Era 1985. José Luis Moro, estudiante de Derecho que componía en sus ratos libres, envió su maqueta a un programa de radio. Aquella casete resultaba difícil de encasillar. Tras ella había un autor que cantaba, pero no sonaba a cantautor; y a su vez no era música anglo, no era música underground, no era música popera al uso... Andrés Rodríguez, conductor del programa radiofónico que recibió la cinta, advirtió posibilidades, pero percibía dificultades para darle salida a aquello: “La propuesta no era moderna como para ser descubierta por Radio 3 (y todo lo que no descubría Radio 3 no existía) y por otro lado Los 40 (como única radio mainstream) tenían el mismo tipo de soberbia”.

A José Luis Moro pronto se sumó Mario Gil, y Un Pingüino en mi Ascensor siguió siendo un grupo que no se ajustaba a los etiquetados más dominantes: “Demasiado indies para los pijos, y demasiado pijos para los indies”, les decían como reproche o justificación para no prestar atención a sus temas desde variados altavoces mediáticos. Aquel hándicap, sin embargo, representaba a su vez un potencial: el reseñado desajuste respecto a lo establecido implicaba un rasgo definitorio y un punto de diferenciación respecto a la competencia. Ahora acaba de presentarse el libro “Cuarenta años sin encajar muy bien en ningún sitio”: publicación que recopila buena parte de sus letras, y cuyo título ya denota que el desencaje ha sido una nota distintiva a lo largo de su trayectoria.

Quedémonos con ese rasgo, por ver si cabría extrapolarlo a distintos derroteros. ¿Qué sucedería en la política con aquello que se desmarca de los encasillamientos estándar? ¿Qué ocurriría en la política con las opciones desencajadas? En política, escapar a los etiquetados hegemónicos suele conllevar un descarnado coste: desde cauces y plataformas que pretenderían desoír a quien no es “de los suyos”, hasta incivilizados ataques que llegarán a lo largo y ancho del espectro ideológico.

Pongamos por caso. Los profesionales que todavía aspiran a ofrecer su información o su análisis, sin que tales ejercicios vengan dictados por las correspondientes siglas, se encuentran en una situación más vulnerable y precaria, que quienes prosperan a las faldas de las respectivas maquinarias propagandísticas. El aludido empeño profesional es la antítesis del que frecuenta el vociferante activismo (hoy muchos llaman activismo a la burda y obscena propaganda). Quienes van de activistas se encuentran con algunas ventajas, claro: suele resultar más cómodo (les amparan las entregadas claques y les atacan los hooligans del otro lado… pero no se encuentran con una simultánea ferocidad de sucesivos hooliganismos); y suele resultar más lucrativo (manosear tal o cual causa será algo remunerado con solvencia por esas siglas, medios, fundaciones o entidades que vienen a configurar el correspondiente engranaje partidista).

Y junto a las voces individuales que optan por el desencaje (en aras de la profesionalidad, precisamente), ¿qué ocurre con los partidos políticos que existen y han existido? ¿Encontramos ejemplos que escapen a los estilos `musicales´ que más suenan en el `espotifai´ politiquero? La próxima semana, si les parece, tratamos de abordar esas preguntas.