmarse frente al Comando Supremo de todos los países de la coalición anti Hitler y no sólo frente al Comando Supremo de las fuerzas aliadas. Por otra parte, debe ser en Berlín, que fue el centro de la agresión nazi. Consideren lo de Reims como algo preliminar".
Berlín, bajo las llamas
Hoy, ya es día ocho. Estamos aterrizando en un aeródromo militar al suroeste de Berlín. Produce escalofríos pensar que aquí empezó todo hace seis años. Aún se combate en las calles, pero puedo ver allá abajo la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag. Los chicos de Stalin han hecho un buen trabajo. El suelo de Berlín parece la cuadrícula de una arquitectura inversa.
Ahora nos dirigimos en coche hacia el distrito de Lichtenberg, en el frente ruso. Los edificios se mantienen en un equilibrio carcomido. Casi no vemos civiles, sólo soldados y cadáveres. Cascos con su cabeza y cascos sin ella. Humo, hedor y alguna sombra humana que de pronto se queda petrificada ante nuestros vehículos. Congelada en su pasmo insomne. Soldados del Ejército Rojo vigilan los últimos prisioneros. Cadáveres uniformados de las SS todavía humeantes. Viejas escrutando las basuras. Perros enloquecidos. Horror, destrucción y soledad.
Entramos ya de anochecida en una casa de cierto estilo victoriano en el barrio de Karlhorst. Este ha sido el cuartel general del Ejército Rojo en el asalto a Berlín. Pasamos a una sala de espera. ¿A qué nuevos jerarcas nazis conoceremos hoy? Ni idea. Comandantes y oficiales franceses, británicos, estadounidenses y rusos redactan un nuevo texto, nueva fecha y lugar, nuevos huecos para nuevas firmas. Papeles de calco, copias. Los jefes alemanes están en una habitación. En otra distinta, Eisenhower, Montgomery y De Gaulle. Churchill, en Londres, acaba de anunciar que la rendición tendrá efecto a partir de esta noche. Está informado de la firma al minuto.
En la espera llegan noticias de Berchtesgaden, el famoso Nido del Águila que el partido nazi regaló a Hitler en su 50 cumpleaños en los Alpes Austriacos. La segunda división blindada del capitán Touyères asegura haber tomado la guarida junto a dos secciones de republicanos españoles de la 9 del general Leclerc. Los norteamericanos dicen que el 7º regimiento de infantería fue el primero en llegar. Han asaltado la bodega y la fotógrafa Lee Miller, la modelo de Vogue, la amante de Man Ray, se ha hecho fotografiar desnuda en la bañera del Führer.
Entran los jerarcas nazis
Sabemos que los perdedores han llegado por avión esta mañana desde Flensburgo, donde Dönitz pretende crear un gobierno alemán provisional. Llevan varias horas esperando. El primero que entra en el salón es Hans-Jürgen Stumpff, el general que lanzó a la Luftwaffe sobre Inglaterra, con su Cruz de Hierro sobre el pecho. En la mirada que le dirige el mariscal Tedder, su rival sobre los cielos de Londres, me parece contabilizar las 43.000 víctimas del Blitz (bombardeos alemanes sobre Inglaterra).
Después entra el almirante de los submarinos alemanes en el Atlántico, Hans-George von Friedeburg. El hombre que ordenaba destruir los convoyes tanto civiles como militares en el océano. Lo hemos traído prisionero desde Reims y no ha abierto la boca en todo el viaje. Va a firmar dos capitulaciones en dos días.Y por fin entra el jefe supremo de la Wehrmatch, el mariscal de campo Wilhelm Keitel, del círculo íntimo de Hitler junto a Boorman, Himmler y Goebbels. Sumiso al Führer, su apodo en la milicia era La-keitel (lacayo). El general que improvisó en Polonia y en Ucrania las primeras cámaras de gas en camiones dónde era introducida la población judía, con el tubo de escape conectado al interior. Stumpff y Friedeburg se cuadran a su paso. Alto, digno, incólume, parece un barón prusiano procedente del pasado. Luce, por supuesto, la Cruz de Hierro y algunas de las otras cuarenta condecoraciones recibidas.
Keitel coloca su sable sobre la mesa, descubre su gorra militar, desenguanta su mano derecha y se ajusta un monóculo en su ojo izquierdo.
