Noticias relacionadas
De cerca, Manuela Carmena (Madrid, 1944) es como contaban: una de esas mujeres con las que desayunar toda la vida. Hasta sus viejos rivales políticos saben que tratar de vilipendiarla es como intentar matar una mariposa a cañonazos, por eso le mandan mensajes de cariño en secreto, para no perder las formas frente a los compadres de partido. Ella maneja con temple infinito el don de la ternura, que decía Carver. Nos recibe en la cocina de su casa -luminosa, cálida, antigua-, con vistas a un pequeño patio lleno de macetas y enredaderas, y nos invita a café y a bizcocho, como reza su leyenda. Su familia vive en la estancia contigua. Es una matriarca histórica: le pierde hablar de lo buenos que han venido los champiñones al mercado, dejando k.o. a las élites con su colosal cotidianidad. Jamás dejó de gastar suela en el metro.
La que fuera jueza y alcaldesa de Madrid procuró acunar a los ciudadanitos hasta el punto de llevarles la magdalena a la boca, como a los nietos diminutos. Fue un emblema, Manuela, casi un icono pop dibujado en grafitis en los muros de la ciudad, pero su filosofía de la amabilidad desarmante la acabó trayendo por la calle de la Amargura.
Hoy lo cuenta en La joven política (Península), un libro donde reparte a unos y a otros -sin perder la sonrisa- mientras desgrana su experiencia en el Consistorio. Se queja de la incapacidad para la gestión de sus compañeros activistas de Ahora Madrid. Propone votar por puntos: votar políticas concretas y no tanto nombres que se vuelven efigies. Desprecia la dialéctica de lodazal. Detalla las zancadillas acumuladas. Tiene trucos, Manuela, con su aura incansable de hada madrina, para que no nos matemos vivos y recordemos respirar aire puro antes de entregarnos a la bronca, pero sabe que nos influye más después de conversar sobre lo que de verdad importa: las recetas de repostería.
Pregunta.- ¿Es cierto eso que dicen de que cuando uno deja la política se pone más guapo, más lustroso, duerme mejor…? ¿Cuántos años te ha echado encima la alcaldía, Manuela?
Respuesta.- (Ríe). En mi caso ninguno, no tiene nada que ver; yo he tenido muchos trabajos y todos han sido análogos. No me he sentido con más tensión en la política ni con menos. Ha sido una experiencia interesante, he aprendido mucho.
P.- Siempre dijiste que no querías hacer una política de confrontación, sino de aclaración: ¿te cansaste de poner la otra mejilla a rivales a veces muy cruentos, como Aguirre?
R.- No, nunca me he cansado de poner la otra mejilla; al revés, siempre me ha parecido necesario insistir en que todos los políticos somos por igual representantes de la sociedad; y que tú no te puedes meter con la persona que han elegido otros miembros de la sociedad, porque si no lo que estás haciendo es ser antidemócrata. Tienes que tener el mismo respeto hacia las personas elegidas que piensan como tú y a las que no.
P.- Pero cuando se inaugura la guerra del barro…
R.- Sí, pero la única manera de combatir la estrategia del barro es la bandera blanca. Es la paz. Tú no puedes contestar más que con paz. Si te metes en guerra, adiós. Las magdalenas, el seguir hablando, el buscar algún elemento de comunicación, buscar una estructura de empatía… es una tarea difícil, pero es bonito.
P.- Hablas de una política que casi no mira a los ojos al de enfrente. ¿Cuál ha sido el momento más tétrico que has vivido en el cargo de alcaldesa?
R.- Bueno, quizá lo que más me afectó fue cuando empezaron a sacar a relucir que si yo no había pagado toda una parte del piso que había comprado… empezaron a meterse en cosas absolutamente falsas y yo tenía que justificarlas todo el rato, tuve que buscar los talones… fue desconcertante para mí. Yo compré parte de esta casa de al lado y dijeron que yo no la había pagado. Me di cuenta de que de cualquier pequeña cosa pueden sacar una gran invención.
P.- También se inventaron que vivía en una urbanización de lujo en Orgaz, y aún no se han retirado esos datos de internet.
