Cuando Vicente Marín (Bretún, Soria, 86 años) vio por la tele que se había cometido un crimen en la calle Serrano 205 de Madrid no le hizo falta escuchar el final de la noticia. "Pensé: Ya sé quien es. El loco del Fernandito", asegura sentado en la misma habitación de su casa de Bretún. "Luego las noticias lo dijeron. Pero vamos, yo no tuve ninguna duda. Ten en cuenta que a mí me tenía amenazado", continúa mientras da un trago a su Coca-Cola y responde a mi queja sobre lo lejos que está el pueblo: "Madrid sí que está lejos. Bretún está donde tiene que estar".
Marín conocía bien a Fernando González de Castejón, conde de Atarés y marqués de Perijá, que el pasado 20 de junio asesinó a su pareja, Gema Jiménez (de 44 años) y su amiga Julia Cuevas (de 70), de sendos disparos con una pistola y luego se suicidó. El llamado Marqués de Serrano Tenía 53 años. "Lo siento mucho por la gente que ha matado pero yo me he liberado. Era un ser peligroso; con él tenía una espada de Damocles encima. Había avisado al cuartel de la Guardia Civil de Soria: 'Este señor me está amenazando' y tenía un escrito para hacer una denuncia en caso de que apareciese", continúa Marín mientras me enseña los papeles.
La relación de Vicente Marín y la familia González de Castejón se remonta casi a la infancia del asesino, cuando Marín empezó a trabajar en el Hotel Galiano en 1972. "Fernandito tenía cuatro o cinco años y vivía con sus padres y sus dos hermanas en una de las plantas del hotel. Le he visto crecer. Desde pequeño era un niño problemático. Cuando estábamos haciendo obras en el hotel defecaba en las botas de los albañiles algo que también hacía en la taza del váter sin levantar la tapa. Su madre se pasaba la vida jugando al bridge y su padre a las tragaperras. Nadie nunca se ha ocupado de esos niños. Era un desastre de familia".
El Hotel Galiano, sito en un palacio cercano a la madrileña Plaza de Colón, era propiedad del entonces conde de Atarés y marqués de Perijá, José Miguel Díaz de Tuesta, tío abuelo del asesino y a quien Marín siempre se refiere como el Conde. "Empezamos siendo pareja, pero luego se convirtió en una relación padre-hijo. Nos llevábamos 20 años y estuvimos casi 50 juntos. Teníamos una relación muy libre pero a la vez muy estrecha. Murió en mis brazos", continúa este hombre que fue el principal heredero del Conde, que murió sin descendencia en 2010. José Miguel López Díaz de Tuesta perteneció a una familia de aristócratas venida a menos. Su padre fue consejero de Telefónica y gentilhombre de Alfonso XIII; su madre dama de compañía de Victoria Eugenia.
Pregunta.– ¿Cómo lo conoció?
Respuesta.– En los años 60 yo salía en Madrid con un grupo muy divertido. Estaban Luis Escobar, marqués de las Marismas y actor en La escopeta nacional de Berlanga, Antonio el bailarín, el compositor Fernando Moraleda, el famoso decorador Duarte Pinto Coelho, Alberto Lorca que también era bailarín… Solíamos quedar en el Café Gijón para ir de copas, a cenar o a algún cine o teatro. Yo tenía 25 años y, el resto 45 o casi 50, pero les hacía gracia. Sabía que era su mono de feria, pero lo pasábamos bien.
Pregunta.– Y se hicieron pareja.
Respuesta.– Sí, congeniamos. Cuando murió su madre yo me había instalado en Londres por un tiempo y le dije que se viniera para despejarse. Era un hombre al que le encantaba gastar pero ya no tenía tanto dinero porque su madre había necesitado muchos cuidados y habían gastado mucho en enfermeras.
