Manel Dalgó, una drag queen en la corte de los Grimaldi: su lucha como transformista desde los 16
Este artista llegó a ser la estrella del transformismo en el Chez Nous de Berlín. Ahora, sigue luchando por los derechos de este colectivo profesional.
23 octubre, 2021 06:55Noticias relacionadas
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En Mónaco suenan y resuenan los perpetuos rumores sobre la separación de Alberto II y Charlène, pero desde la planta 17 del edificio Tour lo único que se siente es la privilegiada brisa de las aguas que bañan a esta ciudad-estado en la que el metro cuadrado alcanza algo más de 48.000 euros. En el interior del apartamento se encuentra Manel Dalgó (54), que de repartir helados de la Jijonenca siendo adolescente acabó por convertirse en una estrella del transformismo en el Chez Nous de un Berlín que, aunque partida en dos por el muro de la vergüenza, en su parte occidental abrigó a homosexuales, lesbianas, transexuales o transformistas que veneraban la libertad.
Pero hasta llegar a ver su nombre en luces de neón y en programas de mano, la lucha de Manel por salvaguardar su derecho y el de los demás transformistas estuvo sembrada de dolor, humillación y vergüenza. A pesar de que en Barcelona el grupo Roba Estesa (Ropa tendida) exhumó tabúes actuando frente a la catedral en las Fiestas de la Mercè de 1977 donde algunos de sus integrantes eran homosexuales que incluso se vestían de mujer —Joan Estrada, alma máter del Paralelo hacía de tiradora de cartas—, los estragos del franquismo y de la incultura aún se palpaban en la mayoría de barrios de la ciudad.
No importaba que, frente al templo católico, donde aún se ubica el hotel Colón, siempre se alojara Tennessee Williams para recibir a su amante masculino y que en 1978 se inaugurara la Cúpula Venus con el espíritu del cabaret berlinés al estilo de Bertolt Brecht o Kurt Weill, pero con esencia mediterránea, y en cuyas infinitas colas en la calle te podías encontrar a Julio Cortázar o Leopoldo Pomés. Es en aquella época cuando Manel empezó a descubrir su sexualidad y a vislumbrar su futura vocación.
Con 16 años vendía helados de la Jijonenca y al acabar cogía su motillo para ir a ver los espectáculos de La Belle Époque, la mítica sala barcelonesa fundada por Dolly Van Doll, una de las vedettes transexuales más hermosas e ingeniosas junto a las míticas Amanda Lear y Coccinelle. Aunque no llegaron a trabajar juntos, Dolly le dio a Manel uno de los mejores consejos de su carrera cuando le vio en el Barcelona de Noche poco después de su debut en 1985: “Manel, lo haces muy bien, estás genial, pero solo te falta una cosa, sonreír. Lo haces tan en serio que se te olvida”.
El 'maricón pintao'
La concentración era sinónimo de respeto por una profesión que (casi) todos denigraban o no entendían. “Para mí, maquillarme y subirme a los tacones era como un uniforme. Mi obsesión era que la gente tomara en serio nuestro trabajo porque es muy fácil caer en la caricatura. Es una profesión muy complicada. Detrás de los vestidos, las pelucas y el maquillaje hay un gran esfuerzo, por eso, siempre digo que quien quiera dedicarse a esta profesión que lo haga con respeto. Aquí hemos sido el maricón pintao, mientras que en Alemania te trataban como actor y artista”, alega el artista. Por eso considera que a raíz de la crisis de 2008, las redes sociales hicieron un flaco favor a su profesión “porque mucha gente se quedó en el paro y pensó que poniéndose una peluca, maquillándose y haciendo playback ya estaba todo hecho. No lo tomaban como algo profesional”, explica Manel a EL ESPAÑOL.
Considera que Almodóvar y el libro de Valeria Vega adaptado a la serie La Veneno han ayudado a entender el transformismo “porque no olvidemos que La Veneno era muy ordinaria, prostituta y en mi época era como vergüencita ajena cada vez que aparecía en Esta noche cruzamos el Mississippi porque temía que la gente pensara que todos éramos iguales”. Sus estudios de clásico y español fueron esenciales. Recalca que hay que tener una buena formación de base para que no se burlen.