R.- ¡Tremendo! Y la gente en la calle aún me lo dice: "Claro, como tú vives en el Parque Conde de Orgaz…". Y yo: "Que no vivo en Orgaz, hombre, que vivo en Arturo Soria y tengo un adosado y punto, estoy encantada y no necesito más".
"Un político de izquierdas tiene que ser austero: yo no me dejaba invitar a los restaurantes caros cuando era alcaldesa"
P.- Pero, ¿y si llega a ser cierto? ¿Hubiera afectado? Es uno de los debates históricos de la izquierda. Mira lo que le pasó a Iglesias con su chalé. ¿Aleja eso al ciudadano del político?
R.- Yo creo que algunas cosas sí alejan. Yo con una cosa con la que tuve mucho cuidado cuando fui alcaldesa fue con no dejarme invitar por los grandes restauradores. No me gustaba. "¿Por qué no viene usted a nuestro restaurante?". Bueno, yo no voy normalmente a restaurantes tan caros, ¿no? Entonces cuando eres una autoridad tienes que tener especialmente cuidado con eso. Si eres una persona privada puedes hacer más lo que quieres, pero ahí tienes que pensar que si vas a un restaurante muy caro, te distancias. Das una impresión mala. Hay que tener cuidado con no abusar de los privilegios. Yo por eso siempre lo rechacé, no lo quería. No tienes por qué tener privilegios.
P.- Pero desde la izquierda también se ha dicho “oye, mira, que soy de izquierdas pero no cartujano, ¿o es que tengo que vivir debajo de un puente?”. ¿Cuál es el punto medio entre el bienestar y el lujo?
R.- El exceso, la ostentación… al político le distancia. Vivimos en una sociedad en la que, precisamente, las políticas de igualdad te hacen pensar que es necesario que no haya "lujos", porque eso va en perjuicio de los que necesitan tener muchas cosas y no las tienen. Mira, un político de izquierdas tiene que vivir con cierta austeridad, me parece a mí, qué quieres que te diga. Oye, que tampoco tienes que ser pobre. Que un día te podrás ir a un restaurante un poco más caro, un día que dices "venga, hoy sí me lo permito, ya está". Pero vamos: que hay que ser coherente.
P.- Tú siempre lo has mantenido.
R.- Yo sí.
P.- Hemos visto que no todo el mundo.
R.- Son maneras de ser. Hay que tener cuidado con los regalos. Devolver los regalos cuando no vienen a cuento, cuando son excesivos. Son pequeñas cosas. Pero a su vez también hay que ser natural. Si te regalan una docena de huevos, pues coges la docena de huevos, ¿no? Pero si te vienen con un regalo exagerado, lo tienes que devolver. ¿Por qué te vas a beneficiar de tener una autoridad? En la judicatura pasa lo mismo. Tú vas a un pueblo y tienes que procurar tener cabeza, porque inmediatamente te ofrecen una casa en unas condiciones estupendas, y tienes que saber rechazarla. Es importante que quede claro que una autoridad no tiene por qué beneficiarse de ningún privilegio. Y tiene que vivir con moderación, sin perjuicio de que un día puntual se dé uno un capricho.
P.- ¿Quién no ha cedido a las tentaciones? Pienso en Mújica. O Anguita…
R.- Seguro que hay más gente también. Tienes que ir en el metro, tienes que coger el autobús, porque tú estás recomendando que se utilice el transporte público y tú tienes que dar ejemplo. Esto es así. Esa es mi manera de ver las cosas.
P.- Es cierto que sus magdalenas fueron un éxito, pero, ¿te dieron ganas de tirarle una a alguien a la cabeza?
R.- Qué va, qué va. No me suele pasar, no (ríe). Cuando noto que una persona me trata mal, lo que me pasa es que me entran más ganas de hablar con ella. Me apetece conocerla más. Eso me pasó con Javier Marías. Hizo un artículo donde decía que yo estaba loca.
P.- ¡Vaya, hombre, Javier…!
R.- Sí, yo me quedé muy sorprendida. Pensé: "Este señor pensará que hay una alcaldesa loca en Madrid, esto es muy grave, voy a intentar convencerle de que no estoy loca". Entonces le llamé y su asistenta me dijo que él no hablaba nunca con políticos.
P.- ¡Ah! ¿Te rechazó?
