MDMA para curar el estrés postraumático, LSD para reducir los trastornos de ansiedad generalizada o moléculas de hongos alucinógenos que contienen psilocibina para tratar la depresión. El auge de las investigaciones sobre los efectos de los psicodélicos en el tratamiento de problemas de salud mental vive su Edad de Oro. Lo que antes era una término tabú asociado al Flower Power y a la Movida, hoy forma parte de las conversaciones científicas de más alto nivel.
Algunos grupos de investigación independientes ya exploran la aplicación de estas sustancias en ensayos clínicos avanzados, mientras que farmacéuticas como Johnson & Johnson, artífice de la vacuna de Janssen, han visto aprobados oficialmente el uso médico de psicodélicos como la esketamina, un anestésico que se aplica a casos clínicos de depresión que no mejoran tras recibir terapias convencionales con psicofármacos. En 2021, la terapia con éxtasis –muy útil en el tratamiento de estrés postraumático, potencial fuente de depresión– estuvo entre los 10 hitos científicos más importantes, según Science. La revolución, en definitiva, ha comenzado. Y parece imparable.
¿Cómo funcionan y cuándo se aplican (o se podrían aplicar) estas peculiares terapias? Tomemos el ejemplo del Spravato, el espray nasal de ketamina desarrollado por J&J, el único, de momento, legal en nuestro país, utilizado en casos de trastorno depresivo mayor (TDM). Una persona que padece un cuadro clínico de TDM que está siguiendo un tratamiento convencional y no obtiene mejoría tras el uso de, por ejemplo, fármacos antidepresivos, podría aprovecharse de una terapia con psicodélicos. Los efectos –lo que ve, lo que siente, lo que aprende de su viaje introspectivo– supone un material muy valioso para el tratamiento psicoterapéutico. Pero es sólo un pellizco de su potencial.
Uno de los mayores expertos de España en este campo es José Carlos Bouso, doctor en Farmacología, psicólogo clínico y director científico de la fundación ICEERS (Centro Internacional de Etnobotánica, Educación, Investigación y Servicios). "La experiencia subjetiva de los psicodélicos se puede aprovechar para el tratamiento psicológico", asegura. "De momento, sólo está autorizada la esketamina para el tratamiento de la depresión cuando han fracasado el resto de antidepresivos. Es el primer psicodélico comercializado. Pero los siguientes serán, seguramente, la psilocibina o la MDMA [conocido como éxtasis] que llegarán en torno a 2024".
"La esketamina es especial. Para que la hayan autorizado, Janssen ha tenido que asemejarla primero a un tratamiento farmacológico habitual que se utiliza dos o tres veces por semana, limitado en el tiempo y por ciclos. Así es como, de momento, se está usando en la sanidad pública. Pero esto es un caso muy especial en comparación con las posibilidades que ofrecen la psilocibina, la MDMA, la LSD o la DMT".
Bouso conoce bien este tipo de tratamientos porque los ha aplicado en ensayos clínicos. En 1999 participó junto a la Universidad Autónoma de Madrid en el primer estudio internacional sobre los efectos de la MDMA en el tratamiento del estrés postraumático, y actualmente investiga con ICEERS, de manera independiente, el potencial de sustancias psicoactivas como la ibogaína, una planta africana que demuestra tener efectos muy beneficiosos en el tratamiento de la dependencia a opiáceos como la metadona.
Gran parte de la comunidad científica está volcada en este tipo de estudios. Incluso psiquiatras ilustres de la vieja escuela, los más clásicos y tradicionales, empiezan a aceptar que el 'viaje' de la psicodelia puede suponer una revolución terapéutica. "La comunidad científica ya ha pasado cualquier objeción, y la cantidad de publicaciones se atisba inmanejable. Incluso quienes nos dedicamos a esto no podemos estar al día porque las investigaciones avanzan a un ritmo exponencial. Los artículos sobre ciencia psicodélica se están publicando en las revistas más importantes de psiquiatría y de medicina".
