Indian Wells 2015. Esa fue la última vez que Tomeu Salvà (Mallorca, España; 1986) viajó con Rafael Nadal por el circuito. El mallorquín, que ya estuvo en la Laver Cup con el campeón de 16 grandes, vivió desde la grada su victoria en el torneo de Pekín porque también le acompaña en la gira asiática, aprovechando las actividades que la Rafa Nadal Academy había programado con los más jóvenes en China.
Salvà, que trabaja como técnico en el centro desde su inauguración el pasado mes de octubre, es algo más que uno de los mejores amigos del número uno del mundo. El balear esconde un pasado impresionante sobre el que gira su charla con este periódico: esta es la historia de un niño prodigio que lo ganaba todo a la vez que Nadal, que luego se fue a Barcelona para intentar ser profesional y que quiso correr demasiado (llegó a ser 288 mundial) cuando las cosas se pusieron un poco complicadas.
¿Cuál es su historia?
Empecé a los cinco años, muy joven. Vivía en Cala Millor, justo al lado de Manacor. A 150 metros teníamos un club de tenis. Mis padres trabajaban mucho en el mundo del turismo y me querían colocar en algún lugar sano para hacer buenas relaciones y apostaron por el tenis. Fue difícil. Los primeros años lo quería dejar. Me gustaba mucho el ambiente, pero mi intención era abandonar la raqueta.
¿Por qué?
Porque no sabes jugar a tenis. Haces el movimiento, pero no golpeas la pelota. Te pasas toda la hora recogiendo bolas. Un día fui a mi madre y le pedí un cambio, algo más divertido, más dinámico. No me hizo mucho caso. Obviamente, cuando consigues enganchar la pelota cambia todo. Me gustó mucho una vez que pasé esos dos primeros años y tengo un recuerdo fabuloso de esa etapa.
“En Mallorca, éramos dos a los que las cosas nos iban muy bien juntos: Tomeu Salvà y yo. Tomeu se fue a la federación. Era con el jugador que yo entrenaba. Juntos éramos campeones del mundo”, dijo Nadal en Roland Garros 2015.
Con 14 años la federación me ofreció una beca para irme al CAR [Centro de Alto Rendimiento]. En aquel momento, Barcelona era el lugar que tenía más nombre, donde iban los mejores del país. Ahí fue cuando vi que podía ir en serio. Dejé a mi familia y a mis amigos para dedicarme profundamente a lo que me gustaba. Hasta entonces iba jugando por Baleares y salíamos a algunos torneos, como el Nike Junior Tour, que ahora es el circuito Rafa Nadal. Era una cuestión de pasarlo bien, de divertirse y de viajar.
¿Y entonces?
Me costó. Como ha dicho Rafa muchas veces, a la gente de la isla nos cuesta un poco más. No sé si es por el carácter o por la forma de ser, pero pasas un charco. Los primeros años no fueron fáciles para adaptarme siendo tan joven. Acostumbrarme al cambio, a los hábitos, a tener responsabilidades que no sabía ni que existían… Eso sí, los entrenadores me ayudaron mucho. Luego, cuando pasó ese período, me encontré muy cómodo. De hecho, estuve ocho años: desde los 14 hasta casi los 22.
A los 21 años, se tomó un tiempo de desconexión que terminó convirtiéndose en su retirada.
Tuve buenos resultados en mis años en Barcelona. Rafa y yo fuimos campeones del mundo en dos ocasiones, yo gané el campeonato de Europa individual… Salí de ahí estando el 400 del mundo con 17 años. Es muy buen ránking para esa edad. La época de la federación fue muy buena. Luego me cambié y fui a la academia de Francis Roig. Ahí ya jugaba otro circuito. Noté que me quedé parado. También tenía la referencia de Rafa. Iba con prisas. Viéndolo desde otra perspectiva, con 21 años no estaba mal colocado. Evidentemente no era un fenómeno, pero llevaba mi proceso y no era un mal camino. No supe aguantar mentalmente. Me metí demasiada presión muy pronto. Verme sin avanzar tres años, moviéndome por el mismo ránking, me costó.
¿Pensaba en volver?
Siempre tuve las puertas abiertas para poder volver. No lo dejé definitivamente, fue un parón temporal. Acabé un poco cansado de Barcelona, necesitaba un cambio. Perdí la ilusión y mi identidad. Quería volver a casa, estar unos meses y luego ver qué hacer. Paré justo antes de un Conde de Godó. Tenía una invitación para el cuadro final y la rechacé. Con 21 años, tenía todo el verano por delante. Seguí jugando competiciones por equipos porque ya estaba comprometido, hice de sparring de Ivanovic un par de semanas y luego viajé a dos torneos con Rafa. En septiembre, empecé a trabajar en la Federación de Baleares y me gustó mucho el mundo de la enseñanza. A partir de ahí nunca me planteé volver a jugar. La enseñanza fue un flechazo en mi vida.
Hay muchos entrenadores que disfrutan metiéndose en la pista para corregir golpes, algunos preparando la táctica contra un rival, otros cuando llegan los títulos…
A mí me gusta la enseñanza del día a día, transmitir lo que pienso a los jóvenes, pero lo que más me gusta es ver la evolución. Marcarles a ellos los objetivos que me marcaba yo cuando jugaba. Y cuando no evolucionan, cuestionarme por qué pasa eso. Nunca ocurre, pero la mejor etapa para un tenista es ser jugador, ser entrenador y luego volver a ser jugador. Lo que aprendes desde fuera no lo ves con la raqueta en la mano. Cuando eres jugador estás muy centrado y a veces te bloqueas en cosas que no son necesarias.
