R.- No compres nunca mis libros, yo te los regalo.
P.- Los compro porque quiero hacerte rico.
R.- No lo vas a conseguir. No lo va a conseguir nadie. No se vende un puto libro.
Y se ríe, pero es mentira piadosa. Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es uno de los poetas más leídos y premiados del país. Fue director de la Biblioteca General de España, fue secretario de Estado de Cultura con Aznar, es miembro de la Real Academia de la Historia. Pero sobre todo es un hombre bueno y gentil, un tipo exquisito que se procura asequible, un caballero lúdico y sabio desde su desarmante sencillez que, en medio del ruido y la furia del mundo, sólo intenta que “todo nos sea grato”.
Charlar con él es como viajar al interior de una pirámide.
En su biblioteca ondea una bandera pirata -"mira que es la única que tengo"- y lo mismo celebra a Tintín que a Primo de Rivera en forma de estampitas: "Yo no soy falangista, pero él me parece un personaje fascinante”. De Cuenca tiene la piel finita, casi translúcida -¿será un vampiro?- y libros guardados hasta en la alacena de casa: libros como nutrientes, libros tan importantes, al menos, como el jamón y el vino, como el cuerpo de Cristo y amén. Él no creía en Dios, dice, pero los años le van aplacando. ¿Es esa una forma de congraciarse con los cielos y de retrasar la muerte?
R.- Es posible. Durante una temporada fui al psicólogo porque tuve ataques de pánico.
P.- ¿Qué te daba miedo?
R.- Todo. La noche.
P.- ¿Y cómo se te pasó?
R.- Ah, con un lexatín antes de dormir. Y releyendo a los griegos.
A veces, Luis Alberto soñaba que los gigantes de hielo irrumpían en su casa buscando a su novia y rompían sus libros y discos.
P.- ¿Qué puedes hacer contra ellos?
R.- Eso digo yo, ¿qué podría hacer yo contra unos señores de la mitología nórdica? Pobre de mí.
P.- Contra ellos escribes.
R.- Eso sí. “Donde estés, amor mío, no les abras la puerta, aunque se hagan pasar por hombres de mi guardia y afirmen que soy yo quien los envía”, decía en un poema. Es que pueden hacer eso los hijos de puta, ¿eh?
Me cuenta que le haría feliz que su cráneo acabase sepultado en una iglesia, aunque ya no se estilan esas cosas. Ya no se estila casi nada de lo que nos gusta.
Enseña su reloj de pulsera. En la esfera, un dibujito de Shakespeare y un conjuro en inglés, que él traduce en voz alta: “Oh, tiempo, tú debes desenredar esto, no yo. Es un nudo demasiado prieto para que yo lo desate”, cita. “Tú no me digas que no es eso el amor”, suspira. Luis Alberto de Cuenca es un chico de verdades encapsuladas como ésta.
P.- Así que los Cowboys de medianoche ahora sois, en EsRadio, tus amigos Garci, Luis Herrero, Torres-Dulce y tú. ¿Qué hace un hombre como tú despierto en la hora bruja?
R.- Me he hecho nocturno desde que me jubilé: no tengo que madrugar y se me pegan las sábanas por la mañana. Nunca me acuesto antes de la una. Veo el tenis. Por la noche no escribo poesía tampoco. Mis noches son lúdicas, las dedico a hacer cosas que no sean trabajosas, y crear es trabajoso.
P.- Tu poesía es luminosa. Puede tener que ver con la hora en la que está escrita.
R.- Le pones tú la luz. A ratos es tenebrosa.
P.- ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una discoteca?
R.- (Ríe). ¡En el año 81, 82…! Y porque me obligaron. No tenía más remedio. Estábamos haciendo las canciones para la Orquesta Mondragón, mis amigos y yo… ellos que eran más golfos, querían ir a las discotecas… yo no, yo me aburría, entre otras cosas, porque nadie te oye nunca cuando hablas en una discoteca.