Aparece el gran Zhúkov
Y cuando ya están todos listos, entra nuestro anfitrión. No es un militar soviético cualquiera, como en Reims. Es el gran general Gueorgui Konstantínovich Zhúkov. Una leyenda bolchevique. Afiliado al partido comunista desde la Revolución de Octubre. El héroe de Manchukuo en 1939, de Moscú y Leningrado en 1941, el estratega que envolvió al Sexto Ejército de Paulus tras romper el cerco de Stalingrado en 1942, el vencedor de la batalla de tanques más brutal de la historia en Kursk en 1943, el director de la Operación Bragation que le permitió en pocos meses reconquistar Bielorrusia y Polonia en 1944 y plantarse con sus tropas en Berlin hace un mes. Poseedor en seis ocasiones de la Orden de Lenin y de dos docenas de medallas más. Pero, sobre todo, el único mando de la cadena militar capaz de discutir con Stalin en voz alta y hacer valer sus puntos de vista sobre las estrategias móviles de la guerra.
El gran Zhúkov toma asiento al frente de la mesa en la que el Tercer Reich va a agachar la cabeza. El ruso se sienta al lado de Tedder, el mariscal británico. Mira uno a uno a los tres jerarcas nazis que tiene enfrente. Se acomoda las gafas de concha y sus implacables ojos claros parecen dos luminarias en la habitación. Con ellas lee a sus enemigos el acta de rendición.
El texto de una rendición
1. Nosotros, los abajo firmantes, actuando por autoridad del Alto Mando Alemán, por la presente nos rendimos incondicionalmente al Comandante Supremo, Fuerza Expedicionaria Aliada y simultáneamente al Alto Mando Supremo del Ejército Rojo con todas las fuerzas en tierra, mar y aire que están en esta fecha bajo control alemán.
2. El Alto Mando alemán emitirá inmediatamente órdenes a todas las autoridades militares, navales y aéreas alemanas y a todas las fuerzas bajo control alemán para que cesen las operaciones activas a las 23.01 horas (hora de Europa Central) del 8 de mayo de 1945, para permanecer en todas las posiciones ocupadas en ese momento y desarmarse por completo, entregando sus armas y equipo a los comandantes u oficiales aliados locales designados por los Representantes de los Comandos Supremos Aliados. No se hundirá ningún buque, embarcación o aeronave, ni se hará ningún daño a su casco, maquinaria o equipo, y también a las máquinas de todo tipo, armamento, aparatos y todos los medios técnicos para el enjuiciamiento de la guerra en general.
3. El Alto Mando alemán enviará de inmediato a los comandantes correspondientes y garantizará el cumplimiento de cualquier orden adicional emitida por el Comandante Supremo, la Fuerza Expedicionaria Aliada y el Mando Supremo del Ejército Rojo.
4. Este acto de rendición militar es sin perjuicio y será reemplazado por cualquier instrumento general de rendición impuesto por, o en nombre de las Naciones Unidas y aplicable a ALEMANIA y las fuerzas armadas alemanas en su conjunto.
5. En caso de que el Alto Mando Alemán o cualquiera de las fuerzas bajo su control no actúen de acuerdo con esta Ley de Rendición, el Comandante Supremo, la Fuerza Expedicionaria Aliada y el Alto Mando Supremo del Ejército Rojo tomarán medidas punitivas o de otro tipo, según lo consideren apropiado.
6. Esta ley está redactada en los idiomas inglés, ruso y alemán. El inglés y el ruso son los únicos textos auténticos.
La hora de Moscú
Veo que nuestros jefes han solventado las discrepancias sobre el número de firmantes. De Gaulle quería un francés. Zhúkov sólo admitía dos nombres aliados y el suyo propio. Al final, firman el acta de rendición Zhúkov (soviético) y Tedder (británico), y los generales Spaatz (estadounidense) y Lattre de Tassigny (francés) lo hacen como testigos.
Una nueva etapa ha comenzado en Europa. Los efectos de la capitulación, según su punto 2, comienzan a las 23.01 de hoy, 8 de mayo. Pero por la diferencia de uso horario, esa hora ya pertenece al día 9 en Moscú. Zhúkov hace saber a sus colegas aliados que si Occidente estipula el 8 como día de la Victoria, ellos, los rusos, lo harán el 9. Y además, según acaba de hablar con Stalin, hay unos puntos en el reparto de Berlín en el que no están de acuerdo. Definitivamente una nueva etapa ha comenzado en Europa: se llamará Guerra Fría y durará casi medio siglo.
"… Siete, ocho, nueve… Cuando diga diez, dejarás de estar en Europa. ¡Diez!".
Putin rememora el sovietismo
Desde 1946, el Día de la Victoria sobre el Nazismo se celebra en los países de la antigua Unión Soviética el 9 de mayo. Rusia y Ucrania lo declararon, además, no laborable y, si cae en domingo, se convierte en festivo el lunes. Estos son los países, además de los dos citados, que todavía lo conmemoran en esta fecha: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Bosnia-Herzegovina, Israel, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Serbia, Tayiquistán, Turkmenistán y Uzbequistán. Además, las minorías rusas en países que se han occidentalizado también utilizan el 9 de mayo para festejar la victoria.