Manel quería vivir del espectáculo, pero hasta que llegara ese momento con 18 años hacía sustituciones como celador en el Hospital de Bellvitge, donde las burlas de muchos de sus compañeros eran continuas. Hoy lo llamamos bullying. Cuando llegaba al centro sanitario con el pelo largo recogido en un moño empezaba el cachondeo. “El encargado de los celadores era un perfecto hijo de... Tenía terror a ver un cadáver y el primer fin de semana me hizo cargar con seis. Me tenía enfilado. A los tíos se les llevaban los demonios porque hice muy buenas migas con las enfermeras, me abrazaban, nos dábamos besos… Así que en más de una ocasión me cambiaban el turno sin avisarme. Menos mal que ya estaba acostumbrado porque ya se metían conmigo en el colegio o cuando jugaba en la calle”. Como la mayoría de las veces tenía que ir de bolo en bolo por los locales gay se montaba en un taxi completamente maquillado pero vestido con tejanos y camiseta, “pero al abrir la puerta me insultaban y tenía que salir corriendo para que no me pegaran”.
Entre las lindezas que le gritaban figuraban “maricón”, “degenerado” o “pervertido”, pero en su fuero interno Manel supo que ese era el peaje por perseguir un sueño. Su madre lo aceptó enseguida, pero le dijo: “Muy bien, no seas funcionario, pero si quieres ser transformista lo haces, pero lo haces bien, con respeto y que seas uno de los mejores”. Su progenitora está tan orgullosa que cuando se mudó a un pueblecito de Granada y las vecinas le preguntaban a qué se dedicaba su hijo no dudaba en mostrar las fotos de su cartera: “Trabaja en un cabaré en Alemania vestido de mujer”. Y se quedaba tan ancha.
Estrella en Berlín
Su hijo se había convertido en una estrella tras su llegada a Berlín en 1991. Quien no lo terminó de digerir bien fue su padre, con quien nunca ha tenido una relación fluida. Sus progenitores se divorciaron cuando tenía 14 años, pero a pesar de la separación, una noche les invitó a un show en el teatro Apolo de Barcelona donde actuó con la compañía de Barcelona de Noche. Y a su padre le salió el machito que llevaba dentro: “En el espectáculo hacía de transformista y al final salía de mexicano vestido de chico. Cuando le pregunté qué es lo que más le había gustado me dijo que el número del mexicano”. Desde el principio su papá supo a qué se dedicaba y conoce a su marido Thomas, pero la química no es la misma que con su mamá.
Un año antes de que a Barcelona la pusieran en el mapamundi a raíz de los Juegos Olímpicos, Manel aterrizó en el Chez Nous gracias a Fidel Rodríguez (Funny Boy), que en la Costa Azul y Suiza tenía un gran éxito con el trío Opale, cuyo nombre se lo puso Pierrot en el Barcelona de Noche. Al darse de baja uno de los miembros de la parte del baile, le contrataron y aquello levantó ampollas y envidias en el círculo nocturno. Nada más llegar a la capital alemana el paraíso empezó a ensancharse. No se podía creer que a la salida le pidieran fotos, que firmara programas de mano y que le regalaran flores y peluches. Allí el transformismo tiene la categoría de arte y cultura. Entre los números en el cabaré y las giras que hacían con hasta 6.000 personas de público le granjearon una gran popularidad. Muchos no sabían su nombre, pero iban al local preguntando si esa noche actuaba el español de pelo largo.
Pero no todo iba a ser trabajo. También surgió el amor. Thomas Schmieder, dueño y empresario del Chez Nous, estuvo durante un año pico y pala, pico y pala detrás del español hasta que lo conquistó. “Déjate de alemanes y ojos azules. A mí me gustan los morenos, con ojos marrones y de raza ibérica. Pues toma. Por no querer, cadena perpetua”, confiesa entre risas tras media vida juntos.
A mediados de los sesenta no había casi ningún local para divertirse por la noche, por lo que muchas celebridades se dejaban tentar por el Chez Nous. De repente te podías encontrar a Marlene Dietrich, Josephine Baker, Juliette Gréco, Liberace, Boney M, las hermanas Kessler o Shirley Bassey, que también actuó. Con esta última, Manel fraguó una relación tan íntima que la llama mi hermanita mayor. A sus 84 años, la estrella británica no ha perdido fuelle. Ambos suelen pasear con normalidad por las calles monegascas.
