Bajo su apariencia de drama familiar, Succession trata de reinos, feudos y territorios que se tienen y se pueden perder. Como Juego de Tronos, vaya. Como las familias poderosas de Shakespeare. Si miras al rey Lear o Tito Andrónico les encuentras mucho parecido con Logan Roy, el patriarca de Succession. Hay algo incómodo en ese hombre celoso de su privacidad. No le gusta el alboroto. Lo que quiere es la seguridad de su familia, pero sus hijos van cada uno a lo suyo.
Esa es la tragedia de Lear, de Logan Roy…y de Rupert Murdoch y su familia rica, poderosa, y poderosamente disfuncional. Succession podría etiquetarse como una comedia de abusos, el relato de cómo Logan Roy produjo hijos constitucionalmente incapaces de preservar lo único que al magnate realmente le importó. Cámbiese Logan Roy por Rupert Murdoch y —no hay que ser un superdetective para darse cuenta— la frase seguirá siendo verdad.
Dos dinosaurios clónicos
Rupert Murdoch nació en Melbourne, Australia, en 1931 y se nacionalizó estadounidense en 1985. Tenía 21 años cuando murió su padre —un periodista de guerra convertido en editor— y tuvo que hacerse cargo de un pequeño diario de Adelaida, la capital de Australia Meridional. Siete décadas después, tras revolucionar la televisión por cable, capitanea dos imperios mediáticos —News Corp y Fox Corp—constituidos por periódicos como The Wall Street Journal, cadenas de televisión como Fox News y más de 170 periódicos en tres continentes. Forbes calcula su riqueza en más de 20.000 millones de dólares.
El guionista de Succession, Jesse Armstrong, escribió en 2010 un guion titulado Murdoch, pero el proyecto no llegó a puerto. Ya en las discusiones sobre Succession, a principios de 2018, el equipo se enfocó en los Murdoch, aunque inútilmente intentaron camuflar esa referencia en la tinta de calamar de otras luchas dinásticas, desde William Randolph Hearst o el magnate de la prensa británica Robert Maxwell, a Sumner Redstone, el barón de Viacom, CBS y Paramount, pasando por los Roberts, dueños de Comcast y la NBC, o los Sinclair, una familia afín al alt-right trumpista que está comprando a la mayoría de las televisiones locales. Y así hasta la reina Isabel II. Todo se trata de poder, pero solo hay que ver el documental de la BBC The rise of the Murdoch Dinasty (El ascenso de la dinastía Murdoch) para confirmar que Waystar Royco es un trasunto de News Corp y la adinerada y ambiciosa familia de la serie de HBO, es la versión levemente deformada de los Murdoch.
Logan Roy y Rupert Murdoch son dos dinosaurios de los medios de comunicación conservadores sin mucha prisa por dejar el negocio a sus sucesores, a los que alientan para que compitan con todo por su sillón. Tanto Roy, de 84 años, como Murdoch, de 92, se han enfrentado a múltiples problemas de salud. Ambos comparten un contundente currículo sentimental, una falta de escrúpulos absoluta, un imperio en el sector de la comunicación y familias en las que los hermanos son lobos para los hermanos. Logan tiene cuatro posibles sucesores, como Rupert.
No hace falta agotar el inventario de similitudes, basta con que ver una de las condiciones del acuerdo de divorcio entre Rupert Murdoch y su cuarta mujer Jerry Hall, que tiene expresamente prohibido dar ideas a los guionistas de Succession. Lo que Armstrong no incluyó (y hubiera sido maravilloso) fue que, en junio de 2022, Rupert dejó a su mujer vía email: “Jerry, tristemente he decidido acabar nuestro matrimonio. Hemos tenido claramente buenos momentos, pero tengo mucho que hacer. Mi abogado de Nueva York se pondrá en contacto contigo”.
Una boda cancelada
Como a Logan Roy, a Murdoch le quedan dos telediarios y unos hijos que, criados en el privilegio del dinero y en el peligro del dinero, están a la greña para quedarse con el botín de uno de los mayores conglomerados de prensa, televisión y entretenimiento del mundo. Dios ha muerto, vivan las series. Pero aquí nos ocuparemos no del espejo, sino del modelo que refleja ese espejo inevitablemente deformante.