P.- ¿No hay espacio para la poesía en una discoteca?
R.- ¿Tú crees? ¿Entre ese ruido? ¿Rldjfssldfjal? (imita guturalmente). Ese último día que estuve en una discoteca, recuerdo que conocí al hijo de Lola Flores, a Antonio. Era pequeñito. Estuve charlando un buen rato con él, pero a base de desgañitarnos.
P.- Si no se puede hablar, no se puede ligar como está mandado, ¿no?
R.- Es que, lo de “ligar”… tampoco es algo que yo haya hecho mucho. Me he casado con todas las mujeres con las que he ligado (ríe).
P.- ¿Cuántas?
R.- Tres. Qué sé yo, soy un hombre tranquilo. Tuve una novia con la que me hubiera casado sin duda, pero se murió, la pobre, en un accidente de automóvil a los 19 años.
P.- Qué desgracia, lo lamento mucho.
R.- En mi poesía, aún presento la protesta de haberla perdido. Sigue en mi poesía, presente. Rita.
P.- ¿Crees que el hecho de haberla perdido la hará más imperecedera en tu poesía que las mujeres vivas que amas?
R.- Yo creo que fue tal el shock que me produjo aquello, que lo lógico es que me acompañe poéticamente hasta que yo mismo muera, al margen de que eso no empece en absoluto que no adore a las mujeres que sucesivamente han ocupado mi vida. No, no hay ningún tipo de problema de competencia.
"Me he casado con todas las mujeres con las que he ligado"
P.- ¿Cómo de cuerdo estás tú?
R.- Yo tengo una buena parte de locura, debe haberla en cada creador. Sólo pido que sea una parte pequeñita, por favor.
P.- ¿Cuándo ves que asoma la tuya?
R.- Asoma cuando escribo y luego me leo y digo “el tipo que ha escrito este poema no está bien de la cabeza del todo, está sólo al 90%”. En mi escritura está todo. Las pocas veces que he ido al psicólogo me ha pedido que le explique cosas o que le cuente mi vida, y yo le he dado mis libros de poemas. Como diría el Cardenal Cisneros cuando los nobles le enseñaron los cañones, “estos son mis poderes”. Mi vida son mis poemas.
P.- ¿Qué tipo de trauma te diagnosticaron al leer tus poemas?
R.- No me diagnosticaron ningún trauma, era un conductista, era sobre todo para enrollarme bien en la vida.
P.- La gestión de los días.
R.- Y de las noches. Tuve mal dormir durante una época, ahora duermo como un bendito.
P.- ¿Qué importancia tiene para ti la capacidad de juego?
R.- Toda. Soy un homo ludens; un lúdico. Hay un libro de un medievalista holandés, fantástico, Johan Huizinga, llamado Homo ludens, y parte de la base de que es la capacidad de juego lo que nos diferencia de los demás animales.
P.- ¿Por qué parece que eso quedó como un paraíso perdido de la infancia?
R.- Es que es un paraíso perdido de la infancia. Lo que pasa es que algunos nos negamos a dejar la infancia. Así somos, digamos, pueriles eternos.
P.- ¿Cómo encontrar compañeros de juego en la vida adulta?
R.- Son los que también se consideran niños eternos. Hay muchos.
P.- Entonces ya nunca vas a envejecer.
R.- No tengo el menor interés. He envejecido por fuera muchísimo, pero por dentro, nada, a no ser que tengas una enfermedad tipo demencia senil o cosas de estas, no envejeces. Mi suegro ha fallecido hace unos meses con 96 años y era un niño grande. Lo importante es el cerebro. Hay que pedir a Dios, aunque no creamos mucho en él, que nos salve del delirio. Yo cada vez creo más, porque cuando eres más viejo, crees más.
P.- En Después del paraíso, contabas que ya no podemos volver al Edén. No podemos, de acuerdo, pero, ¿queremos? ¿Merece la pena una vida sin morder la manzana?
