El frío hiela los huesos y la espesa niebla impide ver más allá de las copas de los árboles. Las laderas de las montañas están blancas por la helada nocturna, el sol saluda tras las brumas como un foco velado tras un difusor y a esta solitaria hora de la mañana sólo se escucha el rumor del fluir del río Candesa y el graznido de los cuervos. Paramos el coche en la pedanía de Mazonovo, pasada la parroquia de Santa Eulalia de Oscos, y el termómetro señala los tres grados bajo cero. Los vecinos de Taramundi comentaban durante el desayuno que había sido la noche más gélida del año en Asturias, y no les faltaba razón. Prueba de ello es que Paz Prieto, la herrera que opera el único mazo hidráulico de España, situado en pleno valle de Los Oscos, acaba de enviar un mensaje para avisar de que se retrasa unos minutos. Su coche estaba congelado y no podía arrancar.
Aprovechando el infortunio, nos dejamos engullir por el neblinoso paisaje hasta llegar a un camino de piedras húmedas cercano a la carretera que se adentra en pendiente descendente hacia el enclave en el que el GPS asegura que se encuentra la herrería en la que faena Prieto. Ni un alma en el sendero. A cada paso el murmullo del fluir del agua se hace más intenso tras la niebla y, de pronto, como si se tratara de una ilusión, aparece en el paisaje una casita de piedra con una gigantesca rueda hidráulica a su derecha.
Su única ventana se ilumina cada pocos segundos con colores amarillos y blancos, como si dentro hubiese un fusible implorando ser reparado o alguien, intencionadamente, estuviera generando chispazos mientras corta una platina de hierro con una radial. Al cruzar el umbral del mazo –así se llaman estas viejas construcciones que utilizan el poder de los caudales de los ríos para mover la rueda que activa los mecanismos con los que se moldea el acero– aparece el responsable de la fantasmal luminiscencia, Dennis Leurink, un artesano holandés que también trabaja como forjador.
Leurink, como Paz Prieto, es discípulo del 'patrón' de este lugar místico enclavado en un paisaje salvaje. El 'Maestro' –así se refieren a él, otorgándole un carácter mesiánico– se llama Fritz Bramsteidl y es un herrero austríaco que emigró desde centroeuropa hasta estos valles asturianos para reencontrarse con la naturaleza y el fuego. Al toparse con este lugar sintió aquel impulso sobrenatural de pertenencia que brota en los corazones de algunos hombres y mujeres, buscadores de silencio, que se saben parte de la tierra pero anhelan encontrar un lugar sacro donde reposar sus huesos.
Fritz, quinta generación de maestros herreros, eligió el verde astur para preservar su oficio centenario. Reconstruyó las partes dañadas de este mazo del siglo XVIII al que los lugareños apodan 'el mazo de Mazonovo' y fundó una escuela de forjadores para mantener vivo el espíritu de los ferreiros. Han pasado 15 años desde que rehabilitó este lugar. Aún es cantera de artesanos. Y Paz Prieto, la única mujer dedicada al oficio en esta zona, otro alma errante, solo que esta vez proveniente de Jaén, se ha convertido en una de sus discípulas más aventajadas.
Un motor y un portazo a lo lejos. La herrera ha llegado. A los pocos minutos de escuchar el rumor del vehículo, Prieto ya ha cruzado el umbral de este taller que huele a madera y a humedad. Ella es cercana y risueña, aún se percibe la juventud en su rostro aunque comienza a tener las primeras canas, viste un jersey naranja con algún roto y sobre sus zapatos lleva unas madreñas de madera. Su historia es peculiar. Ella es andaluza, pero no tiene acento. "Sólo me sale cuando voy a Jaén, mi tierra", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio mientras se coloca el mandil marrón. "Cuando era pequeña, mi familia se fue a vivir a Burgos y, allí, en el colegio, se burlaban de mí por mi acento. Así que me forcé a quitármelo y ahora ya no se me nota".
