Quien quiera pasar menos tiempo en las redes sociales de Internet y conversar más con personas en vivo y en directo mirándose a los ojos, a un metro de distancia o menos, porque intuye que así va a vivir más y mejor, que lea o escuche a Susan Pinker: viene cargada de razones para cambiar de hábito. Menos Facebook y más Face to Face, podría resumirse su mensaje. "Los que invierten más en relaciones personales significativas, con mucho contacto social real, son personas más resistentes y tienen mejores defensas fisiológicas que los seres solitarios o que se relacionan con el mundo en mayor medida a través de Internet", asegura.
La psicóloga y autora canadiense (Montreal, 1957) está este viernes en Málaga para presentar su libro El efecto aldea: cómo el contacto cara a cara te hará más saludable, feliz e inteligente, un bestseller que no se había traducido al español hasta que ahora lo ha publicado Editorial Funambulista, con traducción de Javier Ruiz Martín. En su edición original en inglés, de 2014, se tituló The Village Effect: How Face-To-Face Contact Can Make Us Healthier, Happier and Smarter y tuvo un gran éxito, siendo elegida por Apple como la mejor obra de No Ficción de ese año.
Susan Pinker conversa con EL ESPAÑOL | Porfolio horas antes de presentar su libro El efecto aldea en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, en un acto en el que la acompañarán la autora del prólogo, la escritora y antigua eurodiputada Teresa Giménez Barbat, y su editor, Max Lacruz, autor de una entrevista final a modo de epílogo y actualización. Pinker tiene una cicatriz en la sien derecha. Cuenta que es del accidente con varias fracturas que sufrió en 2014, justo el día en que se publicó la primera edición del libro. "Al salir de mi coche, me atropelló un camión".
Debido a su hospitalización, no pudo promover entonces El efecto aldea, que quedó "ignorado" en principio. Pero pocos años después, a raíz de la pandemia y del confinamiento, cobró actualidad. Fue cuando la gente se dio cuenta, dice, de que el contacto humano presencial entonces perdido es como el agua que bebemos o el oxígeno que respiramos, que solo echamos en falta cuando desaparece. "Si el contacto íntimo y personal es protector (refuerza nuestros sistemas cardiovasculares e inmunológicos, e incluso eleva nuestros niveles de coeficiente intelectual), la soledad supone el efecto contrario", escribe.
Su libro anterior, el primero, también fue influyente. La paradoja sexual: de
mujeres, hombres y la verdadera frontera del género (Paidós, 2009; edición original de 2008) investigaba a qué se deben las diferencias en la presencia de los dos sexos en el mundo educativo y laboral. Llegaba a la conclusión, polémica, de que la causa de que haya menos mujeres en puestos de responsabilidad no es tanto la discriminación machista sino las diferencias biológicas entre ambos sexos. El reconocimiento de la igualdad de derechos, venía a decir, debe tener en cuenta que hombres y mujeres presentan características físicas y mentales diferentes que los condicionan.
En su segunda obra, que ve hoy la luz en español, Susan Pinker rastrea los datos de decenas de estudios científicos para abordar y demostrar los beneficios de las relaciones humanas presenciales y cómo estas han cambiado en un mundo en el que la comunicación se ha trasladado en gran parte al orbe virtual y, encima, hay más personas que viven (y mueren) solas. Aunque han pasado ocho años desde su publicación original en inglés, el asunto ha cobrado aún más vigencia por el incremento de la penetración digital en la vida humana.
Durante veintinco años ejerció de psicóloga clínica y dio clases en Dawson College y McGill University, ambas universidades en Montreal, donde vive. Los sábados publica su columna Mind and Matter (mente y materia) en el diario neoyorkino The Wall Street Journal. El interés por la mente continúa en su familia a través de su hermano Steven Pinker, el conocido psicólogo evolutivo, ensayista y profesor de la Universidad de Harvard, que es tres años mayor que ella.
