La tribuna

Ni brujas ni putas: mujeres del alma mía

Alicante
25 noviembre, 2023 06:07

"Yo me daba cuenta de que no quería seguir con él. Que tenía que salir de ahí, pero había algo que hacía que me quedara. Quizá un cariño manipulado", me dijo alguien que aprecio demasiado como para no haber ayudado en aquella situación. "Cada vez que tenía sexo con él era asqueroso, pero tampoco le decía que no". Aquello me lo han contado con lágrimas en los ojos y yo, sin palabras, solo he podido tragar saliva y tratar de desviar la conversación a otro lado. Mi amiga convivía con una relación tóxica que no le dejaba respirar. Salir de allí fue lo mejor que le pasó, aunque eso te marque para el futuro. Semanas después, otra amiga mía me contó que un chaval la había llamado "puta" por negarse a tener relaciones sexuales con él.

Un 8 de marzo, volviendo de la manifestación todos ataviados, un grupo de hombres que pensaron que aquello que pasaba en la avenida a doscientos metros de allí no iba con ellos, nos llamaron "feminazis" –que alguien me explique la mezcla de términos, por favor– mientras hacían unos gestos maliciosos con sus genitales. "Sois unas brujas" fue lo que nos dijo un compañero de clase mientras en mi último año de instituto nos explicaban a Simone de Beauvoir y creo que muy pocos fuimos los que llegamos a entenderla –o a escuchar la clase–.

¿Brujas? ¿Por no callarme ante las injusticias? Parecía un discípulo de Quevedo este, que dijo en 1609 "Las mujeres inventaron excesivo gasto a su adorno, y así, la hacienda de la república sirve a su vanidad. Y su hermosura es tan costosa y de tanto daño a España, que sus galas nos han puesto necesidad de naciones extranjeras, para comprar, a precio de oro y plata, galas y brujerías".

Se ve que sí, que las brujas ahora nos vestimos de violeta. No somos como las que definió Roal Dahl y yo, a pesar de ser un hombre y que él dijo que solo podían ser mujeres, debo de serlo también. "Las brujas son siempre mujeres. No quiero hablar mal de las mujeres. La mayoría de ellas son encantadoras. Pero es un hecho que todas las brujas son mujeres. No existen brujos. […] Por otra parte, los vampiros siempre son hombres. Y lo mismo ocurre con los duendes. Y los dos son peligrosos. Pero ninguno de los dos es ni la mitad de peligroso que una bruja de verdad." Escribió el autor en su libro Las Brujas.

Quizá, para este chaval, también sería una bruja Leonora Carrington con su obra, que desuella a cualquiera tras enterarse que la violaron tres carlistas del requetés en el Retiro de Madrid durante la Guerra Civil Española. Lo mantuvo en silencio, pero este suceso la llevó a la locura. De este período la pintora guardó una marca indeleble, que afectó de manera decisiva su obra posterior. Carrington describió, en su obra autobiográfica Memorias de abajo, escrita en francés en 1943, los pormenores de esta dramática historia.

A partir de este momento, André Breton se interesó por la histeria, la locura y otras alteraciones mentales y vio a Carrington como una embajadora de vuelta del "otro lado", una vidente, la bruja que regresaba del inframundo armada de poderes visionarios. Qué horror. También le sucedió a Virginia Woolf, que durante toda su vida sufrió de lo que ella misma definía como "la vergüenza ante el espejo". Escribió sobre ello en los últimos años de vida, no mucho antes de suicidarse, recordando que el problema había comenzado con un espejo en concreto. Estaba en la entrada de la casa en la que creció. Cuando tenía seis años, su hermanastro, Gerald Duckworth, la levantó, la puso sobre una mesa y metió las manos por debajo de su vestido.

Su otro medio hermano, George Duckworth, también comenzó a acosarla algunos años después. Durante una época, la visitaba cada noche. Virginia Woolf habló en público del abuso y escribió sobre el tema, que continuó hasta bien entrados los veinte años. Fue capaz, incluso, de enfrentarse a George, pero nunca pudo controlar el malestar ante los espejos. "Es tan difícil", escribió con una torpeza poco habitual en su obra, "dar testimonio de la persona a la que le suceden las cosas".

Es un tema especialmente complicado contra el que me trato de enfrentar hoy. ¿Cómo entendemos nuestro sufrimiento? ¿Con qué palabras? ¿Para qué? ¿Nos hace más pequeños, nos impacta realmente el sufrimiento intenso?

