El Real Zaragoza se encuentra en el peor momento deportivo de su historia. Quedan 11 jornadas de liga por delante y se juega, precisamente, eso: la continuidad de su historia. Un descenso podría poner el punto final a 93 años de vida.

El último capítulo de esta carrera hacia el abismo se escribió en Almería con una derrota previamente anunciada. Nadie pensaba que era posible ganar ese partido y la continuidad de Miguel Ángel Ramírez ha supuesto tirar a la basura una semana de vida de un enfermo casi moribundo. Solo se me ocurren dos opciones para que no se haya cesado al entrenador hasta el día de ayer: una decisión irresponsable de la propiedad o un desconocimiento absoluto de lo que está ocurriendo por parte de los máximos dirigentes del club. La tercera, la confianza en poder dar la vuelta a la situación con Ramírez en el banquillo, no me la creo.

Las grandes decisiones en el devenir del club, en lo deportivo y en lo económico, se toman a 300 kilómetros de la capital aragonesa y, como demuestran los hechos, no están siendo acertadas. La distancia, en muchas ocasiones, suele generar una cierta disociación de la realidad. Las palabras grandilocuentes de Jorge Mas, presidente del Real Zaragoza, en sus escasas visitas a La Romareda han envejecido mal. Ahora llega la hora de la verdad. Cualquier mala decisión, cualquier nuevo paso en falso, cualquier nueva herida, incluso cualquier otro intento de lavar la imagen, es posible, como dice ese ridículo eslogan que cuelga desde hace unos días en la fachada del estadio municipal, que haga saltar todo por los aires.

La propiedad, ese ente impersonal dispersado por no sé cuántas partes del mundo, debe aterrizar de una vez en Zaragoza y demostrar un liderazgo del que hasta ahora ha carecido. Si no entienden qué significa lo que está ocurriendo, que puede ser, les invito a tomar un café en cualquier bar de la ciudad y a poner oreja. O incluso les recomiendo subir junto a los jugadores al autobús que les esperaba en el aeropuerto el sábado por la noche, y ver y escuchar a los aficionados, solo a los que mostraron respeto, que se desplazaron hasta allí.

Y si consideran que tienen asuntos más importantes que tratar en Miami, Madrid o París, que también puede ser, que pongan a tomar decisiones a alguien que, además de saber de números y de teoría del fútbol, conozca el club, la afición, La Romareda y, sobre todo, el complejísimo ecosistema de intereses que lo rodea.

La situación es extremadamente peligrosa y no hay más margen de error. Habrá tiempo para criticar la confección de la plantilla, los experimentos a lo largo de estas temporadas al elegir entrenadores, la huida de Víctor Fernández, el silencio del Director General, y la política de comunicación, pero ahora lo importante es la supervivencia.

Cuando termino de escribir este artículo (las 20.00 del domingo), todo hace indicar que, salvo giro inesperado, será Gabi el que se siente en el banquillo en el siguiente partido. Ojalá la falta de experiencia como entrenador en el fútbol profesional la pueda contrarrestar con su liderazgo en el vestuario, con su capacidad para levantar un equipo hundido en lo anímico y con sus conocimientos de la plantilla y la categoría.

Su suerte será la del Real Zaragoza, su afición y, de alguna forma, la de la ciudad entera.