Imagine usted, lector del desierto almeriense, que un buen día llegan unas máquinas perforadoras a su tierra, comienzan a hacer agujeros y lo que sale de allí es un espeso líquido oscuro con el que podrá instalar en el lujo a sus próximas generaciones. Es más o menos lo que ocurrió en la Península Arábiga hace 85 años. Arabia Saudí, un país hoy de unos 36 millones de habitantes, descubrió entonces el oro negro. Dejó de depender de los impuestos de los peregrinos que viajaban a la Meca y sus monarcas, la dinastía de los Saúd, pasaron de moverse a caballo por el desierto a convertirse en unos de los hombres más poderosos del planeta.
La historia del país está marcada por una familia, la casa de Saúd, y por el tesoro que encontraron: el petróleo. Y ahora el heredero de esa familia quiere revertir la historia para desligarse de una vez por todas del monocultivo que les ha llevado al lugar en el que han vivido durante todos estos años. Si la explotación de los primeros pozos petrolíferos fue un regalo caído del cielo, la autosuficiencia de momento no es más que un sueño. Financiado, por supuesto, con más petróleo. Transformar en poco tiempo el desarrollo económico más brutal de la historia moderna no debe ser sencillo. El futuro es incierto, pero esta semana nos ha dado cuatro claves para poder entenderlo mejor. Empecemos por la más básica.
1. El chico de oro
Domingo 4 de junio, final de partido en el Santiago Bernabéu, los jugadores del Real Madrid mantean a Karim Benzema. Ese mismo día ha comunicado que deja el club después de 14 temporadas, 25 títulos y un Balón de Oro, el último que ha entregado la revista France Football, a la espera de que este año haya un nuevo rey. Benzema está para jugar al máximo nivel, pero desde Arabia Saudí ha llegado una oferta que no podrá rechazar. Tres temporadas a razón de unos 200 millones de dólares anuales: 600 millones por jugar en una liga de solteros contra casados y ser embajador de una futura candidatura de Arabia Saudí al Mundial de 2030. Se podrá beneficiar, además, de un sistema fiscal muy laxo, ya que en Arabia Saudí apenas se pagan impuestos por las rentas del trabajo.
Un par de días más tarde se despide del equipo blanco junto a Florentino Pérez y dice que “quería terminar en el Madrid, pero en la vida a veces hay otra oportunidad”. La de ganar mucho dinero. Inmediatamente toma un avión rumbo a Yeda y unas horas más tarde es presentado con su nuevo club, el Al Ittihad, del que asegura que “tiene una historia increíble, fans apasionados y grandes ambiciones en el fútbol para ser una fuerza en Asia después de ganar la liga”.
Coincidirá en el campeonato con Cristiano Ronaldo, que cobra un sueldo similar en el Al Nassr. Y probablemente no serán las únicas estrellas de la competición saudí. La prensa deportiva especula con posibles fichajes espectaculares como Modric, Sergio Ramos o Kanté, ahora que Messi se ha decidido por Miami. La operación es sencilla: atraer a base de talonario a grandes nombres cuyo mejor momento de su carrera ya pasó, con la intención de asociar al país con grandes estrellas del deporte más popular del planeta. Antes, Arabia Saudí ya acogió competiciones como la Supercopa de España o la de Italia y un fondo soberano del país árabe compró en Inglaterra el Newcastle FC.
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“Se están esforzando mucho para lavar su imagen a través del deporte. Por un lado, eso les permite hablar de progresos sociales, como la inclusión en la sociedad de la mujer, que ahora va a los estadios. Y, por otro, están invirtiendo muchísimo para tener equipos de fútbol más competitivos”, señala David Ottaway, que fue corresponsal en Oriente Próximo durante 16 años para el Washington Post y ahora trabaja en el centro de estudios Wilson Center. El Financial Times publicó esta semana que varios equipos saudíes, entre los que se encuentran los clubes de Cristiano Ronaldo y Benzema, habían pasado a formar parte de un fondo soberano con un músculo económico de unos 600.000 millones de dólares. Oficialmente se transforman en entidades privadas que gozan de un mayor potencial financiero gracias al amparo del Estado. Obviamente, no es sólo fútbol; es fútbol, política y economía.
2. El nuevo Dios deporte
“Durante muchos años el régimen saudí se ha apoyado en un sistema religioso extremadamente conservador, el islam wahabita, que otorgaba al poder político una autoridad moral. Pero ahora hay una parte importante de la sociedad, que es muy joven, a la que esos valores ya no les sirven. Por tanto, las grandes estrellas del deporte o el entretenimiento están sustituyendo a los clérigos conservadores como herramienta interna de legitimidad del sistema”, explica al teléfono Justin Scheck, coautor del libro ‘Sangre y petróleo’ (Península, 2023), todo un éxito editorial que narra la llegada al poder del príncipe Mohamed Bin Salmán (MBS).
