Podría parecer grandilocuente catalogar al hotel Flórez-Estrada como un hotel paradisíaco, pero, por un momento, pónganse en situación. Entre las salvajes montañas nevadas plagadas de osos pardos que acunan el municipio de Pola de Somiedo se erige un enorme palacio castizo con empedrados grises y paredes pintadas de rojo calizo. Hace falta cruzar un pequeño camino rocoso escoltado por pinsapos y abetos centenarios para presentarse ante la fachada de este edificio medieval presidido por un blasón con una torre rodeada de flores de lis, dos pechos de mujer y tres máscaras que evocan al teatro de la vida. A un lado asoma una torre con palomar cuya base data del siglo XV; al otro se vislumbra una capilla con un altar presidido por la figura de Jesucristo crucificado y, tras él, los ecos de unas pinturas de más de 500 años de antigüedad, hoy perdidas por la humedad y el enyesado de las reformas. Un viejo horno de pan transformado en suite y un puente de madera bajo el cual corren las cristalinas aguas del río Somiedo completan la postal invernal de este enclave mágico del sur de Asturias. Un edén de vaqueiras, de teitadoras y de xanas al que rinden homenaje las canciones populares.
El ambiente señorial, casi sacro y hechizante, al que invita la configuración natural del entorno se quiebra de forma abrupta por el saludo afable de Manuel Galán, el guardián y amo de llaves de los secretos de esta suerte de hotel rural con raíces nobles, al que los paisanos se refieren como 'el del palacio'. El hombre no lleva el traje y la pipa que tanto parecen encajar en un lugar propio de la aristocracia española, sino que luce un envejecido polar verde sobre cuyo pecho se puede leer: Granja Escuela Las Cortas de Blas. Ni pompa ni marquesado. Sí, aquel humilde hombre barbudo, calvo, de voz nasal y con el atuendo de quien viene a faenar en la reforma de su hotel con sus propias manos es descendiente de quinta generación de una de las figuras más insignes de nuestra historia: Álvaro Flórez-Estrada.
Tesorero del Reino de España durante el Gobierno de Manuel Godoy, liberal fundador del periódico El Tribuno del Pueblo Español y padre, en parte, de las Cortes de Cádiz que parieron nuestra Constitución, Flórez-Estrada fue una figura esencial de la historia española que, lamenta Manuel, "ha caído en el olvido hasta en su tierra natal". En parte porque fue un radical revolucionario que concibió la política como una 'acción callejera' –se dice que llegó a participar en tertulias radicales jacobinas– y, en parte, porque fue un patriota que siempre defendió a España ante la agresión de Napoleón, primero, y de los Cien Mil Hijos de San Luis, después, lo que le valió un exilio de diez años en Londres.
"Tenía un pensamiento liberal; era lo que hoy llamarían un radical de izquierdas", explica Galán, uno de los máximos conocedores de la biografía de Flórez-Estrada, quien lleva la sangre del ilustrísimo asturiano. "Tenía unas ideas muy avanzadas para la época que estaban vinculadas con la libertad de imprenta, con la reforma agraria y con dotar al campesinado de pequeños pedazos de tierra para que fuera útil. En definitiva: una visión profundamente social". Al mismo tiempo, defendió la monarquía constitucional –nunca la absolutista– y la religión católica. Un hombre contradictorio si se comete el error de estudiarlo desde el prisma contemporáneo.
Pero volvamos a las contradicciones –ahora reales– que germinan en el presente. A los paisanos de Somiedo a veces les extraña que el lugar de nacimiento de una figura tan destacada como la de Álvaro Flórez-Estrada sea utilizado para dar conciertos a la luz de la luna, organizar recitales de poesía cantada o promocionar, con la pasión de un niño que descubre a sus padres un nuevo juguete, películas de cineastas africanos como Djibril Diop Mambéty o Ousmane Sembené, y no como un hotel de lujo.
[El Hotel Bulgari de París, la Última Propiedad de Sandra Ortega, Deslumbra en la Capital del Lujo]
Al entrar en su estancia principal asombra encontrar máscaras y esculturas africanas entre las barrocas pinturas al óleo que reconstruyen el rostro del extesorero godoyista, la biblioteca de cuyas estanterías con vitrinas se observan algunos ejemplares originales de la Constitución de 1812 y el puñado de sillones en los que antaño debieron reír y fumar los integrantes de los círculos intelectuales más exquisitos de la región.
