Muertes por calor, frecuentes pero silenciadas
Las altas temperaturas se llevan cada verano más de mil vidas en España y las previsiones apuntan a un incremento de las olas de calor.
7 junio, 2016 19:27Noticias relacionadas
Cuando tu temperatura corporal rebasa los 40 ºC y la acompañan convulsiones, vómitos, delirios y dolores de cabeza, entre otros síntomas, puedes estar sufriendo un golpe de calor. Este grave trastorno tiene una base ambiental. Con la llegada del verano, aumentan los problemas de salud debidos a las condiciones térmicas. Y a veces pueden ser fatales, aunque en general, los fallecimientos atribuidos a los golpes de calor no dejan cifras impresionantes.
"Por ejemplo, en una de las peores olas de calor, la de 2003, la mortalidad debida a golpes de calor fue de únicamente 141 personas en España", dice a SINC Julio Díaz Jiménez, jefe de área del departamento de Epidemiología y Bioestadística del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII).
Pero las muertes relacionadas con las altas temperaturas son muchas más que las achacables estrictamente a los golpes de calor, y pueden contarse por miles. Se deben al agravamiento de patologías previas ya existentes.
Durante ese verano del 2003, las temperaturas extremas del aire provocaron 70.000 muertes adicionales en toda Europa, según un estudio publicado en Comptes Rendus Biologies. En España, el Centro Nacional de Epidemiología atribuyó 6.400 fallecimientos al calor, una cifra que podría aumentar debido a los efectos del cambio climático.
Para los epidemiólogos, culpar al calor de las muertes de manera inequívoca no es fácil. A pesar de ello, según un estudio publicado en mayo en Environmental International, la mortalidad asociada al calor en España fue de 1.312 personas al año en el periodo de 2000 a 2009. En total, se habrían producido 13.119 muertes en estos diez años. Los resultados del trabajo revelan que durante esta década las provincias que han tenido un número de decesos por calor más elevado son Madrid (2.291), Barcelona (1.205), Vizcaya (743), Sevilla (626), Zaragoza (533), y Pontevedra (529).
El problema estriba en que "estas estimaciones sobre mortalidad atribuible son resultados de modelos de diagnóstico y no tienen por qué coincidir con el exceso de mortalidad real producida en ese periodo", subraya Díaz.
De lo que no hay duda es de que "las temperaturas extremas están directamente relacionadas con la mortalidad", zanja Esther Roldán, investigadora en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad San Jorge de Zaragoza que ha estimado el aumento de las muertes por calor en Zaragoza. Un hecho que también confirma laOrganización Mundial de la Salud (OMS): el calor genera pérdidas por patologías cardiovasculares y respiratorias, sobre todo en los ancianos, grupo más vulnerable.
"Estudios recientes realizados en Madrid han encontrado también asociaciones entre el calor y el exceso de mortalidad en enfermos diagnosticados previamente de enfermedad de Parkinson", informa Díaz.
Un peligro para mayores, niños y embarazadas
Ante un verano que ya asoma, las miradas se dirigen a los termómetros. El mes de julio de 2015 fue el más caluroso de la historia, con una temperatura media de 26,5 ºC. Más de dos tercios de las provincias estuvieron esos días en alerta por altas temperaturas.
Aragón, por ejemplo, tuvo el aviso rojo en Huesca y Zaragoza, que batió su récord histórico con una temperatura máxima de 44,5 ºC, según anunció la Agencia Estatal de Meteorología en esta Comunidad Autónoma. En general, el valor de media mensual en toda España superó en 0,3 ºC el registrado en agosto de 2003.
A pesar de ello, la identificación de los fallecimientos es una tarea complicada, salvo por el pequeño número de casos que se deben al golpe de calor. “Solo podemos detectar excesos de mortalidad respecto a la mortalidad esperada. Es decir, podemos cuantificar un aumento, pero no sabemos cuáles de esas muertes fueron debidas al calor y cuáles no”, explica a Sinc Xavier Basagana, investigador del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL).
