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Affluenza: la gripe de los ricos. Anglicismo que se utiliza para describir un trastorno social que sólo tienen los niños ricos. Un desorden de clase que forma menores caprichosos, sin límites, hijos de papá que se creen con derecho a todo sin tener que trabajar demasiado. El vocablo que surge de la combinación de affluent (pudiente) e influenza (gripe) bien vale para entender las reacciones de muchos hijos de famosos que fueron criados entre algodones y no llegaron ni a la suela de los zapatos de sus progenitores. Como dijo Julio Iglesias en la boda de su primogénita de su entonces yerno, Ricardo Bofill: "El genio no se hereda". Y a veces gracias a Dios.
La Diada de 1993 ocupó cientos y cientos de páginas de papel couché. Aquel 11 de septiembre los españolitos nos levantábamos expectantes, ese día se unían en matrimonio dos cachorros de la jet set, símbolo de dos universos paralelos que había llegado a un punto de intersección gracias al amor. Chábeli Iglesias Preysler y Ricardo Bofill Jr. se casaban en el Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill padre, ubicado en la localidad barcelonesa de Sant Just Desvern.
La primogénita de nuestro cantante más internacional y de la reina de corazones, famosa desde la cuna, se emparentaba con el hijo del reputadísimo arquitecto de fama internacional y la musa de la gauche divine, Serena Vergano. La pareja llevaba seis meses de noviazgo, nadie daba un duro por ellos, ni siquiera sus más allegados.
"Chábeli, tengo el avión a diez minutos de aquí; nos vamos todos y les dejamos con la boda" (1993)
"Chábeli, tengo el avión a diez minutos de aquí; nos vamos todos y les dejamos con la boda", le dijo el cantante a la niña de sus ojos antes de que empezara el sainete. No le hicieron caso, se casaron, airearon sus caprichosas vidas y en menos de un año el matrimonio hizo aguas. Ella, que parecía destinada a ser la heredera de la clase y la inteligencia de su madre, se paseó por todos los platós aireando las adicciones de su marido. Gritó, pataleó y protagonizó la espantada más bochornosa de la televisión. La niña mujer de Julio Iglesias huyó de Tómbola inmortalizando aquella frase: "Me da vergüenza tu programa, de verdad. ¡Esta gente son gentuza!".
Ricardo Bofill Jr. un niño rico educado entre la élite cultural de la época se convirtió en un exhibidor folclórico, un personaje comodín que garantizaba el espectáculo televisivo. Cambió los brazos de Chábeli por los de Paulina Rubio y se dejó llevar por una espiral de faltas de respeto por la familia, por las mujeres, incluso por él mismo. Fueron los años de la vanguardia de la telebasura, la edad de oro del parné fácil.
Ni Chábeli heredó la corona materna, ni Bofill la creatividad paterna. Casi 30 años después, los medios queremos ver en su hermana Tamara la digna sucesora del rostro de Porcelanosa, pero por más que nos empeñemos, tampoco la marquesa de Griñón ha heredado ese je ne sais quoi que rezuma Isabel Preysler. Tamara, la pija sin filtros, la ingenua que un día descubrió a Dios y quiso ser monja, la joven que estampaba coches en los escaparates y en las paradas de autobuses, debe todo lo que es hoy a MasterChef. Ganó el concurso, ha escrito un libro de cocina tirando del nombre de mamá, es colaboradora en El hormiguero y la ha liado parda con la celebración de su 40º aniversario patrocinado por la Junta de Castilla la Mancha.
Tamara es un producto marquetiniano incomparable a su madre. La reina de corazones jamás tuvo la necesidad de sobreexponer su vida. Isabel Preysler se mueve y se ha movido entre la jet como pez en el agua, protagonista de rumores, escándalos políticos se puso el mundo por montera y ha sabido alimentar el misterio de sus tres matrimonios (con un cantante internacional, un marqués y un exministro de economía) y un amancebamiento con un Premio Nobel.