Fue a la vuelta de Londres cuando el Conde, pareja de nuestro entrevistado, decidió convertir en hotel el palacete familiar donde vivía y donde también residía su hermana y copropietaria del inmueble, María Victoria. No eran los únicos familiares. En el edificio también vivían José Pedro González de Castejón –hijo de María Victoria y padre del asesino–, con su esposa Mimi Jordán Urríes y sus tres hijos: Fernando (el trastornado) y sus dos hermanas. Hicieron la reforma y destinaron tres plantas para el hotel, que tenía 40 habitaciones y las dos plantas de arriba las dejaron para la familia. El Conde en el ala izquierda, en un apartamento de unos 400 metros cuadrados; su hermana en el ala derecha, en una vivienda de las mismas dimensiones, su hijo y su familia en otro espléndido apartamento.
"Cuando murió Maria Victoria también se quedaron con sus aposentos. Vivían de lujo sin tener que pagar ni luz ni agua ni conserje ni ascensor. Nada. Además, todos los meses les pagábamos medio millón de pesetas por la explotación del hotel. Nadie trabajaba en esa familia. Tampoco inculcaron el hábito del trabajo a ninguno de sus hijos. Eran un desastre", continúa Marín repasando la crónica de una catástrofe anunciada.
En el Hotel Galiano
Los primeros cinco años del hotel fueron duros: "Me dediqué a él día y noche y no cogía ni un duro más que para vivir. Pero luego empezó a ir bien y pudimos contratar personal. El Conde siempre me lo agradeció", cuenta Vicente Marín, que actuaba como administrador del negocio. Muy pronto el Hotel Galiano se convirtió en un lugar de referencia –"Teníamos los mismos precios que el Villamagna y el Ritz, pero era más privado"– y por sus salones era habitual cruzarse con Omar Sharif y su hermana, la actriz Margarita Lozano –la Ramona de Viridiana– o el cuerpo de embajadores de la capital, que paraban en el Galiano mientras organizaban su residencia.
Luego llegaron el Mundial de Fútbol del 82, la Expo de Sevilla del 92, las Olimpiadas… El hotel iba muy bien y el Conde empezó a ganar dinero. "Cuando se levantaba lo primero que hacía era bajar a la caja para ver quién había pagado en metálico, coger el dinero y correr a gastarlo. Yo le recriminaba: Ojalá todo el mundo pague con Visa".
En aquella época el Conde se dedicó a hacer lo que de verdad le gustaba: viajar y comprar. "Era gastador, pero tenía buen ojo", continúa Marín que recuerda cómo en aquellos tiempos empezó a crear una interesante colección de arte que incluía cuatro cuadros de Sorolla y dos Murillos, y que Vicente Marín heredó en su totalidad a la muerte de don José Miguel a pesar de que sus sobrinos-nietos intentaron impugnar el testamento. "No lo consiguieron. Estaba bien atado. Esa familia me odiaba porque sabían que el Conde me lo iba a dejar todo a mí".
Pregunta.– ¿Cómo era ser gay en aquella época?
Respuesta.– No se podía hacer ostentación. Había gente muy exhibicionista, las clásicas locas que se llamaban. Pero a mí eso no me gusta. No se puede ir por la calle haciendo exhibición, ni de una cosa ni de otra. Ni de heterosexual ni de homosexual. Que sea una cosa normal y punto.
Pregunta.– ¿No sintió represión?
Respuesta.– Estaba perseguido, sí. Si estabas en un club de ambiente quizá te pedían el carné pero si era todo normal, no. Cuando pedían el carné ya sabían a lo que iban.
Pregunta.– ¿Había clubes de ambiente?
Respuesta.– Sí. Eran clubes privados de ambiente. A veces estaban mezclados: el Oliver abajo era gay y arriba normal.
Pregunta.– ¿Cómo gestionaba el Conde su condición sexual?
Respuesta.– Era muy discreto. Estaba muy metido en la sociedad de Madrid. Iba a cócteles, recepciones de embajadas… Antes había tantos gays como ahora pero no se exhibía y punto.
Una herencia disputada
Si la vida del asesino Fernando González de Castejón podría dar para una película de terror, la de Vicente Marín podría inspirar un largo de aventuras de los años dorados de Hollywood. Nacido en 1937 en un diminuto pueblo de Soria, octavo de los nueve hijos de una familia humilde, huérfano de padre con nueve años y gay, su vida lo tenía todo para ser la nada. O peor aún, para convertirse en una existencia pobre y marginal.
