Ray Loriga tiene hechuras de personaje literario, pero menos mal que es escritor de culto y que llegó para conmovernos, para hacernos rajitas por dentro, para explicarnos un poco de dónde venía toda esta furia melancólica y este hastío inexplicable y con todo, estas ganas de amar aun estando tan rotos y locos y solos.
Hoy le veo cruzar la calle con su parche en el ojo y su abrigo largo y su barba a ratos cana y su cigarro entre los dedos y avanza ya por la acera entre el humo como salido de un cuento; parece un vampiro o un gángster retirado, en todo caso una criatura distinta al resto, intrigante y bella y herida y estoica al mismo tiempo. A él esto le avergonzaría, porque lleva toda la vida queriendo disgregarse en sus libros y arrancarse el rostro ya de cuajo, ser sólo palabras elegidas a traición: en su juventud le costó, pero la solidez de la obra de este escritor que respeta el oficio ya ha conseguido que al leerle no quede rastro del gran hombre.
Viene de un tumor cerebral que estuvo a punto de llevárselo de viaje, y Loriga habla de esto así, con una distancia y un humor intimidante. Le dijeron que iban a operarle a vida o muerte y él fue a fumarse un cigarro, lo típico. A ver si tampoco vamos a poder elegir ahora con qué matarnos.
Pero Ray está vivísimo y con la muñeca en forma y detesta ponerse apocalíptico y sombrío. ¿Qué sentido secreto tendrá que en el momento más oscuro de su biografía haya escrito una de sus novelas más luminosas? ¿Será que uno se agarra con los dientes a la vida?
Cualquier verano es un final (Alfaguara) cuenta la historia de Yorick, que se parece a Ray pero no es Ray, y que anda medio enamoriscado de su amigo Luiz, un ser al que admira y al que le rinde devoción, alguien que le lleva en volandas, su auténtica debilidad. ¡Fueron tan felices juntos! Aún lo son, pero Luiz anda planeando un suicidio asistido en una de esas imponentes y gélidas clínicas de Suiza, frente a un lago. Dice que es una broma, una performance, que al final no lo hará, pero a Yorick se lo llevan los demonios.
¡Si ya le extraña cuando abandona unos minutos la mesa para ir al baño! "Cuando se levanta y se va, desconsuela; cuando regresa, alegra, y ni siquiera estoy seguro de que se dé cuenta. A veces se gira, a veces no. Le sigo con la mirada, pero, ¿lo sabe?", escribe Loriga. Esta lectora diría que no. Jamás se sabe lo importante.
P.- ¿Qué tipo de amigo es Ray Loriga?
R.- Esa no me la habían hecho. Es buena. Habría que preguntarles a ellos. ¿Del uno al diez? Un siete, espero, por lo menos. Siempre tengo la sensación de estar fallando un poco a la gente que quiero. Espero que no demasiado. Tengo buenos amigos. Los atesoro.
P.- Eres el amigo al que se llama cuando sucede… qué. Tenemos roles.
R.- Está el viejo dicho de “sabes que tienes un amigo cuando no te llama para su mudanza” (ríe). Para eso no me llaman, afortunadamente. Tampoco podría. La amistad que más aprecio es la de llamar porque sí. ¿Qué tal? Nada especial. Luego intuyes sus malos momentos y llamas.
P.- Háblame de tus amigas.
R.- Siempre las he tenido, desde el colegio. Mi primera amiga es mi madre. Mi abuela era una gran amiga mía. Y mis tías. Crecí en una casa con tres chicos y anhelaba la conversación con las mujeres, ellos me asfixiaban un poco, y buscaba la amistad de las mujeres, que para mí era como una ventana abierta. La amistad con las mujeres a veces son lecturas. Me considero amigo de Virginia Woolf, de Marguerite Duras, de Sylvia Plath, de Poniatowska, que además es mi amiga personal… Luisa Castro. Soledad Puértolas. Belén Gopegui. Marta Sanz.
