Decían los griegos que el tiempo es circular y que al final todo vuelve. Y con Manuel Borja-Villel (Burriana, Castellón, 1957) sucede. Empezó su carrera como director de museos en la Fundación Antoni Tàpies de Barcelona, desde su inauguración en 1990, después pasó al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y ahora, décadas después, regresa a Cataluña como asesor en el proyecto de ampliación del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). En medio, ha transcurrido 15 años como director del Reina Sofía (2008-2023), un periodo en el que revitalizó el centro de arte sin escatimar en polémicas.
Él, para hablar de los griegos, prefiere utilizar dos términos: topos, el que indica un lugar físico; y kora, que también significa espacio, pero sin unos márgenes delimitados, en el que cada uno va creando un marco. A esto ha dedicado siempre su carrera Borja-Villel. El Reina Sofía podía haber sido únicamente la casa del Guernica, pero él se encargó de introducir conceptos como el movimiento LGTBI, la teoría queer, el 15-M, el chapapote… Dice Borja-Villel que todo arte se enmarca en un contexto social y político, aunque cuando anunció que no se presentaría a la reelección en el Reina sus críticos le estaban esperando para descalificar su obra por izquierdista y sectaria.
Ocurrió en enero de este año. Se abrió un debate entre partidarios y detractores, con un millar de firmas del mundo del arte respaldando su gestión. A él todo eso le pilló ya de retirada, estaba inmerso en comisariar la bienal de arte de Sao Paulo y a la espera de iniciar en septiembre su nuevo encargo en Cataluña. Se trata de un puesto de libre designación, por tres años, a razón de 99.000 euros anuales, firmado por el Patronato del MNAC, la Generalitat, el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento de Barcelona. Le pillamos entre viaje y viaje a Brasil en la Plaza de Santa Ana en Madrid.
Pregunta.- Después de 15 años yendo a trabajar al mismo sitio, ¿qué se siente al aterrizar en Madrid y no ir al Reina Sofía? Es como si el niño se hubiera hecho adolescente y hay que dejarle volar libre…
Respuesta.- Sí, era un poco eso. Cuando empecé a trabajar en la Fundación Tàpies, él me contaba que una de las decisiones más difíciles como artista era cuándo acabar un cuadro: no dejarlo demasiado crudo ni, como dicen los ingleses, overkill. Creo que para cambiar un modelo discursivo hacen falta diez años y yo ya había compuesto la colección dos veces. Son 15 años de Reina, diez de MACBA, nueve de Tàpies… Son muchos años de trabajo institucional y en los últimos tiempos la gestión administrativa se había hecho más pesada que nunca, quería empezar a trabajar desde otro punto de vista. Como en las dos instituciones anteriores, creo que me he ido cuando tocaba.
[Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, renuncia a presentarse a la reelección]
P.- Allí le han criticado introducir conceptos como el poscolonialismo, el feminismo, a los grupos LGTBI, lo queer, el 15-M… Usted denunció una campaña de acoso por todo esto. ¿Se ha frenado o sigue presente?
R.- No es sólo contra mí ni contra el Reina, ni siquiera es exclusivo de España. De hecho, cuando dije que no me iba a presentar a repetir en el cargo la campaña siguió y empezaron a atacar al equipo. Es algo que está bastante extendido en otros lugares del mundo, como por ejemplo en Polonia, donde han cambiado a todos los responsables de los museos de forma bastante abrupta. Estamos en un momento de guerras culturales, como tal vez las ha habido siempre.
P.- Hay una corriente que dice que esto de las guerras culturales es una distracción, que se trata de la batalla ideológica de toda la vida.
R.- Es que no es nuevo. El capitalismo, el colonialismo y la modernidad no están separados, son sincrónicos. Hegel sostenía en pleno siglo XIX que África estaba fuera de la historia, lo que quería decir que estaba sujeta a las leyes de los blancos. Ha existido toda una visión del mundo con una serie de valores que pensábamos universales que no ha tenido en cuenta los elementos que consideraba inferiores. Véase esclavos, indígenas o mujeres, con las diferencias de género.