En 1999, Murdoch superó un cáncer de próstata, tenía entonces 69 años y declaró: “Ahora estoy convencido de mi propia inmortalidad”. Recordaba a la gente que su madre, Dame Elisabeth, vivió hasta los 103 años. Durante mucho tiempo ha habido una broma en la familia Murdoch: “Los 40 pueden ser los nuevos 30, pero los 80 son 80”. Y los 92 son una prórroga de mal diagnóstico. Aunque con Biden postulándose para presidente, para Rupert los 92 son los nuevos 80.
El pasado 11 de marzo el magnate cumplió 92 años y en declaraciones a uno de sus diarios, el New York Post, anunció su boda con Ann Lesley Smith, higienista dental de 66 años convertida en locutora de radio ultraconservadora al estilo de QAnon. (Smith le dijo a un entrevistador en 2022 que la Covid era una pandemia tramada por Bill Gates en Davos). Pero dos semanas después Murdoch canceló repentinamente el compromiso que había sellado con un anillo solitario de diamantes de talla Asscher. Se habló de que no le gustaban las ideas evangélicas de la que iba a ser su quinta mujer; pero también de la mala salud del novio que, sin embargo, se resiste a ir a tirar la toalla. De hecho, evita cualquier discusión sobre un futuro en el que no esté él al mando.
Pero, a diferencia de los políticos a los que ha intimidado hasta la sumisión con su force de frappe mediática, la biología no se deja doblegar. En junio de 2022, Murdoch estuvo en una cama en el Hospital Cromwell de Londres luchando contra un caso grave de Covid-19. Los médicos trataron los síntomas (dificultad para respirar y fatiga) con oxígeno y anticuerpos; pero su recuperación fue desesperadamente lenta. Ya dado de alta, asistió en Cotswolds, pueblo de cuento a 75 millas al oeste de Londres, a la boda de su nieta Charlotte Freud. Murdoch necesitó la ayuda de su hijo mayor, Lachlan, para mantenerse en pie. Luciendo como Tom Wolfe con un traje blanco, zapatos de gamuza roja y corbata roja, casi se derrumba. “Rupert estaba muy débil. Lachlan lo sujetaba para ir de un lugar a otro”, recordó un invitado.
Un historial médico de infarto
La sucesión en News Corp y la Fox viene durando dos décadas, pero se agudizó en enero de 2018. Murdoch y su cuarta mujer, Jerry Hall (ex de Mick Jagger, con quien tiene cuatro hijos) navegaban por el Caribe a bordo del Sarissa, el yate de fibra de carbono de 43 metros de su hijo Lachlan cuando ocurrió el desastre. Todos dormían en sus camarotes cuando los despertaron los aullidos de Murdoch gimiendo en lo que parecía una agonía. Tratando de llegar al baño, había tropezado en un escalón y no pudo levantarse. El capitán le inyectó un analgésico mientras navegaban en la noche hacia el puerto de Pointe-à-Pitre, en la isla francesa de Grande-Terre, en Guadalupe.
Cuando, a duras penas, lograron sacar a Murdoch en camilla, el hospital de la isla estaba clausurado por un incendio. El herido, tuvo que pasar la noche bajo una carpa en el parking hasta que aterrizó un avión privado medicalizado. Cuando llegó a un hospital de California, estaba en estado crítico. Le diagnosticaron arritmia y fracturas en la espalda.
Tras el accidente, quedó muy tocado porque, según Vanity Fair, había sufrido además fibrilación auricular y dos episodios de neumonía. Jerry Hall tuvo que alimentarlo durante meses. Solo un año después Murdoch volvió a caerse en su casa de Bel Air, se rompió el tendón de Aquiles y durante meses estuvo en silla de ruedas con frecuentes convulsiones.
A su edad y con ese historial, se desvanece el espejismo de la inmortalidad, pero no se le ven las ganas de entregar las riendas a la siguiente generación.
