En el corazón de las highlands de Escocia, a poco menos de dos horas del castillo de Balmoral en el que falleció la reina Isabel II, se esconde uno de los personajes más radicales, eclécticos y fascinantes de la historia del conservacionismo: Paul Lister. Este terrateniente y millonario inglés, hijo del prestigioso empresario Noel Lister, compró en 2003 una de las grandes reservas naturales del norte de Reino Unido: Alladale Wilderness. Desde las 9.000 hectáreas de naturaleza que conforman este paraíso salvaje, Lister trata de paliar la degeneración de los ecosistemas británicos a través de la reintroducción de especies de fauna y flora amenazadas o al borde de la extinción. Es la única forma de paliar, según él, una vorágine de devastación climática a todas vistas irremediable. Quiere demostrar que es posible siempre que existan voluntad y financiación.
A pesar de sus esfuerzos, Lister considera que la humanidad perdió una gran oportunidad de cambiar su futuro hace 30 años, cuando aún tenía margen de maniobra para paliar los efectos del calentamiento global y la escasez de recursos. Tal y como asegura, tanto el capitalismo como la explosión demográfica son dos armas de destrucción masiva. La primera, por su afán extractivista y su obsesión de producir un crecimiento infinito en un mundo finito; la segunda, porque en menos de 300 años la poblacion del planeta se ha multiplicado por diez, de 800 millones de personas a 8.000 millones. "Estamos obsesionados con la reproducción", asegura. "Pero el planeta no puede soportar tantísimos seres humanos". Resignado ante su pesimista visión del futuro –él prefiere calificarse como un "realista"–, Lister se ha propuesto aportar su grano de arena mediante la conservación, la divulgación medioambiental y el turismo consciente o slow tourism.
"Mi función es conectar a la gente con la naturaleza", asegura. "Cuantas más personas vienen a Alladale, más se conciencian sobre todos estos asuntos. Al salir a las highlands y ver el millón de pinos que hemos plantado en estas colinas desnudas, uno comprende qué le ha pasado al paisaje en Reino Unido. Durante siglos hemos diezmado los bosques para construir barcos para el imperio británico. Todas estas colinas de nuestro alrededor antes estaban llenas de árboles. El problema es que el expolio no sólo ha ocurrido aquí, sino en toda Europa. Si viajas de Londres a Estambul descubres que nuestro continente se ha convertido en una enorme granja. Alladale es un rayo de esperanza".
Paul Lister confiesa que, gracias a él y su discurso, muchos visitantes de Alladale experimentan lo que denomina "momentos bombilla", breves pero intensos procesos de clarividencia mental en los que uno es capaz de comprender el peligro que suponen tanto el cambio climático como la devastación de la naturaleza perpetrada por el ser humano. Es un ametrallador de conciencias. Un maestro de la persuasión. Algunos dicen que está loco; otros, que es un genio. Hace falta escucharle durante varios días seguidos para comprender que tiene mucho más de lo segundo que de lo primero. Y que su historia es la de un soñador que quiere cambiar el mundo.
Sentado en una de las habitaciones en las que se divide la gigantesca mansión que se sitúa en el corazón de Alladale, donde Lister pasa largos periodos de tiempo cuando necesita huir de Londres, el poderoso latifundista recibe a un selecto grupo de medios internacionales entre los que se encuentra EL ESPAÑOL | Porfolio. A pesar de que es esquivo y hermético y no le gusta que lo fotografíen o le pregunten por sus orígenes, cuatro días junto a él y sus guías sobre el terreno, los rangers de Alladale, han logrado que se sincere sobre su vida, sus motivaciones para invertir parte de su fortuna en un proyecto tan arriesgado y, sobre todo, sobre su peculiar propuesta para frenar –que no parar, pues para él es imposible– la irreversible rueda de crecimiento de natalidad en la que está inmersa el mundo.
