Para llegar a las 400 victorias en tierra batida, un registro de otro planeta que tardará mucho tiempo en repetirse, Rafael Nadal ganó firmando su mejor partido en el Conde de Godó. El sábado por la tarde, el número uno del mundo superó 6-4 y 6-0 a David Goffin y se clasificó para pelear el domingo por su undécimo título en Barcelona contra el desconocido Stefanos Tsitsipas, que se impuso 7-6 y 6-3 a Pablo Carreño. Se puede decir con tranquilidad: si sigue a este nivel, el balear es imparable. [Narración y estadísticas]
“Él ha empezado brillante, haciéndome break”, recordó Nadal, que arrancó 0-2 la semifinal. “Sin embargo, creo que he desplegado un buen tenis. Poco a poco he ido subiendo la intensidad hasta firmar el mejor partido del torneo de largo, ante uno de los rivales más fuertes”, continuó el balear. “Delante tenía a un jugador de gran nivel. Es difícil de batir, pero he jugado bastante bien”, repitió el campeón de 16 grandes. “No me gusta decir si llego bien o mal a la final. Solo sé que este es el camino a seguir y es positivo que en el partido más complicado haya realizado mi mejor tenis”.
“Ha sido un primer set muy bueno, con una intensidad altísima”, le siguió Francis Roig, uno de sus entrenadores. “A Rafa le costó aguantarlo un poco, pero pudo retomarlo. Al final, es un poco la historia que se viene repitiendo… No son capaces de aguantar el ritmo que pone Nadal durante tanto tiempo”, prosiguió el técnico catalán. “Aunque lo hemos visto, la final es contra un rival desconocido y eso siempre te crea un poco de incomodidad”, avisó. “Tsitsipas tiene mucha envergadura y es complicado de desbordar”.
Desde su debut en el torneo, que fue el pasado miércoles contra Roberto Carballés, el balear había dado señales de estar lejos del tenista que coronó Montecarlo con una contundencia apabullante, como pocas en su carrera. Esa pérdida de nivel, motivada quizás por jugar en casa o por el récord de imbatibilidad que le han ido recordando partido tras partido (42 sets consecutivos ganados en arcilla hasta hoy), no impidió que el campeón de 16 grandes subiese tres marchas ante Goffin para convertir al belga en una marioneta.
Nadal comenzó a jugar cargando a cuestas con el mismo problema del día anterior ante Martin Klizan. Colocado muy lejos de la línea de fondo en los intercambios, con los pies bien apartados de zonas desde las que poder hacer daño, el español se puso en manos de Goffin, y lógicamente el belga lo aprovechó. En un suspiro, el número 10 mandaba 2-0 cargando sus reveses sobre el drive de Nadal, desdibujado durante los primeros minutos del enfrentamiento por el ritmo del número 10.
Lo que sucedió desde ese momento es la historia de Nadal, la base de todas sus remontadas. Obligado a darle la vuelta al encuentro, el español puso soluciones donde había parches. Primero, le ganó dos metros a la pista para intentar recuperar el control de los peloteos. Segundo, varió las direcciones para llevar a Goffin de lado a lado, haciéndole correr como pollo sin cabeza. Y tercero, rompió el saque del belga e igualó el partido, volviendo al punto de partido.
La consecuencia fue la de siempre: al enseñarle los dientes, que le sirvió para llevarse la primera manga del cruce, Nadal se metió en la cabeza de Goffin y acabó con una paliza fabricada con la mente y rematada con la raqueta. Se mire como se mire, lo de este jugador es impresionante.
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