"La mayoría de los alemanes estamos en contra de lo que hace este gobierno. Pero ellos siguen haciendo lo que quieren, sin que importen las consecuencias. Es una vergüenza para Alemania. Sin embargo, existe una alternativa: la alternativa para Alemania, que cada día se hace más fuerte". La persona que expresa estas palabras lleva una chaqueta acolchada negra, una bufanda blanca, el pelo rubio atado. Parece una mujer de plata volviendo de un día de caza. Su público: hombres rapados, mujeres jóvenes en chaqueta chándal de Adidas, señoras en abrigo de piel. Todos aplauden al escuchar las palabras de Alice Weidel, la líder de la AfD, en una plaza de Erfurt, una ciudad de la Alemania del Este.
Corre el año 2023. En esta plaza, Weidel parece fuera de lugar. Ni por su ropa ni por su biografía es una de ellos: nacida en Gütersloh, una ciudad a menos de 100 kilometros de la frontera con Países Bajos, de clase alta, con un doctorado en Economía escrito en China y años de experiencia como consultora en las grandes empresas del mundo financiero. El cliché occidental que pesa sobre la Alemania del Este acusa un fuerte contraste con la imagen de la líder de la AfD: bajo nivel de educación, un trabajo manual de salario humilde y miedo al cambio.
Aún así, en esta plaza de Erfurt, estas dos biografias parecen estar en perfecta sinergía unidas por una sola ideología: la extrema derecha. En las elecciones europeas del pasado domingo, un 20,6 % de los ciudadanos de la ciudad votó a la AfD, haciéndola el segundo partido más fuerte justo por detrás de la CDU, que consiguió un 22 %.
Cuando uno mira los mapas electorales de Alemania tras las elecciones, parece que la reunificación nunca ocurrió: una línea muy clara separa Alemania en dos partes. Una, la que dio la mayoría de los votos a los partidos conservadores (CDU/CSU); la otra, la que votó principalmente a la AfD. En otras palabras: la Alemania del Oeste y la Alemania del Este. ¿Cómo puede ser que la antigua Alemania comunista, 30 años después de ser reunificada y democratizada, vea el futuro en un partido que recuerda al oscuro pasado del totalitarismo?
El psicólogo y sociólogo Elmar Brähler asegura que este resultado tiene que ver justamente con el pasado comunista de la RDA. Pero más con lo que siguió después de la caída del Muro de Berlín. Desde 2002, Brähler investiga tendencias extremistas y autoritarias en la sociedad alemana en sus famosos Estudios del centro. Según los más recientes, el 27 % de los votantes de la AfD son personas con ideología de extrema derecha y el 47 % tiende a posiciones antidemocráticas.
En otra rama del mismo estudio, un 12 % de la población alemana asegura que hay vidas valiosas y no valiosas. Otro 12 % no tiene una clara respuesta a esta pregunta. Un tercer bloque de 12 % opina que la influencia de los judíos en Alemania es "todavía demasiado grande", mientras que un 28 % está de acuerdo con la afirmación de que Alemania está "considerablemente extranjerizada debido al gran número de extranjeros", y la mitad de los encuestados se encuentra a favor de que "el pueblo alemán tiene que volver a mostrar su fuerza".
Estos resultados reflejan el complejo tornasol de sensibilidades de la sociedad alemana. Sin embargo, la sociedad del Este es algo particular, asegura Brähler. "Existen tres diferencias estructurales: el alto nivel de migración al Oeste desde la caída del Muro hizo que muchas personas progresistas, con un alto nivel educativo y procedentes de hogares con mayores ingresos, abandonaron el Este. Hay menos personas de origen inmigrante que en el resto del país, que tienden a posiciones más alejadas de la extrema derecha. Y, por último, hay muchas más zonas rurales en el Este que en el Oeste. Los mapas electorales –incluido los de las elecciones europeas– muestran claramente que las ciudades tienden a votar más progresista".
