Como todo se repite en la vida de Hunter Biden, tarde o temprano tenía que volver a ocurrir. Y así fue. El pasado lunes, un usuario de 4chan, el polémico foro similar a Forocoches en el que cualquier usuario puede compartir imágenes y comentarios de forma anónima, pirateó el iPhone del hijo del presidente Biden. Un vídeo de 18 segundos lo muestra junto a una prostituta pesando 21 gramos de crack.
No es la primera vez que Hunter se expone al escrutinio de su azarosa vida privada. En abril de 2019 llevó a reparar su Macbook Pro a una tienda informática de Wilmington, en Delaware. Pero se olvidó de recogerlo y se convirtió, por su mala cabeza, en un dolor de cabeza para su padre y en una bicoca para Trump.
En plena batalla por la Casa Blanca, el dueño de la tienda, John MacIsaac, encontró algunas cosas interesantes en el ordenador. Llamó al FBI, que lo incautó, pero no antes de que MacIsaac copiara el disco duro y se lo diera al abogado de Trump, Rudolph Giuliani, que a su vez lo filtró al The New York Post, un tabloide propiedad del magnate Rupert Murdoch desde 1977 y responsable de fomentar en los años 80 el mito de Trump como genio de los negocios.
Los vídeos de la vergüenza
Lo que había en el disco duro se supo en octubre de 2020, cuando el Post publicó a toda plana parte de los archivos. Había de todo, y a paladas, pero lo que hizo salivar al tabloide fue un correo de un alto ejecutivo de la gasística ucraniana Burisma en la que agradecía a Hunter haberle invitado a conocer a su padre en Washington cuando entonces era vicepresidente.
El Post afirmó que ese correo demostraba que Joe Biden mentía cuando dijo que nunca había hablado con su hijo sobre sus negocios en el extranjero. Hunter acusó al equipo de campaña de Trump de utilizar hackers rusos para conseguir —y manipular— los correos.
Faltaban tres semanas para las elecciones presidenciales de 2020 y Trump segó la hierba bajo los pies de su oponente alimentando una teoría verosímil: el exvicepresidente Biden habría actuado de manera ilícita en Ucrania para proteger a su hijo de una investigación por corrupción abierta por el Fiscal General ucraniano.
La información, sin embargo, fue cuestionada por el prestigioso The New York Times, que receló de su procedencia y la vinculó con la desinformación rusa. No tiró del hilo hasta meses después, cuando verificó con expertos informáticos el contenido del ordenador de Hunter Biden.
El pasado, el Washington Post admitió también que los correos del portátil de Hunter eran reales tras dar por bueno el informe de dos expertos forenses, que concluyeron que los correos tenían firmas criptográficas que serían difíciles de falsificar incluso para los mejores piratas informáticos.
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El diario británico The Daily Mail publicó en 2021 la parte más escabrosa de los 103.000 mensajes de texto, 154.000 correos y 2.000 fotos y vídeos que podrían dar —y han dado— para un culebrón.
En uno de los vídeos, Hunter aparece en la cama con una prostituta a quien cuenta que perdió otro portátil en una de sus juergas en Las Vegas, donde además estuvo a punto de morir por sobredosis. Según Hunter, se lo robaron unos traficantes rusos.
The First Son. pic.twitter.com/ZHq2I7lsuM
— Ezra Levant 🍁🚛 (@ezralevant) July 11, 2022
Otras imágenes lo muestran con una pipa de crack en la boca, desnudo, con cara de ido o rodeado de mujeres a cuatro patas. Pero el daño mayor a la carrera política de su padre es la enorme cantidad de archivos que probarían que Hunter usó su parentesco para engrasar sus negocios en el extranjero.
Trump y sus aliados, en su afán por dinamitar la candidatura de Biden y desviar la atención de sus propios chanchullos, atribuyeron, sin pruebas, a Joe Biden el uso del cargo de vicepresidente para promover y proteger los intereses de su hijo díscolo.
Un melodrama de película
Paralelamente a su carrera política, cuidar de Hunter ha sido la misión en la vida de su padre. “Mi padre me ha salvado la vida muchas veces”, reveló el año pasado a la BBC. No era una forma de hablar. En sus memorias reconoce que si está vivo es por el amor inquebrantable de su progenitor.
Hunter, abogado de 52 años formado en la elitista Universidad de Yale, arrastra una vida tortuosa, un melodrama que le habría gustado filmar al cineasta Douglas Sirk y en el que se intercalan tragedias, adicciones e indicios de tráfico de influencias. La prensa estadounidense lo ha señalado en más de una ocasión como el mayor peligro que han tenido que enfrentar las campañas electorales de su padre.