"El género y la orientación sexual me dicen poco: para mí la identidad son lecturas, impresiones, sensaciones"
P.- ¿Cómo sabe uno que se ha enamorado de un amigo? ¿Qué lo impide: la heterosexualidad? ¿Qué importancia puede tener algo como la heterosexualidad para un escritor, que justamente entiende el mundo en sus trasvases?
R.- A mí el género me dice poco. Y la orientación sexual. Entendiendo las luchas por los derechos negados y que hay que reclamar, pero para mí la identidad no es un asunto de género: son lecturas, son impresiones, son sensaciones.
P.- No es un impedimento a la hora de amar que ese ser humano sea un hombre. No está esa vieja pared.
R.- Esa maldita pared que separa tu vida y la mía (entona). ¡Lo dijo Bambino! Oh, qué maravilla de canción. No, nunca. No he sido criado en esa pared y en mi mente jamás ha existido.
P.- ¿Te has enamorado de algún hombre?
R.- Supongo que sí, de eso también habla un poco el libro. En el deseo de ver a un amigo a veces hay un enamoramiento, en la ausencia dolorosa de un amigo… hay un dolor de desamor.
P.- ¿Los hombres habéis cambiado en vuestra forma de amar a otros hombres? En el libro decías algo como: puedo besarle en el cuello, siempre sólo en las zonas legales…
R.- Eso era una broma, pero sí. Los hombres teníamos la vieja costumbre de antaño de darnos muchos golpes cuando nos abrazábamos.
P.- Cachorros chocando.
R.- Sí pero no. En el “pum, pum, pum” estaba el retén de masculinidad. Yo no sé nada de los otros hombres. Voy descubriendo a duras penas quién soy yo.
P.- Siempre se ha dicho que los jóvenes varones se masturbaban juntos.
R.- (Silencio). No me consta (ríe). Para mí los actos íntimos no son colectivos, pero allá cada cual.
P.- En la novela describes un amor doble. Ambos están atravesados por la admiración.
R.- Más que admiración es sublimación. Cuando uno elige alguien a quien amar, ya sea un amigo o una pareja, ¡o un padre!, lo sublima de alguna manera. Se crea una imagen de él donde pone toda su devoción. Por eso son tan dolorosos los desengaños, porque se nos cae un castillo creado por nosotros.
"Te vas encontrando a ti mismo poco a poco y nunca: te mueres y todavía no sabes realmente quién eres"
P.- Me perturba la relación del protagonista con su amigo. Nos pasa eso con algunas personas: no sabes si te gustan, si las deseas, si quieres acostarte con ellas o ser ellas, directamente.
R.- Se mezclan todos esos sentimientos, y es interesante el último, el de ser ellos también.
P.- ¿Tú has querido ser otro hombre? Alguna vez te leí decir que te habías cansado de ser Ray Loriga.
R.- Me había cansado de ser un Ray Loriga de cliché. No era para nada quien me considero yo. ¿He querido ser otro…? Sí, de niño te vas formulando con otros rostros, otras actitudes... como monos o descendientes de monos, somos seres miméticos y nuestro aprendizaje es mimético. Es muy habitual irse creando la propia personalidad con retazos de otras, hasta que, poco a poco y nunca te vas encontrando a ti mismo. Eso es: poco a poco y nunca. Cuando te vas a morir, todavía no sabes realmente quién eres.
P.- El protagonista dice que no es que nunca se haya enamorado, es que nunca ha sufrido por amor. ¿Qué sabes tú de ese dolor? ¿Te han roto el corazón?
R.- Bueno, ¿a quién no?, pero no sé si mucho (piensa, se detiene). Lo que me hace pensar que quizás no haya amado como debería. Uy. Joder (ríe).
P.- No quiero que te des cuenta a mi lado de eso.
R.- (Ríe). No lo sé. Creo que he amado en breves periodos.
"No sé si me han roto mucho el corazón, lo que me hace pensar que quizá no haya amado como debería"
P.- Marguerite Duras decía que se escribe como se desea. ¿Tú?
R.- Es tan íntimo y diferente en cada uno… el deseo de adolescente es algo muy difuso, un ansia imprecisa que luego se va formulando como algo más concreto y que tiene más que ver con el amor, con compartir una intimidad, una compañía.