R.- Sí, sí, sí. Totalmente, vamos.
P.- Anda, hijo, qué borde. Podría responder a la llamada.
R.- Pues sí… ¿Sabes? Yo, más que nada, le dije a su asistenta "pues nada, dile que esté tranquilo, que yo no estoy loca, que cuando quiera lo podemos hablar". Eso te deja un poco chafado. Pero a mí me interesa profundizar. "¿Por qué dices eso? Conóceme".
"Javier Marías dijo que estaba loca, le llamé para convencerle de que no y me rechazó"
P.- ¿Por qué decía que estabas loca?
R.- Creo que fue cuando declaramos peatonal los domingos el Paseo del Prado, creo que fue eso.
P.- Le pareció que eso era equivalente a la auténtica chifladura.
R.- Sí (ríe), decía que estaba loca de atar, el hombre. En fin. A mí me pareció preocupante, lo de tener una alcaldesa loca. Y además a mí él me gustaba, me parecía un hombre respetable que escribía cosas bonitas… pero nada, no hubo manera. Lo que te quiero decir es que a mí los ataques me incitan a hablar.
P.- ¿Nunca le viste, después de aquella?
R.- No, de hecho no le conozco ni en persona.
P.- ¿Te has cansado de ser la abuela de Madrid? Por un lado fue favorecedor y amable, pero, por otro, ¿crees que se te ridiculizó o se te tomó por tonta por ese mismo arquetipo? Está la mirada machista de: bah, la abuela es alguien débil. Una mujer… ¡y mayor! Nos la comemos.
R.- Sí, tienes toda la razón. Lo interpreto como tú. Están esas dos versiones. A mí me encanta ser la abuela, asumo fantásticamente bien ese papel, es estupendo y eso no quita para nada que tenga toda la energía necesaria para decir lo que se debe hacer y lo que no. Cuando había momentos en los que se me miraba con esa presunción de debilidad, yo decía: "Oye, mira, recordad que soy una persona que cuando he decidido que alguien tenía que entrar en la cárcel, ha entrado".
P.- Guau.
R.- Sí, que recuerden eso. Tengo autoridad para decir "hasta aquí sí" y "hasta aquí no". He querido demostrar siempre que una abuela puede tener toda la determinación del mundo.
P.- Desde tu época de jueza a la de alcaldesa, ¿has visto cuestionada tu autoridad por los hombres? Mira que Monedero te metió mucha caña y lo señalas en el libro.
R.- Sí, claro, es la mirada del desconocimiento del mundo femenino. Hay una concepción patriarcal del poder en sí mismo, del poder mandar, del poder dar órdenes, y se desprecia otro poder que para mí es esencial, que es el de influir. Es más importante influir que mandar. Yo siempre he querido incorporar lo cotidiano, ¡la vida!, a la profesión. A mí nunca me ha gustado convertirme en otra cosa que no soy, que es la tentación que tienen muchas mujeres que llegan al poder o a la autoridad.
P.- Las llamadas "escaladoras solitarias".
R.- Eso es. Abdican de su personalidad para incorporar las actitudes masculinas. Yo nunca he sido así. Alguna vez llegaba a un juicio quizá un poco tarde y les contaba "no, perdona, es que estaba haciendo el disfraz para mi hijo, que tenía una fiesta de disfraces", y los hombres se quedaban como bloqueados: no sabían qué decir, nunca saben qué decir cuando le colocas de frente la vida cotidiana.
Cuando yo llegué al juzgado del Escorial había un funcionario muy mayor, muy antiguo, y yo llegaba por la mañana y antes a veces me pasaba por el mercado y compraba algo. Entonces llegaba y comentaba: "Oye, están los champiñones ahora buenísimos, o tal". Y este señor, que se llamaba Marcelino, un día me dijo: "Señoría, yo creo que usted no debe mantener esas conversaciones sobre el mercado, porque eso no es propio de una autoridad". Y yo le decía: "Pero venga, Marcelino, hombre, relájate, ¡qué antiguo estás…!" (ríe).
"Muchas mujeres llegan al poder e incorporan actitudes masculinas: yo no"
P.- "Marcelino, pero, ¿a que están buenos los champiñones?".