El golpe de Dominion
En el lapso de dos semanas, el imperio mediático de este anciano resiliente como una bola de tenis ha recibido golpes a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, la necesidad de Fox de halagar a su audiencia ha asociado a la cadena con posturas ideológicas que ni siquiera el propio Murdoch comparte: sentimientos anti inmigrantes, minimización de la Covid, posturas prorrusas en la guerra en Ucrania y el apoyo a Trump para las elecciones de 2024. Fox News es una máquina de propaganda, pero no es solo el megáfono de un hombre y, si lo es, no es necesariamente el de Murdoch.
Fox News sigue siendo un gigante en el movimiento ultraconservador; pero en las elecciones presidenciales de 2020 la cadena no le dijo a su audiencia qué pensar (como se ha acusado a menudo a Fox), simplemente les dijo a sus espectadores lo que estos querían escuchar. Sus presentadores amplificaron teorías de conspiración que ellos mismos consideraban ridículas mientras se descostillaban de risa entre bastidores. Mentían a sabiendas de que mentían. Business as usual.
Una de esas mentiras consistió en acusar a Dominion, empresa fabricante de máquinas de votación, de conspirar para robarle las elecciones a Donald Trump. Las consecuencias de la complicidad de Fox News con la Gran Mentira quedaron a la vista. Una encuesta de enero de 2022 de Axios/Momentive reveló que sólo el 55% de los estadounidenses creía que Biden fue el ganador legítimo de las presidenciales. La gran mayoría de la base republicana estaba convencida de que los muchos problemas legales de Donald Trump eran el resultado de una “caza de brujas”.
Dominion demandó a la Fox por difamación y exigió una indemnización de 1.600 millones de dólares. Murdoch despidió a Tucker Carlson, la estrella de más brillo de Fox News, por el daño reputacional causado y el pasado mes de abril, en un acto de conciliación, Fox se avino a pagar 787 millones de dólares por unas mentiras que ayudan a explicar la popularidad de Trump entre las bases republicanas, el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y el deterioro democrático de Estados Unidos. Murdoch y Fox habían desatado peligrosas fuerzas autoritarias.
Más demandas
Fue peor que un crimen, fue un gran error. “Antes de esto, solo resolvían demandas por acoso sexual y escuchas telefónicas; este es un momento de debilidad que nunca había visto”, ha dicho a The Guardian un ex alto ejecutivo de Fox. Dominion ha supuesto una amenaza existencial para el imperio de Murdoch, su demanda es la peor crisis de las muchas que ha vivido. Hay una ironía en los problemas actuales de Murdoch. Monetizó la indignación y el agravio para construir un imperio mediático conservador que influyó en la política en tres continentes durante el último medio siglo y ahora estas mismas fuerzas amenazan con destruir su todavía vasto imperio y a la familia que lo heredará.
Fox también se enfrenta a una demanda por difamación de 2.700 millones de dólares presentada por Smartmatic, otra empresa de máquinas de votación. Si Murdoch decide llegar a un acuerdo extrajudicial se estima una compensación de 500 millones de dólares.
Como las desgracias nunca vienen solas —en eso se parecen a las cerezas— Rupert Murdoch y su hijo mayor Lachlan, se enfrentan a otra demanda de los accionistas, que alegan que los jefes incumplieron sus deberes en la Fox al seguir a sabiendas una línea de conspiración pro-Trump.
A este lado del Atlántico
En Reino Unido, Murdoch ya había protagonizado otros escándalos; el más notorio fue el de su periódico News of The World que, además de recibir una reprimenda en el Parlamento, tuvo que bajar la persiana tras descubrirse que sus reporteros hackearon teléfonos de celebrities y el de una adolescente asesinada.
A principios de esta semana, el duque de Sussex, el royal “de repuesto”, presentó una demanda por piratería telefónica contra The Sun, uno de los tabloides de Murdoch. “A Harry, Murdoch le dará una pasta, es lo que hace siempre”, aventuran los analistas, que recuerdan que hasta la fecha Murdoch se ha gastado más de 1.500 millones de dólares para evitar que los casos vayan a juicio.
Algunos perfiles de Murdoch comparan los últimos años del arco de su carrera con el Rey Lear de Shakespeare, el anciano monarca que se enfrenta a su mortalidad. El periodista estadounidense Gabriel Sherman, autor de un libro sobre la Fox (The Loudest Voice in the Room), cree que si Murdoch no cambia de estrategia en sus negocios su historia podría ser la del rey Midas.
