
El poeta y filósofo Ilia Galán.
En la República Transgótica de Tatti: el poeta que fundó una academia en un castillo encantado de la Toscana
Ilia Galán presenta su último libro, una recopilación de relatos de fantasmas de distintos autores que pasaron por la comuna cultural que ha creado en Italia.
En un milenario castillo longobardo, que emerge entre la espesura de las colinas de la Maremma Grossetana, escribe con tinta de color de sangre el poeta Ilia Galán.
No es una afectación de excentricidad lo que le ha movido a emboscarse en este pictórico enclave toscano. Sus hechuras de dandi son sólo el reflejo de una obstinación aristocrática en el refinamiento, de una vocación por refugiarse de la vulgaridad ambiental del siglo en un ecosistema donde pueda florecer la vida sublime cuyas alabanzas canta.
Mientras atraviesa con su coche —el "halcón milenario"— la campiña toscana, envuelto en las óperas de Händel, va glosando las delicias del paisaje, que alterna el verdor de los bosques de robles, encinas y castaños con el fulgor pajizo de esa "fiesta báquica de viñas en guirnalda", como lo describiera Rafael Sánchez Mazas. A las doce en punto pausa la pista del reproductor para rezar el Ángelus, y cuando pasa junto a un radar, saca la cabeza por la ventanilla y, agitando el puño, exclama "¡malditos séais!".

Vista panorámica del castillo de Tatti.

Una de las estancias del castillo de Tatti.
Esta genial insania va más allá de la mera extravagancia. Refleja el talante de un personaje inenarrable en quien se conjuga la rusticidad del aventurero intrépido con la compostura del académico exquisito. No en vano, se define a sí mismo como un "aristoácrata".
Este reportero ha podido verlo recitar en griego el comienzo de la Odisea entre las ruinas de la fortaleza de Montemassi. Y, al toparse con unas turistas alemanas estupefactas y divertidas, pasar a declamar a Schiller con idéntica soltura. En una localidad próxima a Perugia, el estudioso del arte, indignado por la colocación de una rana gigante y estridente en los jardines de un palacio, vandalizó la estatua orinando sobre ella, en señal de protesta contra semejante "atentado al buen gusto".
Natural de Miranda de Ebro pero afincado en Madrid, Ilia Galán es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Carlos III de Madrid, pero se desempeña igualmente como profesor visitante en la universidad de la esplendorosa ciudad de Siena.
Estas lecciones brindan al también filósofo un buen pretexto para sus largas estadías en el castillo de Tatti, una parte de cuyas dependencias adquirió hace algunos años para salvarlas de la corrosión del tiempo y acondicionar en ellas una "isla cultural". Y es que, a juicio del escritor, "hoy hay mucha cultureta, pero poca cultura".
Varios de los volúmenes de su pródiga bibliografía, que ha transitado todos los géneros —de la poesía al teatro, del ensayo a la novela, de las columnas de opinión a los dietarios—, los ha escrito en lo que llama "el despacho del águila". Una terraza aupada a un altozano desde la que se divisa una panorámica formidable, inmortalizada en tiempos por los pintores renacentistas.
Pero Ilia no acaudala estos tesoros con celo solipsista. Más bien al contrario, se esmera por hacer partícipes de ellos sus amigos y colegas. Este poeta se ha sentido siempre comprometido con una idea de la intelectualidad como empresa colectiva, como vástago mayéutico de encuentros entre afines como los que ha venido hospedando en sus "cenáculos" en la capital.

