“Lo mío contigo no son sueños, son ensoñaciones… No te quiero, te AMO porque cambiaste mi gris por celeste (apellido de la paraguaya asesinada)”. Raúl Díaz se casó en agosto con Romina Celeste. Sorpresivamente, “de un día para otro”, cuenta a EL ESPAÑOL una amiga de la víctima. Se enamoró de ella. O eso, al menos, es lo que parecía por sus tuits, sus escritos y sus reflexiones en redes sociales. ¿Y ella? “Realmente, no hablaba mucho de él. En las fotos, parecía ser feliz, pero a nosotras nunca nos dijo nada ni lo notamos mucho”, explican. Y ella, mientras, callaba. Nadie sabía lo que había detrás de su escarceo amoroso. Hasta que él, en esa fatídica noche de Año Nuevo, presuntamente, la mató.
Raúl, en función de las circunstancias, mostraba –por sus comentarios y sus acciones– dos caras. Una, la del amante romántico, el poeta que dedicaba versos y carantoñas a su mujer. Y otra, la de un hombre soez, barriobajero y vulgar, que cambiaba la lírica por lo ordinario con facilidad. Él, en redes sociales, era esas dos personas. Pero también fuera, en el día a día, como quedó patente tras la desaparición de Romina. Primero, negando cualquier implicación, disimulando; y después, tras ser detenido, confesándolo todo –excepto haberla matado–, en el interrogatorio.
Esa doble cara siempre encontró el recelo de las amigas de Romina. “Era un poco fantasma”, comentan a EL ESPAÑOL. A Raúl le gustaba ‘fardar’ publicando sus marcas como ‘runner’ –hasta 30 kilómetros en una hora–. A sus 44 años –14 más que Romina– , cultivaba su cuerpo –y lo enseñaba en Instagram sin miramientos–, montaba en bicicleta y subía a la montaña. Pero se echaba una cerveza cuando se lo permitía el trabajo. Y, según se ha apuntado en diferentes medios canarios desde su detención, últimamente consumía drogas, lo que podría haberle llevado a actuar de forma diferente.
Estudiante de ingeniería
Con independencia de las causas. Hasta ahora, Raúl había completado un currículum sin sospechas. Al menos, en lo meramente académico. En ese sentido, respondía a los cánones de vida de cualquier hombre de su generación. Estudió Ingeniería Industrial en la Universidad privada Alfonso X El Sabio de Madrid (1996-2003), cursó un máster de generación de energía eléctrica y, tras un breve por la capital, aceptó un trabajo en el sector en Lanzarote. Actualmente, en Enel, según recoge en su perfil de Linkedin.
A la isla llegó en 2013, después de haber tenido dos hijas en una relación anterior. “No quiero saber nada de él. Yo no lo conozco”, contaba su anterior pareja a EL ESPAÑOL. “No voy a hablar de una persona que hace algo así”, sentenciaba, antes de colgar. En Lanzarote, se instaló en solitario en una vivienda. Se dedicó, desde entonces, a hacer ejercicio y vivir tranquilo. Hasta que conoció a Romina, en 2017, en Madrid. “Ella iba y venía constantemente”, cuentan las amigas de la víctima a este periódico. Ambos comenzaron la relación en la capital y decidieron seguir con ella en las islas afortunadas. Bendita paradoja.
A él, en aquel momento, no le importó que ella tuviera dos hijos. El primero, de 10 años, de su relación con Cristian en Paraguay; y el segundo, de cuatro años, de otra pareja española. Dio igual. Los dos decidieron dar un paso al frente, casarse en agosto. Después de que él, a través de redes sociales, le siguiera dedicando sus poemas. “Yo me quedaré con todo… / Tu recuerdo / El nuevo “mejor amigo” / Nuestros proyectos / Vuestras sonrisas / Ellos se quedarán contigo / Y mi soledad, con tu olvido… #celestepreciosonombreparauncolor”, sentenciaba.
Denuncia por maltrato dos días antes de casarse
Pero esa relación, idílica en sus comienzos, repleta de sonrisas postizas en redes sociales, no lo era tanto de puertas para dentro. De hecho, dos días antes de casarse, ella lo denunció por maltrato. Poco importó. La denuncia fue archivada y ella contrajo matrimonio con Raúl. Romina, vestida de blanco, posando para la perpetuidad delante de la cámara. Y él, de azul claro, con un pañuelo más oscuro –aunque del mismo color– en el bolsillo, pajarita y camisa blanca. “Mi compañero de vida”, escribió meses después la paraguaya, adornando la instantánea con una carita con corazones en los ojos. “Linda pareja”, catalogaron sus amigas.