P.- ¿Tú eres un hombre sexual?
R.- ¿Esto es una entrevista erótica? (ríe). O sea, ¿cómo no? La condición inherente del ser humano atañe a la sexualidad, si no no estaríamos aquí.
P.- En la novela hablas del dolor que supone para un hombre perder a causa del otro. Ah, la competición. ¿Los hombres compiten con otros hombres como compiten con las mujeres, o directamente con las mujeres no compiten?
R.- Sí compiten, claro, por ejemplo en literatura. Yo pertenezco a un mundo donde no hay diferencia entre hombres y mujeres. Cuando me pongo a escribir, yo compito con Virginia Woolf, en el sentido positivo: quiero ser tan bueno como ella es, aunque no lo conseguiré nunca. Estamos en igualdad absoluta en literatura, no diferencio entre hombres y mujeres.
"Nunca he competido por una mujer; una mujer se merece algo más que ser parte de una apuesta"
P.- ¿Y por el amor de una mujer, que decía Julio Iglesias?
R.- Nunca me he visto en esas. Una mujer se merece algo más que ser parte de una apuesta.
P.- El protagonista adora la belleza de su amigo: su elegancia, sus fulares. ¿Qué idea tienes tú sore la belleza… y sobre tu propia belleza? En la promoción de tu libro todo el mundo se refiere en sus entradillas a tu belleza. ¿Eso te incomoda?
R.- Me sonrojas (ríe). La belleza es algo tremendamente subjetivo, tremendamente, si no estaríamos todos enamorados de George Clooney. Y no es el caso. A algunos les puede gustar mucho y otros nada, y así con todos los mitos y los cánones. La belleza es algo que no se entiende, y además, en un oficio como el mío, es algo intrascendente. Los libros no deberían llevar ni fotos. Te obligan a ponerla, ¿eh? Pero a mí me importa un bledo el aspecto que tenga una escritora o un escritor. Me interesa cómo escribe.
P.- Se crean mitos eróticos en la literatura. O la industria hace porque así sea. Umbral hablaba de antropofagia cultural: decía que la gente no quiere ver los cuadros de Picasso, quiere comerse a Picasso por los pies.
R.- Mario Vargas Llosa, ahora de moda por otras razones que no tienen nada que ver con la literatura, pobre, lo llamaba “la sociedad del espectáculo”. Es tan difícil en mi oficio vender libros que se utiliza cualquier mecanismo paralelo para conseguir que alguien tenga la mínima curiosidad por un asunto como un libro. Se emplean esas palancas, pero el asunto esencial es la escritura.
P.- ¿Cómo consigue uno vivir de ser escritor en España?
R.- Bueno, con suerte. Tienes que tener un grado de suerte, porque hay magníficos escritores que no han conseguido nunca vender muchos libros. Es muy complicado. Es imposible. Puedes vivir muy austeramente.
P.- ¿Tú vives con austeridad?
R.- Sí, si fuera por mí la sociedad de consumo habría perecido. Nunca me compro nada.
P.- ¿No tienes deseos obscenamente materiales? ¿Un coche?
R.- No. No. Me compro un abrigo cuando se me ha roto el anterior.
P.- Hostia, eres un asceta.
R.- Sí. No pinto nada en una tienda (ríe). Quitando en una librería.
P.- ¿Por qué crees que eres así?
R.- No lo sé, no me seduce la sociedad de consumo, no tengo interés en comprarme un reloj o una tienda de campaña. Me hace gracia porque lo que se llaman las “revistas masculinas”, o como se llamaban antaño, eran siempre una tía muy buena en la portada y luego un montón de anuncios de coches de lujo, relojes o cremas de afeitar. Yo ni me afeito, ni sé conducir, ni llevo reloj.
P.- ¿Tú tampoco sabes conducir? Ya sólo quedamos tú y yo.
R.- Quedamos muchos. Tengo un grupo de amigos, entre ellos, mi mujer, y no conducimos ninguno. No es que tengamos un club, ha sido coincidencia. En hombres era más raro en mi época. Los chicos querían llegar a los 18 para sacarse el carnet, aunque luego no tuvieran dinero para comprarse el coche.