No sólo los medios de la derecha, sino los prestigiosos New York Times y Washington Post le han puesto el foco con informaciones sobre su trabajo para un banco, una empresa de lobistas, un fondo de cobertura y negocios en Ucrania y China. También ha sido investigado por fraude y lavado de dinero. Su pasado y su presente son una cruz con la que carga cada día el presidente Biden; además, los republicanos advierten que si retoman el poder en 2024 investigarán a Hunter.
Desde luego, la proximidad de Hunter al poder dio forma al arco de su carrera y le puso en bandeja ganar mucho dinero. A los 26 años dilapidaba en sus adicciones más de cien mil dólares. En la entrevista con la BBC, Hunter reconoció su irresponsabilidad: “He llevado una vida que cualquier persona sensata tildaría de basura”. Pero ¿qué le pasa a Hunter Biden?
Dos tragedias familiares
Al principio, hubo una tragedia. Hunter nació en 1970, un año y un día después que su hermano Beau y un año y nueve meses antes que su hermana Naomi. Su padre tenía 27 años cuando ganó su primera elección local. Dos años después, en un salto cuántico de ambición, se postuló para senador.
Biden prometió que, para evitar posibles conflictos de intereses, nunca sería propietario de acciones o bonos. Todos sus ahorros los gastaba en propiedades. Le gustaban las casas históricas y compró una residencia colonial de 1723 en North Star, a unos 30 minutos al oeste de Wilmington.
Allí, cuando sus tres hijos eran muy pequeños, su clan familiar —su mujer, Neilia, sus hermanos y cuñados— organizaban a los voluntarios de sus campañas electorales y supervisaban la recaudación de fondos. Neilia llevaba a los hijos de la pareja a los mítines. Hunter fue criado en una familia donde todos trabajaban duro para contribuir a la carrera política de su padre. En noviembre de 1972, Joe Biden fue elegido para el Senado.
Ese diciembre, mientras Biden estaba en Washington, Neilia llevó a los niños a Wilmington para comprar árboles de Navidad. En un cruce, su coche chocó con un camión. Neilia y Naomi, que tenía 13 meses, murieron casi instantáneamente.
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Beau, de cuatro años, se rompió numerosos huesos y Hunter, de tres, sufrió una lesión grave en la cabeza. En enero de 1973, Biden prestó juramento como senador en la habitación del hospital de sus hijos.
Cuarenta años después, en el verano de 2013, Hunter, Beau y sus familias fueron juntos de vacaciones al lago Michigan. Durante el viaje, Beau se desorientó y fue trasladado al hospital. Había tenido un problema de salud tres años antes cuando, poco después de volver de Irak, sufrió un derrame cerebral. Parecía recuperarse rápidamente y seguía trabajando como fiscal general de Delaware, pero le costaba recordar ciertas palabras y escuchaba música cuando no la había.
Los médicos identificaron un bulto en su cerebro. Era un glioblastoma multiforme, un tipo de cáncer muy agresivo y difícil de tratar. En la primavera de 2015, se sometió a una terapia experimental, pero no tuvo éxito. A fines de mayo, los médicos le retiraron la respiración asistida. Murió dos días después.
Pareja de la viuda de su hermano
“Estaba seguro de que podría haberse postulado a la presidencia algún día y que con la ayuda de su hermano, podría haber ganado”, escribió Joe Biden en su libro Promise Me, Dad (Macmillan, 2017).
Hunter, que estaba casado y tenía tres hijos, quedó devastado y acabó emparejándose con Hallie, la viuda de su hermano. “Estaba tratando locamente de aferrarme a una porción de Beau, y creo que Hallie también”, explica en Beautiful Things (Gallery Books, abril 2021), sus memorias de 272 páginas publicadas el año pasado.
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En 2017, el tabloide Page Six hizo pública la relación. Fue un escándalo y Hunter pidió a su padre que les diera la bendición para que los hijos de ambos no lo vivieran como algo malo. Joe Biden dijo al Washington Post: “Todos somos afortunados de que Hunter y Hallie se encontraran después de tanta tristeza... Tienen mi apoyo total y estamos felices por ellos”.
El Post publicó la declaración bajo el título: “La viuda de Beau Biden tiene una aventura con su hermano casado”. Varios meses después, se separaron. “Todo lo que obtuvimos fue mierda de todos, todo el tiempo”, se quejó Hunter.
