Max Brod, el amigo íntimo de Kafka que le traicionó: por qué gracias a él podemos leer sus obras
El escritor checo ordenó que se deshicieran de sus obras pero Brod fue incapaz de borrar del mapa lo único que le quedaba de su amigo.
16 noviembre, 2019 02:49Noticias relacionadas
¿Se imaginan un mundo sin El proceso de Kafka? ¿Un mundo sin los cientos de manuscritos inacabados del escritor checo más importante de la historia? Infinidad de textos que hoy en día pueden ser consultados por académicos e investigadores de Franz Kafka no estarían al alcance de la humanidad si su íntimo amigo Max Brod hubiera cumplido sus deseos.
"Mi última petición. Todo lo que dejo atrás (...) en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página". Estas son las palabras que el también escritor Brod encontró entre los archivos del departamento de su casa. Diez años atrás, Kafka, enfermo por una fiebre pulmonar de la cual no sabía si terminaría de recuperarse, escribió a su amigo que los únicos libros que le debían sobrevivir eran La condena, El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penal, Un médico rural y Un artista del hambre.
Franz Kafka siempre fue un artista acomplejado que, como muchos literatos del siglo XX, lidiaba con sus tormentos por las noches mientras escribía. Casi nunca terminaba aquello que comenzaba a redactar y plasmaba sus obsesiones familiares y sexuales en su obras —véase La condena o Informe para una academia—. "Eres feliz en tu infelicidad", le llegó a decir Max Brod a Kafka, quien afirmaba que el autor era un hombre que contemplaba el mundo con una lucidez tan excesiva que llegó un momento en el que no pudo soportarlo más. Tal y como le confesó a Brod, tenía un miedo terrible a la muerte porque aún no había vivido.
"Kafka, convencido hasta el último momento de lo defectuoso de su escritura, no tuvo tiempo para decir todo lo que llevaba dentro", escribe el investigador Benjamin Balint en El último proceso de Kafka (Ariel). Quizá por ello Brod se vio incapaz de eliminar lo poco que había llegado a decir. Tras la muerte del praguense en 1924, los 22 años de amistad le pusieron en un compromiso del cual no sabía cómo salir. En primer lugar porque Kafka era incapaz de realizar por sí mismo la extinción de sus obras, y la responsabilidad recayó sobre él, y en segundo lugar porque de no hacerlo estaría traicionando la voluntad de su amigo.
Brod sabía de la enorme autoexigencia en la que vivía sumido su compañero de profesión. Finalmente, tras el entierro, Hermann Kafka, padre del escritor, firmó un contrato que otorgaba a Brod el derecho a publicar póstumamente las obras de Franz. "Debería haber designado a otro albacea si estaba total y completamente decidido a que se cumplieran sus instrucciones", alegó.
El resto de su vida lo dedicó a canonizar y ensalzar la figura de su fallecido amigo, al cual lo calificaba como "el más profético (y perturbador) cronista del siglo XX". Brod murió en Tel Aviv en 1968 y toda la herencia kafkiana pasó a su secretaria y confidente, Esther Hoffe. Este legado sería el punto de partida de un proceso infinito sobre la obra del escritor que lleva muerto 95 años.
¿A quién pertenece Kafka?
En 1973, cinco años después de la muerte de Brod, el Estado de Israel llevó a juicio a Esther Hoffe por los manuscritos de Kafka que había heredado. El juez dictaminó que la señora Hoffe podía hacer lo que quisiera con su herencia durante su vida. Pero el tiempo, que no excluye a nadie, también se llevó a Esther y lo único que quedaba de la obra de Kafka le llegó a Eva Hoffe, su hija. Así, la polémica se reactivaba.
¿Pertenecían los textos de Franz al Estado de Israel, el cual quería que permanecieran en la Biblioteca Nacional de Jerusalén? Al fin y al cabo Kafka era judío. ¿O debía permanecer en el Archivo de Literatura Alemana de Marbach en Alemania? Al fin y al cabo escribió en alemán y jamás vivió en Israel. Además, Eva Hoffe y Kafka no tenían ningún tipo de vínculo que los relacionase.
Tras años de exhaustiva lucha, a los 82 años de edad, Eva se enfrentaba a la última de sus batallas. En El proceso, obra que Kafka quiso destruir y fue publicada de manera póstuma por Max Brod, las salas del tribunal están a media luz. Esta vez, la sala Jerusalén la iluminaba la luz natural que se reflejaba en las blancas paredes. Eran tres jueces sentados en el estrado contra una anciana que estaba a punto de perder definitivamente su herencia.
Por lo que a mí concierne, las palabras 'justicia' e 'imparcialidad' han sido borradas del vocabulario
Hoffe se escudaba en que el intento de representar a Kafka como un autor judío era ridículo, pues no amaba su condición judía sino que "escribía desde su corazón, hacia su interior". Mientras el tribunal debatía el veredicto, la heredera no perdía la esperanza, pues la llevaba marcada desde su nacimiento. Su apellido, Hoffe, significa esperanza en alemán.
El 7 de agosto de 2016 cualquier atisbo de esa esperanza a la que se aferraba la anciana se disipó. El juez dictaminaba que Eva Hoffe debía entregar todo el legado de Brod a la Biblioteca Nacional de Israel, la cual podría dotar a los textos de Kafka de "una adecuada resurrección literaria". Eva Hoffe falleció el 4 de agosto de 2018. Tenía 84 años. No tenía ganas de seguir luchando tras el veredicto. Según llegó a comentar, se sintió como si la hubieran "violado".
Así lo explica Balint en El último proceso de Kafka: "Ella no comprendía la ley ni las piruetas del razonamiento legal, pero entendía la sentencia. Su herencia era el juicio en sí. Paradójicamente, había heredado su herencia, la imposibilidad de ejecutar el testamento de su madre. Solo poseía su desposesión".