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En 2017 el rey Salmán bin Abdulaziz nombró oficialmente a MBS heredero al trono. Sin embargo, ya hacía tiempo que el joven príncipe -ahora 37 años- controlaba los designios políticos y, sobre todo, económicos del país. Su ascenso se fraguó a base de excesos, empujones entre sus 12 hermanos y derroches, como el que le llevó a comprar por 400 millones de euros el 'Salvator Mundi', un cuadro con la dudosa autoría de Leonardo Da Vinci. Lo primero que hizo MBS fue encerrar en el hotel Ritz Carlton de Riad a decenas de hombres de negocios, potenciales enemigos, a quienes exigió el pago de miles de millones con la coartada de acabar con la corrupción. Lo segundo fue acometer un programa de reformas que debían cambiar económica y socialmente su país.
Ahí comenzó la organización de grandes eventos deportivos. Arabia Saudí atrajo un gran premio de Fórmula 1, el rally Dakar, prevé organizar una nueva cita del campeonato de Moto GP y un Mundial de fútbol en 2030 o 2034, tras la experiencia de Qatar. Para ello, MBS se servirá de sus buenas conexiones con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino.
Las grandes estrellas del deporte o el entretenimiento están sustituyendo a los clérigos conservadores como herramienta interna de legitimidad del sistema
El último golpe encima de la mesa fue el desafío a las autoridades mundiales del golf, que tienen sus despachos en Estados Unidos, con la creación en 2022 de un circuito paralelo para el que reclutaron a importantes estrellas como el español Sergio García, Phil Mickelson o Patrick Reed, amigo personal de Donald Trump. Y aquí está la segunda clave de la semana: el martes, un año después del cisma, el circuito americano, europeo y saudí anunciaron fusionarse en uno solo. El comisario estadounidense, que había amenazado a los jugadores tránsfugas con expulsarlos para siempre apelando a los derechos humanos, se fotografió sonriente con su colega saudí y se felicitó por las nuevas oportunidades de negocio. Arabia Saudí 1 - Estados Unidos 0.
2030, el sueño integral
En este tiempo el régimen saudí ha salido del Medievo al permitir a las mujeres conducir y abrir cines o discotecas. Pero la gran transformación es económica y se está desarrollando bajo el nombre de Saudi Vision 2030, un proyecto megalómano orientado a abandonar progresivamente la dependencia del petróleo. Su objetivo es diversificar la economía, abriéndose a nuevos sectores, como un turismo hasta ahora inexistente, las energías renovables o la construcción de infraestructuras mastodónticas. Para ello, el régimen plantea ir traspasando responsabilidades del ámbito público, que lo ha controlado todo hasta ahora, a actores privados. Pero la purga del Ritz sugiere que MBS no tiene demasiada confianza en los empresarios y ejemplos como el del nuevo fondo soberano para el fútbol, integrado por clubes que pasan a ser privados sólo de modo formal, apuntan a que la privatización tiene sus trampas. Poder político y poder económico siguen siendo una misma cosa.
Explicado así, Vision 2030 no suena tan atractivo como anuncia el régimen. La gracia está en el listado de inversiones, tan excéntricas como su avalista, el príncipe heredero. El proyecto estrella es una ciudad de ciencia ficción llamada Neom, con un coste de unos 500.000 millones de dólares, sostenida con energías limpias, en la que no habrá coches por las carreteras sino vehículos por el aire, con una temperatura perfecta entre el mar y la montaña, un aire impoluto y una luna artificial que se reflejará entre grandes rascacielos de cristal. Y dentro de ella, The Line, una ciudad de 200 metros de ancho y 170 kilómetros de largo que promete ser un paraíso en la tierra; y Trojena, una enorme estación de esquí en medio del desierto, que debería estar terminada en 2026. “Están construyendo Disneyland”, bromea David Ottaway, del Wilson Center.
