Tras decidir saltarse todos los torneos que componen la gira de tierra batida europea (Montecarlo, Madrid y Roma), Roger Federer fue un paso más allá al anunciar este lunes que no jugará Roland Garros, que un principio entraba en sus planes. A los 35 años, que el suizo no compita en el segundo Grand Slam de la temporada tiene todo el sentido del mundo: incluso con una preparación adecuada, que no ha realizado en las citas previas, Federer correría muchos riesgos en París, donde para celebrar el título deberían encadenarse tres o cuatro milagros y para hacerse daño en el cuerpo, sin embargo, necesitaría bien poco.
Así, el campeón de 18 grandes volverá a la competición con más de dos meses de descanso (paró el 2 de abril y regresará el día 12 de junio, en Stuttgart) con la diana puesta en Wimbledon (su gran objetivo, abiertamente reconocido) y en el verano americano (Canadá, Cincinnati y Abierto de los Estados Unidos), donde también puede aspirar a todo si juega como en los tres primeros meses de 2017, que le han visto volver de medio año parado y coronar con brillantez el Abierto de Australia, Indian Wells y Miami.
“Lamentablemente, he decidido no jugar Roland Garros”, dijo el suizo a través de un comunicado publicado en su página web. “He estado trabajando muy duro durante el último mes, tanto dentro como fuera de la pista, pero para intentar jugar muchos más en el circuito creo que lo mejor es renunciar a la temporada de tierra batida y prepararme para la hierba y la pista rápida”, añadió el número cinco del mundo, que por segundo año seguido no estará en París, donde ganó el título en 2009. “Ha sido un comienzo de año mágico, pero la planificación va a ser clave para aumentar mi longevidad. Mi equipo y yo hemos concluido que jugar un solo torneo en tierra no es lo mejor, ni para mi tenis ni para mi preparación física de cara al resto del año”.
Una vez más, y ya van muchas en los últimos tiempos, el movimiento de Federer demuestra que el genio no gana solo en la pista, que tras la magia que sale de esa raqueta hay una cabeza que ha entendido a la perfección cómo dosificar esfuerzos en torneos donde la victoria es casi imposible (la tierra batida, por la exigencia física que plantea la superficie y lo poco agradecida que es con el juego de ataque del suizo) y acumular energía para asaltar los territorios donde puede dejar su huella.
Confirmada su renuncia a Roland Garros, y tras poner la diana en la hierba, Federer se enfrenta a un desafío que ya ha superado en el inicio de este año: el de estar parado un buen período de tiempo y regresar con la victoria atada a la muñeca sin que ningún rival sea capaz de cerrarle el paso.
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