R.- Estamos mordiendo manzanas todo el rato, estamos transgrediendo siempre, en cierto modo. Estamos transgrediendo en cosas que no consisten en vestirse de payaso e ir a la Plaza Mayor, son cosas más sutiles. Por ejemplo: no pensando como piensa la habitual corrección política de nuestros días, el pensamiento hegemónico de nuestro tiempo. Me han contado una cosa estupenda, y es que en EEUU ya vuelve a estar permitido llamar a los señores de color “negros”. Era absurdo lo contrario, ¿no? Somos blancos, negros, aceitunados. Son conceptos que no ponen en entredicho nada. La raza negra me fascina.
P.- ¿Cuál es la palabra que no te han dejado pronunciar en los últimos tiempos?
R.- He pronunciado todas las que me ha dado la gana. Me cortaba un poco cuando estaba en política, pero eran épocas en las que la corrección política no estaba tan instaurada. Cuando estalló la rebelión de éstos, que luego se convirtieron en el poder, yo ya dije lo que quería. No tengo la sensación de estar mordiéndome la lengua.
P.- ¿Qué es pecado para ti?
R.- El concepto de pecado no va conmigo, no, sin embargo creo que se puede ser un homo religiosus sin tener idea del pecado. Pecado sería no ser capaz de emocionarse ante una muestra de arte, plástico, musical, o del noveno arte como es el cómic, o del séptimo, que es el cine. No ser capaz de vibrar con la creación, no vibrar con una catedral gótica o con una iglesia románica o con una sinfonía de Beethoven.
P.- ¿Qué sabes del amor que no supieses con 18 años?
R.- Cada vez menos, aunque sea el gran tema de mi poesía. Siempre estoy intentando quemar etapas para acercarme al corazón del hecho amoroso, pero… sólo sé una cosa a ciencia cierta y con seguridad: es un hecho cultural y no natural.
P.- Eso me desconcierta.
R.- Lo que creo es que hay atracción entre los sexos, o entre los mismos sexos, entre todo el mundo hay atracción, entre las cabras y entre todo, pero creo que el amor, entendido como lo entendemos ahora, es un invento de los líricos griegos.
"El amor es un invento de los líricos griegos, es un hecho cultural, no natural"
P.- ¿El amor es circunstancial, lo único eterno es el sexo?
R.- Efectivamente el amor es circunstancial, pero ya lleva 26 siglos (ríe). No está nada mal, ¿no? Y en el mundo occidental está muy implantado. Todo fue cosa de los griegos, que fueron nuestros padres para todo. Ellos inventaron el amor, Safo sobre todo. Esto lo supe leyendo. Me encantan las literaturas antiguas. Las literaturas eróticas mesopotámicas o egipcias, son eso, son eróticas puramente. Pero en Safo, o en Simónides o en Alceo… hay una especie de pulsión distinta. No he hecho otra cosa en mi vida que leer como un loco.
P.- Entonces podríamos cerrarle la puerta al amor, ¿no es así? Si el cuerpo no nos lo pide…
R.- Ya no, ya son 26 siglos, hay una tradición muy fuerte. Y eran muy listos los que lo inventaron. Cuanto más lista es la gente que inventa, más duran sus inventos a lo largo del tiempo. Es una maravilla y una tortura.
P.- ¿Qué has aprendido de las mujeres en todo este tiempo?
R.- Las mujeres han escrito mi vida. Tengo una admiración profundísima por el eterno femenino. Desde mis abuelas a mi madre pasando por mis novias, me han dado una visión del mundo diferente, me han ayudado a superar la fase de machito militante…
P.- No te imagino a ti como machito militante.
