Joaquín Reyes: "Si quieres hacer humor racista, hazlo. Ahora: serás un cómico racista"
El cómico acaba de interpretar un papel protagonista en la obra La Paz, representada en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, y está rodando la segunda parte de la cinta Los Futbolísimos.
4 agosto, 2024 02:11Joaquín Reyes vive de la risa por un "feliz accidente". Él iba para ilustrador, estudió Bellas Artes, pero la vida hizo de las suyas y ahora es uno de los cómicos más reconocidos de este país. Sabe del éxito, porque su Hora Chanante y su Muchachada Nui se convirtieron en hito; y también del fracaso, porque España entera lo vilipendió por la gala de los Goya de 2018.
Hablando con él da la sensación de que trata a los dos impostores –triunfo y derrota, como en el poema de Kipling- por igual: "Si a nosotros nos sale mal algo, no muere nadie. No somos cirujanos, y lo que puede pasar si no estamos acertados es que la gente se aburra".
Es un tipo serio, Reyes, que hace humor mezclando dos variantes: la observación rigurosa de la realidad para llegar al tuétano de cómo funcionamos, y la deformación de la misma mediante la fantasía. A sus hijos se lo da como receta para que desactiven a los abusones ocasionales: "Con el humor se pueden superar complejos, que todos tenemos. Y hay gente que va a intentar hacernos daño aprovechando eso, pero si cuentas con sentido del humor es más probable que salgas airoso".
Normalmente reparte bienestar entre el personal, como buen cómico, pero también se le han cabreado porque trabaja con material sensible: con el ego de las personas. Rappel quiso sacarles dinero por una imitación que no le gustó, pero fue Sánchez Dragó el que más lejos llevó la ofensa: "Yo creo que llegó a decir que nuestra parodia era peor que la mierda. A mí me hacía gracia esa clase de declaraciones. También dijo que era lo peor que había visto en su vida. Lo peor que había visto Sánchez Dragó: imagínate”.
Sabe Reyes que la vulnerabilidad también juega un papel importante en el cómico, y que la vida de muchos humoristas "es muy dura", como lo fue la de Matthew Perry. El dolor necesita la risa, y el punto de inflexión de cualquier duelo llega cuando soltamos la primera carcajada. "Yo he subido a actuar después de que se me hubiera muerto un familiar, y era ese momento de sentirme bien y olvidarme del dolor. La comedia no es sólo para la gente que la recibe, también para los cómicos".
Este chanante albaceteño dice no necesitar papeles dramáticos para sentirse validado como actor, y encumbra la comedia como género noble. Con nobleza se muestra también en estas respuestas.
Pregunta.– Le pillo en el parón de un rodaje.
Respuesta.– Sí. Está siendo un verano muy emocionante, con muchas aventuras. Estoy rodando ahora en julio Los Futbolísimos 2, en la que vuelvo a interpretar al padre de Pakete. Y está yendo muy bien.
P.– Ha estado también con la obra La Paz en Mérida, y su personaje era una suerte de Quijote en busca de la paz prácticamente imposible en Atenas. Todo, en plano de comedia. Hoy en día también parece una broma tratar de conseguir la paz… ¿Alguna estrategia útil que haya extraído del texto para este momento que atravesamos?
R.– Como decías, en la obra mi personaje decide ir al Olimpo a reclamar la paz, y una de las enseñanzas de eso es que no hay que esperar a que los dioses nos ayuden. Somos nosotros los que tenemos que tomar las decisiones y luchar
P.– ¿Y quiénes serían los dioses, fuera de la ficción?
R.– No sé si hacer la comparación de los dioses con los políticos. El protagonista de la obra es un viñador, un hombre común, y me gusta mucho ese concepto de persona de a pie que decide ser protagonista. Está claro que nosotros no podemos parar una guerra, no tenemos esa capacidad, pero sí que podemos hacer que la convivencia sea mejor. Por supuesto que la paz es ausencia de conflicto, pero también tiene mucho que ver con ser amable y ponerse en el lugar del otro.
P.– Con el día a día, desde luego. Lo primero que me ha sorprendido de su biografía es que estudiara Bellas Artes… ¿Cómo se veía Joaquín Reyes a los 18 años?