P.- Después de esa crítica que lo asocia a una corriente muy izquierdista, le ficha la Generalitat. ¿Entiende que puede generar más polémica?
R.- Bueno, es un proyecto aprobado por el Patronato en el que están el Ministerio [de Cultura], la Generalitat y el Ayuntamiento [de Barcelona]. No voy a ninguna institución, voy a hacer un proyecto de colaboración, como si te fichan en cualquier otro sitio.
P.- Pero no es un sitio cualquiera. ¿No espera que digan que quien metió el 15-M en un museo ahora lo acoja la Generalitat?
R.- Yo espero que no. Se han fijado mucho en el 15 M, pero también metí al movimiento LGTBI, a la República, al exilio -que no estaba-, metí la Transición… Yo lo veo de otro modo, voy a hacer un proyecto por tres años que solo tiene que ver con un museo de Bellas Artes.
P.- Quizás en un museo de arte contemporáneo, como el Reina Sofía, es más fácil introducir esos elementos que están estrechamente relacionados con la sociedad actual. ¿Es posible esto también en un museo que empieza en el arte románico y termina en el siglo XIX, como el Museo de Arte de Cataluña? ¿Se puede reescribir la historia?
R.- No voy a hablar del trabajo en cuestión porque no estoy metido todavía en ello y sería feo para los compañeros. Pero creo que la historia se reescribe siempre, aunque sea inconscientemente. El Louvre, el Metropolitan o el Prado siempre se ven desde el presente. De hecho, si te das cuenta, todos estos museos tienen una obsesión por incluir artistas contemporáneos, que no creo que sea por ganar más visitantes. El Louvre nace inmediatamente después de la Revolución Francesa, con todas las ideas de la Revolución Francesa, de hacer una educación popular y llegar a la gente; pero, al mismo tiempo, está dominado por una razón ilustrada que oculta que muchos de los tesoros que tiene son fruto de la rapiña. Por eso, ahora está tan candente el tema de la restitución. El gran reto de España y de todos los museos es cómo descolonizar ese pensamiento.
[Mil firmas del mundo del arte apoyan la gestión de Manuel Borja-Villel en el Museo Reina Sofía]
P.- El British Museum ha abierto un debate para restituir obras expoliadas y el rey Carlos de Inglaterra también se plantea investigar barbaridades del pasado colonial. ¿Imagina algo así en España?
R.- Por el momento no ha pasado. No sé, igual sí que es algo que habría que plantearse.
P.- En Reino Unido está muy presente esa sensación de haber dejado atrás un Imperio. ¿Cree que en España existe algún tipo de complejo posimperial?
R.- Es posible que haya algo parecido a lo que ocurre con Portugal, que fueron grandes imperios, luego dejaron de serlo y ahora hay una relación casi ambigua de colonizador-colonizado. A veces, cuando hay esta especie de melancolía de por qué los artistas españoles no están en los grandes eventos, igual deberíamos plantearnos si tenemos que estar en esos eventos o si es más radical estar en otros. Entonces, es posible que en España exista un cierto complejo de este tipo también tras su pasado imperial.
"Es el momento de aprender mucho de Latinoamérica, es el momento de que Europa tenga una posición bastante más humilde"
P.- En Sao Paolo, ¿intenta crear esa especie de puente del que siempre se habla entre España y Latinoamérica?
R.- Creo que puente tiene una acepción un poco colonial, como llegar, desembarcar. Lo plantearía más en una dirección opuesta, ya que Latinoamérica está en un momento de gran efervescencia, especialmente Brasil. Históricamente, la lectura que tenemos del arte latinoamericano procede de Hélio Oiticica o Lygia Clark, que tenían como referencia a Mondrian. Lygia Clark le escribe una carta de amor y odio a Mondrian, en la que le refiere que su práctica le parece extraordinaria, pero cuestiona que no sabe romper el marco, no sabe salirse de la pintura. Entonces, aunque hay antropofagia, aunque se quieran comer al colonizador, el colonizador está siempre como referente. Ahora lo más interesante viene de los afrodescendientes y las comunidades indígenas en Mesoamérica, Bolivia, Perú y, por supuesto, en Brasil. Creo que es el momento de aprender mucho de ellos, es el momento de que Europa tenga una posición bastante más humilde.