"Mi vida cambió a los 40 años"
Lister invirtió gran parte de su fortuna en proyectos de conservación y reintroducción de especies amenazadas en sus hábitats originarios. Llevado por una suerte de idealismo y de compromiso con el medio ambiente, decidió dedicar su vida a la preservación de los ecosistemas. Es la razón que lo llevó a fundar The European Nature Trust, que apoya económicamente a organizaciones de otros países (en España coopera con la Fundación Oso Pardo para recuperar el oso ibérico en la cordillera cantábrica). También se dedica a la divulgación mediante la producción de documentales como Riverwoods, On the Edge, 100 días de soledad, Cárpatos Salvajes o el español Dehesa: el bosque del lince ibérico. No en vano guarda una estrecha amistad con el multipremaido José María Morales, productor de Wanda Films y primer Rayo Verde de la Academia de Cine española.
Lo primero que llama la atención de él es que no le resulta cómodo hablar de su pasado, y cuando se le lanzan preguntas comprometidas demuestra una habilidad pasmosa para esquivarlas con sutileza y salir airoso. A pesar de todo, reconoce que heredó gran parte de la fortuna de su padre después de que este vendiera su empresa, MFI Group, una de las grandes cadenas del país dedicadas al retail, por 60 millones de libras. Sobre ella se decía que una de cada tres comidas cocinadas en Reino Unido provenían de una cocina de MFI. O que un 60% de los niños británicos fueron concebidos en una de sus camas. Sin embargo, tal y como explica su hijo, su fortuna actual proviene de las inversiones. "Somos lo que se suele llamar 'inversionistas conscientes' que van a lo seguro, especialmente en el sector inmobiliario", explica, sin dar más detalles.
Sobre el tamaño de su fortuna, Lister es más cuidadoso: "A veces los padres le dan su dinero a los hijos y otras veces lo ceden a la caridad. Mi padre hizo ambas cosas cuando vendió MFI: fundó la Academia de Navegación de Reino Unido (UKSA), la más grande del mundo, y el resto del dinero fue a parar tanto a mi hermana, que hoy se dedica al arte y a la meditación, como a mí. Yo puse una parte en una fundación [The European Nature Trust] y compré todo esto", señala con los brazos abiertos y una sonrisa en la boca.
Antes de volcarse en Alladale, Paul Lister estuvo en el negocio inmobiliario durante quince años. En uno de los pocos momentos en los que se abre para arrojar luz sobre su juventud, confiesa que, afortunadamente, cambió de vida a los 40: "Todo dio un vuelco a raíz de una gran revelación. Había cuatro cosas en mi vida que pasaron en un sólo año: un problema de salud de mi padre, un fracaso en los negocios, seis años de relación que se fueron al traste y un problema derivado de una septoplastia que me dejó sin sentido del gusto ni del olfato, y que prosigue hasta hoy. Todo esto me hizo caer en una depresión, así que me fui lejos a recuperarme. A un centro de rehabilitación. Necesité varios episodios para despertarme. Fue muy doloroso, nada divertido, pero salí adelante y cambié la dirección de mi vida".
Cuando Lister compró Alladale en 2003, la reserva costó la friolera de 3 millones y medio de libras. Entonces era una finca dedicada al negocio de la caza, pero tras el traspaso el terreno era íntegramente suyo. Su proyecto personal, su balón de oxígeno para empezar de cero y cumplir su sueño de erigir un enclave natural al que la gente pudiera viajar para comprender que una forma distinta de vivir es posible. Una vez se hizo con las 9.500 hectáreas de terreno, prohibió la rentabilización de la matanza de animales –era el negocio de los anteriores propietarios– y sólo permitió la caza de ciervos para controlar el exceso de población, ya que en Reino Unido este animal es una plaga que pone en peligro la estabilidad de los ecosistemas.