Pero quién sabe si por su arrojo, su energía o su aspecto de galán, Marín supo darle la vuelta al destino y tras codearse con la élite social de la España del siglo pasado, tuvo una vida de película. Y la película que empezó ya antes de conocer al Conde, cuando trabajó como mayordomo en el castillo de Higares en Mocejón, Toledo, propiedad del ganadero vasco Pedro Gandarias de Urquijo y por donde pasaban todos los actores americanos que rodaban en España las películas del productor Samuel Bronston, como Ava Gardner y Mel Ferrer, Audrey Hepburn o Gary Cooper.
Pregunta.– ¿Alguna señora se enamoró de usted?
Respuesta.– Algún amigo me ha cogido celos porque pensaban que sus mujeres estaban interesadas en mí.
Pregunta.– ¿Y usted, era muy enamoradizo?
Respuesta.– He querido a mucha gente pero creo que nunca me he enamorado.
Pregunta.– ¿Cómo se definiría?
Respuesta.– Liberal 100%. Y un poco vividor. La vida hay que vivirla tal como viene. El ser humano tiene que ser libre.
Una colección de lujo
Todas estas joyas artísticas las heredó Vicente Marín del conde José Miguel Díaz de Tuesta. En cuanto el hotel empezó a funcionar, el aristócrata ganó dinero y no tuvo reparo alguno en gastarlo. Tras recibir la herencia, que fue disputada por los familiares, Vicente Marín creó una Fundación.
Tras recibir la herencia creó la Fundación Vicente Marín y se instaló definitivamente en Bretún donde ha rehabilitado medio pueblo y donde abrió un museo en 2016 con la colección de arte que heredó del Conde, que incluía los cuatro Sorollas y los dos Murillos mencionados, además de un retrato de Luis de Borbón pintado por Miguel Ángel Houasse (y por el que el Museo del Prado ha mostrado interés), así como tallas del escultor Fernando Salzillo, figuritas de cristal de la dinastía Min, un armario tallado del siglo XIII o un conjunto de sillería con una tapicería elaborada en petit-point por la Condesa de Chinchón, mujer de Godoy.
Estas y otras muchas piezas se exponen como en un museo –incluidos cartelitos escritos a mano con la leyenda de las obras– en una conjunto de salones que parecen estancados en siglos pasados. La Fundación también ofrece un servicio de alojamiento para quien quiera dormir en esta casa museo, perdido en medio del agreste campo soriano.
Las únicas "piezas" que Marín no heredó y que correspondían a Fernando González de Castejón, el asesino y suicida de la calle Serrano, eran libros y documentos indivisibles de los títulos nobiliarios que había heredado de su tío abuelo y que en cuanto pudo recuperó de la biblioteca que Marín había montado en Bretún para subastarlas sin miramientos. Entre ellos, un testamento original de Felipe II.
Lo que también desapareció tras la muerte del aristócrata fue el hotel en el que Marín había trabajado incansablemente durante 40 años. Aunque por herencia le correspondía la mitad, renunció a su parte para dividir el hotel en cuatro partes iguales: tres para los sobrinos-nietos del conde de Atarés y marqués de Perijá -uno de ellos el tristemente famoso Fernando González de Castejón- y otra para Vicente: "No tenía ganas de meterme en pleitos".
El hotel Galiano se vendió en 2012 por 12 millones de euros y hoy en su lugar se erige la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, un centro cultural similar al de la Fundación March que pertenece a una discreta familia asturiana que es una de las más ricas de España. Fernando, pues, recibió tres millones de euros.
Pregunta.– ¿Nunca pensó seguir explotando el hotel?
Respuesta.– Cuando falleció el Conde yo tenía 73 años. Ya era mayor. Los sobrinos-nietos tendrían que haberse quedado con él pero esa gente no quería trabajar.
Pregunta.– ¿No le dio pena venderlo?
Respuesta.– No, por fin me quitaba de en medio a esa familia.