P.- Un momento de efervescencia artística que coincide con un momento político convulso. ¿Es casual o se trata de una reacción?
R.- Yo creo que viene de más lejos. Viene, por un lado, de una serie de políticas educativas del primer Lula que hicieron que mucha gente sin recursos, léase afrodescendientes, pudiesen tener acceso a la universidad. Y, por otro lado, es también una evolución del mundo desde que los zapatistas en los noventa empezaran a cuestionar una estructura opresiva de gobernanza.
P.- Me decía que todos los museos al final tienden a interpretarse a sí mismos desde un punto de vista actual. En eso tienen algo en común con nosotros, los periodistas. Hace unos días se cumplió el 50 aniversario de la muerte de Picasso y la gran mayoría de las lecturas que han aparecido tienen que ver con la sexualidad o su relación con las mujeres. ¿Esa necesidad de conectar con nuestro pensamiento se puede convertir a veces en obsesión?
R.- Hay tres cosas, que intentamos mostrar en la colección del Reina. Tú hablas desde un punto de vista y una serie de temas que para nosotros son muy importantes, que hace 30 o 40 años no lo eran, como las políticas de género o la diáspora, que tienen que ver con la identidad. Una de las cosas que inventa la modernidad es la perspectiva clásica, que sitúa fuera a quien mira. Entonces, una cosa que es importante saber es que uno vive su época y que se relaciona con su contexto. Dos, que nuestra mirada también tiene su época y su contexto. Y lo tercero, que las obras tienen una vida propia. El gran caso de esto es el Guernica, que tiene la interpretación que le dio Picasso -que nunca quiso hablar demasiado de ella-, la de la República, la de los exiliados, las interpretaciones de todos los movimientos contra la guerra, de la Transición en la que pasa a ser casi un rehén [el cuadro llegó a España por primera vez en 1981] y, por último, se convierte casi en una mercancía como objeto de consumo.
"Picasso era misógino, por supuesto, pero se enmarca en una época en la que domina la idea del artista romántico"
P.- Entonces, ¿qué hacemos con Picasso?
R.- Creo que hay temas que no podemos dejar de abordar, como el feminismo. Picasso era misógino, por supuesto, y debía tratar a todas las personas con las que se relacionaba de un modo bastante especial, seguramente a los hombres también. Pero se enmarca en una época en la que domina la idea del artista romántico. No digo que haya que salvarlo, sino que creo que habría que preguntarse por qué en esa época eso estaba normalizado, por qué las mujeres tienen ese lugar subalterno. Y luego hay que añadir un elemento que es la obra, y ahí es donde no puedes proyectar una idea ni la otra, porque esas obras tienen muchas lecturas y en su caso es tan potente que es capaz de adquirir nuevos significados.
P.- ¿Todo arte es político o tendemos a politizarlo nosotros?
R.- Todo arte es político porque está en un sistema político. Cuando Velázquez pinta Las Meninas y se pone él al mismo nivel que los Reyes, eso no puede ser más político. Hay un arte político, como el que podían representar los pintores de la Edad Media, que sin buscarlo estaban reforzando un poder determinado; y el arte que es, digamos, directamente político, aquel que quiere serlo. El arte tiene una capacidad no sólo de resistencia, sino de imaginar mundos que no son posibles. Y yo creo que en una época tan en tensión como la actual eso es lo que provoca la reacción de ciertos sectores.
P.- ¿Se refiere a esa opinión que dice que ya no se puede hablar de nada, que teníamos más libertad antes?