Murdoch se ha gastado más de 1.500 millones de dólares para evitar que los casos vayan a juicio.
Murdoch ha demostrado que sabe tomar decisiones difíciles para asegurar la supervivencia a largo plazo de su imperio. Ahora toca evitar nuevas demandas, que hacen temblar las cuentas y soliviantan a sus accionistas. The Wall Street Journal sigue siendo un gigante con casi cuatro millones de suscriptores, el 84% de los cuales son digitales, y los analistas atribuyen un valor de 10.000 millones de dólares a su empresa matriz, Dow Jones & Company.
En el Reino Unido, el Times y el Sunday Times han cambiado el modelo de negocio para adaptarse al mundo digital y han pasado de perder 70 millones de libras en 2009 a ganar 73 millones el año pasado. Sin embargo, el Sun duplicó las pérdidas a 127 millones de libras el año pasado debido al precio que han tenido que pagar por demandas relacionados con la piratería telefónica. Descontando esto, el Sun ganó 15 millones de libras.
Prescindir de demandas en el futuro en la inmensamente rentable Fox, que gana alrededor de 3.000 millones de dólares al año, parece la única salida para atraer a los inversores escaldados. Pero como de los de la providencia, los designios de Murdoch, aunque pragmáticos, son inescrutables.
La tensión creativa
Abundan las teorías sobre lo que sucederá cuando el control del imperio pase a manos de los hijos de Murdoch (el fideicomiso de la familia posee el 39 % de las acciones con derecho a voto en News Corp y el 42 % en Fox Corp). Existen tensiones entre sus seis hijos. Desde hace años Elisabeth, de 54 años, Lachlan, de 51, y James, de 50, (hijos de su segunda esposa, la periodista Anna Torv) andan a la greña por colocarse en situación ventajosa para ejercer el control de las empresas que heredarán. De su primer matrimonio con la azafata australiana Patricia Booker, tiene otra hija, Prudence, de 62 años. Y dos más de su tercer matrimonio con Wendi Deng, Grace y Chloe, que tienen 21 y 19 años.
Elisabeth, Lachlan y James están en igualdad de expectativas; pero no de poder, porque Lachlan es presidente ejecutivo de Nova Entertainment, copresidente de News Corp y presidente de Fox Corporation. Algunos creen que las consecuencias del caso Dominion consolidan la posición de Lachlan como el sucesor de Murdoch. Pero, como refleja la serie Succession, siempre hay un movimiento constante de piezas en el conglomerado de Murdoch.
Murdoch ha seguido con frecuencia la estrategia de la tensión creativa y ha nombrado a dos ejecutivos con experiencia para el mismo puesto para que se pelearan por él. Y eso es lo que hizo con sus hijos. Crear tensión, más que preparar a uno como heredero oficial. “Enfrentó a sus hijos entre sí durante toda su vida. Es triste”, reveló una persona cercana a la familia. Según la mayoría de las versiones, Elisabeth fue la más inteligente, la ganadora de una lucha darwiniana; pero es mujer y Murdoch prefería un varón. Elisabeth se retiró de la liza en 2000 y lanzó su propia productora de televisión, que tuvo un éxito fenomenal.
Duelo entre hermanos
La pugna entre James y Lachlan, que hace una década parecía haber ganado el primero, pareció decidirse hace dos años a favor del segundo. La rivalidad entre ellos parece haber forjado la personalidad de ambos. Lachlan, directo y deportista al estilo australiano, es pragmático como su padre. Comparte la política de derecha de Murdoch y el amor atávico por el papel prensa y su tierra natal, Australia.
Aunque para su padre era el golden boy, a Murdoch le preocupaba que fuera más feliz escalando rocas que la cumbre de su imperio. En 2005, Lachlan, entonces subdirector de operaciones de News Corp, se enfrentó al todopoderoso director de Fox News, Roger Ailes, perdió el envite, renunció a su cargo y se mudó a Sídney.