Afuera, piedras talladas con fechas de hace casi un milenio, sugieren ser las cubiertas de tumbas verticales. Estas conviven con los trisqueles celtas que tallan los asientos de piedra en las que los huéspedes hacen sus merendolas tras volver de sus caminatas por el Parque Natural. Un totum revolutum que, según Manuel, tiene un sentido.
El tesorero maldito de Godoy
Ahora saltemos en el tiempo y hagamos un ejercicio de memoria para entender mejor al personaje que inició toda esta historia. La trayectoria de Álvaro Flórez-Estrada es tan fascinante que apena que sea tan poco conocida. Nació el 27 de febrero de 1766 en Pola de Somiedo, en el palacio familiar que regentaba su padre, Martín de los Santos Flórez-Estrada, un influyente e instruido aristócrata local afín a las élites intelectuales. Formado en Filosofía y Jurisprudencia, se casó muy joven con Juana Queipo de Llano, pero ella falleció tan sólo un año después, lo que le impulsó a abandonar su ciudad natal para ir a Madrid e iniciar una prometedora carrera en la Administración.
No obstante, su admiración por aquella Revolución Francesa que acabó con la cabeza de Luis XVI en la guillotina y su odio hacia la monarquía absolutista le llevaron a participar en los círculos de liberales radicales que conspiraban contra el régimen, lo que le forzó a ser destituido de muchos de los cargos que había obtenido. Hay quien incluso llegó a relacionarlo con los conciliábulos masones madrileños de la época.
Después de su vuelta a Somiedo, en 1796, Manuel Godoy lo nombra Tesorero Principal de Rentas de la Corte, pero la fuerte oposición de Flórez-Estrada a las medidas políticas godoyistas hicieron que fuera destituido de su cargo un año después, lo que le llevó de vuelta al palacio de Pola de Somiedo. En 1808 la Junta General del Principado de Asturias lo nombra Procurador General, y el 9 de mayo publica un manifiesto en el que llama a la rebelión contra Napoleón Bonaparte para defender la patria, al rey –era contrario al absolutismo pero abogaba por una monarquía constitucional– y la religión. "Asturias nunca vencida", era el lema de su sublevación.
"La Asturias de Flórez-Estrada fue la primera región que se sublevó contra la ocupación francesa y tuvo que huir a Sevilla, dicen que disfrazado, para salvar la vida. Pero siendo procurador fue el primero que le declaró la guerra a Napoleón", asegura Manuel Galán. Allí, en la capital andaluza, se encontró con el ilustre Gaspar Melchor de Jovellanos, con el conde de Toreno y los liberales, antes de que la Junta Central tuviera que huir a Cádiz. En dicha ciudad Flórez-Estrada fundaría El Tribuno del Pueblo Español, un periódico destinado a defender la soberanía nacional, el sufragio universal masculino y a través del cual rubricaba la condena del absolutismo, siempre con la libertad de imprenta como bandera.
Lamentablemente, la persecución que sufrieron tanto él como su familia lo forzaron a exiliarse a Londres, donde escribió un proyecto de Constitución progresista inspirado en la de los Estados Unidos que influyó –aunque sólo en parte– en la redacción de la Constitución de 1812. "Era incluso más adelantada a la que después sería el texto de la de 1812. Como también quería que la soberanía del Estado estuviera en el pueblo, no en Fernando VII, publicó un libro maravilloso, En defensa de las cortes, donde pidió al monarca que dejase el poder y convocara cortes generales".
Fueron ese tesón e insistencia las que lograron que en 1820, durante el Trienio Liberal posterior al pronunciamiento del coronel del Riego y el restablecimiento forzoso de la Pepa que él mismo había ayudado a redactar, Flórez-Estrada volviera a España. Un año después el rey lo eligió para liderar un Gobierno compuesto por los integrantes de la Confederación de Comuneros Españoles, que por aquel entonces habían conseguido una gran presencia en territorios rurales.