“Encima del escenario es una diva, pero cuando se baja es muy cercana y pudorosa. La admiro porque tiene una férrea disciplina. Cuando sacó su último disco el año pasado empezó a entrenar y a colocar las cuerdas vocales en febrero, dejó de tomar alcohol, no salía por las noches y comía aún menos de lo que hace normalmente. Y en agosto grabó. Es admirable cuando se pone en modo trabajo”, cuenta Manel. Su timbre de mezzosoprano ha quedado grabado entre los cinéfilos al interpretar el tema principal de tres de las películas de James Bond, Goldfinger (1964), Diamantes para la eternidad (1971) y Moonraker (1979).
Chez Nous
Con esfuerzo y tesón, Manel se convirtió en el director artístico del Chez Nous hasta que en 2008, coincidiendo con el cincuenta aniversario de su apertura, decidieron bajar la persiana. Desde entonces, el matrimonio lleva una vida discreta y confortable porque el empresario teutón amasó una gran fortuna por las giras que hacían por Alemania, Austria y Suiza. En el imaginario colectivo aún resuenan las míticas actuaciones de Coccinelle o Peki d’Oslo, que en 1962 hizo su primer estriptís. ¿Peki? Puede que ese nombre artístico no le suene a (casi) nadie, pero si decimos que es Amanda Lear la película cambia bastante. A la ex musa de Dalí y actual reina del show business en Francia, Alemania e Italia siempre le ha perseguido el misterio y el rumor. ¿Fue realmente un hombre? ¿Nació en Saigón? ¿Cuál es exactamente su fecha de nacimiento?.
Aún se conservan programas de mano en los que se puede ver a Peki totalmente plana de pecho. Pero Manel se encarga de desenmarañar todo el entuerto: “Aunque ella lo negó, no hay mitos ni misterios. Es dos meses mayor que mi marido, así que tiene 82 años, tiene pasaporte británico y por casualidad nació como hombre en Saigón porque su padre era diplomático”.
Y cuenta una anécdota divertida que ocurrió en la televisión francesa: “Dijo que su madre había fallecido y uno de sus amigos más íntimos la llamó sorprendido porque no se había enterado. Amanda, tan echada para adelante, le contestó: ‘Que no, pero si digo que mi madre está viva estos hijos de… van a buscarla y como no se calla nada va a contar toda la verdad. Así matándola no la buscan por ningún sitio”. Genio y figura. En la actualidad representa junto a Michel Fau en el Théàtre de la Porte St. Martin de París la obra Qu’est-il arrivé à Bette Davis et Joan Crawford?.
Anoche en la Tour. Hubo un tiempo en que al entrar en el ascensor, si se te escurría el dedo podías aparecer en la planta 19, donde uno de los apartamentos atesoraba en su hall unas imágenes a tamaño natural de la célebre serie Big Nudes, de Helmut Newton. No, no se trataba de un coleccionista. El mejor voyeur erótico del siglo XX vivía allí con su mujer de toda una vida, June, fallecida el pasado abril a los 97 años.
“Cuando Helmut murió todos sus amigos ricos y famosos desaparecieron”, admite con cierta pena Manel quien, junto a su marido, se dedicaron a protegerla y cuidarla “a pesar de que tenía un carácter para echarla de comer aparte”. ¿Qué se le dice a un ícono de la imagen si se lo encuentra en ese mismo ascensor? “Al principio tenía cierto miedo, pero era un tío genial, muy llano y divertido. De repente se tiraba un pedo y te preguntaba qué ocurría en Berlín porque mi marido compraba cada día el diario en alemán. Esa es la confianza que teníamos”. Otros en esa misma tesitura habrían sido desterrados del principado de por vida.
Ese carácter llano del hombre que fotografió a Elizabeth Taylor luciendo el parure de esmeraldas de Bvlgari dentro de la piscina de su mansión de Bel Air o a Elsa Peretti vestida de conejita Playboy lo demuestra otra anécdota: “Poco antes de morir bajó a nuestra casa para desearnos feliz Navidad. Como tenía problemas de corazón y mi marido duerme con una máquina para la apnea, June nos dijo: ‘chicos, enseñadle el aparato’ y en cuanto lo vio, exclamó: “¡Ah, no, esa mierda no!”. Ya no volvieron a verle. Falleció en enero de 2004 tras empotrarse con su cadillac contra una pared al salir del Chateau Marmont en Beverly Hills. A su vuelta, June les enseño al matrimonio los selfies que se había hecho con una cámara (no un móvil) con su cabeza apoyada en la de Helmut estando de cuerpo presente: “las fotos en blanco y negro eran alucinantes”. Está enterrado al lado de Marlene Dietrich en Berlín. Antes de tirar la tierra sobre la urna de cenizas “June lanzó una de sus cámaras. Fue un gesto muy bello”.