Lo que los científicos sí conocen son los factores que aumentan la vulnerabilidad humana frente a las agresiones ambientales. “Las personas con peor salud y los ancianos poseen menor capacidad de adaptación o respuesta al calor”, declara Ferrán Ballester, científico del Centro de Investigación Biomédica en Red Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP). A ellos se unen los niños, que presentan mayor riesgo de enfermedad o muerte debido a la falta de madurez de algunos sistemas, a su mayor actividad y a su menor tamaño.
El investigador, junto a Ana Mª Vicedo-Cabrera de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunitat Valenciana (FISABIO) y Carmen Iñiguez de la Universidad de Valencia, llevó a cabo un estudio en el área metropolitana de Valencia, publicado en la revista Environmental Research, sobre otros grupos muy vulnerables al aumento de las temperaturas: las embarazadas y los fetos.
“Las mujeres gestantes pueden ser especialmente vulnerables a sufrir estrés por calor, por una parte debido al esfuerzo físico y mental extra al que están sometidas durante el embarazo, y a que su capacidad para mantener el equilibrio térmico entre su cuerpo y el ambiente se ve más limitada”, subraya Ballester.
Según los resultados de su trabajo en Valencia, el riesgo de tener un parto pretérmino durante el último mes de embarazo aumentó un 20% si la madre había estado expuesta a temperaturas extremas dos días antes del nacimiento. Aunque los científicos no determinaron los mecanismos fisiológicos responsables de este fenómeno, sus hipótesis apuntan a que el calor pudo iniciar un proceso inflamatorio y la secreción de sustancias como la oxitocina involucradas en el proceso del parto.
“Se ha observado que los bebés prematuros presentan un riesgo elevado de sufrir secuelas en su desarrollo neurológico, efectos adversos en su función respiratoria y su crecimiento, que pueden perdurar incluso hasta alcanzar la edad adulta”, observa el científico del CIBERESP.
Otros estudios recientes realizados en Europa y Norteamérica indican que el calor no solo se asocia con el parto prematuro –considerada la primera causa de muerte neonatal–, sino también con una mayor probabilidad de parir un bebé con bajo peso al nacer, malformaciones fetales e incluso con la muerte perinatal.
Pero la debilidad frente a las agresiones térmicas del ambiente no depende solo del estado físico de los ciudadanos. Son determinantes las infraestructuras con las que cuente la comunidad, como un urbanismo adecuado dotado de zonas verdes, sistemas de alerta, de abastecimiento de agua y de distribución de alimentos, y por supuesto, unos buenos servicios de salud pública. También entran en juego factores geográficos: tienen mayor riesgo las poblaciones en zonas costeras bajas o en los límites de las enfermedades trasmitidas por vectores, las zonas rurales alejadas de asistencia sanitaria, y las áreas urbanas sometidas al efecto de isla térmica.
Aumentan las olas de calor
De hecho, por estas mismas razones, no son las ciudades del sur de la Península, donde se alcanzan temperaturas más elevadas, las que sufrirán una mayor mortalidad atribuible al calor. “Los procesos de habituación al calor y la existencia de infraestructuras adecuadas, como hogares con aire acondicionado, son claves para minimizar sus efectos sobre la morbilidad [proporción de personas que enferman en una población] y la mortalidad [las que mueren]”, concreta Julio Díaz Jiménez del ISCIII.
Un ejemplo claro es el de la ola de 2003. “La mayor mortalidad atribuible al calor se produjo en el noreste de España y Baleares, donde se alcanzaron temperaturas inusualmente altas para estas regiones”, añade el experto.
Aunque aquella fue la mayor ola de calor, hubo otras también muy intensas, según publicaba la Revista Española de Salud Pública. “Las de 1991 y 1995 no generaron tanto impacto, probablemente porque ahora vivimos en un mundo más globalizado y la gente está más comprometida en la lucha contra el cambio climático”, recalca Dante R. Culqui Lévano, médico epidemiólogo en el ISCIII.