Sus progenitores, explica, eran ebanistas, se dedicaban a la carpintería, por lo que estuvo familiarizada desde muy pequeña con la vida artesana. Estudió en la capital burgalesa el bachillerato de Artes, después un módulo de diseño de madera y, finalmente, atraída por la magia de la Cordillera Cantábrica, emigró a Asturias para formarse en Restauración y Conservación de Bienes Patrimoniales, concretamente en escultura. "Miré algunas escuelas de forja, porque me encanta trabajar el hierro, pero no había nada, así que se quedó en mi trastienda mental. En 2010, durante la crisis, no había trabajo de restauración, así que me puse a buscar en lo que pillara, para sobrevivir. Llegué a la conclusión de que quería volver a hacer arte".
Fue así, por pasión hacia el acto de crear, y gracias al contacto de una amiga, que dio con el herrero Fritz. El austríaco le enseñó todo lo que sabe. "Yo ya lo conocía. Había venido a Asturias y hecho algunos clavos con él en una visita. Me quedé sorprendida. Recuerdo que me dije: 'Aquí vendré a vivir y tendré mis hijos'. Me vine un poco arriba, sobre todo con lo de los hijos", ríe. "Pero fíjate en cómo es el destino: tres años después estaba pidiéndole trabajo. Le dije que me instruyera aunque no me pagase. Quería ver si me gustaba. Y vaya si me gustó".
Prieto, a modo de demostración, enciende la fragua donde se calienta el acero, coge un trozo de hierro y lo malea sobre un yunque. Han pasado más de 300 años desde que se erigió este lugar, pero aún sigue lleno de vida. El fuego que nunca se apaga. Día tras día, el mazo de Mazonovo transforma estas vírgenes platinas de acero en figuras artísticas que irán a parar a museos, o en verjas de forja destinadas a casas de adinerados clientes, o en herramientas adquiridas por labriegos locales que aún creen en el comercio de proximidad. "Yo soy la única ferreira de mazo que hay en España", asegura Prieto, con cierto orgullo, mientras sostiene un martillo que pesa más que su brazo. "Cada vez quedan menos aparatos como este en Europa y muy poca gente que trabaje de forma preindustrial".
El talento y el éxito de los herreros de Mazonovo se ve reconocido y materializado en una esquina cercana a la entrada del local, donde hay numerosos ejemplos de piezas fabricadas por Prieto y sus compañeros. Clavos gigantes, figuras de acero con formas humanas, sartenes y cucharones y hasta un arpa de boca, el instrumento favorito de Prieto, que quiere recuperar y volver a popularizar.
No obstante, entre las figuras destaca una de una mano blanca, similar a las de Lorenzo Quinn. Es el Premio Nacional de Artesanía 2020 [concretamente, el Premio Promociona para entidades privadas] que recibieron Prieto, el austríaco Fritz, el holandés Dennis y el vasco Jon, cuarto integrante de la cuadrilla de ferreiros que faena en estos lares, con motivo de su entrega al oficio de la herrería y por darle valor al conjunto etnográfico de Mazonovo. Es uno de sus mayores orgullos. "Aunque el premio está hecho con una impresora 3D", lamenta. Los tiempos modernos.
El declive de la herrería asturiana
La herrería tradicional es un oficio en declive. La historia es la de siempre: la llegada de la industrialización desbancó esta forma de vida autosuficiente y los mazos hidráulicos cayeron en el olvido. Este es el único operativo en España. El resto son museos o escombros. Sin embargo, otrora formaron parte de la poderosa industria del hierro de Asturias, especialmente en el siglo XVIII, aunque la tecnología de los mazos ya se usaban en la Alta Edad Media, concretamente desde el siglo XII.
"Surgieron para poder abastecer a las familias con herramientas del campo, con herrajes, con piezas para las puertas y ventanas y para suministrar utensilios de cocina. Los mazos se extendieron por toda Europa desde Suiza, Austria e Italia y llegaron a España desde Francia a lo que serían Cataluña y País Vasco". Estos son los dos núcleos en los que este tipo de industria se asienta fuertemente desde finales del XII y principios del XIII, en parte porque hay muchas minas (hierro), ríos (agua para mover los mazos) y bosques (fuente de carbón vegetal) para calentar las fraguas.