En 2019, conoció a Melissa Cohen, una cineasta sudafricana de 32 años. Después de su primera cita, Hunter se tatuó la palabra “Shalom” en letras hebreas en el bíceps izquierdo para que coincidiera con un tatuaje que Melissa tenía en el mismo sitio. Se casaron dos semanas después de conocerse.
Alcohólico, adicto y promiscuo
Hunter Biden confiesa en sus memorias que compró su primera dosis de crack cuando tenía 18 años. Su atormentada relación con el alcohol comenzó en el instituto y se convirtió en alcoholismo antes de los 30. Durante las dos últimas décadas ha entrado y salido de varios centros de rehabilitación. Tantos como veces ha recaído.
En un largo reportaje en The New Yorker, Hunter cuenta al periodista Adam Entous sus sórdidos años bajo la dictadura del alcohol y las drogas. Hubo un tiempo en el que estaba “tan desesperado por consumir alcohol que no podía caminar una calle desde la tienda de licores hasta mi casa sin destapar la botella para un trago”. Ha recurrido al yoga y a la meditación, ha tomado fármacos para la ansiedad por la abstinencia y otros que provocan náuseas cada vez que se consume alcohol. Incluso participó en un programa que le obligaba a llevar un alcoholímetro con cámara incorporada.
En el otoño de 2016, decidió, una vez más, rehabilitarse en un centro de Arizona. Durante una escala en el aeropuerto de Los Ángeles, fue a un bar cercano y acabó quedándose una semana en la ciudad. En Pershing Square, preguntó a un vagabundo dónde podía comprar crack. El hombre lo llevó a un campamento para sintecho en el que ni la Policía se atrevía a entrar. “Pasé y rodeé a gente acurrucada con cartones. Estaba completamente oscuro. Todo lo que vi fue una pistola apuntándome a la cara”, escribe en Beautiful Things. Esa semana, volvió unas cuantas veces a comprar más crack.
Decidido a seguir camino de Arizona para rehabilitarse, Hunter alquiló un coche en Los Ángeles. No había dormido durante varios días. Conduciendo hacia el este por la Interestatal 10, más allá de Palm Springs, perdió el control del coche, saltó la mediana y derrapó hasta detenerse en el arcén.
El empleado de Hertz que se hizo cargo del coche encontró un tubo de crack y restos de polvo blanco. Hertz llamó a la Policía y los agentes denunciaron a Hunter por “delito de narcóticos”. Los resultados de las pruebas indicaron que la pipa de vidrio contenía residuos de cocaína, pero los investigadores no encontraron huellas dactilares en ella. Los fiscales se negaron a presentar un caso contra Hunter alegando que no había pruebas de que hubiera usado el tubo.
En el verano de 2015, Ashley Madison, un servicio de citas para personas casadas que usaba el eslogan “La vida es corta, ten una aventura”, reveló que piratas informáticos habían violado los datos de usuarios. El digital de extrema derecha Breitbart News informó que había encontrado un perfil de “Robert Biden” entre los archivos filtrados. Hunter negó que la cuenta le perteneciera, pero dos meses después, Hunter y su mujer, Kathleen, acordaron separarse.
You may get high, but can you get as high as Hunter Biden after smoking a crack pipe that you drink white claw in a dark bathtub with staring into the recording camera with ambient music playing? pic.twitter.com/AgXCMZRS5M
— Big Pepe (@SiPapiLoSiento) July 6, 2022
En el proceso del divorcio, salieron a relucir sus gastos en drogas, alcohol, prostitutas, clubs de striptease y costosos regalos a mujeres mientras la familia pasaba apuros económicos. Hunter negó contratar prostitutas y dijo que no había estado en un club de striptease en años. Pero la noche en que el Post publicó la historia, fue “a un club de striptease. Dije, ‘que se jodan’ ”, confesó al The New Yorker.
Oscuros negocios y tráfico de influencias
En 1998, el columnista conservador Byron York escribió en The American Spectator: “Ciertamente, muchos hijos de padres influyentes terminan con muy buenos empleos. Pero el caso de Biden es preocupante. Después de todo, es un senador que durante años ha sermoneado contra lo que según él es la influencia corrupta del dinero en la política”.
Durante décadas, la prensa estadounidense ha señalado la relación entre los empleos de Hunter y los de su padre. “Desde que se graduó como abogado, gran parte de la carrera de Hunter Biden ha coincidido con el trabajo de su padre como senador y vicepresidente”, publicó en 2019 el Washington Post.