Sin tacones
Ya no se pone tacones. “Demasiados esguinces y roturas de tobillo”, afirma divertido, aunque no descarta volver a hacerlo en algunas ocasiones puntuales. Al fin y al cabo, la estela que ha dejado ha servido para que de aquella siembra se recoja el respeto, la libertad y el derecho a vivir dignamente. Unas consignas que aún cobran más sentido cuando se trata del sida, aquella plaga que en los ochenta se decía que solo afectaba a “maricones” y que tuvo como estandarte a Rock Hudson, fallecido de esa enfermedad en 1985.
Su íntima amiga, Elizabeth Taylor, fue la primera celebridad internacional en recaudar fondos para la investigación, una estela que han continuado un sinfín de grandes nombres, como la princesa Estefanía, que fundó Fight Aids Monaco en 2004. Para la gala anual de esta organización sin ánimo de lucro, Manel ideó el personaje de La Créature con unos pelucones divinos y unos trajes de noche ensueño con los que vende boletos a los asistentes para recaudar fondos para la investigación y el cuidado de los enfermos del sida.
La noche de la gala, Estefanía siempre le tiene guardado un lugar en el photocall: “Manuelito, ponte aquí”, le dice cariñosamente. Acostumbrados a etiquetar a Estefanía como la princesa rebelde enamorada de hombres sin pedigrí, la hija de Grace Kelly ha demostrado en la sombra que en su corazón cabe mucha más gente alejada del pijerío de su hermana Carolina. “Es más fría y distante. Aquí la llaman la royal porque es más snob e inaccesible, por eso no se ha divorciado de Ernesto de Hannover”. Por matrimonio, en las cortes europeas ella tiene el trato de alteza real.
Pero Estefanía es el contrapunto. A poco más de dos horas de Mónaco, en el pueblecito de Carpentras, en el condado de Avignon, el alcalde cedió a la princesa unos terrenos donde se ubica la Maison de Vie, un refugio donde las personas seropositivas encuentran todo tipo de apoyo. “Está muy implicada en el tema del sida. Cuando se creó este lugar fue la primera en ponerse a montar los muebles de Ikea con destornillador en mano. Es muy sencilla. En más de una ocasión me la encuentro comprando en el Carrefour. Unas veces la veo yo antes y la saludo y otras es ella la que me da un golpecito con el carro. Compartimos las ofertas del 2x1”, ríe a carcajadas.
También es una gran apasionada de los animales. En 2013 fundó la Asociación Baby & Nepal, en honor a los nombres de los dos elefantes que iban a sacrificar en Lyon. Se los llevó a vivir unos terrenos cedidos por su hermano. “Uno de los elefantes murió hace un tiempo, pero aún sigue pendiente del otro, tiene perros, cabras… Se levanta a las siete de la mañana y pasa el día con ellos. Les cuida y les protege”.
La vida de Manel Dalgó da para un libro. Pero, de momento, ya tiene su documental. Tras el éxito de El muro rosa, Enrique del Pozo acometió su segundo proyecto, The Man Behind de Woman, donde refleja la vida de un joven de clase humilde cuyo sueño era ser transformista de profesión. Y la dignificó. “Pensé que mi vida no era interesante, pero Enrique me hizo ver la importancia y transcendencia que tenía porque aún existen muchos prejuicios entorno al transformismo que es algo más que ponerse una peluca y maquillarse. Lo grabamos en Berlín, Montecarlo y Barcelona y tuvo un estreno por todo lo alto en el cine Princesa Grace donde hacía años que no se proyectaba nada. Gracias a su alteza Alberto II y a la princesa Estefanía se hizo posible”. En España se está hablando para que la Academia de Cine haga una presentación, pero hasta que llegue ese momento, el documental ha ganado varios premios en los festivales de Florencia, Turín y Benevento.
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