Usted ha reconocido antes que le costó aguantar mentalmente. Ahora que trabaja en la academia de Nadal con Jaume Munar y Christian Garín, ¿sabría cómo ayudarles si padecen esa misma presión?
En la Federación eran niños de edades muy pequeñas y ahí no pasa tanto. A nivel profesional es distinto. Munar y Garín están en este momento. Los dos están luchando por hacer carrera en el mundo del tenis, y tienen tiempo para conseguirlo. Personalmente, creo que puedo ayudarles y aportarles cosas.
¿Cuál es el problema de Garín?
Hay que dividirlo en dos partes, la tenística y la mental. Christian tiene muy buenos tiros, es un jugador con mucha fuerza y cuenta con dos de las cosas más importantes que se necesitan para ser tenista: el saque y la derecha. En la parte mental es donde está un poco más parado porque le falta madurar. Todos tenemos nuestro proceso de maduración. Lo ha mejorado este año al ponerle un poco más de dedicación en lo que hace. Él nota que tiene una edad y que ya no está para perder el tiempo. Esa madurez le ha llevado a la constancia, que es lo que le está faltando. De repente, hace semanas muy buenas y otras no tan buenas. Este año, por ejemplo, ha hecho un muy buen resultado pasando la fase previa de Wimbledon, que pocos lo esperábamos. El problema es que luego no mantiene esa constancia.
¿Y el de Munar?
Es totalmente lo contrario. Por eso, que se hayan juntado estos dos jugadores les puede ayudar mutuamente. Lo que necesita uno lo tiene el otro, y al revés. Se pueden nutrir bastante. Munar es muy competitivo, con muy buena actitud. Se desvive por el tenis y da el 100% cada día, en la pista y en el gimnasio. Y es un jugador que se pasa todo el tiempo comunicándose con el entrenador. Lo que tiene que mejorar son aspectos tenísticos.
¿La Academia de Rafa es como el CAR actualizado a esta época?
Exacto. La academia de Rafa tiene lo mismo, pero mucho más actualizado a los tiempos actuales. Los chicos tienen de todo: instalaciones, comodidades, entrenadores, profesores, trato… Ahora bien, tenerlo todo tan cómodo tiene algunas contras, pero también es importante y los jugadores lo notan.
¿Es una satisfacción trabajar allí o una responsabilidad?
Es una satisfacción muy grande, pero también una responsabilidad enorme. El nombre que hay detrás de la academia es muy importante. Se mira todo con lupa. Tenemos que exigir a los jugadores, pero antes de nada nos tenemos que exigir a nosotros mismos.
Las estadísticas no lo dicen así de claro, pero más de la mitad de los que intentan asaltar el profesionalismo se quedan por el camino.
Lo sabemos. Por eso, el tema de los valores es algo que trabajamos a conciencia y todos juntos. Hacemos reuniones diarias con los profesores, entrenadores, psicólogos y médicos. Hay una persona que hace una labor muy importante en la academia trabajando única y exclusivamente sobre los valores. Tiene un programa de actividades y ejercicios diarios para estos chicos. Hay unos premios y salen premiados dependiendo de los resultados que van haciendo. En nuestra área, que es la pista, intentamos ser estrictos en la actitud y en todo lo demás.
¿Por ejemplo?
Empezando porque la habitación tenga un orden al levantarse, que hagan la cama. En la pista que no se dejen las botellas de agua en el banquillo, que todo acabe tal y como ha empezado. Estamos muy comprometidos con eso. Los niños que tenemos son muy inteligentes, pero los padres también. Saben bien que el mundo del tenis es difícil y que lo más importante es que salgan con una educación y con unos valores bien definidos.
Y tras tantos años en la formación, ¿no le gustaría embarcarse en la aventura de trabajar con un jugador que ya esté formado y que compita entre los mejores del mundo?
He tenido la suerte de pasar por todas las etapas en estos 10 años. Empecé en la Federación, con chicos jóvenes, aunque eran los mejores de Baleares. Luego, en el proyecto de Rafa, me metí en la escuela base, donde hay niños de cinco años. También en la escuela de adultos. Ahora estoy trabajando con Munar y Garín, que tienen un nivel, pero muchas cosas por mejorar. Podemos decir que prácticamente he tocado todos los palos. La máxima ilusión de cualquier entrenador es crecer junto a un jugador, pero evidentemente me encantaría poder viajar en este circuito, que es donde Rafa se mueve.
La última vez que viajó con Nadal fue hace dos años, a Indian Wells. ¿Lo echaba de menos?
La experiencia ha sido muy bonita. Con Rafa se está muy cómodo y aprendes mucho de él. Hace una par de semanas leía una entrevista en la que Toni Nadal decía que había aprendido más de Rafa que al revés, y es verdad. Nadal es un superdotado, pero se puede debatir de tenis con él. Hablamos mucho. Es muy crítico y tiene una visión muy argumentada de todo. Para nosotros, para los entrenadores de la academia, va muy bien escuchar lo que tiene que decir porque puede aportar muchas cosas a la enseñanza. Está viendo lo que se cuece hoy en día en el tenis mundial y puede intuir cómo evolucionarán las cosas en el futuro.
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