R.- Lo he sido, querida, todos lo hemos sido. Todos hemos tenido nuestra historia oscura. Yo creo que las grandes religiones se fundamentan en torno a lo femenino. Antes del patriarcado, había diosas femeninas, las venus de Willendorf, o de Lespugue… eran como muy sacras. Se las adoraba en el Magdaleniense, por ejemplo, antes de los grandes imperios, que es cuando empieza el predominio del hombre. Yo estudié con los marianistas y creo que la Virgen es más importante que Dios. Lo divino para mí es la diosa blanca de Robert Graves, la diosa madre, lo he escrito por activa y por pasiva. Lo dice Goethe al final de Fausto: la mujer salva.
P.- Hermoso.
R.- “El eterno femenino nos conduce hacia arriba y entonces Fausto se salva”. Y en nuestro Tenorio de Zorrilla también: doña Inés, desde el cielo, le echa una mano. Por eso llamé yo a mi hija Inés.
"La Virgen es más importante que Dios"
P.- Tú que tienes tan presente la tradición griega, ¿crees que todos somos un poco bisexuales?
R.- Sí, sin duda. Creo que todos somos bisexuales porque nacemos de una célula que tenía lo masculino y lo femenino, y luego se va diferenciando. Pero como se vive tan poco… no nos da tiempo a enterarnos de que somos bisexuales. Una lástima. Esta es una vida corta.
P.- ¿Tú has descubierto esa parte de ti mismo?
R.- No me ha dado tiempo todavía (ríe).
P.- Es que has estado leyendo mucho.
R.- (Ríe). Me siguen gustando mucho las chicas, no lo puedo remediar. Si en alguna ocasión he visto cine erótico, siempre que aparecía un señor desnudo, desconectaba. Me empezaba a aburrir la película. Me cortaba.
P.- Es curioso que los intelectuales no habléis mucho en público de esa bisexualidad.
R.- Lo que pasa es que es algo que yo lo veo tan absolutamente de cajón… No hay vuelta de hoja. Procedemos de una célula bisexual y somos bisexuales por naturaleza. Lo mismo que el amor, a partir de Safo, empieza a funcionar durante muchos siglos, también hay milenios a la espalda de la diferenciación sexual, por tanto, descubrir la bisexualidad es más difícil.
P.- Has escrito muchos poemas de amor y de muerte. ¿Has decidido ya en qué creer después de esto? ¿Qué ocurre cuando cerramos los ojos aquí?
R.- Quién sabe. Es un momento de terror realmente espasmódico. Todo el mundo está aterrorizado con ese momento, pero no se habla, porque estamos en la sociedad del bienestar y no sé qué. Es algo trágico, ¿no? El hombre es el único animal que existe que sabe que se va a morir. El perro no lo sabe. Y el rinoceronte tampoco. Nosotros sí. Y eso es un palo.
Hemos creado a los dioses para evitar la angustia, pero de algún modo lo hemos hecho tan bien… uno de los constructos mejor trazados son las grandes religiones. Por eso podemos volver a ellas sin sentirnos avergonzados. Hubo un momento donde pareció que la religión se eclipsaba definitivamente del universo, pero ahora creo que estamos en un momento de rearme de lo religioso. Te digo una cosa: la mayor aventura teológica que existe es el cristianismo, sin lugar a dudas.
P.- Siempre dices que nos conforma.
R.- Desde luego. Como constructo filosófico, ideológico, teológico… ¡es perfecto! Aunque no seamos nada cristianos. Esa solidaridad, ese pensar en los demás, esa empatía.
P.- Tú eres simbólico.
R.- Muchísimo. Soy un gran lector de Juan-Eduardo Cirlot, que hizo el Diccionario de los símbolos. Fue un poeta que nació en 1917 y murió en el 73. Ya con 23 años tenía una poesía fascinante y, además, creó una serie de libros sobre una actriz que se llamaba Rosemary Forsythe, que es la que hizo, junto a Charlton Heston, la película de Warlord, El señor de la guerra. Pues el tipo vio la película y se enamoró de ella a distancia. Entonces tejió una especie de gran telar en torno a su amor por esa mujer, a la que naturalmente, nunca vio. Cuanto más imposible es el amor, más amor es. Los provenzales lo llamaban “l’amor de lonh”, el amor de lejos. Si tú querías de lejos a alguien, todo era más intenso que de cerca.
