Nadal, mejor que nunca en un Grand Slam
Camino de octavos de Roland Garros, el español destroza 6-0, 6-1 y 6-0 a Nikoloz Basilashvili y logra su resultado más abultado en los 244 partidos que ha jugado en los grandes.
2 junio, 2017 15:11Noticias relacionadas
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“¿Le va a dejar ganar algún punto?”. La pregunta se escucha en la grada de la Philippe Chatrier el viernes a mediodía y no es ninguna broma, va completamente en serio. Es la tercera ronda de Roland Garros y Rafael Nadal está destripando a Nikoloz Basilashvili (6-0, 2-0 y saque). Pasa media hora de partido, el georgiano no ha conectado ni un golpe ganador y solo ha podido sumar ocho puntos, una miseria para echarse a llorar. Basilashvili, que tarda 50 minutos en celebrar su primer y único juego en el encuentro (con 0-6 y 0-5, tras encajar un 0-11 de parcial) es una marioneta maltratada por el campeón de 14 grandes, que acaba consiguiendo lo nunca visto: su victoria más contundente en los 244 partidos que ha jugado en Grand Slam (6-0, 6-1 y 6-0) y también en los 77 encuentros que ha disputado en Roland Garros (superando al 6-2, 6-0 y 6-0 de los octavos de final de 2012 ante Juan Mónaco). Subido en esa ola, el balear se cita el domingo con Roberto Bautista (6-3, 6-4 y 6-3 al checo Vesely) por los octavos de final. [Narración y estadísticas]
“Rafael ha jugado mejor que el día de Mónaco”, reconoce luego Toni Nadal, tío y entrenador del español. “Su primer set ha sido increíble, atacando todo el tiempo. Basilashvili no ha podido salirse nunca de esa presión”, prosiguió el técnico balear. “Está jugando muy bien, mejor que… no sabría decir porque en el 2008 ganó de una forma increíble. Así que vamos a esperar. Siempre hay que hacerlo cuando vienen los rivales más difíciles”, se despide el preparador.
“El mérito es de Rafa”, le sigue Carlos Moyà, ex número uno mundial. “Nos habían dicho que era un jugador que le pegaba muy fuerte y que conseguía muchos golpes ganadores. Hoy no ha sido así, pero por la intensidad de la bola a la que ha tenido que enfrentarse. Una vez que se mete en ese agujero es difícil salir”, continuó el campeón de un grande. “Cuando Nadal está jugando así al contrario se le hace una montaña”, cierra Moyà.
“El dato me dice que estoy en octavos de final y eso es lo único importante ahora mismo”, resume Nadal cuando le recuerdan que es su marcador más abultado en un grande. “Es uno de los mejores partidos que he jugado en esta pista en muchos años”, añade. “En 2008 gané y ahora mismo estoy en octavos de final. Las sensaciones están siendo buenas constantemente, pero cada día es una historia diferente: 2008 es pasado, lo que cuenta es 2017”.
El primer punto del partido es suficiente para descubrir que Basilashvili no es rival para Nadal, y en tierra todavía menos. El georgiano plantea un intercambio perfecto, mueve al español hasta que consigue el dominio del peloteo, tiene el tiro decisivo en su mano y… la respuesta del número cuatro es una defensa al límite que acaba en la red con una dejada a la que su oponente no llega. A Basilashvili, lógicamente, se le funden los plomos de sopetón: no ha pasado ni un minuto y su cabeza ha estallado.
A partir de ese momento, Nadal destroza al georgiano, le abre en canal y se pone a bailar encima encima de él. Sobre la pista están los dos, pero en el partido solo existe uno. La autocracia del español en todos los aspectos del juego es incuestionable: el mallorquín saca mejor que en el resto del torneo (gana el 76% de los puntos con el primer saque y el 79% con el segundo), tira profundísimo con la derecha y abre la pista con el revés, igual de largo que su drive. Basilashvili, que pierde de entrada su saque en los tres parciales, se queda en la pista por orgullo, pero en su cabeza tiene que estar la idea de marcharse corriendo de allí, de irse bien lejos y poner fin a la tortura.
Así y todo, al 63 de mundo le cae una oportunidad del cielo para dar de comer a su amor propio, aunque sea solo un pequeño aperitivo: en plena paliza (0-6, 1-6 y 0-3), Basilashvili tiene tres bolas de break (0-40) que se van por donde han venido. El español, que pelea cada golpe como si la recompensa fuese el título, las salva sin problemas, cierra el puño y sigue a lo suyo, jugando un tenis de videoconsola.
Como el Nadal jugador no conoce lo que significa ser compasivo, como compitiendo no tendría piedad ni de su propia madre, el georgiano vive el último tramo del partido con la cara desencajada, sudando impotencia y pidiendo aire para sus pulmones, pero sobre todo para una cabeza machacada por la exigencia de un contrario impecable: de largo, el mejor Nadal que se ha visto en mucho tiempo en Roland Garros.