El doctor Bouso recuerda que en vez de 'medicina psicodélica' habría que empezar a hablar de 'psicoterapia asistida con psicodélicos'. Es la única forma de eliminar cualquier tipo asociación con las drogas. "Hace unos años el término 'alucinógeno' era bastante tabú y estaba estigmatizado, pero hoy sabemos que los efectos de esos estados alterados de conciencia permiten trabajar con su contenido para avanzar en el proceso terapéutico. Además, no son medicamentos de receta, sino de uso clínico. Es decir, es el psiquiatra o el psicólogo clínico el que los da en su consulta. Son fármacos que requieren un control, porque tienen efectos secundarios. Pero permiten indagar en situaciones vitales y existenciales. De ahí que se utilicen desde los orígenes de la humanidad: profundizan tanto en la identidad como en la realidad ontológica, especialmente en contextos comunitarios".
¿Qué personas pueden –y podrán– recibir una terapia psicodélica con las sustancias descritas? Principalmente, quienes estén en tratamiento con psicofármacos convencionales, como antidepresivos o inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), y cuya condición psiquiátrica esté tan deteriorada que requieran de terapias alternativas. El terapeuta, por descontado, debe decidir qué pacientes se pueden beneficiar de ello. Una vez tomada la decisión, se le plantean los riesgos y beneficios.
Las sustancias psicodélicas son, no obstante, psicoplastógenos capaces de producir neurogénesis y neuromodulación, ya que inducen a la plasticidad cerebral. "Eso se ha visto con la LSD, la DMT, la psilocibina y la ketamina. Sin embargo, todo eso ocurre cuando se administran de forma continuada. Soy muy escéptico con que dos o tres dosis espaciadas en dos o tres meses produzcan cambios evidentes en la neuroplasticidad del cerebro. Lo que sí está claro es que no son neurotóxicos, sino sustancias fisiológicamente seguras, mucho más de las que ya están en la farmacopea. Pero tienen un riesgo: el estado alterado de conciencia puede despertar ansiedad o angustia. Por eso se usan en un contexto controlado".
Una vez el terapeuta ha propuesto utilizar la ciencia psicodélica en terapia y el paciente ha aceptado los riesgos, se le practica la sesión. "Son entre 4 y 6 horas, siempre acompañadas de un psiquiatra o un psicólogo. Cuando termina, el contenido que ha emergido sirve para trabajar en terapia. Sólo se deben hacer en dos, quizás tres sesiones, pero nada más. Son tratamientos muy limitados".
MK Ultra y el estigma de la drogadicción
La primera persona que sintetizó la LSD fue el químico suizo Albert Hofmann, quien en 1943, mientras buscaba aislar los principios activos del hongo del cornezuelo de centeno, llegó a sintetizar la dietilamida del ácido lisérgico y, al entrar en contacto con ella, tuvo el 'viaje' de su vida. Sus propias palabras fueron: "Vi imágenes fantásticas, formas extraordinarias con intensos juegos de color caleidoscópico". Cuando la droga comenzó a conocerse fuera de los laboratorios, su fama la hizo imbatible: nadie quería perderse su 'periplo cósmico'.
Durante los años sesenta y setenta los psicodélicos sintéticos se popularizaron entre la población, especialmente en Estados Unidos. Fue tal su nivel de presencia en las calles que Richard Nixon lanzó, en 1971, su famosa cruzada contra las drogas. "La adicción es el enemigo público número uno de Estados Unidos", llegó exclamar, solemne, desde la Casa Blanca, refiriéndose también a la heroína y, en menos medida, a la marihuana.
Sin embargo, lo que no dijo es que la LSD fue una de las drogas psicodélicas más utilizadas en el proyecto MK Ultra, el famoso experimento secreto de control mental de la CÍA. Tampoco dijo que uno de sus voluntarios-cobaya, el escritor Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, fue quien se encargó de popularizar sus 'chutes' psicodélicos a lo largo y ancho del país tras participar en estos experimentos secretos, convirtiéndose en uno de los artífices de la contracultura hippie.