R.- (Ríe). Eso. Pero eso sigue existiendo: la cultura masculina de la autoridad rígida. Por ejemplo, hay un bar aquí cerquita del metro, estilo Museo del Jamón, que lo regenta un señor muy mayor y muy majo y todo. Un día, cuando ya no era alcaldesa, que entré a tomar un café, me dice: "¿Le puedo decir algo? Yo he sufrido viéndola a usted meterse todas las mañanas en el metro. Una autoridad no viaja en el metro. A usted la hace de menos eso… pierde autoridad". Y yo le dije que no lo creía, que pensaba que estaba muy equivocado.
P.- Fíjate. Qué esnobismo, ¿no?
R.- Sí.
P.- Incluso de la gente trabajadora, que es lo llamativo. ¿Prefieren que vayas en la limusina que ellos no pueden disfrutar?
R.- No sé cómo decirte, está esa sensación del "prestigio de la autoridad", que es como "alto, distante, diferente". A mí ese señor me hace mucha gracia, me llevo muy bien con él. Ahora además del café me pone una tapita de queso de regalo y ya le dejo, claro, que antes cuando era alcaldesa no le dejaba nunca (ríe). El queso me encanta.
P.- ¿La clase obrera o la clase trabajadora está secuestrada por su fascinación por los ricos o las élites, incluso por esa distancia social…?
R.- No, no lo creo. Lo que yo creo es que se ha roto un poco la vieja concepción de la clase obrera tradicional, ahora está todo mucho más transversalizado. Es difícil identificar a un colectivo como clase obrera total. Pero algunas de las cosas que tú dices sí pueden ser interesantes: que hay trabajadores que adoptan actitudes más tradicionales o menos críticas, que sin embargo en un ambiente más intelectual pueden cuestionarse.
Lo del tema del consumo, por ejemplo. Si vives una vida en la que ya has tenido muchas satisfacciones, puedes empezar a cuestionarte el consumo. Pero a un colectivo que nunca ha tenido esa posibilidad, si tú le dices ahora que hay que ser austero y sobrio y no comprarse tanta ropa, te dirá "pues mira, pues no, a mí me apetece disfrutar". Eso es interesante. Se llegan a unos roles: en cuanto tienes más capacidad de consumo, por ejemplo, eso mismo te erradica los valores que serían los propios -¡en teoría!- de tu clase o de la llamada "clase obrera".
P.- En el libro dices que has tenido más poder como jueza que como alcaldesa. Sales tan desencantada de la política, señalas tanto la incapacidad de acción, que una se pregunta si vale la pena votar.
R.- (Sonrisa amarga).
P.- ¿Qué le cuentas a tus nietos adolescentes, qué les recomiendas? ¿Que voten o no voten?
R.- Al contrario: les digo que lo que hay que hacer es votar más y ser más demócrata. Pero hay que cuidar la democracia, ese es mi lema. Yo pongo encima de la mesa las cosas que no están bien, y ahí voy a invocar a una persona que a mí me gusta mucho. Es un señor del siglo XIX y se llama Gumersindo de Azcárate, era un hombre de los liberales con objetivos sociales muy interesantes. Él escribe allá por 1880 un libro llamado La práctica parlamentaria, donde cuenta todo lo que funciona mal en la práctica parlamentaria, y dice: "Pero lo digo precisamente porque soy profundamente creyente de la democracia". Y yo también. Me parece que la democracia es el mejor sistema y el más razonable y hay que cuidarlo…
P.- ¿A pesar de ese inmovilismo que señalas en el libro?
R.- Claro. Pero yo nunca dejé, ni ahí dentro ni aquí fuera, de movilizarme para el cambio. Cuando yo he optado por no entrar en la confrontación de bar o callejera, lo he hecho porque creo que hay que insistir en que entre nosotros no podemos hacer eso. En la parte final del libro doy un montón de alternativas para mejorar lo que tenemos.
P.- ¿Quién maneja en verdad los hilos del país si no son del todo los políticos y si no son del todo los jueces? ¿Los empresarios, acaso?
R.- Bueno. No. En los países hay muchas fuerzas que convergen, muchas y de muchos tipos, afortunadamente, porque vivimos en una sociedad plural y transversal. La política tiene una torpeza en la gestión porque la hemos querido hacer así. Hemos generado un concepto de "oposición" encaminada a que el Ejecutivo no haga nada. Todo quiere que el Ejecutivo lo haga mal.