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La exportación de carne de venado y el turismo se convirtieron en dos de los pocos negocios con los que Alladale podía sacar rendimiento económico. Lister asegura que Alladale no es un hotel de lujo ni tiene intención de serlo. De hecho, es mucho menos caro de lo que parece y cualquier familia de clase media puede permitirse un viaje a sus hospedajes. "No perdemos dinero ni lo ganamos. Da para pagar lo básico: salarios, gas, gasolina y otras cuestiones esenciales de mantenimiento. Ahora, si trajésemos lobos de vuelta [reintroducir esta especie extinta en Reino Unido es su sueño], las visitas se descontrolarían. Habría gente haciendo cola y pagando el doble". Lamentablemente, introducir un gran carnívoro supone toparse con un férreo muro legislativo y con el rechazo frontal de los ganaderos. Y Lister confiesa estar harto del politiqueo...
Más allá de su perfil como conservacionista y documentalista, Lister es un firme activista medioambiental. "Al principio, cuando compré esto, la gente pensaba que estaba loco. Pero ahora vienen hasta personas que visten de tweed, esmóquin, con sombreros y trajes. Hasta la gente de Balmoral. ¡Que la Reina haya elegido morirse en Escocia es la mejor campaña de publicidad que nos han podido hacer!", sugiere, irónico. "Estoy seguro de que sabía que le quedaba poco y por eso decidió pasar sus últimos días cerca de aquí. Fue ver a la nueva primera ministra, Liz Truss, y se murió".
Controlar la natalidad para no extinguirnos
Además de su labor medioambiental, Paul Lister ejerce como firme defensor de una idea que muchos tachan de radical e impopular: las políticas de un sólo hijo. El propietario de Alladale Wilderness asegura que, paradójicamente, la única forma de salvar al ser humano de la bomba de relojería de la explosión demográfica es que este frene su reproducción. "El planeta no está diseñado para tener 8.000 millones de personas queriendo consumir", asevera. "Deberíamos dejar de tener tantos hijos, tener sólo uno o adoptar. Debemos promover las familias pequeñas. O, directamente, no tener familia y dejar de procrear. También reducir el consumo de carne un 80%".
Para Lister el problema es que "celebramos el nacimiento de un hijo como si fuera un milagro", cuando precisamente cada nueva vida es una boca más que alimentar en un planeta con severas carencias. Y pone un ejemplo personal: "El otro día el hijo de un amigo mío tuvo un bebé, fue abuelo, y me mandó esta foto [enseña una imagen de un bebé] ¡Un bebé! Lucía exactamente igual que el resto. Ni más bonito ni más feo: igual. ¿Qué ocurre? Que las personas lo ven y dicen: 'Oh, qué bonito, es precioso, es encantador, ooooooooh... ¡Debes tener uno!'. Y así comienza la rueda, porque en el momento en el que nacen hijos surge la esperanza. Si tenemos un bebé, pensamos: 'Ah, todo va a ir bien porque va a vivir 70 años'. La mayor parte de la población es padre o madre, por lo que hay esperanza. No ven el mundo tal y como lo veo yo: están encerrados en la idea de que tendrán hijos y que, por eso, no pasará nada. Qué conveniente", sentencia.
"Los hombres están movidos por sus impulsos. Yo mismo lo hice", recuerda. "Pensé con esto [señala su entrepierna] durante gran parte de mi vida, y eso me atormentó. Precisamente eso es lo que nos lleva a multiplicar el número de personas en el planeta. Ahora, si tuviéramos una conciencia de que somos los causantes de todo lo malo que ocurre, si se pudiera crear esa gran conciencia global, las piernas empezarían a cerrarse. Pero supongo que nunca llegaremos a tomar estas decisiones porque estamos malcriados y porque la idea de decrecer va contra el capitalismo. Mira a Boris Johnson: siete niños. Úrsula von der Leyen: seis. Elon Musk: diez. No me extraña que sigan hablando de crecimiento. ¿Hacia dónde? Es un círculo vicioso, un ocho infinito".