En otras palabras: no fue la AfD la que hizo a la Alemania del Este una cuna de la extrema derecha. "Miramos la lealtad de los votantes a los partidos", asegura Brähler. "En Alemania del Oeste, los grandes partidos tienen un entorno al que tradicionalmente apelan: la CDU a los católicos, el SPD a los sindicatos". En el Este, esta lealtad no existe. "Hoy en día, muchas personas que solían votar a la CDU, Linke o SPD ahora encuentran su hogar político en la AfD. Pero no porque se hayan vuelto más de extrema derecha. Es porque siempre lo han sido", afirma Brähler apoyándose en que los resultados de sus estudios con respecto al Este no cambiaron mucho desde su inicio en 2002.
Hace mucho tiempo que la Alemania del Oeste ignoró este problema. Año tras año, cada 3 de octubre, celebra la reunificación como una gran historia de éxito. La victoria de la democracia, de la paz, del reencuentro. Pero la verdad parece desvelar su verdadero rostro. Quizás, nunca lo fue. "En Alemania del Este existe la sensación de que el Oeste no le toma en serio", asegura el psicólogo alemán.
El trabajo que muchas personas tenían en la vieja RDA se consideraba insignificante al haberse dado en un sistema antidemocrático. Hasta la actualidad, las personas en el Este ganan en promedio un 18 % menos que las del Oeste. La desigualdad de riqueza crece cada vez más: en el sistema comunista, no se permitió tener propiedades hasta tarde. Rara vez pudieron obtenerlas desde entonces. Mientras que muchas familias del Oeste han traspasado su riqueza de generación en generación, en el Este no se tiene mucho que heredar. "Estas diferencias se sienten injustas, y alimentan la sensación de que la democracia no les llega, de que no tienen nada que decir".
La ciudad del juguete roto
Junio de 2023, en la pequeña ciudad de Sonneberg, Turingia. Por primera vez se vota a un político de la AfD como jefe de la municipalidad. La AfD en un puesto de poder. La historia de Sonneberg es un síntoma de la frustración de la antigua Alemania comunista. En los tiempos de la RDA, Sonneberg era conocido como la ciudad mundial del juguete. Niños en todo el mundo jugaban con muñecas y osos de peluche de la empresa estatal Sonni. Miles de personas trabajaban en la industria juguetera.
Con la reunificación, la empresa estatal fue disuelta y, en grandes partes, comprada por empresarios del Oeste. Hoy, Piko, el único fabricante de juguetes que queda, sigue empleando a 160 personas. La mayoría de los juguetes alemanes se fabrican en China. Casi la mitad de los empleados en Sonneberg ganan el salario mínimo. Después de la reunificación, muchas ciudades en la Alemania del Este, como Sonneberg, se diluyeron en la insignificancia, cayeron en el olvido.
El origen de la AfD se encuentra en 2013, concretamente en unos académicos alemanes que querían fundar un partido nuevo. Al principio, fue un partido euroescéptico y liberal nacional, fundado por la crisis del euro. Pero pronto tomó otra vía: reconoció en una cierta cantidad de la población alemana su frustración, xenofobia y su miedo al cambio, y hoy apela a ello. La AfD maneja estas frustraciones con perfección, y como cualquier otro partido populista, da respuestas simples a las crisis complejas.
Hasta el punto que el Tribunal Constitucional Federal trata a la AfD como "presunto caso de extrema derecha", lo cual jurídicamente le da permiso a la inteligencia alemana para vigilar a algunos de sus miembros y medios de comunicación. Las divisiones regionales en tres estados de la antigua Alemania comunista, por su parte, están tratados ya como "aseguradamente de extrema derecha".
De hecho, Björn Höcke líder de la división regional de Turingia, frecuentemente hace referencias a citas y lemas del partido Nazi. El Wall Street Journal asegura estar en posesión de una transcripción de una entrevista con Höcke en la que dice: "El gran problema es que Hitler es retratado como el mal absoluto".
Una líder ecléctica
Alice Weidel, que junto con Tino Chrupalla es la actual líder de la AfD a nivel nacional, quiere demostrar una imagen más amable. Siempre va bien vestida, es elocuente y hace gala de un mordaz sentido de humor. Así aparece en miles de videos en las redes sociales. Weidel es una estrella en TikTok, con cientos de cuentas de aficionados haciendo memes y recortes de la política. El hashtag #cancilleradecorazones es uno de muchos que frecuentemente se usa en conexión con ella.