Aclara que su libro no es una diatriba antidigital: "Tengo mi 'smartphone' y me encanta. No hay que tirarlo a la basura"
Ella aclara que su libro expone las ventajas del contacto cara a cara pero que no es una diatriba contra el mundo digital. "Tengo mi smartphone y me encanta. No hay que tirarlo a la basura". No es un libro elemental de autoayuda (aunque puede ser aún más útil) sino una narración científica que trenza datos de numerosos estudios. Uno de ellos descubrió que dos personas que suben una cuesta juntas la ven menos empinada que otra que la sube a solas.
Pregunta.−¿Qué es "el efecto aldea"?
Respuesta.−Es una metáfora del tipo de contacto social que necesitamos para tener buena salud, para sobrevivir, para prosperar.
P.−El subtítulo dice "cómo el contacto cara a cara te hará más saludable, feliz e inteligente". ¿Puede poner un ejemplo, un estudio, de cada afirmación? Para empezar, "más saludable": en el libro habla del caso de su amigo John...
R.−Empecé el libro con este caso porque es un hombre muy social; le falta siempre dinero, no puede pagar el gas, no puede pagar lo que necesita para sus hijos, pero tiene muchos amigos, y cuando llegó el momento en que le hacía falta un riñón para trasplantárselo, encontró cuatro amigos que ofrecían donarle uno. Me impresionó. Es el ejemplo perfecto. No se trata solo de lo que puedes permitirte comprar. El estatus económico te ayuda. Pero, en su caso, tenía cuatro ofertas de un riñón. Habría muerto sin el riñón. Me asombró que la gente pudiera sacrificarse tanto por un amigo. Uso este ejemplo para abrir la discusión de cómo algo que era invisible antes es, de hecho, muy concreto. Uso la "aldea" como metáfora, pero hay resultados concretos del contacto social. En este caso es el riñón, en otras personas pueden ser los neutransmisores que liberan endorfinas que les ayudan a combatir enfermedades. Se habla siempre de la división del cuerpo y la mente, pero en este campo de las neurociencias, lo que le pasa al cuerpo afecta a la mente y lo que le pasa a la mente afecta al cuerpo. Hablo de las evidencias de cómo nuestra vida social nos afecta.
Pone de ejemplo a su amigo John, pobre en dinero y rico en amigos: "Le hizo falta un riñón y le ofrecieron cuatro"
P.−El contacto cara a cara nos hace "más felices". Todo el mundo sabe que es verdad, nuestra intuición, nuestra experiencia lo dice, pero necesitamos evidencias científicas.
R.−Es verdad. Hay un estudio que ha rastreado cómo se siente la gente a lo largo del día. En este experimento, cuando les suena un zumbido del teléfono, tienen que responder cómo se sienten. Y el momento en que los participantes se sentían más contentos es cuando estaban en una situación social. Lo que me pareció más interesante es que la gente más feliz tiene de seis a siete horas de contacto social al día. ¡Es mucho! Si eres más feliz con otra gente, eso te da una perspectiva de cómo gestionar tu agenda, tu tiempo. Tienes que trabajar, cierto, pero sin contacto social, puedes sentirte miserable.
P.−¿Y "más inteligentes"? ¿Podemos ser más inteligentes con un contacto social cooperativo con los demás?
R.−Sí. El contacto social te ayuda a solucionar mejor los problemas. Si tienes contacto social, estás más relajado, eres más capaz de afrontar los problemas, recuerdas mejor. Hay un estudio en Holanda que mostró que después de un accidente, de un crimen, si entrevistan a dos testigos a la vez, en lugar de hacerlo solos por separado, se refuerzan mutuamente su memoria. Por ejemplo, uno dice "el jersey era magenta", y el otro dice, "no, era más bien morado". Construyen la imagen juntos. Esta imagen es mejor cuando la hacen juntos que por separado, que es lo contrario de lo que se hace. Otro estudio sobre citas de artículos científicos revela que cuanto más cerca viven los coautores de un trabajo, más citas consiguen, porque su trabajo es mejor.