Las soluciones son, para él, tres: concienciación, concienciación y concienciación. "Todos los animales viven en una cadena trófica marcada por el miedo y el dolor. A nosotros nos incomoda pensar que hay muerte, sufrimiento, la idea de la lucha por la supervivencia del más fuerte. Pero eso, sin embargo, funciona en el reino animal y regula su existencia. Si hoy murieran todos los insectos del planeta, nada quedaría en el mundo en quince años. Si hoy todos los humanos desaparecieran, el planeta florecería dentro de quince años. ¿En qué posición nos deja eso?", se pregunta.
Paul Lister sabe que sus palabras son incómodas, radicales y políticamente incorrectas, pero no le importa porque, para él, soliviantar la crisis energética, de recursos y climática pasa por enfrentarse a la dura realidad. "Todo el mundo quiere encontrar una salida fácil, sencilla, una app que te diga que puedes salvar el maldito planeta. ¡Por favor! Los cambios que se necesitan son incómodos", juzga, y asegura que el problema es que existan cientos de países con cientos visiones políticas diferentes, miles de creencias religiosas y 2.000 millones de librepensadores. "No es que estemos particularmente bien diseñados", asegura con ironía.
"Ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en cuestiones básicas. Somos una especie colectiva y deberíamos ir al unísono. Sin embargo, todos pensamos que, como tenemos diferentes tonos de piel e idiomas, somos diferentes. Y hasta donde yo sé pertenecemos al homo sapiens. Nos creemos la especie más inteligente pero somos la más estúpida. La única forma de salvarnos es incrementar el nivel de conciencia sobre nuestra huella en el planeta".
El problema es que existe tal disrupción entre la dura realidad y lo que se promulga a través de los medios de comunicación y la educación que muy pocos están dispuestos a hacer sacrificios. "Durante décadas hemos sido engañados por la televisión, que nos ha mostrado un mundo precioso a través de documentales. Mira los de David Attenborough. Preciosos, ¿no? ¿Pero sabes lo que hacía David? Cuando estaba en la jungla rodando sus maravillosas imágenes escuchaba cómo talaban árboles. Luego observaba los camiones que venían con cientos de troncos. ¿Qué hacía? Nunca los filmaba. No era el protocolo mostrar cosas negativas. La gente apagaría la televisión. Él lideraba la BBC y lo sabía. Sólo en los últimos 15 años se ha dado cuenta de lo que ha pasado".
La pelota está en el tejado de los ricos
A pesar de que sus proyectos de conversación en Alladale están orientados a medio y largo plazo, su discurso indica que Paul Lister tiene una visión pesimista sobre el futuro humano. Al preguntarle por esa contradicción, responde:
"Soy realista. La tierra ha sido destrozada, así que ahora debemos recuperarla. El problema es que los humanos tenemos hábitos y rutinas muy cerradas y nos sentimos incómodos con los cambios. Tenemos miedo. No hemos acabado de comprender que desde que descubrimos el carbón y el petróleo hemos estado construyendo un gigante. Llevamos 150 años montados en un tren en el que hay 8.000 millones de personas empujando. Y ahora queremos cambiar de dirección. ¡No, no es posible! Debimos haberlo hecho hace 30 años. Así que, respondiendo a por qué hago todo esto a pesar de no tener demasiadas esperanzas puestas en el futuro: creo que si tenemos algo de vegetación y tratamos recuperar los ecosistemas podremos durar un poco más. Es para aminorar el proceso y paliar un poco el golpe".
Preguntarle por su forma de pensar abre la caja de Pandora: "La gente está preocupada por África, por Rusia, por Ucrania, pero no recuerda el sufrimiento que los españoles y los británicos causamos en África, Australia y América Latina. Erradicados. ¡Putin es un bebé comparado con nosotros!. ¿Y sabes lo peor? Que el 50% de la riqueza del mundo está concentrada en manos de un 1% de la población mundial que, casualmente, vive en Occidente. Ahora debemos devolver lo que hemos hecho, ayudarles, construir hospitales, centros educativos y carreteras, al menos para tratar de contribuir a resolver toda la mierda que hemos echado al aire".