Pero en 1823 el ejército francés volvió a España bajo la comandancia del Duque de Angulema –con el apoyo militar de los Cien Mil Hijos de San Luis– con la intención de acabar con el régimen liberal, "salvar" de sus garras a Fernando VII y reinstaurar el absolutismo. Nuevo varapalo para el economista somedano, que tuvo que emigrar otra vez, esta durante más de una década, tiempo que aprovechó para escribir su famoso Curso de Economía Política, el texto más internacional de los economistas patrios del siglo XIX.
No obstante, Flórez-Estrada retornó a España en 1834 tras ser amnistiado y morir el rey. Entonces volvió a la política y se convirtió en un firme opositor de las reformas de las propiedades eclesiásticas que quería aplicar Mendizábal. Él no estaba en contra, sino que quería ir más allá: defendía que se aprovechara la desamortización para crear una clase media a través del reparto de las tierras, así como la dación en pago de pequeños terrenos al campesinado para que no quedara en manos muertas, práctica conocida como enfiteusis.
Tras el fracaso de Mendizábal, entre 1839 y 1943, Flórez-Estrada fundó el partido monárquico constitucional, fue elegido diputado por Oviedo y ocupó interinamente la presidencia del Congreso de los Diputados durante un mes, antes de que Isabel II, la reina castiza sucesora de Fernando VII, le nombrara senador. Cansado de la vida política, volvió a Asturias para dirigirse a otro palacio, esta vez el de Miraflores, propiedad de su prima Concepción Acevedo, donde moriría en 1852.
170 años después...
Hoy Manuel está volcado en revitalizar la figura de Flórez-Estrada. Al cumplirse 170 años de su muerte, prepara una guía didáctica con la que profundizar aún más en la figura del personaje en el ámbito de la educación forma. A la par, trata de mantener a flote un negocio familiar que su madre, Marisol, tardó dos décadas en erigir. Ella, una mujer de armas tomar, reformó el palacio, herencia familiar de sus ancestros, y lo reconstruyó piedra por piedra, habitación por habitación y grifo por grifo hasta sacarlo del abandono fatal en el que se encontraba.
Cuentan algunos somedanos que aún recuerdan cómo el rey Balduino de Bélgica y su esposa, la reina Fabiola, se paseaban por sus jardines durante el verano, y que los comensales recibían sus cenas y desayunos de manos de un personal que llevaba siempre guantes blancos. Un parador de lujo que en los noventa del siglo pasado estaba destinado a un público, quizás, más escogido que el actual.
Pero los tiempos cambian y ahora el palacio respira una filosofía muy diferente, en parte por el almizcle de culturas e ideas que antes describíamos. A veces parece como si Manuel Galán fuese un Mendizábal moderno que hubiese desamortizado la pomposa esencia noble del lugar para repartirla –como le reclamaba Flórez-Estrada al histórico exministro de Hacienda– entre los paisanos. "Me gusta decir que soy un agitador social y cultural del ámbito rural", bromea con una media sonrisa al preguntarle por esa mixtura de estilos y raigones ancestrales que se encuentran en el palacio del opositor napoleónico.
Nuestro protagonista de carne y hueso es, cuanto menos, un personaje ambivalente. Por un lado ondea la bandera de unos ideales que defienden que la solidaridad entre los pueblos es el motor de la esperanza humana, y lo demuestra confesando que uno de los ejes esenciales de su vida fue su paso por Tanzania junto a Médicos del Mundo. Allí, en 2005, estuvo seis meses coordinando un proyecto de prevención de VIH/SIDA entre población vulnerables (según datos de 2020 recogidos por la OMS, el 9% de la población del país africano fallece por la enfermedad).
Conocer de cerca colectivos empobrecidos, concretamente a los niños y niñas en situación de calle, y emprender talleres de educación afectivo-sexual le hizo replantearse su futuro, lo que provocó que se quedara allí cinco años más, hasta el punto de aprender suajili a la perfección, abrir una oenegé en el país junto a su pareja y dos amigos tanzanos y establecer en Oviedo una delegación llamada Matumaini, que en suajili significa 'esperanza'. El resto de su vida fuera del palacio la dedica a elaborar materiales didácticos para escuelas, escribir guías sobre temáticas vinculadas a la educación para la ciudadanía global,trabajar con jóvenes en un barrio de Oviedo y a ofrecer talleres en colegios en los que trata de acercar el continente africano desde su complejidad, diversidad y riqueza a los más pequeños.
