La Edad de Oro del souvenir coincide con la Década Miserable de los museos. La crisis de las malas praxis de los bancos también ha arrastrado a estas instituciones al borde de la asfixia. El refuerzo de la línea de merchandising es una de las consecuencias del recorte en los recursos públicos del patrimonio español. Las tiendas de los museos han duplicado su espacio y su oferta, los responsables de la selección de los productos a la venta son parte del organigrama y los ingresos que recaudan suelen rondar el 40% de los beneficios propios alcanzados. Tampoco es el mejor momento para captar patrocinadores dispuestos a colaborar.
Los museos se ven más condicionados por la financiación que la belleza. Los visitantes de museos se han convertido en usuarios que acuden a tener “experiencias” casi religiosas, en las que la compra es algo sagrado. Desde los catálogos, lápices, libretas, fundas de gafas… todo. Así lo reflejan los escasos estudios que se han hecho al respecto en este país.
Los responsables de las tiendas viajan por todo el mundo buscando objetos para el bazar, empresas donde producir una vajilla exclusiva para el museo o atendiendo a productores particulares de objetos realizados para la obra de un artista que van a exponer. Según cuentan ellos mismos, los objetos a la venta en museos españoles son una referencia en todo el mundo. La originalidad que persiguen caduca a las pocas semanas, porque todos los museos se copian las ideas en cuanto se hacen públicas.
Estrecheces de museo
Pero a la vista de su catálogo, el más arriesgado de todos es el Salvador Dalí Museum de San Petersburgo, en Florida (EEUU), que tiene la colección más grande de pinturas del artista surrealista fuera de Europa. Y unos leggings estupendos para quien no quiere pasar desapercibido, con el estampado de El toreador alucinógeno (1968-1970) por 24,95 euros. 95% poliéster. La parte delantera lleva el torero oculto con corbata verde y en la parte trasera, la Venus de Milo, con la cara de Cristo a la altura de la cintura. “Por favor, al seleccionar el tamaño tenga en cuenta que las mallas están pensadas para ser ajustadas”, se recuerda en la web.
Los límites del decoro y del kitsch varían en función del pudor de la dirección del museo y de sus necesidades económicas. Para muchas instituciones la frontera está en el perjuicio de la obra de arte, en la conservación de la dignidad de las piezas y, por tanto, de la imagen de la institución. Todos recordamos el producto estrella de la exposición Lágrimas de Eros, en 2009, en el Thyssen: el cuadro de Adán y Eva de Jan Gossaert estampado en una caja de condones. Si no tienen más de 80 años también hay que contar con el OK de los herederos.
La importancia de las ventas de la tienda para el museo es tan determinante que determina la programación de las exposiciones temporales. La gastronomía con etiqueta de artista es una de las últimas líneas de producto. Aceite de oliva virgen, salsas picantes, vino, azafrán, mermeladas. “Sólo alimentos de primera calidad”. Una gama irresistible para los visitantes extranjeros (japoneses), en cómodos envases para maletas diminutas. El público es más receptivo que antes, reconocen. Ahora acepta cosas nuevas y está aburridísimo de ver el cuaderno con Las Meninas y el logotipo. En la tienda se calibran las intenciones y el gusto del museo, se comprueba hasta dónde está dispuesto a estirar el efecto para conseguir más entradas y más camisetas.