James parecía haber ganado la partida. Casado con la ecologista Kathryn Hufschmid, James ha sido siempre el rebelde de la familia y el epítome de la élite progresista estadounidense. Lucía piercings y tatuajes y abandonó los estudios en Harvard para crear un sello musical de hip hop que papá Rupert acabó comprando a cambio de que el chico se dejara de chorradas y entrara en la compañía familiar.
Tras la espantada de Lachlan, James fue subiendo de rango, se propuso que News Corp fuera respetada en los círculos de élite, invirtió en medios de prestigio como Hulu y National Geographic Channel y prometió hacer que el imperio Murdoch fuera neutro en carbono. Esa política liberal sacó de quicio a Murdoch, que volvió a cortejar a Lachlan con el mismo empeño que el capitán Ahab perseguía a la ballena blanca.
En julio de 2016, Gretchen Carlson, expresentadora de Fox, presentó una demanda de acoso sexual contra Roger Ailes, director ejecutivo de Fox News, que había doblado el pulso a Lachlan. Aunque Murdoch protegió con cabezonería a su lugarteniente de toda la vida y los 1.000 millones de dólares anuales que generaba, las docenas de mujeres que acabaron por denunciar a Ailes por abuso sexual, obligaron a Murdoch a dar puerta a Ailes.
Lachlan volvió; pero James aprovechó la oportunidad para llevar a Fox al centro político y reclutó al entonces presidente de CBS News, David Rhodes, como reemplazo de Ailes. Rupert y Lachlan bloquearon el plan y Rupert tomó el título de CEO de Fox News en su lugar. El mensaje era claro: Ailes se había ido, pero Fox no cambiaría. Con experiencia en periódicos, no en televisión, Murdoch delegó decisiones a ejecutivos de menor rango de Fox News. Pero sin Ailes la cadena se desangraba por primera vez desde su lanzamiento en 1996. Mientras buscaban una estrategia, vieron un filón para los índices de audiencia: Trump.
Greña entre cuñados
Succession comenzó la preproducción antes de que Trump fuera elegido presidente, y se rodó después de que Trump asumiera el cargo. Lo cual explica que los Trump salgan retratados en la serie. Y con tanta verosimilitud que si Ivanka y Jared Kushner vieran la serie dirían: “Esto es genial, somos nosotros”. O más probablemente: “Esos hijos de puta, ¿cómo se atreven?”. Lo mismo que dirían los Murdoch al comprobar que se parecen a los Roy como un huevo a otro huevo.
Resulta irónico que la fortuna de Murdoch se entrelazara con la de Trump, porque Murdoch “sabía que era un idiota”, según alguien cercano a la familia. A su mujer entonces, Jerry Hall, Trump le producía erisipela, le parecía un “grosero ignorante”. Durante mucho tiempo Murdoch fue un defensor de la reforma migratoria y odiaba el nativismo paleto de Trump. Durante las primarias republicanas, Murdoch desplegó sus baterías mediáticas en The Wall Street Journal y Fox News para evitar la nominación de Trump.
Pero, una vez que Trump ocupó la Casa Blanca, el pragmático Murdoch quiso comprar una casa en Florida para estar más cerca de Mar-a-Lago. Jerry Hall se negó, lo que Jerry no pudo evitar fue que Murdoch convirtiera la Fox en la televisión gubernamental de facto. Fue una continuación de la habitual estrategia de Murdoch de forjar alianzas con políticos de todo el espectro ideológico, siempre que promovieran sus intereses. (Sus periódicos del Reino Unido habían respaldado tanto a Margaret Thatcher como a Tony Blair).
Para muchas familias americanas, los años de Trump, convirtieron la política en una greña de cuñados. Y así fue para los Murdoch. Entre los hijos de Rupert, Elisabeth y James abrazaron la resistencia, mientras que Lachlan —incondicional de Tucker Carlson— era MAGA a tope.