De momento las únicas imágenes que se han visto son bocetos futuristas y operarios picando piedra. Aunque la imaginación va mucho más allá. MBS tiene entre sus planes hacer de Riad una capital atractiva para el turismo, a diferencia de lo que es ahora. Y para ello pretende crear una ciudad del arte, con la construcción de grandes museos, a imagen y semejanza de Londres, Berlín o París, que además pueda atraer una gran Expo universal en 2030. También pretende que Riad, un lugar dominado por la tierra y el asfalto, sea una especie de vergel lleno de zonas verdes y cuente con espacios deportivos no sólo destinados a estrellas mediáticas sino también al saudí medio. Mientras, en las zonas colindantes al Mar Rojo, hasta ahora poco explotadas turísticamente, se están construyendo resorts de máximo lujo. El objetivo es hacer de Arabia Saudí un país abierto, capaz de acoger más visitantes que los devotos que acuden cada año a peregrinar entre Medina y La Meca.
“Introducir reformas económicas es el único camino para que la economía saudí se adapte al siglo XXI. La monarquía ve que el mundo está cambiando, que la sociedad está cambiando y, si no se actualizan, antes o después se va a poner en cuestión el propio modelo de Estado. Su estrategia tiene como único fin la supervivencia de la monarquía”, considera David Hernández, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y especializado en los países del Golfo. El catedrático matiza que estos avances “no traen aparejados una mejora en los derechos” y plantea dos dilemas para el régimen. “Con cambios así, puedes intentar modificar tu imagen internacional y atraer inversiones, pero también corres el riesgo de que se ponga la atención en temas más delicados como los derechos humanos o la democracia. Y, por otro lado, de puertas hacia adentro también puede ocurrir que la población se quede insatisfecha y te exija más y más rápido”.
“Además, lo que está haciendo MBS no es nuevo, ya que Arabia Saudí planteó programas orientados hacia la modernización económica en los ochenta y los noventa que no tuvieron gran éxito. Y tampoco es que sea nada original, pues esto mismo lo han hecho ya hace algunos años Qatar, Emiratos Árabes y lo están intentando Kuwait, Bahrein y Omán. Además, estos países les suelen encargar los proyectos a grandes consultoras internacionales, por lo que están compitiendo con sus vecinos con las mismas ideas que sus autores han ido trasladando de un sitio a otro”, afirma Hernández.
Introducir reformas económicas es el único camino para que la economía saudí se adapte al siglo XXI. Su estrategia tiene como único fin la supervivencia de la monarquía
Hace más de una década que Qatar y los Emiratos, con Dubai y Abu Dhabi como grandes centros, le tomaron la delantera de la modernidad al hermano mayor saudí. Se desató una pugna por ejercer de actor principal en el Golfo, que se escenificó de forma grotesca en una competición por construir el rascacielos, el aeropuerto o el circuito de carreras más grande. La glorificación del petrodólar lució más en los otros países. Por eso ahora, Arabia Saudí también prevé tener su propio canal de televisión, como hizo Qatar con Al Jazeera; o una aerolínea potente, como lo es Emirates, precisamente para atraer a los turistas. “MBS se había dado cuenta de que estaban atrasados. Sus programas son muy ambiciosos, pero lo que está haciendo básicamente es tratar de no quedarse atrás”, añade David Hernández.
Se trata de operaciones tan complejas y de tal magnitud que no hay un cálculo preciso sobre su coste. EL ESPAÑOL | PORFOLIO ha tratado de ponerse en contacto con las autoridades saudíes para preguntar por ésta y otras cuestiones, pero no ha saltado la sorpresa, no hubo respuesta. Lo curioso de todo es que el plan para reducir la dependencia del petróleo se financia, básicamente, con el dinero del petróleo. Y así llegamos a la tercera clave de la semana.
3. Petróleo como extorsión
La misma noche que los jugadores del Real Madrid manteaban a Benzema, las autoridades saudíes anunciaban un recorte unilateral de la producción de petróleo de un millón de barriles al día, o lo que es lo mismo, un 10% de lo que ponen en el mercado. Arabia Saudí busca así elevar el precio de la materia prima, que en los últimos meses se había relajado tras el alza que se produjo como consecuencia de la guerra de Ucrania. Es el mayor recorte saudí en dos años y lo hacen sin tener en cuenta a sus socios de la OPEP, que no estaban muy por la labor de seguir esa estrategia para no estrangular más la economía mundial, ya debilitada tras la invasión rusa a Ucrania.
La cotización del barril de Brent, el que se utiliza como referencia en Europa, apenas se ha movido esta semana de los 75 dólares, aunque se espera que suba próximamente ante el recorte de la oferta por parte del mayor exportador mundial de crudo. La respuesta, en unas semanas, en las gasolineras. “Están claramente preocupados ante la posibilidad de que el precio del barril pueda bajar de los 80 dólares, ese es su mínimo. Todavía son absolutamente dependientes del petróleo y si no son capaces de mantener un precio alto, será imposible llevar a cabo esas reformas para diversificar su economía”, opina David Ottaway. Algunas estimaciones estiman que el crudo aporta entre un 60% y un 70% de los ingresos del Estado. La petrolera estatal Aramco, la compañía con mayor nivel de ingresos del planeta, mantiene el monopolio de la extracción en territorio saudí. Y la puesta en el mercado de apenas un 1,5% de su capital en 2019 fue la mayor salida a Bolsa de la historia.