Se refería a puestos como el de vicepresidente en el banco MBNA (uno de los mayores donantes de su padre), el de lobista en el Congreso o el de miembro de la junta directiva de la empresa gasística ucraniana Burisma poco después de que su padre (entonces vicepresidente de Estados Unidos) ofreciera ayuda a Ucrania para incrementar su producción de gas. Ese fue el escándalo aireado por Trump y sus palmeros en las elecciones de 2020.
Frente a las sospechas de tráfico de influencias, padre e hijo siempre han defendido que no hablan el uno con el otro sobre sus trabajos. “Esa historia del aparato político de derechas es falsa de manera demostrable”, replicó Hunter en un comunicado enviado al Washington Post sobre Burisma, un affaire que, como un Guadiana, aparece y desaparece en los medios.
El caso empezó cuando Hunter se asoció a Devon Archer, un amigo financiero de la época de Yale. Archer viajó a Kiev y conoció a Mykola Zlochevsky, cofundador de Burisma Holdings, uno de los mayores productores de gas natural de Ucrania. Zlochevsky había sido ministro de Ecología del gobierno prorruso de Viktor Yanukovich. Tras las protestas del Maidán, a principios de 2014, el parlamento destituyó a Yanukovych.
El nuevo gobierno ucraniano investigó a Zlochevsky por supuesto abuso de su posición en el gabinete para otorgar licencias de exploración que beneficiaran a Burisma. El resultado no se publicó, pero no se ha revelado ninguna prueba de actividad delictiva.
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A principios de 2014, Zlochevsky reclutó para la junta directiva de Burisma a Devon Archer y a Hunter. Por entonces, el vicepresidente Biden desempeñaba un papel central en la supervisión de la política de Estados Unidos en Ucrania.
Varios exfuncionarios de la administración Obama y del Departamento de Estado insistieron en que el papel de Hunter en Burisma no influyó en las políticas de su padre en Ucrania; sin embargo, añadieron que Hunter no debería haber ocupado el puesto de la junta. Tenían la percepción de que “Hunter andaba suelto, socavando potencialmente el mensaje de su padre”, porque es verosímil que Burisma estuviera interesada en tenerlo a sueldo para poder decir que tenían un valedor en Joe Biden.
Aunque todo indica que no hubo tráfico de influencias, hay desafíos a los que se atreve quien no es consciente de las consecuencias o se cree con fuerzas para controlarlas, ambos errores propios de Hunter.
Trump se dispara en el pie
En la campaña presidencial de 2020, Trump se frotaba las manos, pero no se limitó a mirar los toros desde la barrera y acusó al candidato demócrata Biden de maniobrar para que Ucrania despidiera al fiscal general Viktor Shokin, “porque estaba investigando a Burisma”, según Trump.
Todos los periódicos importantes, todos los verificadores de hechos, todo lo que estaba fuera del trumpismo estaba de acuerdo en dos puntos: uno, que en 2015 Biden presionó al gobierno ucraniano para que despidiera a Shokin porque organizaciones internacionales (el FMI y la Unión Europea, por ejemplo) consideraban que Shokin era corrupto. También Obama lo quería fuera.
En segundo lugar, que hasta donde se sabe, Shokin ni siquiera estaba investigando a Burisma en el momento en cuestión. Es decir, no hay ninguna prueba de que Biden buscara la destitución de Shokin para proteger a Hunter. Según Amos Hochstein, enviado especial de la administración Obama para política energética, Shokin fue destituido por, como poco, lavarse las manos frente a la corrupción.
Nada de esto paró a Trump en su empeño por socavar el camino de Biden a la Casa Blanca. Abusando de su condición de presidente, exigió al Gobierno ucraniano que empapelara a Hunter. En una llamada telefónica, Trump le dijo a Volodymyr Zelensky: “Otra cosa. Se habla mucho sobre el hijo de Biden, que Biden detuvo el enjuiciamiento y mucha gente quiere saber sobre eso, así que cualquier cosa que puedas hacer con el Fiscal General sería genial”.
Eso, por supuesto, era ilegal. Tanto, que esas presiones fueron un tiro en el pie y desembocaron en el primer impeachment (proceso de destitución) de Donald Trump en 2019.