P.- ¿Será que secretamente creemos que merecemos un chófer?
R.- Yo no tengo chófer (ríe). Pero vivo en el centro, voy andando a casi todas partes, y cuando voy a trabajar voy en avión o en tren.
P.- Me gusta la austeridad literaria. Me parece que acerca a la verdad del texto. No sé si aguanto mucho a los escritores-celebrity.
R.- No sé, ¿eh? Hace muchos, muchos años ya había escritores que vivían una gran vida social, me acuerdo de Scott Fitzgerald que daba sus grandes fiestas en palacios, en Venecia… hasta que se arruinó, claro. Era una vida divertida y desenfrenada, en su época era una celebrity, y siempre ha sido un magnífico escritor. Mientras la escritura sea buena, importa poco lo que cada escritor quiera hacer con su vida.
P.- ¿Cómo son tus fiestas?
R.- Yo no hago fiestas. No me gusta nada hacer fiestas. Odio las fiestas sorpresas y tampoco las fiestas como concepto.
"A los nueve años, después de un cumpleaños muy triste, le pedí a mi madre que no me hiciese nunca más una fiesta"
P.- ¿Hay una imposición de pasárselo bien?
R.- Sí. La tensión previa, la preparación… todo esto me agobia. Creo que fue en mi noveno cumpleaños, de niño, después de acabar uno muy triste, le dije “mamá, ¿puedes no hacerme nunca más una fiesta de cumpleaños, por favor?”. Me ponía malo… luego nunca te lo pasabas tan bien. Siempre acababas llorando. Había algo ahí. La tensión. Lo que más he intentado evitar en mi vida ha sido la tensión. El cerebro no distingue tensión positiva de negativa. El estrés se crea por ambas, así que prefiero no tener ninguna.
P.- ¿Has encontrado la paz?
R.- Eso es lo que busco. Prefiero la tranquilidad a la euforia. Soy más feliz en la tranquila que en la euforia.
P.- El protagonista de tu novela habla del placer de la sensación de tiempo detenido, de un limbo en el que no hacer nada, celebra la antiproductividad. ¿Te consideras un hombre antisistema?
R.- En el sentido espiritual, sí. Quiero decir: vivimos en una sociedad capitalista donde ser es hacer. Todo es productividad. Hacer para consumir, para que alguien gane dinero y que siga girando todo, ¿no? Para mí ser no es hacer, o no me gustaría que lo fuera. Ser es otra cosa.
P.- Montero Glez decía que prefería llamarse “un hombre que escribe” a “un escritor”, porque esa palabra condensaba el ser y el hacer.
R.- Sí. A mí lo que gusta, lo que me interesa, lo que me construye… es leer y escribir. Están muy relacionados. Fuera de eso, nada. Algún partido de fútbol. Tengo pocos intereses.
"Soy antisistema espiritualmente: vivimos en una sociedad capitalista donde ser es hacer, y yo no estoy de acuerdo"
P.- ¿Cómo es un día normal en tu escritura? ¿Eso existe, el “día normal” en la escritura?
R.- Demasiados días normales hay en la escritura. Idénticos. Aunque no son idénticos en tu cabeza. Una novela es un día tras día tras día de hacer lo mismo. Escribes a las mismas horas, te levantas a las mismas horas, trabajas las mismas horas. Los escritores somos de mi maneras distintas pero todo somos muy disciplinados, no hay otra manera de acabar la novela. Eres tu propio jefe, no te puedes andar engañando. Siempre te sientes culpable cuando no estás trabajando y tienes que estar todo el rato obligándote. Hay días buenos, días regulares, días terribles, días que sólo corriges. Pero en los días no inspirados también trabaja.
P.- Iñaki Uriarte decía que la vida es lo que pasa en tu cabeza.
R.- Es verdad. Cuando no estás en la novela, estás pensando en la novela, o en la próxima novela que vas a hacer. Realmente la vida te va en la cabeza: luego saludas a la gente, de vez en cuando hablas con amigos y te olvidas un rato de que eres escritor, ves un partido de fútbol. Me encanta tanto porque me olvido de quién soy y de lo que hago. Pero el resto del tiempo, aunque sólo hagas gestiones de la vida normal, doméstica (se ha roto una persiana, tienes que llevar a los niños al colegio, lo que es la vida normal) en el fondo siempre estás con tu cabeza y con tu historia.
