Opinión

La división y la segregación no nos llevan a ninguna parte

20 noviembre, 2017 22:34

El gusto por el ocio ha existido en todas las sociedades, aunque se le haya tratado desde puntos de vista distintos. En unos lugares se le ha considerado prerrogativa exclusiva de las clases acomodadas, en otras de fracasados o incompetentes. De ahí que a la idea de que el trabajo es un mal y el ocio es un bien se han opuesto otras de que el trabajo lucrativo tiene un elevado carácter ético, en tanto que las actividades derivadas del ocio son sospechosas moralmente.

Para Remy de Gourmond el ocio era la más grande y bella conquista del hombre, y para Fray Luis de León el ocio por sí afeminaba en un aviso a navegantes. El concepto de ocio permite, por su naturaleza civilizadora, una nueva concepción de los términos felicidad y libertad. El individuo tiene posibilidad de liberarse de los estereotipos o de las rutinas sociales y poder desarrollar una libre cultura de superación de sí mismo. La soledad y el ocio -afirmaba Quevedo- obran en algunas personas lo que el descanso en las tierras, pues crecen de nuevo en virtud cuando las cultivan. Sin embargo no está tan claro que el ocio sea igual a libertad. El ocio forma parte de los fenómenos culturales de nuestra civilización y, por ello, sufre la influencia de los determinantes sociales.

Asistimos, tediosamente, además de ociosamente e implacables, muchos también cabreados, a telediarios en que el secesionismo es la noticia corriente, al igual que sus consecuencias sociales y económicas. Mientras las carencias elementales de educación o enseñanza, la falta de sanidad, la falta de recursos sociales, la falta de agua potable, la falta de seriedad en todos los ámbitos de la sociedad, siguen su curso. También mientras otros mueren, otros diseñan todo tipo de adelantos incomprensibles para mucho, incluso naves espaciales, satélites que estallan de vez en cuando en aire para ver si hay agua en la Luna, y ríos en Marte, etc. Hay la sensación de que el grado de aburrimiento de algunos es proporcional al grado de los inventos de otros.

Realmente la comparación puede ser atroz o escalofriante, porque si el gasto en millones de euros para fabricar un artefacto espacial, fuera empleado en mejorar la vida de los necesitados, crear empleo y bienestar, daría seguramente mejores resultados, y después al eliminar un problema que genera tantos graves problemas, todos podríamos ociosamente plantearnos perder el tiempo en juegos de aventura. El ser humano es el único ser, en teoría, razonable de la creación. Queda por pensar si la facultad de razonar comporta hacerlo correctamente. Nada peor en esta vida que un ignorante que hace caso a otro ignorante que va de listo. Se produce así una ignorancia sin fin.

Parece que la tendencia común a simplificar las cosas, agrupar situaciones y a definir personas como si fueran iguales, sin pararse, ni por un momento a inventariar las diferencias produce no pocos conflictos e incomodidades. Generalizar y actuar puntualmente con total ignorancia parece que es la moda. Parece, que aunque las relaciones entre personas, ciudades y países aumentan cada día más, estamos todos cada día más lejos. La velocidad en las comunicaciones nos hace cada día más ignorantes porque cada día reflexionamos menos. Pensamos que lo que leemos es verdad, y no debemos reflexionar. Antes las noticias duraban los cinco minutos del bocadillo, pues se empleaba el papel de periódico como envoltorio, ahora las noticias duran un clik.

Con la falta de reflexión los valores como el amor a la patria, el honor, la voluntad, el servicio a los demás, el sacrificio también están en entredicho, incluso la religión. Las personas que los defienden son ridiculizadas por una sociedad a la deriva, que no es más que la receptora de actitudes fraguadas desde una clase intelectual, económica, laica y política timorata, falta de principios, que no sabe encontrar quién la encauce en la buena dirección. Flota la idea de que esta sociedad tiene la fragilidad de una pompa de jabón, y que la prosperidad y su futuro puede volarnos de las manos.

Estamos en España, cada día más, muy acostumbrados a matar de lejos. A tirar la piedra y a esconder la mano, a ir poco con la cara limpia y desnuda. En algunas regiones o autonomías se ha convertido en un deporte permitido y sin licencia. Estos días con declaraciones de algún que otro canalla de formaciones secesionistas hemos visto que difamar a los españoles, a su país, a sus propios conciudadanos no tiene coste, incluso algunos ahora quieren desdecirse de lo que antes afirmaban para salir del talego, pero agua pasada no mueve molino. No se debe permitir, en ningún caso, y se deben buscar las medidas para que no ocurra, pues ya sólo queda dinamitar el sistema. Difamar y mentir cuesta dinero, entre otras graves consecuencias, y no puede salir gratis, ni en los medios, ni en las redes, ni siquiera en público. La división y la segregación no nos llevan a ninguna parte, aunque de seguro si a la miseria, a la ruina y al olvido. La historia al final no se acuerda de los perdedores.