El desencuentro entre los Murdoch se coció a fuego lento durante los primeros meses del mandato de Trump. Pero después de la marcha neonazi de agosto de 2017 en Charlottesville, las tensiones se desbordaron. James y su mujer, Kathryn, una exprofesional de marketing convertida en filántropa, estaban horrorizados de que el comentario de Trump sobre “gente muy buena en ambos lados” dibujara una equivalencia moral entre los neonazis —que empuñaban antorchas gritando “¡los judíos no nos reemplazarán!”— y los contramanifestantes. James reprochó a Rupert y Lachlan la defensa de Fox News a los disparates de Trump. Lo rechazaron. Fue un punto de inflexión para James. Quería salir.
Brecha entre hermanos
No lo consiguió hasta agosto de 2020. James dejó el cargo ejecutivo que ocupaba en News Corp por desacuerdo con el desacomplejado apoyo de la Fox a Trump. En una entrevista en The New York Times lo dejó claro como el agua: “Creo que la verdadera misión de una gran empresa de información debe ser aportar datos que disipen las dudas, no sembrar dudas que oscurezcan los datos”.
Lachlan va ganando de calle. Pero ascender al trono y aferrarse a él son cosas diferentes. El futuro de Lachlan lo decidirán sus hermanos, que forman parte de la junta directiva del fideicomiso que controla la empresa. Murdoch tiene cuatro votos, mientras que Elisabeth, Lachlan, James y Prudence, tienen uno cada uno. Chloe y Grace, hijas del tercer matrimonio de Murdoch con Wendi Deng, tienen acciones sin derecho a voto. Cuando Murdoch abandone el campo, sus votos se distribuirán equitativamente entre los cuatro hijos mayores.
La línea de falla central sigue siendo la brecha entre James y Lachlan, que no se hablan. James, horrorizado por Fox News, va diciendo a quien quiera escucharlo que el negacionismo climático, el supremacismo blanco y los conspiradores que hablan de elecciones robadas son una amenaza para la democracia. Pero para derrocar a Lachlan y hacerse con el control de Fox, James necesita que Elisabeth y Prudence lo respalden, y eso no está asegurado. Ni mucho menos. Políticamente, Elisabeth es liberal, pero se ha mantenido cercana a Rupert y Lachlan. Quienes la conocen bien aseguran que quiere disfrutar el tiempo que le queda con su padre y “vive aterrorizada de que Rupert muera enfadado con ella”. Prudence, que se ha mantenido al margen del negocio familiar, es un comodín.
Escenario volátil
Ningún escenario es descartable en una familia tan volátil, en la que la conveniencia bruta a menudo gobierna el día a día y las lealtades pueden cambiar. Aunque James y sus hermanas están alineados políticamente, puede que no sea suficiente para ganar su favor.
De momento Lachlan está dentro y James fuera; pero ¿realmente Lachlan quiere el trono? Muchas fuentes especulan que el hijo mayor de Murdoch podría estar dirigiendo la empresa solo por deber filial y que cuando ya no esté su padre prefiera vivir la buena vida en Sídney. Otros expertos en la familia sostienen que Lachlan no cederá la corona.
Por su parte, “James es un lobo solitario”, dice un exejecutivo de News Corp. Algunos piensan que purgaría Fox News; otros, que la vendería para deshacerse de un activo tóxico. Dentro de la cadena, hay miedo a un futuro pilotado por James. “James ve la destrucción de Fox News como su misión en la vida”, dijo a Vanity Fair un alto ejecutivo de Fox.
Murdoch trata de demostrar que lo tiene todo controlado; pero su actuación errática, tanto que ha desbaratado su vida personal y su imperio mediático.
Mientras tanto, Murdoch trata de demostrar que lo tiene todo controlado; pero su actuación errática, que ha desbaratado su vida personal y su imperio mediático, inquieta a quienes gravitan en su órbita y se preguntan si ha perdido el rumbo. Sigue siendo un enigma quién de los hermanos Murdoch controlará el botín.
Succession debería tener un signo de interrogación: ¿Succession? ¿Quién dirigirá el imperio, quién está en forma, quién se hará cargo? ¿Quién tiene el mérito, las habilidades y la ambición para suceder al patriarca Logan Roy? Y, dado que Logan es un clon de Murdoch, lo que importa en la vida real es cuál de los hijos de Rupert heredará su poder colosal. No pasará mucha agua bajo los puentes antes de que se despeje esa incógnita. Murdoch ya acepta que no es inmortal.