Eloy de la Iglesia (1944-2006) es una santería de navajas y besos con lengua, de cabinas reventadas, voltios en el coche y chupetes mojados en heroína. Un héroe inrreinsertable que quiso airear las cloacas de la Transición y dejó al irse un rosario de esquelas tristes, aunque con él pudo sólo un tumor maligno. De la Iglesia llevaba los años perros de España en las cavidades de la cara, en los hundimientos que van de la mejilla a la boca. Homosexual gozoso, comunista de médula: alojado para siempre en una marginalidad que no terminó de subsanar la democracia.
Extraño y auténtico en medio del tiempo, dueño de un cine vilipendiado por los biempensantes. Porque habló de las drogas, de la prostitución, del sexo. Porque en El Pico dibujó dos mundos -el del guardia civil y el del dirigente abertzale- y los hilvanó por la calamidad de la heroína. También por el amor. "Él quería demostrar que hay una adicción mucho más poderosa que la droga y es el vínculo familiar", sostiene Carlos Aguilar, coautor de Conocer a Eloy de la Iglesia (editorial Euskadiko). "El auténtico pico es el que tenemos todos metido: el cariño y la dependencia emocional de las familias. Eso podía homologar hasta las posturas más enfrentadas".
Él quería demostrar que hay una adicción mucho más poderosa que la droga y es el vínculo familiar. Ése es el auténtico pico que tenemos todos metido
El cine quinqui era una oda a los niños malos del extrarradio, al lumpen tierno y atroz, a los excluidos de la verbena democrática: "Chicos absolutamente iletrados, analfabetos que vivían de robos modestos... esa figura ha desaparecido: la sociedad española ha cambiado y la delincuencia también", explica Aguilar. José Luis Manzano (Paco en El Pico) soplando las velas de su dieciocho cumpleaños con la Obertura 1812 de Tchaikovsky de fondo y los antebrazos negros. "¿Quieres un tirito?". Busca la paz. Ráscate esos picores. "Revienta de potro", como dicen en la película.
Realismo extremo
Felipe González salía en la televisión. Los Calis cantaban aquello de "Más chutes no, ni cucharas impregnadas de heroína, no más jóvenes llorando noche y día". Las paredes de Bilbao rezaban ETA. La población crecía a la vez que el paro. Las clases ricas salían a exhibir sus alegrías como pavos reales. Claro que la vida era la obra y también el retrato de la España bochornosa. Claro que la realidad se extendía como un virus por las periferias. Eloy -que había dejado Filosofía y Letras en el tercer curso y se había puesto a escribir para medios televisivos- ya llevaba metiéndose desde los 60: "De todo, canutos, cocaína, heroína, de todo... conseguía la droga como se hacía entonces, de manera clandestina y peligrosa. Se lo fundía todo en eso", recuerda Aguilar.
Eloy estaba enamorado de Manzano hasta las trancas... y era tremendamente celoso. Le borraba los mensajes que le dejaban en el contestador. Le pagó los estudios, quiso culturizarle
También Manzano tenía la raza salvaje y la adicción de Paco: "Eloy lo convirtió en una estrella. Lo doblaba Pedro Mari Sánchez, porque el chico no sabía hablar cinematográficamente. Eloy estaba enamorado de él hasta las trancas... y era tremendamente celoso. Le borraba los mensajes que le dejaban en el contestador. Le pagó los estudios, le enseñó películas buenas, quiso culturizarle, darle cierto bagaje. Eran dos adictos en una relación intensa y destructiva".
Cine de una época
Imitar su cine -su descaro, su crudeza- no es posible ya. Su universo áspero lo enterró la época. La vida en juego por una mijita más de polvo. Los planos largos de inyección y vena abierta. Las procesiones de madres sollozando por algo más fuerte que ellas. Las máquinas de marcianitos, las comisarías, los coños arbolados -como el de Rosario Flores en Colegas-. Hace diez años que se fue el resquicio de todo aquello: Eloy de la Iglesia flaco, consumido, con sus gafitas frágiles y su cadena cayendo sobre la camisa abierta. Mirando de frente al cine cómodo de su era. "Y antes de él fue muriendo su círculo. Todos por sobredosis. Guionistas, actores, amigos. Mira Antonio Flores... y todos tan jóvenes", resopla Aguilar.
Dice el experto que lo que más le llamó la atención siempre del director en las distancias cortas era "su capacidad intelectual, su talento para justificarse a sí mismo y justificar las mayores barbaridades que hacía o pensaba": "En eso me recordaba un poco a Fernán Gómez. Los dos te hacían creer que lo blanco era negro. Uno los escuchaba y decía 'ahora que lo dices, no te falta razón'...".
Recuerdo de Eloy de la Iglesia su capacidad intelectual, su talento para justificarse a sí mismo y justificar las mayores barbaridades que hacía o pensaba
Eloy de la Iglesia también es las películas que no hizo. "Su cine transgresor no creo que ahora tuviese cabida, y seguramente no obtendrían financiación filmes en la línea en la que él los hacía", reflexiona Carlos Aguilar. "Recuerdo una película que no llegó a salir. Fue después de Los novios búlgaros y estaba muy avanzada.... Los menores, se llamaba. Él siempre con sus cosas, ya sabes". España tampoco vio jamás Galopa y corta el viento, un proyecto ochentero de De la Iglesia que trataba sobre un romance entre un etarra y un guardia civil. "El terrorista lo iba a hacer Manzano, y el guardia civil un Antonio Banderas que apenas empezaba. Yo llegué a tener en las manos el guión. Pero falló el dinero".
Cine para mayores de edad sobre menores de edad y sus delicias. "Muera la policía y viva la golfería". La orgía del neoliberalismo a medio celebrar, pezón fuera. Taquillazo tras taquillazo. Morbo, coña, desgarro. Torturas policiales, pequeñas victorias, jergas callejeras.
Todo a espaldas de la moda, de la presunta proliferación del momento, de la madre Democracia que decía que todo lo podía, del diseño, de la transformación urbana. Eloy de la Iglesia vivió en las colmenas de esa ciudad-enjambre y rebañó la mierda hasta hacerla documental. Adiós a El Pirri, al niño Flores, a El Jaro. Adiós a sus cadáveres exquisitos que apenas terminaron de crecer. Adiós, Eloy de la Iglesia. Qué vergüenza puede haber aquí, aparte de la del sistema.
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