R.– Cómo me veía… Buena pregunta. Mi pretensión era dibujar, quería ser ilustrador. El dibujo era mi gran vocación y me veía en una editorial trabajando como ilustrador. De hecho, empecé trabajando en SM, que además es la editorial que publica los libros de Los Futbolísimos.
P.– Todo se acaba dando la mano en la vida.
R.– Exactamente. Pero no me veía en absoluto trabajando de lo que hago ahora. Nunca pensé que fuera a vivir de la interpretación ni de la comedia, ni a trabajar en el cine. Ha sido un feliz accidente.
P.–¿Y sigue dibujando, aunque sea en sus ratos libres?
R.– Sí, sí. Me gusta atender algún encargo de ilustración, y por ejemplo he hecho el cartel de la película Segundo Premio. Y dibujo muchas veces por puro placer.
P.– Y si le plantearan un texto trágico, o una serie dramática, ¿aceptaría?
R.– Pues mira, siempre he dicho que no, porque el género que más me gusta es la comedia. Es verdad que en esta obra tengo algún momento dramático, pero no es mi pretensión tener un papel dramático, no lo veo como un reto ni como algo que me valide como actor. Y como espectador y lector también prefiero la comedia, me parece que es el género más honesto. Me parece que el drama funciona muchas veces como una especie de catarsis en el espectador, pero tengo la sensación de que admite más trampa que la comedia.
P.– Bueno, el humor también es catártico.
R.– Sí, y la comedia es muy valorada por el público, más que por los críticos, pero el drama parece que te interpela más. Sobre todo, me parece que con el drama puedes jugar sucio: hay dramas que me parecen impúdicos, y la comedia no. Una mala comedia simplemente no funciona.
P.– A pesar de esas reticencias, ¿Joaquín Reyes ha llorado alguna vez con un drama?
R.– Bueno, es que hay comedias que pueden hablar también de cosas muy serias. La vida, al fin y al cabo, es una mezcla de géneros. Y hay algunas comedias muy duras.
P.– ¿Alguna comedia le ha sorprendido por su mensaje de fondo?
R.– Viaje a ninguna parte es una comedia que me gusta mucho, y habla de la miseria humana, del destino. También La Paz habla de cosas importantes, porque 400 años antes de Cristo los humanos tampoco éramos capaces de convivir en paz, y la guerra hace que estemos, literalmente, en la mierda, porque la obra es muy escatológica (viajo en un escarabajo que necesita mierda para funcionar).
P.– ¿Para qué necesita particularmente el humor?
R.– Yo el humor lo necesito y lo valoro con mi familia, con mis hijos, con mi mujer… El humor me permite tomar perspectiva respecto a los problemas, es la herramienta perfecta del mundo para quitarse a la gente que intenta abusar de ti. Yo creo que es algo que nos ayuda. No entiendo la vida sin el humor, no me quiero poner cursi, pero es así.
P.– ¿Y es capaz cuando está en plena rumia de sus cosas de darle al interruptor del humor y parar los pensamientos intrusivos?
R.– Pues sí, muchas veces me ayuda a salir de mí mismo, de esos pensamientos rumiantes. Yo lo relaciono con el optimismo, porque el humor es también una forma de ver la vida.
P.– Me parece durísimo todo lo que hemos conocido que le pasaba a Matthew Perry, Chandler en Friends. Él decía que si no hacía reír sentía que se hundía. Incluso si no se reían en uno de sus gags en la serie. Y eso escondía problemas personales muy profundos. ¿Le ha podido pasar algo parecido, o a algún cómico que conozca?
R.– Hay mucha gente que se dedica a la comedia y se siente insegura, hay gente que tiene problemas. En el caso de Mathew Perry, que era para mí el personaje más gracioso de Friends –y es mucho decir, porque todos eran geniales-, estaba luchando su propia batalla. También existe esa figura del cómico o la cómica cuya vida es muy dura y la comedia la toma como una vía de escape. De hecho, cuando estoy pasándolo mal tengo más ganas de subir a un escenario, porque es un lugar en el que me siento bien, es casa.
P.– Aunque supongo que hay que hacer un trabajo para superar esa tristeza inicial.