P.- Lo torpedea.
R.- Sí. Para llegar a ser ellos el Ejecutivo. Cuando el PP dice "estropead España, que nosotros la vamos a arreglar", en el fondo está deseando que se estropee. Eso entorpece la actividad política, y la hace poco eficaz. A eso me refiero. No me refiero a que la gestión de los políticos la hagan otras personas. Digo que no se hace lo que se debiera hacer porque este mundo está lleno de bombas racimo. Cosas tan pequeñas… decidimos que había que salvar Bicimad porque se moría, y decidimos que formara parte de la EMT. Eso generó una querella que tardó los mismos años en resolverse que los que estuve en el Ayuntamiento. Total, que todo así. Todo lentísimo.
"Hay políticos de Vox que me mandan mensajes felicitándome, pero en público me ponen verde: si no, su partido les echaría"
P.- Me resulta muy curiosa una cosa que cuentas. Te metían hostias como panes, críticas furibundas, demoledoras… y luego recibías un mensaje de un concejal de la oposición que te decía: "Manuela, no te lo tomes tan a pecho, tú eres una mujer estupenda, pero esto es política". ¡Esta ficción, esta cosa teatral…!
R.- Mira, yo no te lo puedo enseñar porque no me parece bien… pero hija, qué ganas de enseñarte el WhatsApp que me ha enviado uno de Vox. ¡Si lo vieras! ¡Felicitándome por la Plaza de España!
P.- ¿En serio?
R.- Es sorprendente (resopla, sonriendo).
P.- ¿Y por qué no se dice eso en público?
R.- Yo no lo hago por respeto a él. Y él no lo dice en público porque su partido le echaría.
P.- Ah, querida, el régimen militar…
R.- ¡Imagina! Han estado diciendo que yo era un desastre, que todo lo hacía mal… no pueden recular. Y tengo mensajes de amigos de Vox que me decían "no te voto porque tengo que votarme a mí mismo, pero desde luego has sido la mejor alcaldesa". Y en público te está poniendo verde. Esto es así.
P.- A pesar de las coces que te has llevado, ¿de qué políticos, sean de tu lado o de los de enfrente, celebras su buen hacer?
R.- Yo me he sentido más cerca, independientemente de la etiqueta ideológica, de las personas más humanas. Yo en política, siempre que un concejal enfermaba o una concejala tenía un niño o una niña… a mí siempre me gustaba mandarles un regalo, y a ser posible una caja de magdalenas. Y han reaccionado de manera diferente. Ha habido personas que prácticamente ni me han dado las gracias.
P.- ¿De verdad?
R.- Sí. Y ha habido otras que sí me han dado las gracias y con las que he establecido una buena relación independiente a su ideología.
P.- ¿Por ejemplo?
R.- No te puedo dar nombres…
P.- ¿Por qué no, si eso es bonito?
R.- Ya, pero no, porque no sé si les comprometo. Y en eso tengo mucho cuidado. No me gustaría que pensaran que divulgo algo que me han dicho en privado. Y están todos en partidos políticos. A ver si les van a echar.
P.- Hablábamos del poder de la judicatura. ¿Qué le parece que Arnaldo vaya a ser el ponente de la sentencia sobre la Ley del Aborto, si se ha manifestado muchas veces en contra? ¿Qué credibilidad tiene? ¿Hasta qué punto los jueces pueden tener opiniones políticas en público?
R.- Aquí hay muchos temas interesantes. Que se considere a Arnaldo un jurista de reconocida competencia es una equivocación extraordinaria, es un error: no es un jurista de reconocida competencia, porque por lo que sabemos de él (y hemos tenido la posibilidad de escucharlo en los medios, y de leerlo) es una persona que ha actuado como intermediador entre personas del Partido Popular para que no tuvieran consecuencias legales. En un caso concreto hay hasta una cinta en la que se dice que se va a intentar cambiar al fiscal… son actitudes absolutamente reprochables para un jurista. Un jurista lo que no puede hacer es poner sus conocimientos y su vinculación con la ley y la justicia al beneficio de personas que son simplemente de su partido. Eso le convierte en una especie de comisionista jurídico y es inaceptable.
