Tras diez meses al frente del primer equipo del Real Madrid, nadie ha sido tan decisivo para la leyenda de ‘Zizou’ como Antoine Griezmann y Juanfran: sin los penaltis que fallaron el pasado 28 de mayo, ¿cuál sería su balance? Comparado con los otros dos técnicos de la Liga nominados a Mejor Entrenador del Mundo por la FIFA (Luis Enrique y Simeone), el francés palidece. Hace falta algo más en un club que no mantiene un estilo de juego reconocible, ni apreciado, desde el otoño de 2014, cuando el equipo de Ancelotti aspiraba (se decía) a romper todos los récords de Guardiola y la lesión de Modric anticipó una caída a los infiernos que terminó con Kevin Roldán, el fracaso anunciado de Benítez y la llegada salvadora del mago en la víspera de Reyes.
El hechizo funcionó durante unas semanas, las suficientes para pacificar el vestuario y volver a motivar a los ‘galácticos’. En febrero, sin embargo, regresaron los bostezos del lapso Benítez. El Atlético le pasó por encima en el Bernabéu. El 6 de abril, cuando el Wolfsburgo le sacó los colores, la temporada parecía perdida. Siete semanas inspiradas de sus estrellas dieron al Madrid la Champions más extraña y menos celebrada de la historia. Quizá también la menos provechosa: la épica blanca del esfuerzo y la superación, validada por un triunfo demasiado fácil y contradictorio, abortó el ‘plan Renove’ de la directiva. ¿Cómo criticar a un equipo campeón de Europa, aunque venciese a la Roma, al Wolfsburgo, al Manchester City más manso que quepa imaginar y a un Atlético que le perdonó?
Magia, épica, esfuerzo, leyenda. El equipo no mostraba grandes contrastes con el del odiado Benítez, pero las estrellas al menos corrían. Su mayor apuesta, consolidar a Casemiro como pivote defensivo, era una idea (resistida) de su antecesor: su sola presencia hizo que encontrase respaldo inmediato. Nadie vio jugar bien al equipo, ni tampoco encarnar una idea de juego, pero lucharon en abril y mayo y atraparon la Undécima: más magia, más épica, más leyenda. Medio año después, sigue sin percibirse una idea específica de fútbol. Con el agravante de que la coexistencia entre la ‘BBC’ y el talento pujante de la cantera, esperanza del madridismo (Morata, Lucas, Asensio), cortocircuita el alumbramiento de un equipo que cumpla la ambición sana de la afición: ganar jugando bien.
Aun con una plantilla sobrada de calidad, el Madrid no juega a nada desde hace mucho tiempo. Es el líder sin brillo de la Liga, pero el rendimiento es tan irregular que se habla más de Casemiro o Modric que de Isco, James o Benzema. Acostumbrado a ser un equipo de jugadores, no de entrenadores (y mucho menos de directores deportivos, puesto que no hay), es la única escuadra potente del fútbol español actual sin estilo: lo tienen el Barça y el Atleti, por supuesto, pero también el Sevilla, el Villarreal y el Celta. Sampaoli, en dos meses, ha logrado más que Zidane en diez sin haber vivido nunca el fútbol español. Es la ventaja de tener a ‘Monchi’ al lado.
Desde su visita a Cornellá el 18 de septiembre, el Madrid encaja goles en todos sus compromisos. En cuatro partidos de Champions ha recibido más tantos que en toda la edición del año pasado. En Varsovia, ante el equipo más flojo de la competición, recibió tres en un estadio vacío después de haber metido un gol en el minuto 1. El caos táctico fue sonrojante: cuatro delanteros, una defensa ineficiente, una medular sobrepasada y expuesta. Ni un mediapunta cuando hay al menos tres en el equipo.
Una cosa es pacificar un grupo, administrar egos, y otra hacer jugar bien al fútbol. Sus 57 partidos en el filial ofrecieron resultados mucho peores que sus 43 en el primer equipo. El hilo conductor, no obstante, es patente: indefinición, poca vistosidad, irregularidad, vacilación. El cachondeo táctico de Varsovia pide reflexión: no se llegará a Cardiff solo con la pegada del tridente. Los números por ahora salen, pero la ilusión no. El Bernabéu aspira a algo más: un espectáculo del que estar orgulloso. Nadie (con permiso de Iniesta) ha manejado la pelota con tanto estilo como Zinedine Zidane en el siglo XXI, pero su concepción como entrenador es indefinible. Hay que reconocerle, eso sí, humildad: como dijo al acabar el partido en Varsovia, “nos ha faltado un poco de todo y yo soy el responsable”.