R.– Sí, pero yo he subido a actuar después de que se me hubiera muerto un familiar, y era ese momento de sentirme bien y olvidarme del dolor. La comedia no es solo para la gente que la recibe, también para los cómicos es una manera de olvidarnos de nuestros problemas. Cuando te bajas la vida sigue igual, los problemas continúan ahí, pero al menos ese rato te has evadido. Todos conocemos a gente con mucho sentido del humor, muy risueños, y todo el mundo quiere estar con ellos. Es por eso.
P.– Tiene una hija de 15 años, ¿no?
R.– Sí. Tengo un hijo de 17 y una hija de 15.
P.– ¿Y consigue que se rían con usted? Porque ya sabe que es una edad un poco de "papá, por favor, no digas eso…".
R.– Sí, hay algún momento así, pero normalmente nos reímos mucho. Ellos también tienen sentido del humor y hacemos muchas bromas. Me gusta que tengamos ese ambiente en casa, me parece muy sano. Con el humor, por ejemplo, se pueden superar complejos, que todos tenemos. Y hay gente que va a intentar hacernos daño aprovechando eso, pero si cuentas con sentido del humor es más probable que salgas airoso de esa situación.
P.– ¿Les ha ayudado por ejemplo en alguna situación en la que estuvieran sufriendo algún abuso o chanza por parte de alguien?
R.– Bueno, está claro que es un tema serio, pero sí he intentado que se enfrenten a esas situaciones con sentido del humor. Hay veces que directamente lo que tienes que hacer es apartar a la gente, no hay otra solución, pero si eres capaz de darle la vuelta a la situación con humor e ingenio puedes desactivar ese abuso. Todo esto hay que decirlo con cuidado, porque es un tema muy serio, pero tomémoslo como un recurso más.
P.– ¿Y alguno de ellos va a seguir sus pasos, o van por otros derroteros?
R.– Mmm, pues no lo sé, no lo sé. No parece. Sí que la pequeña tiene una personalidad más artística, le gusta mucho dibujar. Pero en mi caso ya te digo que fue producto del azar, más que de una vocación temprana.
P.– Un feliz accidente, ya decía.
R.– Sí, pero no había un plan. Mis hijos no parece que vayan a dedicarse a eso, pero luego la vida…
P.– Preparando la entrevista, vi uno de sus monólogos en el que hablaba de la cantidad de prostitutas que se habían contratado para la Eurocopa de hace once años. Bromeaba con que eran 50 mil, y decía que era una cifra acorde a los 300 futbolistas que iban. Voy por lo de los límites del humor. ¿Se ha arrepentido de algún chiste?
R.– Claro que me he arrepentido de algunos chistes, como cualquiera que se dedica a esto. Cuando tomas decisiones hay veces que te equivocas, y en el humor trabajamos con material muy sensible. También el humor está para forzar los límites, está claro, y todo depende de la persona que lo recibe. Creo que el humor es un medio para hacer llegar un mensaje y tienes que hacerte responsable de las bromas. En concreto esa no me parece que haya envejecido mal, porque me sorprendía de ese dato, que era real, y que tampoco hablaba muy bien del evento en sí, de la Eurocopa, ni de la gente que iba.
P.– Sí, ese chiste habla peor de los futbolistas.
R.– Eso es.
P.– ¿Y qué tipo de chiste recuerda y dice "esto no lo haría"?
R.– Los chistes machistas, los racistas… No debes hacer humor racista, pero si quieres hacerlo, hazlo. Ahora: serás un cómico racista. No puedes ampararte en que es humor como si fuera algo intocable. Las bromas tienen un mensaje, y hay bromas ofensivamente racistas, por buenas que sean. Eso no quiere decir que yo no haga una broma sobre las mujeres o sobre un colectivo concreto, pero creo que tienes que hacerles cómplices. Dicho esto, creo que estamos mejor que hace veinte años. La gente tiende a edulcorar el pasado, pero los cómicos ahora trabajamos con mucha más libertad que hace veinte años.