Los países aliados, por el contrario, exaltan el triunfo sobre Hitler el 8 de mayo.
En 2005, Naciones Unidas optó por una solución doble. Declaró los días 8 y 9 de mayo como "Días del Recuerdo y la Reconciliación en conmemoración de la Segunda Guerra Mundial".
Durante la década de los 90, bajo el mandato de Yeltsin, Rusia suprimió los desfiles militares del 9 de mayo porque no encajaban con el espíritu "liberal" que se intentaba inocular a la población. Pero con la llegada de Putin al poder, la situación cambió. La nueva Rusia recuperó la historia y el prestigio del antiguo poder soviético y la conmemoración del 9 de mayo resucitó como alimento de autoestima nacional. Particularmente festejado fue 2015 en el 70 aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patriótica, como designan los rusos a la Segunda Guerra Mundial.
Y especial va a resultar este 77 aniversario con las especulaciones sobre algún cambio de rumbo en la invasión de Ucrania [el papa Francisco declaró que, según le dijo el presidente húngaro, los rusos "tienen un plan" y "el 9 de mayo todo habrá terminado"]. Como siempre, habrá desfile de tropas y armas y después la Plaza Roja se encenderá con poderosos fuegos de artificio y de miles de gargantas y megáfonos volverá a sonar el Himno creado en 1975 para festejar el treinta aniversario del triunfo:
Día de la victoria. Qué lejos estaba de nosotros,
Como una brasa escondida en la fogata apagada
Recorrimos kilómetros, quemados y polvorientos
Hicimos lo que pudimos por apresurar este día.
Una ejecución chapuza
Los firmantes de aquella claudicación histórica tuvieron destinos diferentes.
Hans-Jürgen Stumpff pasó dos años prisionero de los británicos y murió en Fráncfort en 1968.
Hans-Georg von Friedeburg se suicidó mascando una cápsula de cianuro en prisión a las dos semanas de la firma. Uno de sus hijos se convirtió en sociólogo marxista y el otro en jefe de comunicación de la empresa Braun.
Wilhem Keitel fue sentado en el banquillo de Núremberg acusado de crímenes de guerra y contra la Humanidad. Fue condenado a morir en la horca el 16 de octubre de 1946. Una última voluntad de ser fusilado le fue denegada. Su ejecución fue una carnicería. Los verdugos no calcularon bien la longitud de las sogas y en vez de morir rápidamente por rotura cervical, tuvo una asfixia lenta y dolorosa. Además, la trampilla era estrecha y su cabeza golpeó en los bordes al caer. De su cráneo brotó sangre después de muerto.
Gueorgui Konstantínovich Zhúkov desfiló a las pocas semanas de la rendición de Alemania sobre un corcel blanco en la Plaza Roja de Moscú durante el Desfile de la Victoria. Se hizo gran amigo de Eisenhower. Stalin lo nombró Jefe de las Tropas de Ocupación Soviética en Alemania. Mantuvo constantes discusiones con el dictador pero sobrevivió a todas sus purgas. Nikita Jruschov lo nombró ministro de Defensa y llegó a liderar las tropas soviéticas en todos los países del Pacto de Varsovia. Zhúkov se enfrentó a Jruschov también por la predilección de éste por las armas nucleares. Tuvo hijos con tres mujeres distintas. Murió a los 78 años y sus cenizas reposan en el Kremlin.
Edward Kennedy, el periodista estadounidense que desveló en primicia la capitulación de Alemania, perdió su trabajo en Associated Press y el aprecio de sus colegas por haber desobedecido el embargo de la noticia. El resto de su vida profesional lo ejerció en periódicos de segunda fila. Murió atropellado por un coche en 1963, una semana después de que el presidente que llevaba su mismo apellido fuera asesinado en Dallas. En un cajón de su mesa estaban escritas sus Memorias, que no fueron publicadas hasta cincuenta años después. Associated Press lo rehabilitó a título póstumo: "Hizo lo que tenía que hacer".
En su último editorial en el Monterrey Peninsula Herald, Kennedy escribió referiéndose a la tala de árboles necesaria para que la prensa llegue como papel al lector: "Uno de los problemas de publicar en un periódico es que tienes que vender algo que está muerto. Podemos vender estos trozos de árboles muertos sólo porque imaginamos que están vivos. Lo intentamos con variado acierto, con titulares que entran por el ojo e historias que se aferran al corazón y al alma del hombre".
En cuanto al periodista militar de la Oficina de la Censura USA que se somete a una sesión de hipnosis para recordar aquella rendición, permitan que no desvele su identidad como protección hacia las fuentes que, en este caso, son muy, muy…, internas.