Muchos se preguntan cuál es la receta de su éxito, ya que Weidel tiene una biografía que no parece encajar con una ideología de extrema derecha: no sólo es economista de familia adinerada, sino también mujer, lesbiana, casada con una mujer de Sri Lanka. La pareja tiene dos hijos adoptados y, aunque Weidel lo desmiente, pasan mucho tiempo viviendo en Suiza. Según investigó Der Spiegel en 2017, la familia Weidel es una de muchas alemanas que, expulsada después de la Segunda Guerra Mundial, sufrió mucho en el intento de reconstruir una nueva existencia, siempre por el miedo de volver a perderla.
Además, habla sin tapujos con una retórica xenófoba. "Burkas, chicas con hijab, acuchilladores subvencionados y otros inútiles no garantizarán nuestra prosperidad, el crecimiento económico y el Estado del bienestar", expresó Alice Weidel en 2018 en un discurso en el parlamento alemán. "Si usted vive en un país donde le castigan por pescar sin licencia, pero no por cruzar la frontera ilegalmente sin pasaporte vigente, tiene todos los derechos de decir: este país está gobernado por idiotas".
Sus discursos son viajes a un mundo en el que fuerzas oscuras quieren robar la dignidad y el bolsillo de los alemanes. A los otros partidos políticos se refiere como Einheitsfront, algo que resuena en el Este como la fachada falsa del sistema plurista de la RDA, que no proponía real oposición al partido comunista, y donde todos eran uno. Son estos discursos con los que Weidel capta la atención de los que se sienten frustrados, apelando al resentimiento y a la sensación de haberse quedado atrás.
"¿Y ahora? Ahora ni siquiera cobro una pensión de 800 €", asegura a este diario un jubilado de 60 años, minero retirado, desde un café de Sonneberg. Antes era votante del SPD, el partido de los trabajadores. No entiende por qué el Gobierno alemán gasta miles de millones de euros en ayuda para la guerra de Ucrania cuando él ni siquiera tiene una pensión digna. Alice Weidel, probablemente, le daría la razón.
"En el Este, la gente todavía tiene en sus huesos el trauma de la transformación, que estuvo asociada a una gran inseguridad social", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio la socióloga alemana Bettina Kohlrausch, directora del Instituto de Ciencias Económicas y Sociales de la Fundación Hans Böckler. "Mientras, se les exige adaptarse". Con nuevas guerras, una crisis climática y la inflación disparada, eso son muchas transformaciones juntas. "Los políticos no aciertan a responder a la pregunta de cómo quieren proporcionar a la gente seguridad social en tiempos de cambios masivos. La AfD, en cambio, tiene éxito a la hora de abordar el miedo a estos procesos", continúa Kohlrausch.
En el Este, ese miedo resuena todavía más que en el Oeste. En su nuevo libro, Desigualmente reunidos, el sociólogo Steffen Mau llega a otra conclusión: las dos Alemanias nunca van a ser una, en el sentido de ser iguales. Y tienen que hacer su paz aceptando eso. El Este siempre va a ser distinto. No hay que cambiarlo, sino aceptarlo. La Alemania del Oeste tiene que dejar atrás su sentido de superioridad, dejar de tratar de ser el ejemplo de seguir, mientras que la Alemania del Este debe dejar sanar sus heridas.
No obstante, hoy eso aún parece un sueño muy lejano. El Este se ha dado cuenta de que con mostrar sus posiciones de extrema derecha en las calles y en los votos puede llamar la atención del Oeste, y hasta irritarlo. Como si les quisiera decir: 'si nos tratáis de extrema derecha, seámoslo'. "En lugar de estar deprimidos en sus casas, están agresivos en las calles", asegura Brähler. "Saben que, por fin, el Oeste les escucha". Ahora tienen algo que decir. Y su mensaje, después de tanto tiempo de ignorancia, ya no es agradable.