"Yo tomé las riendas del palacio en 2013. Llegaba de Tanzania de trabajar con niños y niñas en situación de calle y aterricé en esta casona. Tardé en quitarme eso de ser 'el del palacio'. Me costaba servir desayunos pensando en toda esa población que no tenía acceso a tres comidas, pero si no lo cogía yo... no sabía qué íbamos a hacer con él". Fue así como comenzó a desprenderse de la bata de hostelero y a ponerse la del dinamizador o "agitador", como insiste en repetir. "Empezamos a hacer veladas poéticas, talleres de ornitología, festivales de narración oral y cuentacuentos y programaciones de conciertos muy variados como jazz, blues, cantautores y música tradicional asturiana. Es una forma de que mis hijos se acerquen a la cultura y de que en Somiedo haya una programación abierta, plural y accesible para quien se quiera acercar. En otoño hasta hacemos cursos de narración oral para aprender a hablar en público y de periodismo y derechos humanos, y también un festival de cine africano". Hay gente que no lo entiende, pero a él no le importa: conectar a personas y derribar prejuicios es su pasión.
Preguntado por la motivación de introducir una cultura tan ajena al de las vaqueiras y los teitadores asturianos en un museo histórico como el palacio de los Flórez Estrada, Galán confiesa que la respuesta se encuentra en "el vínculo". "Somos muy parecidos en los modelos de vida. Igual que los masái, los vaqueiros de alzada eran pastores nómadas. Pertenecemos a culturas diferentes, y a las africanas las solemos menospreciar, cuando deberíamos buscar puntos en común. Boniface Ofogo es un narrador camerunés que viene desde hace 6 años a contar cuentos. ¡Los somedanos fliparon la primera vez! Muchas veces estamos acostumbrados a pensar que el migrante africano va a estar en la obra o en la hostelería, pero Boni, por ejemplo, es un filológo recuperador de historias orales, algo que en nuestras culturas ancestrales estamos perdiendo. Es una forma de romper estereotipos".
Por las venas de Manuel Galán bombea la sangre de aquel hombre que nació en la opulencia pero siempre creyó en el pueblo, en la libertad de imprenta y en la democracia directa. De hecho, es corresponsal de La Voz del Trubia, un periódico comarcal que acerca las noticias de la vida rural en el Camín Real de la Mesa. "Se dice que era un mal orador a pesar de ser un gran escritor, de ahí que no tuviese, dicen, tanta repercusión mediática. Se le ha tratado muy mal a lo largo de la historia. Tanto, que la mayoría de asturianos tampoco lo conocen, salvo por las calles. Eso pasa hasta entre los círculos del pensamiento económico. Por eso organizo visitas guiadas a la vida y obra de Álvaro, ya que para mí el palacio no es sólo un alojamiento, sino que tiene algo de museístico que trato de devolver a la ciudadanía somedana y al público general esté o no alojado; abrirlo para que la gente lo vea y pueda rescatar su figura, siempre con una idea de sencillez, que es lo que, creo, él habría querido"
Al enfrentarle a la duda de si alguna vez ha pensado en seguir los pasos políticos de su tatarabuelo, asegura, tajante, que no. "Yo siempre he hecho política desde las asociaciones y las oenegés, que es donde me siento cómodo. Así me surge mi inquietud más política, pero no como miembro de un partido. Si él viviese, creo que también se entregaría a la participación ciudadana a través de una visión modernizada de El Tribuno del Pueblo Español. Promovería la libertad de expresión, de opinión y de imprenta".
Por eso, aunque su palacio tiene el potencial –¡vaya si lo tiene!– de convertirse en un Parador Nacional, o al menos recuperar ese espíritu de 'hotel de lujo', Manuel ha decidido mantenerlo abierto –entre abril y noviembre– para todo tipo de público, con un precio moderado pero asequible y organizando, entre medias, todo tipo de eventos socioculturales. En primavera, cuando los rayos de luz iluminan las semillas de los árboles que flotan en el aire, además de llenar sus habitaciones de huéspedes de todas las naciones, ofrece sus conciertos bajo las estrellas, sus recitales de poesía, sus proyecciones de ciclos de cine y hasta retiros de yoga, en los que la naturaleza –y el río, cuyo murmullo lo inunda todo– son los grandes protagonistas. Un Jardín del Edén para espíritus libres.