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La historia de los psicodélicos está llena de luces y sombras. Estados Unidos inició su cruzada para erradicarlos del mercado y limitarlos a la experimentación secreta. Decenas de países siguieron su ejemplo, prohibiéndolos durante décadas. El estigma prevaleció hasta los noventa, cuando se comenzó a retomar su investigación con posible potencial medicinal.
Desde entonces, Suiza es uno de los pocos países que mantiene una actitud abiertamente tolerante a la utilización médica de estas sustancias. Hoy, en pleno de 2023, con gran parte del tabú ya olvidado, otras naciones –entre ellas Estados Unidos, Alemania y República Checa– se acercan, poco a poco, a utilizarlos en terapias convencionales. La aprobación de la esketamina rompe los estigmas de las 'drogas' con potencial alucinógeno y abre una nueva vía para tratar los trastornos mentales de mayor dificultad.
LSD, DMT, MDMA: el alfabeto psicodélico
Las principales sustancias psicodélicas que podrían tener aplicaciones prácticas en trastornos mentales y que aún están en fase de investigación son la LSD, la DMT, la MDMA y la psilocibina. Pero antes de analizar cuáles son las propiedades de cada una de estas sustancias y para qué sirven, primero hay que dividirlas en dos grandes grupos: los psicodélicos clásicos y los no clásicos. Es la distinción que propone Luis Alberto Henríquez, profesor titular de Toxicología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y miembro fundador de la Asociación Científica Psicodélica, un grupo de divulgación encargado de desestigmatizar el consumo legal, regulado y terapéutico de las sustancias psicodélicas y de combatir la desinformación sobre sus riegos y beneficios.
"Lo primero que hay que dejar claro es que no podemos referirnos a los psicodélicos como 'drogas'. Si lo hacemos, también habría que llamar al Paracetamol 'droga'. Cuando dices esa palabra la gente piensa en cocaína o heroína. Pero hay que usar términos adecuados para reducir la carga de prejuicios", sostiene Henríquez.
El docente explica que los psicodélicos se dividen en dos grupos –clásicos y no clásicos– y que cada uno de ellos tiene diferentes subdivisiones. Es importante distinguirlas, porque sus propiedades son diferentes. Dentro de los psicodélicos clásicos estarían las triptaminas simples, como la psilocibina, principal componente de los hongos alucinógenos o de las setas; las ergolaminas, como la dimetilamina de dileácido lisérgico o LSD, y las fenetilaminas, como la mescalina, presente en cactus como Peyote o San Pedro. En el otro bloque, el de las sustancias psicodélicas 'no clásicas', se encuentran la MDMA, popularmente conocida como éxtasis; la ibogaína, que es una raíz africana con efectos psicodélicos; y la ketamina, un anestésico muy utilizado en veterinaria.
Según avanzan las investigaciones y los ensayos clínicos se sabe que cada una tendría una aplicación específica. La MDMA, por ejemplo, ha demostrado ser muy útil para el tratamiento del estrés postraumático, ya que su consumo sitúa a la persona en un estado de ausencia de miedo, por lo que los pacientes con este tipo de trastorno pueden trabajar y visitar el acontecimiento traumático para estudiarlo e integrarlo. La psilocibina, por el contrario, tiene unos efectos de 'disolución espiritual' en el que el sentido de identidad se diluye para que la persona entre en un estado en el que su existencia sea más rico o extensa que su propia individualidad. "Eso permite tener experiencias espirituales en las que se puede producir una reestructuración de la personalidad y superar, poco a poco, problemas de depresión".
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La ketamina –la única comercializada de momento– tendría una aplicación similar a la psilocibina, solo que no tiene un mecanismo de acción psicoactivo tan potente, pero sí modifica las redes neuronales y produce una mejora en la sintomatología asociada al trastorno depresivo mayor, sin riesgo de adicción y con unos resultados superiores al de los psicofármacos clásicos. Finalmente, la LSD, otra de las sustancias psicodélicas más estudiadas por la ciencia, tendría efectos potencialmente beneficiosos en casos clínicos de ansiedad generalizada y en personas con enfermedades terminales. "En Suiza, por ejemplo, se permite su uso sin que haya farmacéuticas detrás vendiéndolas. No se ha esperado a que se terminen todas las fases de ensayos clínicos para permitirlas".