P.– Creo precisamente que la libertad es lo que aupó Muchachada Nui o La hora chanante. Los sketches eran libérrimos, como el de Mis amigos, un grupo compuesto por un muerto, un narcotraficante y un alienígena…
R.– Sí, nuestro humor lo enfocábamos desde el absurdo. Y eso nos colocó en un lugar diferente. Eso era lo que nos gustaba. Gila por ejemplo, hablaba de cosas muy serias: de la guerra, del hambre, de la pobreza, y lo hacía de un modo perfecto. A nosotros también nos gustaba trabajar con esas dos cosas, y pretendíamos sorprender a la gente, descolocarla. Nos fijábamos más en la forma que en el fondo. La propuesta era arriesgada, hacíamos cosas muy raras, con otros referentes y códigos: tenía mucho que ver con los Monty Phiton, con José Luis Cuerda, incluso con Ramón Gómez de la Serna.
P.– ¿Y nunca tuvieron limitaciones, cuando estaban en la televisión pública?
R.– No, no, nunca. No hubo ninguna directriz, ni nos hicieron cambiar nada. Yo creo que no sabían muy bien cómo meternos mano, y desde luego confiaron en nosotros, tanto en Paramount Comedy como en La 2. Y no deja de ser un pequeño milagro que nos dejaran hacer La hora chanante y luego Muchachada Nui. No me quiero dar pisto, pero no ha habido muchos precedentes, y tampoco ha habido después muchos casos parecidos.
P.– Oye, ¿y el que más se cabreó con vosotros fue Rappel? Porque a otros como Ferrán Adriá le dieron duro también: "La verdad es que estamos sacando unos platos que son unas gilipolleces impresionantes…", decían. "Esto es moñeguito de medallón de ternera caramelizado con su guarnición. En la nouvelle cocine las cosas no son el recopetín, las cosas están reguleras porque es todo innovación".
R.– Bueno, eran parodias. Las parodias que hacíamos era una especie de distorsión del personaje público, porque nunca utilizaba cuestiones personales. Yo intentaba hacer parodia situando al personaje público delante de un espejo cóncavo. Luego por supuesto cada personaje parodiado se lo podía tomar bien o mal, estaría bueno. Con Rappel, por ejemplo, hicimos una parodia de Smallville, que era la serie que contaba la infancia y la adolescencia de Superman, y nos parecía gracioso contar la infancia y adolescencia de Rappel como si fuera un superhéroe y hubiera ido descubriendo sus poderes. Él decía que no tenía nada que ver con su vida, y eso le enfadó. Ernesto y yo interpretábamos a sus padres, y nos decía que no teníamos nada que ver con ellos. ¡Hombre, estaría bueno, claro que no!
P.– ¿Y en qué quedó la cuita?
R.– Nos dijo que teníamos que pagarle una indemnización y le dijimos que no le íbamos a pagar nada. Y ahí se quedó porque no tenía mucho recorrido, pobrecico… Nos pareció algo más anecdótico que otra cosa. Yo comprendo que las imitaciones te pueden sentar mal porque a veces te enfrentan a aspectos que no quieres ver de ti mismo, o directamente te parece que no tienen nada que ver contigo. Además, como yo no imitaba la voz en esas parodias, sino que metía bromas manchegas, pues la cosa todavía era más loca…
P.– A mí me hace gracia el de Arturo Pérez-Reverte, cuando se burla (el personaje) de los escritores intimistas: "Yo es que escribo de mi mundo interior…’ Ahí no pasa nada, ¡no hay espadachines, no hay muerte!".
R.– Claro, claro. A Pérez Reverte le gustó mucho la parodia, como le parodiábamos con ese vigor y ese arrojo, pues le gustó.
P.– ¡Y Sánchez Dragó dijo que era la peor parodia de cuantas le habían hecho! ¿Eso es un mérito o un demérito, Joaquín?
R.– Sí, yo creo que llegó a decir que era peor que la mierda. Que bueno, la mierda y el oro… La mierda es el último estadio del oro. No dejó de ser un piropo.
P.– ¿Cómo lo tomaron? ¡No creo que como un piropo!
R.– A mí me hacía gracia esa clase de declaraciones. La de Sánchez Dragó me parecía muy divertida. También dijo que era lo peor que había visto en su vida. Lo peor que había visto Sánchez Dragó: imagínate. Era una especie de pataleta de cascarrabias. Pero hay más casos, tampoco a Luis Cobos le gustó nada.