"Arnaldo no es ningún jurista de reconocida competencia, beneficia al PP y no debería juzgar la Ley del Aborto"
Él nunca debería haber sido nombrado. Es un error del Gobierno el haber aceptado esa designación. Luego me parece que una persona que se ha expresado en contra de una ley de una manera tan contundente no puede juzgarla. Tendría que abstenerse. Otra cosa diferente, que sí me gusta decir, es que los magistrados del Tribunal Constitucional deben ser enormemente demócratas, y, en ese sentido, ser políticamente demócratas. Yo no quiero tampoco para el Tribunal Constitucional -que tiene como obligación la interpretación de la Constitución, sabiendo que es un pacto político que ha hecho la ciudadanía- a magistrados apolíticos. Porque lo que necesito es políticos demócratas, políticos sometidos a la Constitución.
En estos casos me gusta relatar la vida de uno de los magistrados del Tribunal Constitucional de Sudáfrica. La república de Sudáfrica vivió una transición, que, aunque diferente a la nuestra, tuvo algo de parecido: se pasó de una situación insostenible (como fue el apartheid) a una democracia. Y ahí hay un magistrado del Tribunal Constitucional de muchísimo prestigio que se llama Albie Sachs, que era un hombre amigo de Mandela. Cuando él llega a ser magistrado del Constitucional, dice: "Ahora, mi responsabilidad es, quizá, votar contra Nelson Mandela si él se equivoca". Eso es lo que yo quiero decir. Esa es la independencia de una persona profundamente demócrata y que está politizada. No quiero apolíticos. Quiero personas politizadas democráticamente hablando.
P.- Yolanda Díaz es un poco tu heredera política en cuanto a fondo y formas. ¿Puede una dirigente política en este país decir que es comunista sin que suene a "que viene el lobo?". A ti te llamaron "chavista", "traidora a España", "amiga de los terroristas"…
R.- No, a ver, el tema de explicar que uno es comunista es sorprendente, porque ahora mismo, ¿qué es el comunismo?
P.- No lo sé, dímelo tú.
R.- (Ríe). Yo no lo sé, por eso te digo. Ahora mismo decir que uno es comunista ha perdido sentido. Los partidos comunistas fueron muy importantes en el siglo XX, sobre todo en la oposición, pero el régimen comunista no resultó nada encomiable, puesto que no supo verdaderamente hacer compatible el desarrollo económico con la libertad, los derechos individuales y los derechos humanos. Y, por tanto, el comunismo no es un ejemplo aceptable. El Partido Comunista ahora no tiene sentido. En esa medida, lo que creo que Yolanda quiere decir es que su vinculación con el comunismo es más emocional que orgánica, porque orgánica no tiene sentido.
P.- Recuerdo que contaban, cuando tú llegaste al poder, que te habías reunido con unos empresarios temblorosos y les dijiste: "Tranquilos, chicos, que no soy comunista, ya podéis respirar". ¿Eso es cierto?
R.- (Ríe). No sé, puede ser que en algún momento dijese eso, porque es verdad que estaban aterrorizados. Me pararon unas señoras en el Barrio de Salamanca y me dijeron que por favor, que no suspendiera las misas, que no metiera en la cárcel a los curas… y aquí unos vecinos hicieron firmar a los niños de esta calle diciendo que por favor, permitiese que hubiese nacimientos y tal. Una cosa increíble, ¿no? Alucinante. Y con los nacimientos… vamos, el único nacimiento que no me gustaba era el que ponen ahora en la Puerta de Alcalá, que es muy feo, porque es de tubo, y parece de pueblo, es paleto, si yo no lo puse porque era una paletada, pero no tenía nada contra los nacimientos bonitos. ¡Bueno, bueno, me llegaron unas cartas…! La carta que más me gustó fue la de un señor que estaba muy indignado y me decía que en su casa había un nacimiento en cada habitación.
P.- ¿Qué carajo, Manuela…?
R.- (Ríe). Yo no sé si en el cuarto de baño, aprovechando el agua, hacían ahí una catarata de Nazaret. No lo sé. La gente es sorprendente. Yo al final decidí que lo mejor era poner unas imágenes muy bonitas de cuadros de El Prado, aprovechando que era el centenario del Museo del Prado.