Después de 2003, las olas de calor fueron menos intensas. Es decir, se soportaron menos grados por encima de la temperatura de disparo a partir de la cual comienza a aumentar la mortalidad atribuible al calor de forma acusada. Fue el caso de las de 2004, 2005 y 2009. A pesar de ello, “en la de 2005, aun siendo menos intensa, la mortalidad fue mayor”, añade Culqui. Está previsto que aumente el número y la intensidad de las olas de calor en el futuro, pero los científicos no pueden asegurar qué ocurrirá.
Según el V informe de evaluación del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), la temperatura media global muestra un incremento de 0,85 ºC (entre 0,65 ºC y 1,06 ºC) en el periodo 1880-2012, y si sigue la tendencia para 2100, se alcanzará un aumento de temperaturas de entre 2,7 y 3,5 ºC. Si a esto se le añade el envejecimiento de la población, la mortalidad podría seguir aumentando debido al calor.
En un estudio publicado en Epidemiology, el investigador del CREAL Xavier Basagana cuantificó, junto a su equipo, unas 300 muertes anuales atribuibles al calor solo en Cataluña. “Teniendo solo en cuenta el aumento de temperaturas, esas muertes atribuibles al calor se pueden doblar en 2025, y llegar a más de 700 en 2050”, asevera el experto. Con el envejecimiento de la población, los registros actuales podrían multiplicarse por ocho.
Sin embargo, si se toman las medidas de adaptación adecuadas, el incremento de las muertes podría reducirse aunque siguieran aumentando las temperaturas. “La existencia de planes de prevención, la habituación al calor y la mejora de infraestructuras, entre otros, pueden hacer que este incremento sea muy inferior al considerado inicialmente”, manifiesta a Sinc Julio Díaz.
De hecho, en un estudio recientemente publicado en Environmental Research, el investigador comparó la mortalidad atribuible al calor en el periodo 1986-1997 con la producida entre 2001 y 2009. Los resultados demostraron una importante disminución de esta mortalidad, sobre todo en el grupo de mayores de 65 años. “Se prevé un incremento de la mortalidad debida al calor, pero menos que el que inicialmente cabría esperar si no se tienen en cuenta los procesos de adaptación”, resalta el científico del ISCIII.
Cómo evitar las muertes
Entre estos procesos destaca el Plan de Prevención ante altas temperaturas que activa el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad cada verano. Además, las comunidades también tienen los suyos propios. Todos ellos velan en especial por los grupos de riesgo como las personas mayores y personas con patologías de base, y recomiendan hidratarse y no hacer esfuerzos físicos importantes en las horas centrales del día.
“El plan de Cataluña, por ejemplo incorpora avisos, información a la población, coordinación de recursos de emergencia y redacción”, informa Xavier Basagana del CREAL. Tras la ola de calor del 2003, en Madrid también se implementó un plan para la vigilancia y control de los efectos de las olas de calor. “El problema es que muchos de estos planes luego de haberse implementado no han sido evaluados”, destaca Dante R. Culqui, del ISCIII.
Por otra parte, aun habiéndose aplicado, los planes no han impedido las muertes que se han producido en los años posteriores. Para Culqui, esto se debe a varias razones: las alertas de olas de calor inicialmente no consideraban la temperatura umbral de disparo, y se obtenían con criterios solo climatológicos y no epidemiológicos.
“Pero además las olas de calor varían mucho entre sí, no es lo mismo una temperatura alta en un solo día que temperaturas altas sostenidas durante periodos prolongados de tiempo”, advierte el médico, que considera necesaria más investigación para conocer el comportamiento de las olas de calor y su variación en las diferentes Comunidades Autónomas. “En la actualidad se ha avanzado porque ya se ha conseguido determinar esa temperatura de disparo a nivel provincial”, añade.
Ante este escenario, el reto está en comprender cómo una ola de calor desencadena golpes de calor y desequilibra las enfermedades de los pacientes crónicos. “Hay que aprender a interpretar”, dice Culqui. Y para ello no solo se necesita el compromiso de los médicos, sino también el de los especialistas ambientales.