P.- Has dicho en alguna entrevista que si te pasa algo como lo que te ha pasado, en referencia al tumor cerebral, cómo no ibas a escribirlo. En el libro hay cierta asepsia y humor y crudeza al hablar de la muerte, rollo “bueno, un día te mueres y ya está”. ¿Cómo has vivido lo que te ha pasado? ¿Te has preguntado “por qué a mí”?
R.- No. Nunca me he preguntado “por qué a mí”, porque cuando estás en una planta de hospital ves tantos como tú que dices “y por qué ellos”. Soy solidario. Veo cosas peores. En un hospital el que no está como tú está peor, y eso te hace obligatoriamente solidario, al menos en mi caso. La señora de al lado, el hombre de enfrente. El tema lo he tratado de paso, sólo al principio del libro, y con mucho humor, y ahora que he hecho varias entrevistas noto que no paran de preguntarme por ello.
P.- ¿Estás harto?
R.- Sí, porque yo me lo he tomado más a la ligera, pero viendo titulares parece que estoy todo el día hablando de esto, ¿no?
P.- Te hacen sentir apocalíptico cuando es un libro luminoso.
R.- He intentado que sea encantador. Agradable, placentero. Y divertido. Es un libro de viajes y amigos, con momentos de paz.
P.- Haces reflexiones sobre lo osados que somos de jóvenes, cuando vestimos de negro y coqueteamos con la muerte. ¿Qué pasa después?
R.- Sí, estos chavales góticos… hay una atracción morbosa hacia la muerte, hacia lo oscuro, pero cuando se te va acercando la muerte te hace menos gracia (ríe).
P.- No estás obsesionado con la muerte.
R.- No. No soy nada hipocondríaco ni me he despertado nunca por la noche con angustia pensando que me iba a morir. La muerte propia no me preocupa, la de mis seres queridos sí.
P.- Si no hay dios, ¿a quién le rezas cuando tienes miedo?
R.- No tengo miedo. Tengo angustia. Pero por cosas reales, por cosas puntuales, por llegar a fin de mes. Esa es mi angustia, no la muerte. Nunca he sentido demasiadas angustias que no sean económicas (ríe).
P.- Las económicas joden.
R.- Joden, joden, pero al menos tienen un rostro real, no fantasmagórico.
P.- ¿Por qué uno querría fumarse un cigarro en secreto en el ala abandonada de un hospital cuando está en una situación de vida o muerte?
R.- Porque ya que estás ahí jodido y sí, te puedes morir, por lo menos échate un piti, qué vas a hacer. Un placer.
P.- Hace poco vi Arrebato y anoté una expresión, “placeres monstruosos”.
R.- Qué buena película y qué concepto ese, ¿no? No sé por qué la gente hace lo que hace, por qué se fuma cigarros antes de morir, yo sé por qué lo hago yo, y lo hago porque me apetece.
"Necesito fumar para escribir, la pausa del cigarrillo se ha convertido en esencial"
P.- ¿Necesitas fumar para escribir?
R.- Sí, lo tengo asociado, y me costaría muchísimo dejar de fumar porque para mí va junto. Estás escribiendo, paras, fumas un cigarrillo, lo dejas, y esa pausa se ha convertido en esencial.
P.- ¿Sirven el alcohol y las drogas para escribir? No para el momento de la escritura, digo: sino porque vuelven el mundo más plástico, los colores son más intensos, se aceleran las cosas…
R.- Los estados alterados de la mente sirven, claro, todo esto de la psicodelia, las drogas… siempre existe el sueño en el escritor de tener otro punto de vista, otro ángulo, otra visión, y el escritor tiende a pensar que eso se lo van a proporcionar las drogas. Yo hace cien años que no me drogo.
P.- ¿Cien?
R.- Sí. Cien. Me drogué en la juventud.
