Paul Poloczek murió en junio por un fallo repentino de corazón. Tenía 37 años, era físicoculturista y acababa de participar en una competición de Alemania. En octubre, el estadounidense Cedric McMillan, de 44, igual: ataque cardíaco mientras se ejercitaba en una cinta. Y en la madrugada del 20 al 21 de octubre expiró la vida de Andreas Frey, de 43. Un día antes, este deportista de élite había subido a su cuenta de Instagram una foto de la Puerta de Brandemburgo desierta que no ha levantado comentarios de asombro sino de pésame.
En 2021, la lista de fallecidos entre personas dedicadas profesionalmente al culturismo sumó 21 nombres. Entre ellos, el de Alena Kosinová, mujer polaca de 46 años, momentos antes de participar en un torneo de Alicante. ¿La causa? Un fallo multiorgánico que, según dedujeron los médicos que la asistieron, podía deberse a los diuréticos ingeridos para resaltar músculo. Supuestamente, esa pasión que cultivó desde joven era la misma que la había llevado al otro barrio. Lo mismo se infiere del resto de muertes repentinas en el mundo del culturismo: la preparación extrema y el cóctel de suplementos (legales o no) conllevan, puntualmente, a un desenlace dramático.
Y, sin embargo, las causas no están claras: ¿tienen que ver estos factores o son meros designios del destino, fruto de una triste carambola? Las respuestas no son concluyentes. En los casos mencionados se sugiere la relación entre el culturismo y las defunciones súbitas. Pero al carecer de pruebas, el asunto sigue en el aire.
Hay ejemplos que podrían inclinar la balanza hacia la postura de que existe una relación directa. Tras la muerte de Kosinová, su entrenador recibió una llamada de otra culturista, Jodie Engle, que probablemente necesitara una operación a corazón abierto por culpa de la ingesta prolongada de estos productos. Además, a sus 30 años estaba pendiente de un eventual trasplante de riñón. La culpa, esgrimió, no era más que de ella: nadie la obligó a maltratar así su cuerpo.
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Culturismo y anabolizantes
En España, uno de los testimonios más conocidos es el de Alberto Garrido. Este gallego de 48 años ha aparecido en diferentes medios contando su adicción a los esteroides y los perjuicios físicos que le provocaron: después de dos décadas consumiendo anabolizantes, tuvo que aguardar cuatro años para recuperar los niveles normales de testosterona, entre otras alteraciones, como infección en las venas o deterioro en articulaciones y órganos vitales. “Estas sustancias son un atajo muy goloso, pero muy peligroso”, esgrime, “y además están prohibidas, no hay que olvidarlo”.
La relación de estos elementos con el mundo del culturismo siempre ha estado ahí, aunque no se pueda establecer con rigor un porcentaje de personas que los consumen ni tenga por qué ser la pauta: apenas hay datos y los estudios son escasos. Una publicación de 2014 en la revista Sports Medicine situaba entre el 14% y el 39% el consumo entre profesionales del culturismo. Y en 2022, varios ensayos del norteamericano Centro Nacional para la Información Biotecnológica (NCBI, por sus siglas en inglés) hablaban de más de tres millones de consumidores en Estados Unidos y de un 3,3% en el cómputo global.
Lo indiscutible es que cualquiera próximo a esta órbita conoce algunas marcas populares en el dopaje, como el Winstrol -compuesto por estanozolol, una hormona similar a la testosterona- o el Anadol, medicamento de oximetolona. También es común escuchar las palabras “ciclo”, “químicos” o “termogénicos” en conversaciones de gimnasio. Un vocabulario que reina en algunas salas de musculación, a pesar de que la corriente principal sea la contraria.
“Ahora se practica más el natural, sin anabolizantes”, sostiene Carlos Blanco Sanjurjo, físicoculturista gallego. A sus 35 años, este deportista sigue como entrenador personal y con una tienda de nutrición, pero reniega de estos productos. “Sí que hay gente que se dopa, está claro, pero no es lo habitual. Yo hablo por mí y por mi círculo de conocidos”, afirma. Según cuenta, los esteroides “no son la panacea”. “Sirven para romper una barrera de tus capacidades, pero no te eximen de trabajar tu cuerpo”, razona. “Depende del entrenamiento, de tu genética… Ya te digo que si lo único que se consigue es que extralimitar tu potencia, pero eres igual de bueno con ellos o sin ellos”.
Blanco lleva 19 años dedicando mucho tiempo a su cuerpo; “15 ejercitándose en serio”, especifica. Participó en algunos torneos hace tiempo y lo dejó como profesional, pero sigue levantando hierro y fijándose en lo que come. “Casi, casi, colgué las botas”, ríe quien entrena seis días a la semana y vigila la ingesta de hidratos de carbono o proteínas. “A mí es que siempre me gustó, y claro que se comenta, se habla, sobre los anabolizantes, pero es una elección personal. Antes, cuando empecé, mi generación los tenía menos a mano. Ahora será más fácil tener información o conseguirlo por internet, supongo”, declara, matizando que no puede ligarse, aun así, a las muertes repentinas.