Los Iglesias
Criado en la opulencia, entre barcos y aviones privados, Julio Iglesias Jr. se emperró en ser cantante, lo cierto es que no ha heredado ni la voz de su padre, ni el carisma de su hermano. De los ocho hijos de Julio Iglesias, de momento, es Enrique el que ha llegado a codearse artísticamente con su padre. Jamás han cantado juntos y, a pesar del éxito, vocalmente tiene mucho que demostrar todavía.
Para vida de millonario, la que lleva Borja Thyssen gracias a los tejemanejes de su madre. El pequeño Borja, de padre desconocido en su nacimiento, no estaba destinado a ser el multimillonario que es hoy gracias a la herencia de su padre adoptivo y tercer marido de la exMiss España 1961. Hubo un tiempo en el que el pequeño Borjita se dedicó a airear los trapos sucios familiares, fue carne de cañón de paparazis. Hoy vive en la abundancia a caballo entre Andorra y España.
La herencia de las folclóricas
Tiene que ser muy duro querer seguir los pasos de tus padres cuando el listón está muy alto. No es nada nuevo. El éxito de Concha Piquer marcó la vida de su única hija. La emperatriz de la copla, la reina de los baúles, la amante de Antonio Márquez, la protagonista del Romance de la otra de León y Quiroga educó a su hija en los mejores internados para señoritas en Suiza. Ahijada de Evita Perón estaba destinada a codearse con lo mejor de cada casa. Cuando confesó que lo suyo era el escenario tuvo que batallar contra el fantasma de su madre. Rezumaba raza y talento, pero no tuvo demasiada suerte para brillar como sus coetáneas.
Caprichosa y malcriada, repitió el rol materno y se casó también con un torero. Estaba tan bien conectada socialmente que al bautizo de su hija Coral asistieron personajes como Audrey Hepburn, Yul Brynner o Lola Flores, además se codeó con maestros como Picasso, Orson Welles y García Márquez, de quien dicen que se inspiró en ella para uno de los personajes de El amor en los tiempos del cólera.
Rocío Jurado no hubiera consentido el sainete televisivo de su hija mayor que jamás ha dado un palo al agua
Doña Concha era mucha doña Concha. Jamás dejó que nadie le hiciera sombra. Fue cruel con mucha gente, lo fue con una embrionaria Rocío Jurado. Eso sí, la más grande se cobró la venganza allá por los años 70 cuando Lauren Postigo, presentador de Cantares, le preguntó por ella. "Yo de esa señora prefiero no hablar", a lo que el presentador le recriminó, con la intención de meter el dedo en la llaga, "esa señora es la reina de la tonadilla española". Ni corta ni perezosa, la chipionera respondió: "En su época, sí. Yo en su época no la he conocido, actualmente no trabaja. No tengo por qué opinar y encima no quiero hablar de ella".
La más grande, repitió el rol que revolotea sobre las folclóricas, conoció al padre de su primogénita en la plaza de toros de las Ventas. No era torero, no. Era boxeador, el campeón de Europa, concretamente. Pedro Carrasco y Rocío Jurado se casaron en 21 de mayo de 1976 en el Santuario de la Virgen de Regla de Chipiona, la patria chica de la cantante. Fue un enlace multitudinario que alimentó miles de páginas en las revistas del corazón.
Como una ola se fue la más grande, dejando tras su estela un legado emocional desestructurado, un patrimonio suficiente como para gozar varias vidas, una panda de comensales económicos, presidida por su primogénita Rociíto Carrasco, todos ellos hambrientos, enfrentados por una herencia que se antoja inverosímil. Rocío Jurado, allá donde se encuentre, debe estar retorciéndose de dolor. Ella, la más grande, la voz, la artista entre las artistas, la cantante que osó desafiar a la censura con sus transparencias y aquellos escotes interminables, jamás hubiera consentido este sainete televisivo protagonizado por su hija mayor que jamás ha dado un palo al agua y que entró en televisión apadrinada por María Teresa Campos.
