“Demasiado indies para los pijos, y demasiado pijos para los indies”, decían algunos de un grupo musical que no se acomodaba a los etiquetados más habituales. Aprovechando el reciente libro de José Luis Moro ('Cuarenta años sin encajar muy bien en ningún sitio'), la semana pasada recordábamos esas consideraciones que solían verterse sobre Un Pingüino en mi Ascensor; y habíamos quedado en que hoy trataríamos de afrontar desencajes políticos.

El actual 'spotify' politiquero resulta bastante tristón y previsible. En términos generales, y aludiendo a formaciones con representación institucional, cada sigla responde a enjaulamientos convencionales. El espacio público dominante no logra escapar al eje 'izquierda/derecha', y todo el chapoteo suele emanar desde esas simplonas coordenadas. Hace años sí pudo advertirse alguna opción que trataba de eludir los encasillamientos más ramplones. Dos ejemplos.

Ciudadanos, antes incluso de constituirse oficialmente, se expresaba así en su primer manifiesto (7-6-2005): “Este partido, identificado con la tradición ilustrada, la libertad de los ciudadanos, los valores laicos y los derechos sociales, debería tener como propósito inmediato la denuncia de la ficción política instalada en Cataluña”. Aquellos quince firmantes originarios lamentaban el “mito identitario”: tan extendido en el arco parlamentario, como para dejar sin representación a buena parte de la ciudadanía catalana. De ahí abogar “Por un nuevo partido político en Cataluña” (era el título del reseñado manifiesto) “que contribuya al restablecimiento de la realidad”. Con el paso de los años, Rivera acabó convirtiendo el partido en algo encajado y encajable, así que dejaría de ilustrar esas vertientes que se esbozan en esta columna.

Y si Ciudadanos surgió como un partido adscrito a Cataluña, UPyD se presentó como un proyecto nacional desde su origen (29-9-2007). Su Manifiesto Fundacional, escrito por el propio Fernando Savater, apostaba por el desencaje: “(…) los ciudadanos no nacen siendo ya de izquierdas o de derechas ni con el carnet de ningún partido en los pañales. (…) Ser considerados de izquierdas o derechas no nos parece el centro del problema, aunque nos apiadamos cordialmente de quien carece de mejores argumentos para descalificar al adversario”.

Aquella transversalidad aspiraba a reunir lo mejor de las tradiciones liberal y socialdemócrata, y evidentemente tenía mucho que cuestionar a los postulados reaccionarios del separatismo y del nacionalismo obligatorio; y a las complicidades y podredumbres en que venían incurriendo PSOE y PP. Las versiones 'premium' de los unos y los otros es constatable que jamás ayudaron a saneamiento alguno: con Podemos y Vox, el ruido y el envilecimiento prosiguió ganando protagonismo, mientras la deseable regeneración democrática se volvía cada vez más lejana.

La 'P' de la sigla contemplaba el “progreso”. UPyD lo definía en ese Manifiesto Fundacional; y de hecho Savater ya había clarificado lo que cabría entender por tal concepto: “(…) son progresistas quienes combaten los mecanismos esclavizadores de la miseria, la ignorancia y la supresión autoritaria de procedimientos democráticos”. Es decir, “la sociedad progresa cuando amplía y consolida las capacidades de la ciudadanía”. Y constatando que lo progresista resulta antónimo de lo reaccionario, Savater añadía: “tanto desde la izquierda como desde la derecha pueden venir propuestas progresistas o esclerotizarse cautelas o imposiciones reaccionarias” (artículo “Regreso al progreso”, El País, 4-8-2007).

Bastará recordar, para deprimirse, que en la actualidad muchos emplean la acuñación de “bloque progresista”, para referirse a esa amalgama de ombligos con que Pedro Sánchez se amarra a La Moncloa. Creo que no hará falta detenerse a constatar el “progreso” que cabe avistar en los Bildu, Junts, ERC y compañía.