Aquella imagen, esas sonrisa que enmarcaba ella en sus post, la alimentaba él, a su manera, en su cuenta de Instagram. “En tu vida sólo tendrás tres amores: el primero llega en la adolescencia, el que te llena de ilusiones y parece un guión de películas; el segundo te enseña el dolor y te aferras a él aunque sabes que no es para ti, pero te ayuda a madurar; y el tercero es el que no esperabas que ocurriera, pero deja que pase, eres tú dejando que te sorprenda...”, compartía él, en referencia a la paraguaya.
La relación, desde la lejanía, parecía idílica, circulaba sin aristas ni desvíos, consumía días dorados para los curiosos y para los habituales a la pareja. Sin embargo, de puertas para dentro era muy diferente. Él, presuntamente, la maltrataba –uno de los delitos por los que la juez ha decidido meterlo en prisión sin fianza– y, también presuntamente, la habría matado –se le acusa de homicidio u asesinato–.
Pero su historia de amor aguantó, pese a todas las inclemencias, hasta la noche del 31 de diciembre. Entonces, ambos discutieron. Lo habrían hecho, según la versión de Raúl, porque ella le había pedido 5.000 euros para traer a su hijo paraguayo a España. Él se negó y ambos salieron cada uno por su lado. Él, según reconoció ante la Policía, volvió a su casa al día siguiente, después de comer, y vio que Romina se había llevado 200 euros y el móvil –contó el presunto asesino–. “Ya había desaparecido otras veces”, reconoció entonces Raúl, indignado. Entonces, sin embargo, Romina podía estar muerta.
En el interrogatorio lo confesó todo
Él, sin embargo, disimuló. Durante dos semanas, interpretó el papel de víctima. Incluso, acudió a la Lancelot TV (Televisión de Lanzarote) para exculparse. “Parece que yo estoy ocultando algo”, reconoció, mintiendo adrede. Porque sí, sabía muchas cosas. Aquellas palabras, el pasado domingo, cuando fue detenido, quedaron en evidencia. En un interrogatorio con la Policía, en 10 minutos, lo confesó todo. O, al menos, expuso otra versión de los hechos.
Raúl reconoció que se encontró a Romina en su vivienda, que convivió con ella durante varios días en su casa y que intentó quemarla –en la barbacoa de su casa, según la página web canaria Pejeverde–. Que no pudo y que trató de moverla. Entonces, según sus propias palabras, su cuerpo se desmembró. Él la metió en bolsas y la tiró ‘troceada’ en diferentes bolsas al mar. Terrorífico. Lo que no confesó es haberla matado.
Con esas palabras, el operativo centró sus labores en buscarla dentro del mar. Pero, de momento, no han dado con la joven paraguaya de 28 años. De hecho, en las últimas horas, han vuelto a parar a la espera de conocer más detalles sobre dónde podría estar. Lo que sí ha trascendido, según ha publicado La Voz de Lanzarote, es que él intentó borrar las huellas. Pintó parte de la casa después de matarla y compró sosa cáustica -además de dejar las drogas consumidas-. Después, la metió en un coche de alquiler y recorrió 1.000 kilómetros en cuatro días. Todo indica que con ella dentro del automóvil. Pero, mientras eso se resuelve, Raúl ha sido enviado a prisión por esos dos delitos de homicidio y maltrato.
Aunque goza de presunción de inocencia, la familia de Romina ya lo señala como el asesino de Romina. “¡Por qué no muestran tu cara, por qué no muestran tu cara de asesino Raúl Díaz Cachón. Compartan para que vean la cara del asesino de mi hermana!”, escribió Helen, la hermana de la fallecida, en Facebook, adjuntando varias fotos en las que aparecía junto a su hermana.
A la espera de la sentencia, la joven paraguaya engrosa ya la lista de mujeres fallecidas por violencia de género en un enero negro. En total, desde que comenzó 2019, han muerto ocho mujeres. La primera fue Rebeca, que deja una hija huérfana en República Dominicana; la segunda Leonor, separada de su ex pareja tres meses antes; la tercera, Romina; la cuarta, una anciana de 95 años agredida por su marido en León; la quinta, una alemana fallecida en Mallorca; la sexta, una mujer apuñalada en Meco (Madrid); la séptima, una niña de nueve años muerta en Bilbao; y la octava, Rebeca Santamalia.
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