El estigma y el miedo
"La gente se asombra cuando escucha estas cosas", continúa el profesor Henríquez. "La propaganda usada durante décadas contra estas sustancias ha sido muy eficaz. Se llegaron a publicar artículos científicos falsos muy sobredimensionados sobre el tema, como que la LSD producía mutaciones cromosómicas. Eso no lo ha podido demostrar nadie", denuncia el experto en toxicología. "Imagínate una propaganda así durante 25 años. Ha marcado a generaciones completas. Entonces, ¿significa que los psicodélicos son inocuos? En absoluto. Son muy potentes. Pero si son utilizados de forma responsable, bajo la supervisión adecuada, son más seguros que la mayoría de medicamentos. Además, y esto es muy importante, no son adictivas".
PREGUNTA.– Pero el miedo a sus potenciales peligros sigue ahí. ¿No corre un paciente de tener un 'mal viaje'?
RESPUESTA.– De todo puedes sacar provecho si estás dispuesto a hacerlo. La responsabilidad que tenemos como colectivo es comprender que esto no es un juego: un psicodélico cambia a la persona, la trasciende. A veces el viaje es doloroso. Se puede sentir oscuridad, dolor, diversión o mucha luz. Nunca sabes qué va a pasar. Por eso se llama psicodelia [cuyo significado etimológico significa 'manifestación del alma' o 'mentes manifestándose']. La mente te lleva.
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P.– Imagino entonces que hay un perfil de paciente que no debería acceder a este tipo de terapias.
R.– En los protocolos clásicos de ensayos clínicos hay gente que no puede entrar, efectivamente, como los esquizofrénicos, porque las sustancias psicodélicas pueden ser detonantes de su patología. O individuos que, sin serlo, tienen familiares que sí lo son. Luego pueden provocar brotes psicóticos si la dosis es muy alta. Aunque se dan más brotes psicóticos con consumo de hachís que con LSD.
P.– ¿Hay algún caso concreto que pueda describirnos que se haya curado mediante el uso de este tipo de sustancias?
R.– Paul Stamets, micólogo dedicado al estudio de hongos psicodélicos. Accedió a setas alucinógenas en la adolescencia tardía sin tener ni idea de lo que estaba consumiendo. Tomó una dosis muy elevada y dice haber superado sus problemas de habla. Iba al logopeda, no se comunicaba bien con la gente, tenía problemas en el estudio. Tras tomarlas, cambió su vida. Otro ejemplo: el caso de una mujer que esnifó LSD creyendo que era cocaína. Consumió 550 veces la dosis de LSD que debía haber tomado [el estudio se publicó en Journal of Studies on Alcohol and Drugs]. Superó importantes traumas psicológicos como su trastorno bipolar y un dolor de pie. Tras despertarse 12 horas después, dejó toda la medicación.
P.– ¿No puede suponer hablar de 'beneficios' un 'boom' para que la gente quiera consumirlos?
R.– En toxicología hay una verdad absoluta, esgrimida por Paracelso hace algunos siglos: la dosis hace el veneno. No obstante, en los psicodélicos, la dosis es importante, pero no tanto, lo cual desafía los principios básicos de la toxicología. En lo relativo a las sustancias psicodélicas, tan importante como la dosis es el set and setting. Por qué lo quiero tomar y cómo lo voy a hacer. Mira, hay un psicodélicos típico que se consumen de forma lúdica, como la LSD o la MDMA. La gente que toma éxtasis y está en una rave no aspira a otra cosa que a alterar su estado de conciencia y pasarlos bien. No tendrán ninguna experiencia transformadora porque el set and setting es meramente lúdico. Si yo quiero hacer una exploración interna, ver el origen de algún problema, y me someto a una terapia con dosis controladas, en un ambiente seguro, eso es otra cosa. En las terapias convencionales con ansiolíticos clásicos hay gente que tras varios meses supera su problema. Genial. Pero hay otras personas que no tienen salida. Este tipo de terapias suponen modificar la CPU, cambiar el hardware.