Ilia Galán, disfrazado durante una cena en el castillo de Tatti.
Según explicó en la biblioteca del Ateneo de Madrid, en la primera presentación del libro que motiva este reportaje, su proyecto en el castillo mana de ese mismo afán por crear "espacios de encuentro para hacer crecer la luz". El recoleto y pétreo pueblecito de Tatti es como una colonia de ultramar del principado sin ejecutoria de Ilia: la "República Transplatónica de Tatti".
El auditorio suele quedar maravillado cuando explica el poeta su idea de una "comuna utópica" para guarecerse del "desmoronamiento general de la cultura occidental". Entiende Tatti como un espacio que anima a la "fecundación mutua para estimular la lectura y la creación", como un falansterio donde juntarse "para mantener viva la llama del arte".
Son ya unas cuantas las remesas de escritores, artistas, músicos y periodistas que han pasado por las estancias de este caserón ornado con muebles del siglo XVIII, grabados de Piranesi y panoplias caballerescas. Invitados por su desprendido chambelán, pocos se resisten al embrujo de este retiro en la región más bella del mundo, sustrato propiciatorio para el ingenio y la introspección espiritual.
Se da en ese cuadrante una excepcional comunión de naturaleza y arte. Un maridaje fabuloso entre las gracias del paisaje (con cierto parentesco latitudinal al castellano) y el exuberante patrimonio cultural de localidades laberínticas y vetustas como Montalcino, Piombino o Montepulciano, poseedoras de ese sabor ajado y destartalado que hace evocador cada rincón.
Puede palparse en todos estos pintorescos pueblos un sentido capilar del buen gusto entre sus gentes, que exudan un orgánico alborozo. Un arte de vivir parsimoniosa y despreocupadamente que los nativos resumen en la expresión "siamo en Maremma". Ya advirtió Natalia Ginzburg que Italia "es un país donde reina el desorden, el cinismo, la incompetencia, la confusión. Y, sin embargo, por las calles se siente fluir la inteligencia, como una sangre vívida", una inteligencia que "calienta el corazón y lo consuela".

Portada del libro 'Los Espíritus del Castillo'. Editorial Séneca
Toda esta estética ecológica acrisola la sensibilidad y aviva el intelecto. Y por eso no es de extrañar que todos los que han expedicionado a la zona de la mano de Ilia hayan declarado a su vuelta sentirse transfigurados.
¿Las tarifas de esta suerte de "universidad de verano"? Que todo el que se haya alojado en Tatti deje escritas algunas líneas sobre lo que le hayan inspirado sus vivencias. Y de este modo ha cuajado una tradición en la que cada añada de convocados por el poeta engendra un libro coral.
El último es Los Espíritus del Castillo (Séneca, 2024), editado por Marta M. Mora junto al propio Ilia, un compendio heteróclito de relatos de nueve escritores —uno de ellos fantasmal— de carismas muy diferentes.
Acaban de presentar el libro por segunda vez en Madrid. Explican los autores que, emulando a Byron, los Shelley y Polidori en la legendaria "noche de los monstruos" en la Villa Diodati en 1816 (que alumbró, entre otras obras, Frankenstein), los amigos congregados en el salón del castillo de Tatti se propusieron escribir cada uno un relato de fantasmas.
El resultado es esta compilación que, en consonancia con su inspiración romántica, conjuga eclecticismo, heterodoxia, ironía y una imaginería gótica incardinada en la perenne seducción de lo misterioso. A los diversos textos los hermana un afán por rescatar la imaginación de la estrechez materialista de estos tiempos descreídos y prosaicos, por sondear los claroscuros de los confines de la razón.
Reza el prólogo que se trata de un "libro intempestivo", que "habla de lo oculto, de lo escondido, de los espíritus que en lugares vestidos con el velo de los siglos y aun de milenios habitan todavía y dejan sus huellas, donde todavía quienes vivieron entre sus muros siguen hablando y apareciéndose".
Una médium llegó a ofrecérsele para limpiar de espíritus este castillo encantado y encantador. Pero Ilia prefiere preservar la actividad fantasmática, a fin de que estas presencias puedan seguir manifestándose y tomando posesión de los residentes. Y que así, raptados por estos ecos de ultratumba, se perpetúe el linaje literario de la República de Tatti.

Algunos de los autores de 'Los Espíritus del Castillo', durante la primera presentación del libro en el Ateneo de Madrid, el pasado octubre.