En un momento en el que la conciencia nacionalista se expande de nuevo por Francia, era de esperar que tarde o temprano el mito de Juana de Arco (el equivalente galo a nuestro Santiago Matamoros como símbolo de la unidad y la grandeza francesas dentro de la fe católica) volviese a primera línea. Lo que era más difícil de prever es que lo hiciese abriendo un conflicto (en este caso, legal) contra los mismos ingleses a los que combatió, y que eso diera pie a toda una exaltación patriota en un parque temático, todo un símbolo de nuestros tiempos digno de la imaginación de un Houellebecq.
El motivo de la disputa ha sido la vuelta al país galo del supuesto anillo de la santa, que murió en la hoguera con tan sólo diecinueve años (vivió entre 1412 y 1431), y que, según afirmó, fue llamada por Dios, a través del arcángel San Miguel y las santas Catalina y Margarita, a encabezar la expulsión de los ingleses de Francia en el marco de la guerra de los Cien Años. La tradición indica que la joven habría poseído tres anillos; a dos de ellos se les habría perdido la pista, mientras que un tercero, con tres cruces y la inscripción "Jesús y María", habría pasado a manos del cardenal inglés Henry Beaufort tras su ejecución en Ruan. Este anillo, además, habría servido de prueba de cargo en el proceso, por las supuestas afirmaciones de Juana de que tenía propiedades curativas.
Poco importa que sea imposible determinar si la pieza verdaderamente estuvo alguna vez en un dedo de la santa. Su comprador, el empresario y ex político de la derecha Philippe de Villiers, se hizo con él en el transcurso de una subasta por 376.833€. Había sido puesto en venta por el hijo de un miembro del séquito de De Gaulle, que siguió al general a Inglaterra cuando éste tuvo que abandonar Francia tras la invasión nazi. Se da la circunstancia de que, además, De Villiers es el propietario del parque temático Puy de Fou, situado en el departamento de la Vendée, y especializado en recrear los momentos más importantes de la historia francesa.
De hecho, el anillo fue recibido en el parque con una gran ceremonia medieval llena de soldados y caballeros montados y a pie, pendones y banderolas, y una joven que portaba el anillo sobre un cojín, como recuerdo de la poco más que adolescente campesina que logró convencer al entonces Delfín de Francia de que la dejara liderar un ejército que recuperó Orleans a los ingleses y sus aliados borgoñeses, y consiguió que finalmente se coronara como Carlos VII en la Catedral de Reims, para luego ser apartada en los juegos diplomáticos y las intrigas de la corte. Y aunque no ha habido ningún especialista que se haya atrevido a afirmar con rotundidad la autenticidad de la pieza, han sido también muy escasos los que se han atrevido a declararla inequívocamente falsa, tal es el entusiasmo con el que un país muy herido en su orgullo la ha recibido.
A ello ha contribuido, sin duda, el anuncio del Gobierno británico de que litigará por la devolución del anillo, argumentando que se trata de un patrimonio histórico que nunca debió salir del país. De prosperar la demanda, De Villiers podría enfrentarse a una multa de un millón de euros y hasta seis años de prisión, en lo que viene a ser una variación de lo habitual, pues suele ser Reino Unido el objeto de reclamaciones de países que pretenden recuperar piezas importantes de su memoria histórica.
Seis siglos después de su muerte, Juana de Arco añade un capítulo más a una larga lista de utilizaciones políticas y simbólicas: en vida sirvió de argamasa para unir al ejército francés, que estaba perdiendo la guerra contra los ingleses. Éstos, por su parte, utilizaron la condena por herejía para intentar contrarrestar esa influencia. Carlos VII, por su parte, no paró hasta que consiguió la nulidad del proceso en 1456; en 1909 fue beatificada por Pío X, y en 1920 santificada por Benedicto XV. Convertida ya en la Santa Patrona de Francia, ha sido el icono con el que han combatido muchas generaciones de franceses.
Y ahora, en una Francia sacudida por las consecuencias de su heterogeneidad, en la que la candidata del Frente Nacional Marine Le Pen la cita como una de sus inspiradoras, su pretendido anillo reposa en un lugar que ofrece el relato perfecto y añorado de la nación, entre falsos mosqueteros, actores que interpretan a soldados en Verdún y un rey Arturo de pega. Seguro que esa parte, ni San Miguel, ni Santa Catalina, ni Santa Margarita, se la mencionaron nunca a la doncella de Orleans.