Rociíto fue una más de las enchufadas de la que un día fuera la reina de las mañanas televisivas. Periodista de raza, con un legado excepcional, la Campos no debía haber terminado su carrera abarrotando titulares de todos los colores. No necesitaba entrar en ese juego. El caso es que aferrada al estandarte de la maternidad intercedió por sus hijas. Terelu, la mayor, quiso seguir los pasos de mamá y no llegó más que a la mesa camilla de los cotilleos autonómicos y a un cameo interpretando a una poligonera (merdellona en Málaga). Carmen, la pequeña, mantuvo la profesionalidad mientras mamá se ponía delante de la cámara y cuando ella se fue o la fueron se vio obligada a dar un paso más. La envidia que pulula por el clásico ¿Qué fue de baby Jane? no es nada frente al Campos affaire, que ya incluso salpica a la tercera generación de Campos.
Comparaciones odiosas
Para culebrón el que mana de Cantora. La Pantoja, la viuda de España, la que mejor mueve la bata de cola en el escenario no ha sido capaz de transmitir el gen artístico a sus hijos. Kiko Rivera, antes llamado Paquirrín, primero quiso ser futbolista del Real Madrid. Por razones obvias, aquello no cuajó y decidió lanzarse al mundo de la música reconvertido en Dj. Otro pobre niño rico como la hija de la más grande que nació alumbrado por los flashes de los paparazis y que a sus 37 años lleva un historial de subidas y bajadas, de denuncias familiares que no le van a llevar a ningún buen puerto.
Algo parecido sufrieron en casa de los Flores. "Lola Flores, ni canta ni baila, pero no se la pierdan", dice la leyenda que escribió de ella un periódico estadounidense. Matriarca de una saga de artistas que lamentablemente ninguno ha podido colocarse en su mismo podio. La primogénita, Lolita, quiso ser cantante, debutó en el Florida Park rodeada de toda su familia. Ese día soportó una de las mayores humillaciones de su vida (sin contar la boda que no pudo ser por exceso de aforo), estrenó su primer tema con Isabel Pantoja y Paquirri entre el público. El que fuera su gran amor la había abandonado por la tonadillera y Lola Flores le lanzó su famosa maldición. "Te juro, y esto te lo dice una gitana, que el sufrimiento de mi hija un día como hoy lo vas a pagar toda la vida Isabel Pantoja". Algo que parece se ha cumplido.
Su carrera musical no despegó estando bajo las alas maternas. La apocada Lolita sacó el trapío cuando falleció la Faraona. Cambió su lacia melena por los rizos salvajes, jamás alcanzó el genio materno, pero demostró al mundo que por sus venas corre cierta sangre de artista. No en vano, cuenta con un Goya a la Mejor Actriz Revelación por su trabajo en Rencor de Miguel Albadalejo y la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, entre otros galardones.
Hijos que buscan emular a sus padres surgen cientos y en todos los ámbitos. Que se lo digan a Adolfo Suárez Jr. que tras ciertos pinitos con la tauromaquia quiso demostrar que era digno hijo de su padre. Metido en política lo único que consiguió fue agrandar más la brecha entre el sentido de Estado de su padre y el suyo.
Tampoco en el ruedo han tenido fortuna los hijos de maestros como por ejemplo Paquirri. Fran Rivera pasará a la historia por otras cosas antes que por sus capotazos. Un poco más arte destiló Cayetano, sin alcanzar la gloria, por supuesto. Ni el hijo del Litri ni el de Julio Aparicio, ambos con el mismo nombre, llegaron al nivel paterno, como tampoco lo olió el hijo de Paco Camino. Rafa Camino se hizo famoso por ser el novio de Samanta Fox y terminó como concursante de Supervivientes.
Sagas en este país son muchas y no en todas las generaciones corre el arte al mismo nivel. Miguel Molina, sus hijos y sus nietos; Chaplin y Geraldine Chaplin; Rocío Dúrcal y Shaila Dúrcal; Carlos Sainz y Carlos Sainz Jr; Belén Rueda y Belén Écija, Ana Duato y Miguel Bernadeu, Imanol Arias y Jon Arias. Probablemente no estén todos los que son, pero si son todos los que están.
Los hijos de entran por la puerta grande, con un camino tortuoso en el que deben demostrar por qué están donde están. Ahora bien, si hay alguien que puede presumir de no haber heredado la campechanía familiar ese es Felipe VI. Gracias a Dios, no todo se hereda.