Con semejante poder, “los movimientos en el mundo del deporte, las artes o el entretenimiento se explican también para atraer a un público doméstico joven, que está ansioso por disfrutar de esta transformación. Hay algunos signos de cambio social, pero son resultado de decisiones tomadas enteramente de arriba a abajo y no al contrario”. Lo explica Robert Mogielnicki, investigador del Arab Gulf States Institute, con sede en Washington. “No hay ninguna duda de que este poder blando tiene cierta influencia en el público internacional, pero no tengo nada claro que los líderes globales tengan en cuenta demasiado estos cambios. El comercio global, sin embargo, está claramente sediento de alguien que pase a la acción”.
Desde el asesinato en 2018 del periodista Jamal Khassoggi en el consulado saudí de Estambul, la opinión pública internacional puso el foco en el respeto a los derechos humanos en Riad. Esta semana, a propósito del fichaje de Benzema, Amnistía Internacional ha publicado un listado de nueve atrocidades cometidas por los saudíes que van desde los ataques a la población civil en Yemen, la preminencia de la pena de muerte, los latigazos a la comunidad LGTBI o las condenas a más de 30 años de cárcel a opositoras que simplemente tuiteaban para defender los derechos de las mujeres. “Los Saúd siempre han demostrado un poder férreo, pero nunca nadie ha sido tan represor como MBS”, afirma Justin Scheck.
Todavía son absolutamente dependientes del petróleo y si no son capaces de mantener un precio alto, será imposible llevar a cabo esas reformas para diversificar su economía
Washington siempre ha sido el socio fundamental para Riad. Donald Trump y su yerno Jared Kushner cultivaron una gran relación con el príncipe heredero, pero el nuevo posicionamiento internacional saudí y llegada de Joe Biden a la Casa Blanca enfriaron esas relaciones. Y aquí, la cuarta y última clave de la semana.
4. El viejo amigo americano
También el pasado martes aterrizó en Riad el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, que estuvo de visita tres días por el país. Allí se reunió con MBS, con quien debatió sobre la “situación regional e internacional”, según la agencia oficial saudí SPA. En el plano regional, Riad ha aceptado de nuevo al sirio Bachar Al Asad en la Liga Árabe tras años defenestrado; ha abierto negociaciones en Yemen, donde ha estado bombardeando durante años; ha restablecido sus relaciones con Irán, con quien mantiene una histórica disputa; acaba de permitir la reapertura de la Embajada iraní en Riad; y ha acercado posturas con Irak, donde Teherán tiene una gran influencia. Mientras, en el terreno global Arabia Saudí mantiene una relación equidistante con Rusia y se ha acercado mucho a China, el principal destino de sus exportaciones de crudo, con un 17% del total que el país árabe vende al resto de países.
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Los saudíes han pasado en poco tiempo del poder duro al poder blando y han abandonado su tradicional alianza incuestionable con Estados Unidos para adoptar una posición más pragmática, acorde con un poder mundial multipolar. “Durante años trataron de aislar a sus rivales en la región, pero esa estrategia no les ha dado ningún fruto, y ahora vemos cómo han pasado a una fase mucho más conciliadora, que también suele gustar más al dinero”, opina David Ottaway. Otra cosa es que guste por igual en Estados Unidos.
Entonces, ¿qué tienen en común Benzema, el golf, un barril de Brent y Anthony Blinken? Aparentemente, poco. Pero en la práctica tiene sentido, todo responde a un plan, el de modernizarse, estrechar alianzas y sobrevivir al petróleo cuando ya no esté sin bajarse del tren de vida actual. ¿Cuándo ocurrirá eso? “Buena pregunta”, responde Justin Scheck, pero nadie tiene una respuesta. Su libro comienza con una cita: “ninguna dinastía supera las tres generaciones”. Y con MBS ya vamos por la tercera.
Imagine ahora ese lector de Almería que le ha tocado una cantidad indecente jugando al Euromillón. Usted y sus descendientes podrán disfrutar de una vida placentera, pero en algún momento tocará invertir si no quieren arruinarse. Para los Saúd es lo mismo, es eso o mostrarse como reyes desnudos.