“No se puede saber si está unido a esto. También pasa en el fútbol o en otros deportes, o en gente normal. Es cierto que nosotros trabajamos los músculos a una alta intensidad y elevamos mucho las pulsaciones, incluso hipertrofiamos el cuerpo, pero luego se vuelve a la normalidad”, justifica.
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Dos tipos de culturismo
La nutricionista Beatriz Quiroga realiza la misma distinción: “Dentro del físicoculturismo hay que diferenciar entre lo natural y lo no natural”, puntualiza. En el primero, arguye la especialista en alto rendimiento, se asemeja al fitness. En el segundo es cuando entran los suplementos. “De los esteroides anabolizantes todo el mundo sabe las contraindicaciones”, advierte, refiriéndose a la alta presión arterial, daños renales o hepáticos, ginecomastia (aumento de glándulas mamarias del hombre), depresión y proliferación de acné. “De los suplementos alimenticios como la creatina no hay evidencias de sus efectos”, ataja Quiroga, “aunque algunos estudios puedan exponer complicaciones de hígado o riñón en gente con patologías previas”.
Quiroga cree que las redes sociales y el márquetin en torno al deporte de élite pueden alentar al consumo de anabolizantes, pero que en un nivel aficionado no existe ese problema. Desde la Federación de Extremadura de Fisicoculturismo y Fitness (FEFF) argumentan que “el doping es un tema muy sonado” en el mundillo, pero que no refleja la realidad. “Es un deporte muy controlado. Hay análisis o hasta polígrafos, y desde las federaciones pedimos más”, sostiene por teléfono un miembro que prefiere no dar su nombre.
Según analiza este profesional, el vínculo directo entre anabolizantes y culturismo se debe a que es un deporte que muestra los cuerpos y se practica de forma individual, por lo que puede llevar a un consumo particular de sustancias sin hacerse público. “V, teniendo en cuenta la presión que se ejerce al organismo. Quizás haya más ocurra en la élite, y supongo que habrá más facilidad para conseguir ciertos productos, pero no deja de ser un delito”, zanja.
La Federación Española de Fisicoculturismo y Fitness (IFBB, por denominación original, ya que es una rama de la internacional) se posiciona tajantemente contra el dopaje. Desde su sede en Barcelona remiten a su reglamento general y al compromiso de los deportistas. Además, se menciona la legislación recopilada por la Comisión Española para la lucha Antidopaje en el Deporte (CELAD), donde se especifican las sustancias prohibidas y las penas por un delito contra la salud pública por el tráfico.
Los culturistas fallecidos pesan un 74% más
En una investigación llevada a cabo por el periódico The Washington Post, no obstante, se remarca la laxitud en torno al asunto. Con testimonios de varios profesionales y un seguimiento detallado de las muertes acontecidas en los últimos meses, el rotativo explica los métodos para conseguir sustancias, las recomendaciones de usuarios que no son expertos o incluso la trastienda del sector: forzarse para competir, pero también para lograr sponsor e incluso abusos sexuales en las mujeres dedicadas al culturismo.
Guillermo Escalante, profesor de kinesiología en la Universidad Estatal de California San Bernardino, muestra en el artículo un estudio sobre autopsias en culturistas que habían fallecido antes de los 50 años. Junto a otros autores, comprobó que el peso cardíaco promedio de estos difuntos era un 74% mayor que el de otras personas.
Como doctor y competidor, Escalante pretendía alertar de los peligros y prevenir el consumo de los atletas. Según declaraba en el diario estadounidense, la ingesta se suele llevar a cabo sin conocimiento. “Básicamente, haces caso a alguien que no entiende de farmacología y que no sabe cómo interactúan estos medicamentos”, anotaba, “es una receta para el desastre”. En España, la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) desaconseja comprar por internet y advierte de la presencia de anabolizantes en algunos medicamentos o de fármacos retirados del mercado por sus “trampas”.
Soraya Rey, alumna de Carlos Blanco, es la actual subcampeona de España en la categoría Bodyfitness. Su afición viene de hace tiempo, pero compite desde hace tres años. La culturista gallega, que evita dar su edad, entrena cinco días a la semana, “alrededor de una hora”. Cree que es un deporte que atrapa, pero no tan salvaje como aparenta. Su dieta, concede, está adaptada a sus necesidades calóricas, comiendo cada tres horas y con los suplementos correspondientes de vitaminas u omega 3. “Excepto en los meses de preparación, que ya es mucho más estricta”, confiesa.
Rey, de hecho, charla durante el trayecto que va desde su trabajo hasta el gimnasio. Aprovecha el único hueco que tiene libre para entrenar, durante el almuerzo. “Es verdad que mucha gente me pregunta y asocia este deporte con anabolizantes, pero si fuesen milagrosos todo el mundo estaría fuerte”, coincide con Blanco, su “maestro y guía”, quien asegura que este deporte es, paradójicamente, su debilidad: “Es una forma de vida. No podría vivir sin él”, sentencia.
Poloczek, McMillan, Frey, Kosinová y unos cuantos más no pueden decir lo mismo. Sea por circunstancias ligadas al culturismo o por una simple coincidencia.