R.- Cada época tiene un sistema de control y de dominio. Sí que creo que comparten espacio grandes desigualdades, grandes diásporas, problemas ecológicos y comunidades que tienen una gran conciencia de su lugar en el mundo; junto con otros grupos que no quieren dejar de obtener posiciones extractivistas. Vivimos en una época donde existen dos mundos paralelos cada vez más lejanos y en el que se han intensificado esas guerras culturales.
P.- ¿Se considera una víctima de ello?
R.- Una víctima, no. Pero se han dicho muchas tonterías que generan más ruido de lo que representan. También hubo mucha gente apoyando al Reina.
P.- Usted ha convivido con multitud de ministros y partidos de distinto signo. Pero, en el contexto actual, ¿se imagina en una institución cultural en un puesto de primera línea con un hipotético Gobierno del PP apoyado por Vox?
R.- Yo he estado con un PP liberal, digamos. Lo de Vox es más complicado, porque estos sí que están en esas guerras culturales. Aunque parezca mentira, yo en temas políticos no entro, hablo desde un punto de vista cultural o artístico. Lo que sí que defenderé es batallar por que las instituciones culturales tengan autonomía de gestión.
[Manuel Borja-Villel: "La colección es un instrumento para entender el mundo en el que vivimos"]
P.- ¿Cree que podría ser purgado?
R.- No lo sé. En el caso del Reina no lo creo, porque tiene una estructura bastante fuerte.
P.- ¿Y en Cataluña, cree que encuentra una red de protección?
R.- Reitero que sólo voy a hacer un proyecto. Pero cuando he estado en museos, como en el MACBA, hice alguna cosa bastante bestia y nunca hubo ningún problema.
P.- Ya me ha dicho que no va a formar parte de ninguna institución, pero al final es un puesto de libre designación. ¿Lo ve como un refugio?
R.- Sí, porque es un proyecto. Lo peor que me puede pasar es no hacerlo.
"No soy una víctima, pero se han dicho muchas tonterías que generan más ruido de lo que representan"
P.- También me ha dicho que no va a comentar detalles sobre un proyecto en el que todavía no ha desembarcado, pero, ¿cómo piensa que puede atraer al público al Museo Nacional de Arte de Cataluña? Más allá de las posibles innovaciones, en el Reina Sofía tenía un gran icono como el Guernica.
R.- Ya digo que esto lo tiene que plantear el director y su equipo. Yo, cuando me ponga, voy a pensar en la idea de un museo del siglo XIX con una colección de arte medieval muy importante. Como te comentaba, para mí es importante resaltar por qué se hacen las cosas en una época determinada y por qué se ven unas cosas y no otras, el relato. Contrastar eso con nuestro día a día te permite ver la historia, y eso no lo hace un algoritmo.
P.- Termino. Antes, cuando hablaba de esa melancolía que puede tener España, sugería que los artistas españoles tienen bastantes problemas para estar en las grandes citas. ¿No merecen estar en ciertos circuitos?
R.- Tienen todo el derecho y lo merecen. Pero cuando hablamos de “merecer”, de algún modo, estás creando el marco.
P.- Pero el marco siempre existe, otra cosa es cómo lo construyamos.
R.- O puede haber otros. Yo te digo, tú puedes estar obsesionado por estar en el MoMA o tal vez puedas pensar que el MoMA es una cosa del pasado y habría que plantearse hacer otra cosa. Cuando la obsesión es estar en un sitio, tú mismo estás generando tu propia posición subalterna.
P.- ¿Y cuál sería la función del arte?
R.- Justamente lo contrario, romper los marcos continuamente. Es lo que hace Duchamp cuando decide hacer un urinario o cuando Velázquez, que es un artista de corte, se pone al mismo nivel que los Reyes. Para mí el gran arte, la gran poesía, es aquella que va descubriendo, va creando sus propios espacios. Y eso es algo queer, porque se trata de un espacio no binario. Este es el aspecto verdaderamente revolucionario del arte, y por eso molesta, por eso se considera peligroso.