Ese tipo de preguntas gira en torno a la palabra "superviviente", un término cada vez más extendido entre quienes han sufrido la violencia machista. Utilizado con frecuencia para referirse a aquellos que pasaron por el Holocausto, la palabra se sumó al acervo utilizado por los grupos feministas que comenzaban a trabajar contra el abuso sexual infantil en la década de los ochenta y ha ampliado su sentido hasta ser parte del lenguaje de uso diario.

Durante una entrega de los Premios Óscar, Lady Gaga cantó su canción nominada Til it Happens to You, de The Hunting Ground, un documental sobre violación en las universidades. Lo hizo acompañada por 50 hombres y mujeres que habían sufrido abusos que llevaban la palabra "superviviente" escrita en sus brazos. El día después habló de su propia experiencia como adolescente que había sufrido abusos sexuales. "51, sobreviviendo y alcanzando el éxito" fue el pie de foto que puso a una imagen del grupo en Instagram.

La definición legal de violación evoluciona con el tiempo y siempre ha sido un barómetro de las actitudes sobre género y raza. La legitimidad del superviviente apunta a un cambio sutil pero importante en el debate sobre la violencia sexual. Lo mismo sucede con la violencia doméstica o machista.

Después de todo, la víctima de violación "buena" o "creíble" siempre ha sido la que ha muerto, y se convierte así en ese símbolo útil de inocencia rota que cualquier grupo puede adoptar para hacer ruido —un suicidio como el de Lucrecia, cuya violación se convirtió en catalizador de la fundación de la república en Roma, o el de cualquiera de las santas de la Iglesia católica (ninguna de las cuales fue violada, por cierto, porque prefirieron morir antes que aceptar la violación)—.

En literatura, las mujeres han sido silenciadas. En Metamorfosis de Ovidio se convierten en pájaros y árboles. A una le cortan la lengua para que no testifique, un lugar común que aparece en todas partes desde Tito Andrónico. Dafne es perseguida por Apolo hasta tal punto que prefiere convertirse en un árbol para pasar desapercibida. Mary Beard dice en su libro Mujeres y Poder: "Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer 'que se calle'. Me refiero a un momento inmortalizado de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años… Penélope, en la gran sala del palacio, le pide al aedo que elija otro canto más alegre, pero interviene el joven Telémaco: Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca".

La literatura, desde la mitología griega nos ofrece muchos ejemplos, uno de los más crueles es el mito de Filomela. Hija del rey Pandión de Atenas, es violada por su cuñado, el héroe Tereo de Tracia. Para que su esposa, Procne, no se enterase de lo ocurrido cortó la lengua a Filomela y la encerró en una solitaria prisión en el bosque. Luego le dijo a Procne que su hermana había muerto. La crueldad del mito va en aumento, pero esta primera parte es la que nos interesa para el asunto que estamos tratando. O Medusa, que fue abusada sexualmente por Poseidón en el Partenón de Atenas y Atenea –diosa del templo–, no teniendo bastante la gorgona con lo sufrido, la castigó a ella con la cabeza de serpientes y a que nadie pudiese mirarla.

Silenciar a las mujeres es algo que no viene de nuevas. Quizá ser una bruja no era llevar escoba ni tener la nariz afilada como dijo Dahl, tan solo se trataba de ser una mujer inteligente, que no se dejaba ningunear y me atrevería a decir que adelantada a su tiempo. Yo, que como Isabel Allende dijo, "soy feminista desde el kindergarden" –o aliado, como algunos grupos prefieren decir– no puedo llegar a entender esto. ¿Por qué asusta a tantos hombres esta corriente que trata de dar voz, de alcanzarla y de colocar a dos sexos en un mismo punto? ¿Por qué ha dado siempre tanto miedo? ¿Tan frágiles son nuestras masculinidades?

Tan solo pedimos vivir en paz. Amando y siendo amados, sin abusos ni malos tratos de por medio. Cuerpos, personas que conviven, aman y se entregan. Sin tener que decir que hemos llegado a casa cuando nos separamos del grupo. Tratando de ser nosotros mismos. Vistiendo como queramos y llevando la falda a la altura que dé la gana a cada cuál. Porque nadie nos diga quienes somos o cómo debemos definirnos. Defender el derecho a pensar y expresarlo libremente. Porque si eso es ser una bruja, quizá debamos de coger todas las escobas que encontremos y echar a volar.

Fonsi Lillo, en las cocinas de Il Palco en Las Colinas.

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