P.– ¿Qué propiedades tienen y por qué tienen tantos efectos positivos?
R.– Si te pudiera responder a esta pregunta me darían al Nobel (risas). Todos estamos más o menos de acuerdo es que estas sustancias interactúan con la serotonina. La serotonina es un neurotransmisor encargado, a grandes rasgos, de proporcionar bienestar en el individuo. Llamamos bienestar a esa sensación subjetiva que hace que te encuentres bien. La mayor parte de estas sustancias interactúan con la serotonina, pero la mayor parte de los antidepresivos de la psiquiatría convencional también intervienen con ella. La pregunta es: ¿qué hay en medio que permite que las sustancias psicodélicas funcionen y los fármacos clásicos no? Hay algo que hace que la experiencia sea más profunda. Si bien toca la misma puerta, lo que hay al otro lado es diferente en el lado de los psicodélicos.
P.– ¿Qué otros problemas mentales puede ayudar a resolver?
R.– Problemas psicológicos y psiquiátricos. ¿Dónde han demostrado gran potencial? En la depresión, sobre todo en aquellas que se llaman profundas o resistentes al tratamiento. Gente que lleva años tomando pastillas y no les cambia. También funcionan en las adicciones. Uno de los principales artículos publicados en los 60 con la LSD hablaba de cómo funcionaba para controlar la adicción al alcohol. Hay un tercer grupo importante: gente que padece estrés postraumático. Allí la MDMA ha mostrado interesantes resultados. También en pacientes terminales de cáncer que tienen mucho miedo a morir. Tras estas terapias ven el final de sus días de manera distinta.
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Las terapias con psicodélicos controladas, y siempre bajo prescripción médica, se atisban como una posible alternativa a los tratamientos psicológicos y psiquiátricos convencionales. Gran parte de su potencial transformador aún se está analizando en ensayos clínicos, pero hay países –como Suiza o Estados Unidos– que ya empiezan a instaurarlas de forma oficial. Sin ir más lejos, en Nueva York han nacido las primeras clínicas de ketamina; en República Checa se están llevando a cabo estudios con psilocibina amparados por el propio Gobierno; mientras que en Suiza el Hospital Universitario Basel ha empezado a desarrollar terapias con microdosis de LSD.
"La psilocibina y la MDMA van a estar en dos años disponibles para uso psiquiátrico", asegura el doctor Bouso. "La DMT está en fase 2, igual que la LSD. La ketamina, como decía, ya está aprobada y cada vez está más generalizada". Sin embargo, aunque este tipo de sustancias tengan efectos muy beneficiosos para la psique humana, el experto asegura que no son la solución a los grandes problemas de nuestro tiempo y no pueden ser percibidos como una tabla de salvación de los problemas psiquiátricos que padece nuestra sociedad. Principalmente, porque implican riesgos, efectos secundarios; y, después, porque cada vez las estadísticas indican que hay más y más personas que sufren trastornos mentales, y eso indica que existen problemas estructurales que deben ser paliados.
"Hay que tener en cuenta las estructuras sociales, económicas y culturales. Si no se opera también en ese nivel, por mucho tratamiento psiquiátrico innovador que tengamos, no vamos a avanzar", reflexiona Bouso. "En España el 25% de la población está en riesgo de pobreza. Acabamos de atravesar una pandemia en la que se han exacerbado en muchos casos los sentimientos de soledad y aislamiento involuntario. Es uno de los principales problemas de salud pública. El tejido comunitario se está deshilachando. La inflación, la crisis, la guerra. Las personas no somos inmunes a lo que ocurre en nuestro entorno. Una política crispada sólo genera más ansiedad. O la emergencia climática. Pretender que toda la angustia y ansiedad se cure con una píldora sin intervenir en el entorno es un pensamiento mágico".