P.- Pensaron que querías destruir la Navidad. Es de telefilm de Antena 3.
R.- Eso último les gustó (risas). Pero bueno.
P.- Trabajaste en 2011 con Patxi López contra los abusos policiales. Pienso en la huelga del metal en Cádiz y en la cuestionada actuación policial que está habiendo. Hemos visto tanquetas del Gobierno, hemos visto a agentes enzarzados con ancianos… Por otra parte, la policía también ha estado a tus órdenes. ¿Para ti son los buenos o los malos?
R.- (Ríe). Son los buenos. La policía es necesaria. Necesitamos que exista, necesitamos que ponga los límites, que nos proteja. En general son los buenos. Pero sí es verdad que la formación militar a la que están sometidos muchos de los cuerpos policiales sí da un perfil de personas con una gran capacidad de reacción violenta y eso es un riesgo profesional que hay que tener en cuenta. Hay que procurar no incorporar no una violencia excesiva en la función de la policía, porque eso significa una militarización que hace que no sean adecuados para llevar a cabo sus correspondientes trabajos. Hay que intentar, cada vez más, que los policías sean lo menos agresivos posibles aunque tengan que utilizar la agresividad.
P.- ¿La poli te quería?
R.- Pues mira, había de todo. Había algunos que estaban muy bien y otros que formaban grupos de extrema derecha y decían muchas barbaridades, querían que me muriera y todas esas cosas.
P.- Qué majos.
R.- Pues oye, de todo tiene que haber.
"Casado no debe tomarnos por tontos ni quedar de tonto él: si el líder de oposición no sabe a qué misas entra, sí que estamos bien"
P.- Manuela, tú has sido militante antifranquista y poco más y pierdes la vida por ello en Atocha. ¿Cómo ves que Casado acuda a la misa de Franco? ¿Esto es legítimo o debería ser penalizable en un país democrático?
R.- Yo creo que se debe permitir. En eso soy bastante tolerante. Pero él tiene que asumir qué significa el tener un adhesión a quien fue un grave y profundo dictador de España. Eso indica una falta de democracia en su postura que la sociedad tiene que saber; y la gente tiene que valorar si quiere votar a una persona que está amparando o que justifica o que en cierta medida aprecia la actitud de la dictadura del general Franco. Lo que yo creo que es más inadmisible de todo es mentir y decir que no se había enterado de lo que era. Primero porque es tomarnos por tontos y a él también, porque dices "hombre, si la persona que representa al principal partido de la oposición no sabe al tipo de misa qué va, pues sí que estamos bien". Estamos como para preocuparnos, sí.
P.- ¿Cómo viviste tú que los madrileños votasen a Ayuso y no a Iglesias, inclusive en barrios como Vallecas?
R.- Bueno, el mayor voto que tuvimos nosotros no vino de Vallecas, creo que fue más de toda la zona más intelectual, como Malasaña y todo eso. No sé. Mucha gente que no tiene un conocimiento acerca de los programas ni de las políticas concretas de los candidatos se deja lleva por la simpatía, por la atracción. Ayuso resultó una mujer simpática, accesible, que hablaba con expresiones muy naturales… Ella habla que si su ex, que si me tomo una caña, que si voy a la peluquería. Cosas naturales. El discurso de Pablo era muy distante, muy de profesor de política hablando del miedo al fascismo y todo eso. La gente está muy harta de eso.
"Me llevaría a Ayuso a hablar de política a un sitio de ensaladas, ahora que ha adelgazado muchísimo"
P.- ¿Crees que a la gente le da pereza la palabra “fascismo”?
R.- No sé, no les significa nada en la mayor parte de los casos. Yo creo que hay que hablar de cosas concretas. Mira, por ejemplo, un tema que a mí me parece muy importante: las escuelas infantiles, las guarderías. Nosotros creamos once guarderías nuevas, impresionantemente bien montadas. La señora Ayuso no ha hecho ninguna, ¿no? Entonces, ¿por qué no discutimos de por qué no se hacen guarderías? Eso es lo importante. Lo concreto. Para la gente hablar del fascismo es no decirles nada. Creo.