Por eso Lister reclama que las grandes fortunas del mundo sigan su ejemplo e inviertan en proyectos de conservación o que incluso cedan parte de sus fortunas a instituciones de caridad. Y pone el ejemplo del fundador de Patagonia, Yvon Chouinard, quien donó el 98% de los activos de su empresa –casi 3.000 millones de dólares– para combatir la crisis climática. Algo parecido a lo que hizo Douglas Tompkins, fundador de The North Face y buen amigo de Lister. Para él, una fuente de inspiración.
"El capitalismo está jodido porque tenemos multimillonarios como Jeff Bezos, que quiere ir al espacio. ¿Está loco? ¡Absolutamente! ¡Mal de la cabeza! Igual que Richard Branson. Igual que Elon Musk. Cuanto más ricos son, más estúpidos se vuelven. Llegan a un punto en el que los inunda la idiotez. Es otra razón por la que creo que estamos en crisis". Y añade: "La única solución que tenemos es convertir nuestro sistema extractivista en un sistema natural. Pero para eso hacen falta sacrificios. No pain, no gain. No... No hay una salida fácil".
Alladale Wilderness Reserve
Situada entre unas imponentes colinas verdes y amarillas plagadas de pinos, escobas de flor rosada y deslumbrantes cascadas y ríos por cuyos cauces saltan salmones que remontan su periplo a contracorriente hasta lo alto de la montaña, Alladale se erige como una joya de la corona de la naturaleza, un espacio virgen y alejado de la ciudad en el que se llevan a cabo proyectos de reintroducción de especies protegidas o al borde de la extinción y se ofrecen selectos servicios de turismo sostenible y consciente –slow tourism, lo llaman– al alcance de cualquiera.
La reserva natural de Paul Lister se encuentra a 40 minutos del pueblo de Ardgay y a hora y media de Inverness, la única ciudad cercana que tiene su propio aeropuerto. Hace falta coger un coche y conducir casi 80 kilómetros hacia el noroeste para llegar a este paraje de las tierras altas (o highlands) de la región escocesa. Highland es la división administrativa más grande de Escocia.
Una vez se cruza la puerta de acceso de Alladale Wilderness, el paraíso se abre ante los ojos del viajero. Ciervos rojos y japoneses, salmones y truchas salvajes, ardillas rojas, castores, águilas doradas y de cola blanca y hasta gatos escoceses similares al lince que forman parte de un exclusivo proyecto de recuperación: la biodiversidad animal concentrada en este espacio de 95 kilómetros cuadrados es gigantesca. Aunque el gran activo de la reserva son sus espectaculares paisajes, en los que Lister y su equipo han plantado 900.000 pinos escoceses.
Uno de los veteranos rangers de Alladale, Innes MacNeill, explica que hace miles de años las highlands estaban llenas de árboles centenarios. Pero el imperio británico, en su afán de convertir su flota naval en la más grande y poderosa de la historia, taló millones de toneladas de madera para mantener sus capacidades expansionistas, algo similar a lo que ocurrió en España para mantener la Armada Invencible. A lo largo de la historia la caza indiscriminada y la industrialización acabaron extinguiendo gran parte de la flora y fauna local, sobre todo a grandes carnívoros como el lobo. El país se convirtió en un erial –verde por la humedad, pero sin apenas bosques– en el que el ciervo comenzó a liderar la cadena trófica.
El problema, arguye MacNeill, es que el ciervo ha proliferado tanto que apenas deja crecer árboles. Los pinos escoceses, la flora más típica de la zona, tarda entre 20 y 50 años en coger la suficiente altura para escapar de las fauces de los herbívoros. Es uno de las inquietudes de los rangers de Alladale, y por eso siempre que su población se descontrola los abaten a tiros. Además, los biólogos temen que una especie exótica e invasora comoel ciervo japonés o stika deer acabe mezclándose genéticamente con el ciervo rojo y destruya la especie originaria.