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P.−Las ideas se intercambian mejor, qué interesante... Susan, en su libro queda claro con tantas pruebas científicas que es mejor pasar tiempo con gente interactuando cara a cara, pero al mismo tiempo señala que hacemos lo contrario. Tendemos a aislarnos más, pasamos menos tiempo con los demás en persona, ¿por qué? Es contradictorio.
R.−Hay varias razones que lo explican. Una es la revolución digital. Quiero destacar que no creo que sea enteramente mala. Es maravillosa para muchas cosas. Pero es tan persuasiva, tan poderosa, tan tentadora, que es muy difícil resistir el verse arrastrado por este tsunami. Por ejemplo, aquí veo en España que ya en ningún sitio te dan el menú, hay que descargárselo con un QR. Fue por la pandemia y espero que vuelvan. Uno de los mensaje de mi libro es que no se trata de decir que esto es terrible y tenemos que tirar nuestros móviles a la basura, no. Se trata de modificar nuestros hábitos, como con el ejercicio o la dieta. Cuando era niña, se pensaba que el ejercicio era malo, y eso ha cambiado. Espero que haya un cambio también en nuestra visión del contacto social. Tenemos el calentamiento global pero no decimos que haya que prescindir de los coches, tendremos que cambiarlos, que sean eléctricos, ser más coscientes. Espero que lo mismo pase con el contacto social. La pandemia ha ayudado un poco, irónicamente.
"La revolución digitial es maravillosa para muchas cosas. Pero es tan tentadora. Es muy difícil resistir"
P.−Dice en el libro, y es una de sus claves, que la soledad no deseada es un asunto de salud pública. Al final, el Estado, los médicos, deberían recetar no solo medicamentos: ¿Estás deprimido? Toma una hora más de encuentro social.
R.−¡Y es gratis!
P.−¿Está pasando ya, lo están recomendando, o aún no?
R.−Creo que aún no. Lo he sugerido, fui a un endocrinólogo, le llevé un estudio que muestra que las mujeres que caminan juntas desarrollan huesos más fuertes que las que lo hacen solas, que los tienen más frágiles. Le dije que recomendara a sus pacientes que caminen juntas, pero él me ignoró completamente. Cuando me hice escritora, que es un trabajo muy solitario, me apunté a un equipo de natación, y para mí es una manera de matar dos pájaros de un tiro: hago ejercicio, libero endorfinas, y luego en el vestuario me relaciono socialmente. Luego me puedo sentar delante del ordenador.
P.−El problema es que conocemos la receta, sabemos lo que hay que hacer, pasar más tiempo con la gente cara a cara, pero hemos perdido la habilidad social para comunicarnos en persona, para encontrar a personas con las que hablar. ¿Cómo superar esta pérdida de habilidad para conocer gente?
R.−Sí, es realmente interesante. La respuesta ya no tiene que ver tanto con elecciones personales como con el planeamiento urbanístico, cómo hacer que la gente se encuentre, que tenga que ir andando a los sitios. Las ciudades europeas tienden a ser mejores para eso que en Norteamérica.
P.−O sea, que se pueden adoptar medidas para provocar ese encuentro social.
R.−Sí. Por ejemplo, desde la pandemia, la gente ahora teletrabaja, es más fácil, no quiere volver a la oficina. Pero pierden la oportunidad de socializar con sus colegas. Las empresas tendrán que solucionarlo, por ejemplo insistiendo en que vayan dos días a la semana, o que se encuentren en terceros espacios, ni en casa ni en el trabajo. No creo que tenga que ser una cosa o la otra, sino un híbrido. Aquí en Málaga, los espacios públicos están llenos. Anoche, a las nueve y media estaba todo el mundo en la calle, incluidos los niños. España es muy sociable, y es maravilloso verlo.