La industria herrera asturiana vio surgir numerosos oficios, muchos hoy perdidos, y los mazos como este dieron de comer a las numerosas familias que formaron círculos de producción muy concretos e interdependientes. Estaban los mineros, que extraían los minerales de la zona, como la limonita, material abundante en estas montañas; también los carboneros, que preparaban el carbón vegetal destinado a las fraguas; los propios herreros de las fraguas, en cuyos hornos calentaban el hierro a 1.200 grados y le daban forma con sus martillos y con los gigantescos mazos hidráulicos como el que opera Paz Prieto; los arrieros, encargados de llevar el producto terminado a los pueblos para venderlo. Cuatro oficios –mineros, carboneros, herreros y arrieros– asfixiados por la era industrial.
PREGUNTA.– ¿Hay muchas mujeres que se dediquen a este oficio?
RESPUESTA.– Hay un pequeño repunte, pero somos un porcentaje muy pequeño. Cada dos años hacemos un encuentro de herreros. Este año éramos 7 chicas para un total de 44 herreros. Otros años han sido 70 herreros para 3 chicas. Pero soy el ejemplo de que quien quiera peude hacerlo. Si eres una mujer muy grande, o el prototipo del hombre herrero, un armario, evidentemente ayuda a la forja. Pero tanto mi maestro como Jon y yo somos de la misma altura, chiquititos.
P.– ¿Cómo se mantiene económicamente? Y la distribución de las tareas, ¿cómo funciona?
R.– Todos somos autónomos y se mantiene de forma privada. Vamos a ferias, tenemos encargos privados –por ejemplo, hace poco terminamos una verja gigantesca–, mi maestro da cursos de forja que gestiona una empresa local. En el mazo hidráulico trabajamos de martes a sábado y los domingos por las mañanas nos turnamos con el mazo. Hacemos ocho horas a turno partido y trabajamos juntos aquí y en otro taller, porque no cabemos. La forja es un oficio muy amplio donde te puedes especializar en muchas cosas y abrirte a nuevos campos. Nuestro equipo está especializado, cada uno, en una cosa distinta. En mi caso me gusta mucho el repujado, que es hacer volúmenes con chapa, como clavos o el arpa de boca, que estamos tratando de recuperar.
P.– ¿Qué valor añadido tienen los productos elaborados artesanalmente en una herrería como esta?
R.– Nosotros elaboramos de todo. Desde llaves para hórreos hasta cerraduras, lámparas, varandillas, bisagras para las puertas de casa, esculturas decorativas, una remesa de cien clavos, sartenes. ¿Visteis la barandilla del camino que lleva al mazo? La hicimos nosotros. Más allá de evitar la pérdida de valores y de saber que, por ejemplo, un producto de aquí es única, la durabilidad de nuestros productos es mucho mayor. Una sartén de hierro es un buen ejemplo: se cocina mejor, conserva mejor los alimentos, le da un aporte de hierro sano. Tú te haces un filete en una de hierro y está riquísimo, pero en una de teflón te baja la temperatura, cambia el sabor. Si quieres algo exclusivo, en la industria no vas a tener nada.
A lo lejos se escucha el griterío de unos niños. Paz Prieto nos explica que han acordado con un colegio local recibir una excursión de alumnos de primaria a los mazos. Ella misma les explicará el funcionamiento de estos aparatos de puntera ingeniería medieval. "Somos las piezas para hacer que esto no se pierda; es mi deber transmitir la tradición del oficio. Ser artesano es duro. Tienes que enfrentarte al material con tus manos. Físicamente, es un trabajo que cansa. Implica un esfuerzo físico potente. También hace frío. Pero ser artesano te otorga una satisfacción personal enorme. Recuerdo una señora que una vez se llevó una pieza llorando. ¡Era un bol, con el fuego impregnado en la chapa! Acabamos las dos con lágrimas. Eso no te lo dan otros trabajos".