Las 80 joyas romanas inéditas que desvelan la moda y las supersticiones de la antigua Mérida
Una exposición y un libro sacan a la luz un excepcional conjunto de adornos y amuletos de oro, ámbar, bronce o piedras preciosas hallados en Emerita Augusta.
3 julio, 2021 01:03Noticias relacionadas
Norbana Severa fue una mujer que perteneció a la élite romana de Emerita Augusta en torno al siglo III d.C. Natural de Lancia Oppidana, también en la provincia de Lusitania, murió a los 55 años. Su piísima madre, Julia Procula, la enterró en un sarcófago de plomo, en el que depositó un deslumbrante ajuar de joyas de oro, y le dedicó un ara funeraria de mármol blanco hallada el siglo pasado durante unas excavaciones en la zona exterior del anfiteatro de la actual Mérida.
Entre los objetos depositados en la tumba de Norbana Severa destacan un anillo de oro que su propietaria usó como sello personal, pues en el chatón se grabaron seis letras —las tres primeras del nombre y del apellido— en negativo para poder leerse correctamente sobre la cera; otra alhaja del mismo material con un pequeño granate en el centro y dos delicadas gemas azules en forma de lágrima en los hombros; dos moline, nombre que le daban lo romanos a los collares entrelazados con hilo de oro y cuentas de pasta vítrea, perlas y piedras preciosas; y un espectacular collar de cadena de lazo en oro y 32 cuentas octogonales de vidrio verde que hizo juego con unos pendientes.
Estas joyas son un puñado de las ochenta piezas inéditas, adornos personales empleados por hombres, mujeres y niños emeritenses en época romana, que acaba de presentar el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida a través de un libro y una exposición virtuales con el título de El brillo de la apariencia. Los objetos, recuperados en excavaciones arqueológicas efectuadas desde 1986 hasta la actualidad en viviendas antiguas, basureros y sobre todo tumbas datadas entre los siglos I y IV de la era actual, vuelven a la luz para describir las modas de la capital provincial y narrar historias de superstición, de lujo y biografías individuales.
Todos estos adornos son una valiosa fuente de información sobre la vida y las creencias de la Antigua Roma. Unos pendientes de oro, completados con un amuleto doble que representa en un extremo una mano y en otra un falo, reflejan su uso como protector contra los maleficios en el viaje hacia el más allá de un individuo fallecido a corta edad. Pero esa misma joya también podía anunciar la llegada de mujeres adineradas: se trata de los crotalia, pendientes con dos o más cuentas suspendidas que sonaban al chocar y pesaban tanto que podían deformar las orejas. En Mérida se han documentado formando parte del rico ajuar de un sujeto femenino del siglo II-III.
En un primer momento, los emperadores romanos se arrogaron la potestad de otorgar los anillos de oro en base al privilegio social. Luego cedieron según el estatus económico hasta que al final permitieron su uso a todos los ciudadanos libres. En Emerita Augusta se han recuperado valiosas alhajas con piedras sobre las que se grabó una cabeza de Atenea o un perro corriendo, y alguna incluso con forma de serpiente, símbolo de la vida y la muerte, la eternidad, la fertilidad, la fecundidad y la fidelidad conyugal.
Amuletos y pinturas
Según el escritor Plinio el Viejo, los objetos de oro destinados a los niños prevenían contra maleficios y venenos. Por eso en un depósito funerario fechado entre finales del siglo II y principios del III y plagado de amuletos infantiles se desenterró un anillo con una inscripción: las letras VT F, vt(ere) f(elix) ("úsalo feliz"). Es decir, se deseaba felicidad al dueño de la joya allá a donde fuese. Los padres pobres que se veían en la encrucijada de enterrar a sus hijos debían buscar materiales menos lujosos, como el bronce: en el área suburbana del circo se descubrió un enterramiento infantil de la primera mitad del siglo I en el que se había depositado una luna de bronce. Una protección menos ostentosa, pero igual de sentida.
A los niños varones, como amuleto, sus padres también les entregaban bullae (en latín, gota de agua), unos colgantes que debían llevar hasta la mayoría de edad; mientras que a las niñas, por ejemplo, se les regalaban medias lunas de plata —la Luna se relacionaba con la fertilidad y la sanación—, que colgadas al cuello hasta el día de su boda actuaban como rechazo al mal de ojo o fascinum. Curiosamente, estas piezas empezaron a ser utilizadas a partir del siglo I por los soldados, dispuestos a agarrarse a cualquier esperanza sobrenatural en momentos de incertidumbre y temor.
Oro, plata, ámbar, azabache, gemas, hierro, bronce, pastas vítreas, esmeralda... Esos fueron los materiales que compusieron la panoplia del adorno de los antiguos romanos y que encuentran su reflejo en la fascinante Mérida. Fue, además, una moda permeable a otras culturas y civilizaciones, como la egipcia y sus dioses, y que se transformó con el paso del tiempo hacia un estilo mucho más fashion gracias a los lujos que entraron en la Urbs como parte de los botines de guerra. Tradición vs modernidad. Y así hasta que el cristianismo censuró todos los objetos que tuviesen que ver con los cultos paganos.
Un último apartado atractivo de El brillo de la apariencia lo conforman los ejemplos referentes a la arquitectura romana. Tradicionalmente se asocia el mármol con el blanco, pero en Emerita Augusta se emplearon otros mármoles de colores, procedentes de Oriente, para embellecer los suelos de la curia o del foro de la colonia y también como propaganda imperial.
Norbana Severa, la mujer del ostentoso ajuar de joyas de oro, probablemente fuese muy rica, pero no ha sobrevivido ningún vestigio material que describa cómo era. Es lo contrario a lo que sucede con María Voconio, cuyas cenizas se depositaron en una urna de cerámica a principios del siglo II, en el interior de los columbarios, el edificio funerario de su familia. De esta romana se pintó un retrato sobre un mural que la dibuja de pie, vestida con túnica y manto, con la misma postura y gesto que las esculturas de mármol de las mujeres con una elevada posición económica y social. Su lujoso collar, lejos de brillar, ha sido deslucido por el paso del tiempo.