"La mayor aventura teológica que existe es el cristianismo"
P.- Así que es mejor que no lo consumemos.
R.- Oh, de hecho, es eso lo que los árabes llaman el “amor udrí”. El amor udrí es que los amantes se contemplan vestidos o mejor, desnudos, y sin embargo no hacen absolutamente nada.
P.- ¡Qué crueldad!
R.- Sin duda, pero la crueldad y el amor andan muy cerca.
P.- Es como mirar una tarta a través del cristal.
R.- Las tartas están más buenas a través del cristal. Yo tengo un poema que se llama El amor udrí. Si quieres, te lo recito.
P.- Adelante, por favor.
R.- Dame un beso fugaz en la frente. Reserva
lo demás para luego, ese luego excitante
que nunca llegará. Márchate de la alcoba.
Déjame con un palmo de narices, moviendo
tus divinas caderas, y quítate la ropa
despacio, salpicando de tus prendas más íntimas
el suelo de la casa. Que yo seguiré el rastro
de tu cuerpo y, al cabo, te encontraré desnuda
y diré, enarbolando un mínimo estandarte
de tela: “Ya te tengo. Dame un beso, mi vida.”
Y tu desviarás los labios, y por mucho
que yo gima y suspire, seguirás en tus trece,
hurtándome la boca. Hasta que ya no pueda
más y, por un momento, me olvide de las normas
de Tántalo y de Sísifo, y te agarre la cara
muy fuerte con las manos, y te bese a mi vez
en la frente, y te suelte con un gesto de rabia,
y lleguemos al éxtasis del placer más profundo
mirándonos, mirándonos, mirándonos.
P.- Esa repetición final maravillosa… es como un conjuro.
R.- ¿Verdad? Bueno, esta cosa contenida bien, pero también está muy bien lo otro (ríe). No quiero que esta entrevista se convierta en una alabanza del amor udrí. Los mejores poemas se escriben de los 30 a los 50. Luego todo es senectud.
"Los mejores poemas se escriben de los 30 a los 50, luego todo es senectud"
P.- No siento que en tus poemas parezca que te estás despidiendo.
R.- Lo hago, últimamente. Como en el poema Palabras para Inés y Álvaro, dedicado a mis hijos. "Os dejo lo que siempre fue vuestro: mi cariño, que trasciende a la muerte. Ya me habría gustado vivir a vuestro lado para siempre… pero eso no lo permite el cielo, que es quien manda en la tierra. Es mejor ajustar voluntades que alzarse contra el orden del cosmos. Cuando veáis un punto de luz en la ventana de vuestro dormitorio, seré yo que os recuerdo desde mi nueva casa, y que no me resigno a no vernos ni hablaros. Si es un punto de sombra, también puedo ser yo, pues nunca sabe uno qué eternidad me aguarda". Si voy al infierno, vamos. Es como si estuviera muerto.
P.- Pero no te vas del todo. El poema tiene algo de que te quedas.
R.- Yo creo que todo es tan misterioso y tan absurdo que incluso el absurdo máximo -que es el hecho de que haya un Dios creador que haya forjado el mundo- puede ser real. Me parece todo una especie de sueño que a veces deviene pesadilla. ¿No te da la impresión de que Calderón tenía razón cuando decía que la vida es sueño? Estamos todos pallá’, en cierto modo. Ya que estamos dentro del delirio constante, ¿por qué no creer en Dios?
P.- ¿Qué prefieres tú para trascender? ¿Estatuas, nietos, premios?
R.- Familia, nietos. La sangre es lo que más me gusta. Tengo dos nietas maravillosas y eso me da cierta sensación de inmortalidad vacua.
P.- ¿Qué les cuentas a tus nietas?
R.- Jugamos. No nos ponemos estupendos (ríe).
