Puerta del Sol. 14:00 horas. 35 grados. “Este es el kilómetro 0”, “aquí celebran fin de año los madrileños”, “allí pueden ver Preciados”… Hace calor, pero no importa. Los turistas, pese a la climatología, escuchan; y los guías explican. Unos, los oficiales, con un carné colgado al cuello que muestra su habilitación; los otros, con una sombrilla que ilustra su condición de free tour (tour gratis) visible. ¿La diferencia? Los profesionales han pasado unos exámenes y están dados de alta como autónomos; los free no tienen necesariamente que cumplir esos requisitos. “Alguno habrá, desde luego, pero la mayoría son chicos jóvenes o estudiantes que lo hacen para sacarse un dinero”, explica Gerardo, guía en Madrid, Toledo y Castilla y León.
La visita ha terminado y corresponde pagar. ¿Cuánto? Depende. “Yo daría cinco”. “Nosotros, quizás 10”. “Al menos, 15”. En la calle, los turistas, tras terminar el recorrido se debaten entre aportar más o menos. El ‘empleado’ del free tour recoge el dinero –o la propina, como lo quieran llamar– y da las gracias. Los visitantes se despiden de él, sonríen contentos y se marchan.
EL ORIGEN DE LA 'GUERRA'
El conflicto entre unos y otros surge en 2006, aunque se materializa tres años más tarde. La Unión Europea aprueba la directiva Bolkestein y pide a los estados miembros que cambien sus legislaciones. En España, en 2009, se regula por Comunidades. Unas liberalizan por completo el sector y dejan de exigir una habilitación para ejercer de guía turístico, y otras lo siguen pidiendo. El cambio de las leyes y la proliferación de plataformas online que ofrecen tours que, en teoría, son gratis, cambia por completo el panorama. “Surge una competencia agresiva y desleal”, explica Ángela Ballesteros, guía oficial en Madrid.
“La Unión Europea, entonces, pidió que se flexibilizaran y se liberalizaran los servicios, pero no exigió que se eliminaran las regulaciones”, añade Gerardo Rappazzo, miembro del Comité Ejecutivo de Cefapit (Confederación Española de Federaciones y Asociaciones Profesionales de Guías de Turismo). Desde entonces, en Madrid, por ejemplo, conviven dos tipos de guías: “Los oficiales, los que habíamos pasado los exámenes o los que los iban a pasar en las siguientes convocatorias; y los no oficiales, los que deciden autotitularse”, añade.
NO PAGAN IMPUESTOS
Las páginas webs y agencias que ofrecen free tours insisten en que piden que sus ‘empleados’ estén dados de alta como autónomos y exigen la habilitación en las Comunidades autónomas que lo solicitan –en Madrid, por ejemplo, “no lo hacemos porque no es necesario para enseñar la ciudad”, explican–. Sin embargo, no tienen un mecanismo de control. “Es engañoso. Dicen que son gratis, pero luego reciben una propina. ¿Cómo sabemos cuánto?”, se pregunta Gerardo. Cada persona o grupo paga lo que considera justo.
“Yo me gano la vida con esto”, explica un guía free tour a este periódico. No quiere dar su nombre ni que lo grabemos con la cámara. Estudió Turismo y, dice, está dado de alta como autónomo, pero prefiere guardar el anonimato. “¿Ha pasado el examen para estar habilitado? No”, responde. No da más datos. Coge su sombrilla, da la bienvenida a su grupo y empieza a explicar sin saber cuánto recibirá. Ha reunido a cinco personas que darán, según la media, como mínimo cinco euros.
La escena se repite. Ninguno quiere dar su nombre o ser grabado por nuestra cámara. Los únicos mensajes llegan de los guías oficiales, que insisten en que las condiciones entre unos y otros son distintas. “Yo tengo que emitir una factura, darme de alta como autónomo, pagar mi seguridad social, el IRPF y el cargo del IVA. No hay competencia leal. Ellos lo ganan todo en negro (…) Trabajan de forma esclavista y, mientras hacen la visita, ofrecen otros tours, recomiendan restaurantes… eso se salta cualquier código deontológico. ¿Y si se rompen una pierna? Es que no tienen ningún derecho”, explica Gerardo.
SANCIÓN POR ENSEÑAR VILAFAMÉS (CASTELLÓN)
Los profesionales del sector exigen que exista una regulación. “¡Hasta hace poco estaba!”, claman. Quieren trabajar en las mismas condiciones. “Que el que ejerza el turismo lo haga con su titulación. No estamos contra ellos. Son bienvenidos. Que hagan los exámenes y entren en la bolsa de trabajo”, incide Ángela. Esa es la pretensión de todo el colectivo: trabajar en igualdad y en todas las Comunidades Autónomas.