P.– Pues pasa por un hombre templado, ¿no? Yo le tengo por un hombre templado.
R.– Sí, pero como te decía, estás trabajando con el ego de las personas, y eso...cuidado.
P.– ¿Hay que ser un poco psicólogo o psicoanalista para ser humorista y llegar a esos rasgos de carácter parodiables?
R.– Sí, hay que ser observador y tener buena memoria. Cuando imitas, cuando actúas, recurres a esa labor de observación, de psicología. Hay que poner mucho la oreja, como decía Azcona, saber cómo habla la gente en los cafés, en los autobuses… Hay que fijarse en lo que nadie se fija: el material que tienes para trabajar es la vida.
P.– Al igual que los escritores.
R.– Sí, es que es algo parecido. A mí me gusta mucho compaginar eso también con la fantasía. Me gusta mucho trabajar con la imaginación. Hay un debate abierto con el tema de la autoficción, se habla de si se ha acabado la imaginación. Y a mí me gusta mucho trabajar con la fantasía, hay que fijarse en el día a día, pero también la imaginación es un material imprescindible para crear algo genuino.
P.– Y lo que deben estar los cómicos es hechos de otra pasta, ¿no? Me voy a los Goya, que ya ni me acordaba de las críticas que hubo. Este país a veces coge veta y no la suelta. ¿Cuánto le llevó pasar página de eso?
R.– No nos costó mucho porque se dieron varias circunstancias para que lo pudiéramos superar. Primero, que éramos dos. Y estaremos de acuerdo en que mejor pasar esto con un amigo que solo. Nos reímos de las críticas, de lo que decían. Ya sabes cómo funciona esto, que es un poco hipérbole, y esas cosas nos parecían muy graciosas por lo exageradas que eran. Y, de verdad te digo que, si a nosotros nos sale mal algo, no muere nadie. No somos cirujanos, nos dedicamos a hacer humor, y lo que puede pasar si no estamos acertados es que la gente se aburra, no es nada grave. Yo te puedo asegurar que lo intentamos hacer lo mejor que pudimos, que la trabajamos y que dimos lo mejor que nosotros. Luego la cosa no funcionó por muchas razones: es una gala muy difícil de presentar, muy larga, con mucha gente opinando… En nuestro caso no confiaban tampoco mucho en nosotros, seamos sinceros, fue un
poco de rebote.
P.– ¿No confiaba la dirección?
R.– No confiaba mucho la Academia. Hablo un poco en general, pero es que ellos tenían otros candidatos. El ente también puso pegas.
P.– ¿Limitaron el guion?
R.– Hubo cambios hasta el final, sí. Nosotros no estábamos acostumbrados a trabajar así. Además, te lo juegas todo a un disparo. En nuestro caso creo que la gente allí, en el patio de butacas, se estaba divirtiendo más de lo que parecía cuando lo veías por televisión porque no se oían bien las risas… Es una gala con mucha dificultad técnica, y aun así está claro que hay a gente a la que le sale fenomenal y a nosotros nos salió regular mal. Pero intentamos ser fieles a nosotros mismos, y te puedo asegurar que a los pocos días eso estaba superadísimo.
P.– ¿Y no le ha vuelto un poco más miedoso a la hora de aceptar un encargo, o en absoluto?
R.– Yo cuando me hacen un encargo me lo pienso siempre mucho, no soy de tirarme a la piscina rápidamente. Los manchegos somos un poco así, no somos muy emprendedores ni muy osados, creo, pero no. He seguido mi carrera con normalidad. Ni se ha resentido nuestra carrera por eso.
P.– Tengo una curiosidad para cerrar. Siempre se ha dicho que la gente veía La hora chanante colocada. ¿Es real o un poco leyenda esto?
R.– Tenía fama La hora chanante sobre todo de que la veía un grupo de amigos fumando porros. Nosotros hacíamos muchas bromas con eso porque no es que nos pareciera mal, pero decíamos: ¡vedlo sobrios, que tiene gracia per se! Nuestro público era mayoritariamente universitario, imagínate qué ambiente hay ahí, que todos hemos sido estudiantes…