“¡Qué palo me da tener que hacer un masaje ahora!”. “¿No me puedo tomar un trozo de pizza?”. “Oye, me voy al mall”. “¿Podemos entrenar una hora? Es que estoy un poco cansada hoy”.
El sábado a mediodía, Garbiñe Muguruza va enumerando algunos de los ejemplos que ha corregido a conciencia para impulsar su evolución como jugadora y establecerse en un nivel superior. La española, que debuta este domingo en la Copa de Maestras de Singapur ante Jelena Ostapenko (2-1 en el cara a cara), llega al último torneo de la temporada convertida en una tenista completamente diferente a la que en 2016 aterrizó en la misma cita agotada mentalmente, consumida tras descubrir por primera vez el éxito (primer Grand Slam en Roland Garros) y zarandeada por los malos resultados. Ahora, y después de ganar su segundo grande en Wimbledon, Muguruza no es una tenista nueva, pero sí una bastante distinta.
“Antes me decía que no pasaba nada, que un capricho me podía dar”, explica la número dos mundial en una conversación con tres periodistas españoles en uno de los salones del centro de convenciones del inabarcable hotel Marina Bay Sands. “Da igual si entreno una hora o una hora y cuarto. Da igual si hago 20 o 30 saques. Pues no, no da igual porque seguro que mis rivales están entrenando en casa, y ya solo por eso me van ganando”, prosigue la española. “El cambio viene tras ver que tengo un hueco ahí arriba. Si me pongo más fuerte, si me preparo más, si soy más… puedo asentarme y quedarme”.
Los escalones de la élite se miden por detalles más pequeños que el tamaño de una hormiga. Dicen los técnicos que para subir los primeros, que se logran al romper las barreras de las 100, 50 y 10 mejores del mundo, muchas veces vale con cultivar un poquito las condiciones que vienen desde la cuna. Para seguir escalando, para encontrar un hueco entre las más grandes y optar a todo, hacen falta otras cosas en un deporte que se ha profesionalizado hasta el extremo en todos los campos. Las jugadoras, claro, no han dejado escapar los adelantos en nutrición, prevención o entrenamientos porque lo que parece inservible puede terminar marcando una diferencia importante.
En poco tiempo, Garbiñe ha entendido el valor diferencial que tiene aprovechar todo eso. Más allá de los resultados (muy buenos) y de la consistencia (algo que jamás había tenido), sus sensaciones compitiendo le han confirmado que los sacrificios no solo ayudan a tener la conciencia tranquila. Por ejemplo, la Muguruza de 2017 pesa más o menos lo mismo que la de 2016, pero tiene más músculo y menos grasa. En pretemporada, la española se despidió de los lácteos, la harina, el azúcar y los refrescos y dio la bienvenida a una dieta rigurosa, sana y sin excesos de ninguna clase. Eso se ha traducido en los movimientos de su corpachón (1,82m) en la pista y en una velocidad explosiva que antes le faltaba.
“Ahora me siento mucho más atleta”, afirma Muguruza, que a finales de la temporada pasada se comprometió a no despegarse de la rigidez alimenticia. “Ser más ágil era una de las cosas que quería mejorar en pretemporada. Al final, soy muy alta y quería tener una buena movilidad en pista para que mis golpes no vuelvan siempre cuando juegue contra oponentes más bajitas”, apunta la española. “Me he enfocado mucho en eso y también en la alimentación. Son detalles que me han hecho más ágil y también más fuerte, pero no voy una hora al gimnasio. Estar ágil, estar fina y estar fibrada son muchas horas de gimnasio, de buena comida y… con un par”.
La rigurosidad entrenando también ha sumado en el proceso de consolidación que la tenista emprendió para sobreponerse a un convulso 2016 con la firme idea de no perderse por el camino, que es lo que le ocurrió a muchas otras con sus mismas capacidades cuando se encontraron de sopetón con un triunfo de los que cambian una carrera.
“Pero no he hecho un clic en mi mente”, descarta Muguruza. “Simplemente seguir en el circuito y jugar más partidos me ha hecho ver que siempre tengo una nueva oportunidad. Cuando acabo la temporada hago un balance, en términos de encuentros y de resultados. Antes era una jugadora de extremos: o ganaba el torneo o me quedaba al principio. O mucho o poco”, recuerda sobre sus vaivenes. “Realmente, quería ser más constante e intentar avanzar las primeras rondas. Me he concentrado mucho en mejorar en esas primeras rondas, pierda o gane, y he intentando no tomármelo todo a vida o muerte, como en 2016”, confiesa la española, que fiándose de esa mentalidad ha logrado mucho éxito.
“No sé lo que puedo conseguir o no, pero este año he vuelto a notar una mejoría, no he dado ningún paso atrás”, celebra la española, campeona de Wimbledon y Cincinnati, y capaz de encontrar una regularidad (siete semifinales) sobre la que ha construido su primer asalto a la cima de la clasificación. “He conseguido el número uno, que era uno de mis objetivos. Me muero por volver a serlo, tengo aquí la oportunidad de recuperarlo y voy a ir a por ello, pero no es una obsesión ahora mismo porque ya lo he sido”, reconoce. “Siempre se ha dicho que soy una jugadora con mucho potencial… el potencial este que me hierve la sangre cuando me lo dicen”, añade, riendo con calma. “Se han tenido expectativas muy altas conmigo, pero voy consiguiendo cosas poco a poco, a mi ritmo”.
Más consciente. Más rigurosa. Más peligrosa. Esta es la Garbiñe que aparece en Singapur para intentar convertirse en la primera campeona española de la Copa de Maestras y buscando acabar la temporada como número uno mundial. “Sé llevar un poco más el éxito. He podido mantener el nivel. Soy más luchadora en la pista. Todo eso ha sido muy importante”.
Así sí hay jugadora para rato.
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