P.−España es uno de los países con mayor esperanza de vida. Tiene sentido con lo que dice en su libro.
R.−Es un estilo de vida muy agradable. La gente se reúne de forma natural. He estado muchas veces en España, no había vuelto desde antes de la pandemia. Durante el confinamiento, vi los vídeos de la gente socializando desde los balcones. Fue genial.
P.−Tenemos la intuición, lo sabemos, que cuando estás rodeado de gente, de amigos, cuando tienes una red protectora, vives más. Pero en su libro da el dato preciso de un estudio: la vida se puede alargar quince años.
R.−Sí, es mucho. Una pregunta interesante es cómo van a ser esos quince años extra, si aún tienes amigos o ya se han muerto. ¿Cómo se integra a la gente mayor en la sociedad? Porque ellos, igual que la gente joven, necesitan contacto social, pero les es más difícil salir, así que la gente tiene que ir a buscarlos a ellos.
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P.−¿Cambió sus hábitos sociales antes y después del libro?
R.−Soy muy consciente ahora del fenómeno de la interacción social, así que, por ejemplo, si estoy trabajando en mi mesa y dan las dos de la tarde, me obligo a salir fuera a encontrarme con la gente, aunque sea ir al banco o a correos. Ir fuera una o dos horas, hablar con los vecinos. Reservo tiempo para ello igual que lo hago para hacer ejercicio.
"Las mujeres viven más. ¿Por qué? Así empecé. Las mujeres emplean mucho tiempo socializando"
P.−Esa sería la revolución, ¿no?, que todo el mundo fuera consciente de lo positivo que es estar con gente cara a cara, que no es una pérdida de tiempo.
R.−¡Exactamente, no es una pérdida de tiempo! Me interesé por este tema porque el mayor contacto social es un predictor de la mayor longevidad. ¿Quiénes viven más? Las mujeres. Me pregunté, ¿por qué? Así empecé. Las mujeres emplean mucho tiempo socializando. Es importante para ellas hacer un seguimiento de sus redes sociales, ellas tienden a que sus redes sociales sean más reducidas, pero más estrechas. Mi abuela era una inmigrante y tenía cada noche una lista con diez nombres de amigas a las que llamaba por teléfono una a una para ver cómo estaban. Esa era su forma de estar conectada. Lo que hacen las mujeres, hablar por encima de la valla con la vecina, todo el mundo pensaba que era una pérdida de tiempo, pero es lo que las mantiene vivas.
P.−¿Diría que las redes sociales digitales son un complemento para la comunicación en persona, como lo era el teléfono para su abuela, pero que no son un sustituto de ninguna manera del contacto cara a cara, presencial?
R.−Sí, es una buena manera de decirlo. Pueden ser una ayuda, pero no un reemplazo. Las redes sociales están perfectamente bien para comunicarse, pero cuando se trata de arreglar un problema, de hablar de algo difícil, emocional, tienes que encontrarte en persona, debes estar ahí. La gente que es muy poderosa se asegura de estar en persona. Si tienen dinero, van allí.
P.−Explica que la soledad es dolorosa porque el cerebro envía la misma señal que si estuviéramos hambrientos o sedientos, como diciéndonos, "tienes que buscar a gente, porque si no, morirás". ¿Cómo llegó a ese estudio?
R.−Tristemente, uno de los principales investigadores que lo descubrió murió hace dos años de cáncer, John Cacioppo. Él fue fundamental para mí para aportarme pruebas. Desde que se publicó el libro, han aparecido aún más datos que muestran que las áreas del cerebro que codifican mensajes como "hambre" y "sed" son las mismas que se activan con la soledad. Comparten terreno neuronal. Despiertan las mismas partes del cerebro que dicen: "¡Eh, amigo, muévete, vas a morir si no arreglas esto!".