P.- ¿A dónde llevarías a Ayuso, a un bar o restaurante de Madrid, para hablar con ella de política madrileña?
R.- Yo la llevaría a un sitio donde hubiese nada más que ensaladas, cosas ligeritas, ¿no? Ella ha hecho un plan para adelgazar que le ha dado un resultado tremendo. Ha adelgazado un huevo. ¿Qué habrá hecho? No sé si estará con eso del ayuno o qué, pero lo que ha hecho le ha dado mucho resultado. Así que le diría: qué te parece si vamos a un sitio de ensaladas y ya está. Yo la primera vez que quedé a comer con Esperanza Aguirre, la invité a comer a un sitio de ensaladas.
P.- Y como te recuerda un poco la una a la otra, repites la fórmula ensalada, ¿no?
R.- (Ríe). Sí, totalmente. Cualquier sitio, no sé, pero de ensaladas ligeritas, no de esas que te dan ahora que tienen más calorías que ni sé. Un sitio vegetariano. Creo que Ayuso se cuida muchísimo. Y está muchísimo más guapa desde que ha adelgazado, eso hay que reconocerlo.
P.- ¿Qué le contarías sobre política madrileña que creas que deba saber? Fue impactante para mí leer en tu libro que cuando llegaste al despacho de la alcaldía no había ni una puñetera libreta, ni una agenda, ni nada que reseñase por dónde iba el trabajo de la ciudad. ¡Te llegaron a decir que lo habían quemado todo, los anteriores…! Eso no está demostrado, ¿no?
R.- No, no, me lo aseguraron. Me lo quemaron todo. Absolutamente todo.
P.- ¿Pero eso no te parece muy loco?
R.- Pero increíble. Lo quemaron absolutamente todo. Era rarísimo. Yo tenía la experiencia de llegar a un juzgado cuando se acababa de ir el juez anterior, y siempre lo dejaban todo. Hombre, se llevaban la foto de su chica, ¿sabes? Pero ya está.
P.- Claro, que se note que ahí se ha estado currando.
R.- Sí, siempre están las agendas, está todo. Pues no sé. Allí no había absolutamente nada.
P.- Lo relacionaba con Ayuso por el tema del continuismo de la ciudad. Qué es lo que tú sí le contarías a ella… que nadie te contó a ti.
R.- Yo le diría que está apoyando tesis conservadoras, retrógradas y que no tienen futuro. Chica, pero, ¿tú por qué te quieres meter ahora con los LGTBI? ¿Y por qué ahora mismo estás planteando lo del pin de los niños y todo este tipo de cosas? Intentaría hablar con ella: ¿a dónde te va esto? Y muchas otras cosas: ¿por qué dices las cosas que dices con respecto a los que no piensan como tú? Intentaría plantearle cosas concretas.
"Si Fátima Hahmed quiere llevar velo, que lo lleve: a nosotras nos hacen agujeros en las orejas al nacer"
P.- Tú que eres una gran lectora, ¿qué libro le recomendarías a Isabel?
R.- Aquí no hemos venido a estudiar, de Enric Juliana, que es muy interesante. Es sobre los presos de Burgos durante la dictadura. Es muy bonito. Es un debate que tienen los presos y te das cuenta de lo que fue la dictadura. Le recomendaría algún libro de esas épocas, le vendrá bien. ¡Oh! O Mañana a las once en la plaza de la Cebada, de Manolo López.
P.- ¿Qué hay de Fátima Hahmed, la apuesta de Yolanda Díaz? Hay quien ha criticado desde dentro del propio feminismo que una representante política tenga velo… ¿cómo lo ves tú?
R.- Yo creo que si lo quiere llevar, que lo lleve, por supuesto. Hay que tener un respeto absoluto a las tradiciones de los demás. Nosotros nos hacemos agujeros en las orejas para ponernos pendientes cuando somos bebés y no por eso decimos “no, la que tenga agujeros no va”. Yo tengo una ONG y allí hacemos cosas preciosas, como juguetes, y está en Manuela Malasaña 39, y trabaja con nosotros una chica estupenda, marroquí, a la que hemos enseñado a coser, y siempre viene con su pañuelo. Y me encanta. Es muy competente. Con su traje y su pañuelo. Me parece perfecto.