P.- Has dicho alguna vez que eres conservador porque es una forma de ser escéptico.
R.- Creo que todo lo que se ha hecho hasta ahora en la humanidad no es una barbarie dedicada a cargarse el planeta.
"No soy patriotero: no siento orgullo por ser español, sino por ser heredero de Grecia y de Roma"
P.- Como decía tu propio poema y la canción de Loquillo.
R.- Hay cosas hermosas que han sido conservadas. Mira, de acuerdo con que llevamos a América el colonialismo, pero también las universidades. Léopold Sédar Senghor, senegalés, fue Premio Nobel de Literatura porque había sido educado en Occidente. La defensa de Occidente me hace conservador. Los pseudoprogresistas siempre están atacando a Occidente, como si tuviera la culpa de todo. Mira lo del musical de Nacho Cano, Malinche. Nacho es un genio. Un puñetero genio. Me encantaba Mecano, ¿sabes? Y los españoles… en fin, somos héroes, no genocidas en absoluto. Todo el mundo folló con todo el mundo, los anglosajones eran mucho más racistas.
P.- ¿Qué es el “carácter español”? ¿Eso existe?
R.- Fíjate, que yo por un lado estoy muy orgulloso de la historia de España, pero la inserto siempre en la historia de Occidente. No soy patriotero. No siento que tengamos unos rasgos excesivamente marcados para significarnos como hispanos: no siento orgullo por ser español, sí siento orgullo por ser heredero de Grecia y de Roma. Mi autor favorito es Shakespeare, no Cervantes.
P.- Siempre has procurado ser independiente.
R.- Me ha obsesionado no tener carné de nada, sólo de conducir.
P.- ¿Qué sientes cuando oyes la palabra “libertad” en la boca de Ayuso?
R.- Es una de mis sex symbols, adoro a Isabel Díaz Ayuso. Me encanta cómo lo dice todo, con esa tranquilidad, con esa serenidad. Soy muy fan.
P.- ¿Os conocéis?
R.- No, por eso estoy tirando clavos al agua (risas). A ver si me invita a comer un día. Yo la llamaba ‘Blancanieves’, porque es igual que la Blancanieves de Disney. “Oye, darle recuerdos a Blancanieves”, le decía yo a algún director general de algo. Pero no me ha llamado. La poesía se conoce que no debe interesarle mucho. En cualquier caso, me parece una buena política, es una señora guapa, pero eso es lo de menos. Lo mejor de ella es su manera de hechizar a la gente, nos ha embrujado a todos. Es brava, es lista, y no se altera. Es buena boxeadora.
"Yolanda Díaz me recuerda a una señorita del sur de 'Lo que el viento se llevó', parece conservadora aunque sea roja"
P.- Feijóo usó hace poco la expresión del “otoño del patriarca”, un guiño a García Márquez, para referirse a Sánchez.
R.- Hombre, por lo menos habla de un libro estupendo. A Feijóo lo conozco, lo he tratado. Me parece un tipo muy aplomado, inteligente, buen encajador también. Me parece que el PP está en buenas manos ahora, dentro de mi escepticismo político, que es creciente.
P.- ¿Va a ser nuestro presidente?
R.- Estoy casi seguro.
P.- ¿Qué libro le regalarías a Feijóo, a Sánchez, a Yolanda y a Ayuso?
R.- A Feijóo la regalaría las obras completas de Valle-Inclán, aunque seguro que las tiene, en una edición especial. Porque es un gallego, español y universal, como Don Ramón. A Sánchez le regalaría una novela de aventuras, de Conrad, o de Jack London, porque él es un aventurero en cierto modo: un hombre inteligente y ambicioso. Conozco poco a Yolanda Díaz pero le recomendaría Lo que el viento se llevó, porque me parece una señorita del sur, aunque creo que es muy roja. Su pinta es de señorita del sur, como conservadora. A Ayuso le regalaría El Mago de Oz, me recuerda a Dorothy, porque es muy echá’ pa’lante.