La posibilidad de que sea así en todos los destinos turísticos no es ciencia ficción. Esta misma semana, una guía no habilitada ha sido amenazada con una sanción de entre 100.000 y 600.000 euros por realizar visitas en Vilafamés (Castellón) por la plataforma de free tours GuruWalk. ¿El motivo? La Generalitat Valenciana sí exige un título oficial y le ha requerido a la persona que acredite que puede ejercer la profesión o “cese de manera inmediata el ejercicio de la actividad y retire la publicidad relacionada”.
Ese es el camino: cambiar el panorama a través de las leyes. “No nos planteamos hacer una huelga o cualquier otra cosa. Preferimos insistir a través de los medios”, insiste Gerardo. Piensan que el Estado es el primer interesado: “Los free tours generan una economía sumergida que no le interesa a un país donde el turismo es uno de los principales motores de crecimiento”, incide Almudena Cencerrado, presidenta de la Cefapit.
“A VECES, LES ESCUCHAS UNAS BARBARIDADES”
El económico no es el único problema. El patrimonio cultural también les preocupa a los guías. “A veces, les escuchas unas barbaridades...”, comenta Jacqueline Metitieri, guía en Madrid, Castilla y León y Toledo, que nos recibe en el Museo del Prado, donde comparte visita con un grupo organizado de la India. “Son chavales que no están preparados. Leen cuatro cosas en Wikipedia y listo. Yo entiendo que cualquiera que termine de estudiar lo puede hacer. Es dinero fácil. Pero perdemos calidad y estamos haciéndole un daño tremendo a nuestro país”, añade Almudena.
“En Toledo dicen que La Custodia no es la auténtica”, “no entienden cuál es la diferencia entre un auto de fe y una ejecución”… Todos reconocen haber escuchado “inexactitudes”. Ejemplos hay muchos. “Pero eso es subsanable. Hacen un curso y ya está, pero que lo hagan”, incide Ángela, que estudió turismo y, después, ha tenido que ir pasando exámenes hasta poder enseñar todo el patrimonio nacional. Para ella, el “el panorama ha cambiado totalmente” y, obviamente, ellos también se han tenido que adaptar al mercado.
ADIÓS A LA PROFESIÓN
¿Es este el principio del fin? ¿Se podrán ganar la vida en unos años ejerciendo su profesión? Las preguntas surgen inevitablemente. Jaqueline, por ejemplo, haría “otra cosa” antes que trabajar por “una propina”. Y lo mismo le ocurre a sus compañeros: Gerardo, Almudena y Ángela. Ninguno contempla pasarse al otro lado, hacerse free tour tras tantos años de estudio y preparación. Sin embargo, la amenaza está ahí. Y lo saben.
“Es un problema social. ¿Realmente avanzamos si pasamos de trabajar presentando facturas a hacerlo por una propina?”, se pregunta Ángela. “Es pan para hoy y hambre para mañana. ¿Cuántas personas hacen esto desde hace década ininterrumpidamente? Pocas. En cuanto encuentran algo mejor, se marchan”. Eso es lo que les preocupa a los guías oficiales, que su profesión comience a ser una estación de paso y no un lugar donde quedarse.
La posibilidad es real. “Hemos visto compañeros que se han quedado en casa”, ejemplifica Almudena. “Es posible que personas próximas a la jubilación hayan decidido dejarlo”, añade Ángela. Y, aunque Gerardo es más optimista (“cambiaremos, pero no desapareceremos”), todos lo tienen en su cabeza. Su sector, el que aporta a España casi un 15% de su Producto Interior Bruto, según datos de 2018, es vital en España. “Es riqueza para el país”, inciden todos.
Mientras tanto, seguirán ejerciendo su profesión. Son las 15:00 horas. Hace calor. La Puerta del Sol no da tregua. Los turistas se arremolinan. Unos grupos, aquí; otros, allá. Sombrillas, helados para aliviar el bochorno, algunos paraguas de free tour… El panorama ha cambiado en menos de 10 años. Los monumentos son los mismos; los profesionales, distintos. ¿Y las condiciones? Diferentes. “Es un retroceso”, sentencia Ángela. “Una cuestión de valorar quiénes son los profesionales”, añade Almudena. “Una falta de respeto, en definitiva”, sentencia Gerardo.
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