Hunter Biden parece un desastre de hombre. Según sus propias palabras, siempre está “a un paso de tomar la decisión equivocada”. Pero su padre lleva 50 años en la vida pública y nadie lo ha acusado nunca de codicia o venalidad. A Donald Trump, por el contrario, nadie lo ha halagado jamás por su decencia. Usó su propia fundación benéfica para pagar multas en Palm Beach y comprar retratos de sí mismo. Detalle que ocupa, más o menos, el puesto 50 de la lista de cosas poco éticas o probablemente ilegales que ha hecho Trump.
En el puesto número 1 estaría inducir el asalto al Capitolio. Y, en el 2, que durante la pandemia entró en pánico y erró en su gestión. No está claro que, por su edad, Biden pueda repetir como presidente; pero por si acaso el trumpismo no suelta a Hunter, el talón de Aquiles de su padre.
Leyendo las memorias de padre e hijo se vislumbra una love story incondicional e inoxidable, como la que sugieren estas palabras de Bill Nighy a su hijo Josh O'Connor en la película Regreso a Hope Gap, de William Nicholson: “Perdóname por necesitar que seas fuerte para siempre. Perdóname por temer tu infelicidad. Como tú sufres, yo sufriré”. A padre e hijo los ata un vínculo líquido, pero más espeso que el agua: la sangre.
Libelos y palmeros
En 2019, Peter Schweizer, un periodista de investigación asociado a Breitbart News, publicó un reportaje titulado Imperios secretos: cómo la clase política estadounidense oculta la corrupción y enriquece a familiares y amigos (Harper Paperbacks). Schweizer ya era conocido por un libro —Clinton Cash, publicado en 2016 en la misma editorial— sobre el enriquecimiento de Bill y Hillary Clinton.
La investigación para este libro fue financiada por el Government Accountability Institute, cofundado por Steve Bannon en 2012. En las presidenciales de 2016, este estratega político y exbanquero de inversiones ya estaba a sueldo de Trump (bajo su mandato, llegaría a estratega jefe de la Casa Blanca).
Bannon vio Clinton Cash como la clave para orquestar la caída de Hillary Clinton cuando se enfrentó a Trump en la carrera por la Casa Blanca. Fue la culminación de todo lo que Bannon aprendió durante su tiempo en Goldman Sachs y Breitbart News, el periódico digital de extrema derecha que dirigió. El New York Times desmontó el libelo de Schweizer y, aún así Clinton Cash hizo exactamente lo que Bannon esperaba que hiciera: mancilló la imagen de Hillary Clinton, que —calumnia, que algo queda—nunca se recuperó por completo.
En Imperios secretos, Schweizer repitió la jugada, esta vez contra el candidato Joe Biden, aunque atacando a su hijo Hunter. Por su parte, Miranda Devine —columnista del New York Post y colaboradora de Fox News— se sumó a la carga contra los Biden y publicó el año pasado El portátil del infierno: Hunter Biden, Big Tech y los sucios secretos que el presidente trató de ocultar (Post Hill Press).
Jon Favreau, redactor de discursos del presidente Obama, sintetizó en Twitter la estrategia de los palmeros de Trump. Primero, se publica un libro trampa. Segundo, la máquina de propaganda de Trump usa la historia para difundirla en las redes sociales. Tercero, los votantes lo creen, ignorando las verificaciones de hechos posteriores.
La última pifia
Por último, el hijo del presidente está siendo investigado por anomalías en su declaración de impuestos. Aunque de momento sigue sin haber sido acusado de ningún delito, es consciente del “inmenso daño” que ha causado a su padre. Y del que puede seguir causándole, porque, como confiesa en sus memorias, no hay un minuto del día en que no tema descender al abismo una vez más.
De momento, se ha iniciado en el mundo del arte y los elevados precios de su obra levantan sospechas. En el catálogo de la galería neoyorquina George Bergès, una de las más conocidas del SoHo, donde colgó su primera exposición a finales del año pasado, se puede leer: “Utiliza óleo, acrílico, tinta y la palabra escrita para crear experiencias únicas que se han convertido en su firma”. Y ahí reside la polémica, en su firma.
Los cuadros de Hunter Biden cuestan entre 75.000 dólares y medio millón. ¿Recibiría semejante cantidad de dinero cualquier otro artista novato? De Hunter Biden han dicho de todo, menos que sea un genio. Lo que parece es un cruce entre el dipsómano y mujeriego Henri Chinaski, el antihéroe de Bukowski y el escualo Sherman McCoy de La hoguera de las vanidades. Como ellos, Hunter Biden es su peor enemigo. Y el de su padre, en cuya carrera este hijo pródigo no ha parado de abrir grietas, introducir su ganzúa y hacer palanca.