P.- No me voy a hacer la sorprendida, pero contigo ni con nadie.
R.- No vamos a negar la mayor (ríe). Claro, me he drogado, como la mitad de este país. Pero hubo un momento en el que dejaron de producirme avances y de hecho me producían retroceso, porque me quedaba enfrascado en un sistema de pensamiento idéntico, me estancaba, era como un loop, y dejé de interesarme intelectualmente porque no me aportaba absolutamente nada.
P.- El protagonista es muy arrogante, mucho, pero también hace gala de cierto patetismo ilustrado. ¿Conviven el narcisismo y el autodesprecio?
R.- Sí, parece que uno intenta salvar al otro. Uno todas las mañanas se levanta, yo por lo menos, pensando “soy gilipollas”.
P.- ¿Por qué dices eso, tío?
R.- (Ríe). Porque me levanto así todos los días. Y vas enarbolando una especie de autoestima pero se te puede ir de las manos y llega la arrogancia, y vuelves a sentirte un gilipollas y vuelta a empezar.
P.- ¿Cuántos mamarrachos hay en el mundo editorial?
R.- Yo he tenido suerte de tener editores y editoras magníficos. Constantino Bértolo, Murillo, Lezcano, Pilar Reyes...
"Nunca he ido al psicólogo, hay taras que no quiero quitarme, me son útiles para escribir"
P.- ¿Un editor es como un psicólogo?
R.- No, depende. Yo soy bastante distante. Les molesto poco. Les enseño el libro cuando está y me hacen sus comentarios y ya está, hablamos de ello. Mi sistema ha sido: si sus dudas coinciden con las mías, lo cambio, si sus dudas coinciden con mis certezas, no lo cambio; puede que tengan razón pero yo lo que quiero decir es esto.
P.- ¿Los editores, los críticos y los psicólogos sólo tienen sentido si son más listos que nosotros, sus “pacientes”, digamos? Es gente a la que nos encomendamos.
R.- Sí. Es verdad que tener un psicoanalista que es más tonto que tú no tiene ningún sentido. Yo sí he tenido editores muy inteligentes, con mucho criterio, a los que respeto y admiro, y sí me sirven, me sirven de primer contacto cuando las cosas aún tienen arreglo.
P.- ¿Has tenido psicólogo?
R.- Nunca. Hay muchas taras que no quiero quitarme, me son útiles para escribir. La escritura tiene esa virtud, que los defectos son herramientas.
P.- ¿Tus hijos te leen?
R.- Creo que algo han leído.
P.- ¿Qué edades tienen?
R.- Uno 24 y el otro 18. Nunca les he dado yo un libro mío, pero los han pillado por ahí, o alguno les ha caído en el colegio. Les daban listos y había dos de la misma época y yo les decía “léete mejor a Marcos Giralt” (ríe).
"En la escritura siempre hay un pudor"
P.- Siempre pienso en el pudor que me da escribir con mis padres vivos. ¿Sucede lo mismo con el pudor de los hijos, ya le deja eso a uno completamente atravesado? ¿Cuándo coño vamos a poder decir lo que queremos decir?
R.- En la escritura siempre hay un pudor. Lo tenemos todos. No sé cómo lo he gestionado yo, quizás intentando no escribir novelas muy autobiográficas, a mis personajes les dejo cosas mías… pero todo muy camuflado en otros personajes completamente distintos. No me he metido en una novela estrictamente familiar, o que hable de recuerdos… pero lo he pensado algunas veces…
P.- Uno tiene derecho a hacerlo, ¿no?
R.- Tienes todo el derecho, claro, las novelas crean conflictos en familias, o en relaciones padre-hija, o con tu marido o tu exmujer…
P.- ¿Qué eliges, la novela o la herencia?
R.- (Ríe). En mi caso, como no hay herencia, ese no sería el problema. Pero sí me puedo quedar sin el cariño, sin el afecto. El tema de la familia es delicado, porque hay como una omertá. Los trapos sucios se lavan en casa. Sacar eso es duro para los otros y es duro para ti. Yo mismo, o cualquier escritor o escritora, tiene ese miedo de romper esa omertá.