¿Cuál es la dimensión de ganar 11 veces el mismo torneo? ¿Qué significa ser campeón en 11 ocasiones de una cita con el prestigio de Montecarlo? ¿Qué lógica se puede emplear para explicarle a alguien que no haya nacido aún que existió un jugador capaz de levantar 11 títulos en la misma pista? Posiblemente, ninguna de esas preguntas tienen respuesta, aunque va siendo hora de buscarlas. Este domingo, Rafael Nadal venció 6-3 y 6-2 a Kei Nishikori, elevó su undécima copa en Montecarlo y de refilón consiguió un par de cosas que no son ninguna tontería: el español desempató con Novak Djokovic en Masters 1000 ganados (ahora tiene 31, más que nadie) y mantuvo el número uno del mundo al menos una semana más, una posición que deberá defender desde el próximo lunes en Barcelona. Lógicamente, y como lleva tiempo pasando tras cada nuevo hito, su victoria contra el japonés volvió a destruir la historia, la leyenda y el mito, aunque todo eso se ha quedado pequeño para un tenista que ha caricaturizado cada una de las palabras reservadas para los elegidos. Nadal, claro, es más que eso. [Narración y estadísticas]
Nadal perdió el primer punto de la final estrellando una volea en la red y ganó el segundo con una derecha paralela fulminante. Si había dudas sobre el estado de su drive después de dejarle con malas sensaciones en la semifinal contra el búlgaro Dimitrov, si hacía falta comprobar la efectividad de irse a entrenar el sábado minutos después de pasar a la final, el español resolvió en un periquete todas las dudas. Puedo perder, por supuesto que puedo perder, pero no será porque a mi derecha le falte veneno.
En un día primaveral, con las gradas a reventar para ver a un jugador que consideran suyo, el aspirante provocó un incendió sobre la arena. Por primera vez en toda la semana, Nadal empezó un partido a contracorriente. En 20 minutos, y tras sufrir muchísimo para ganar su saque (1-1) teniendo que salvar una pelota de break, Nishikori rompió el del mallorquín y amenazó con sacudir la final. Para impresionar al número uno, sobre todo en tierra batida, hace falta algo más que jugar de línea en línea durante un ratito y romperle el saque. Eso fue lo que hizo el número 36 mundial durante la primera media hora del cruce, moviendo la bola con la facilidad que le ha distinguido en el vestuario, y que perdió al caer lesionado el curso anterior.
En agosto de 2017, el japonés cerró su temporada para recuperarse de un desgarro en el tendón de su muñeca derecha y regresó este año optando por jugar dos torneos Challenger (cayó en la primera ronda de Newport y ganó el título en Dallas) antes de dar el salto al circuito ATP en Nueva York. Tres pruebas le han bastado a Nishikori (Nueva York, Acapulco y Miami) para acercarse a su mejor versión, la del tenista mecánico, certero y apabullante que puede volverse imparable en un segundo.
Ante Nadal, que se defendió de ese tiralíneas con defensas espectaculares, Nishikori mostró una resistencia mental decente, pero acabó como los otros rivales del mallorquín esta semana. Después de perder la primera manga, después de pelear para nada, el japonés se desinfló irremediablemente y facilitó lo inevitable: que el campeón de 16 grandes le arrasase en una segunda manga que le dejó con el título en los brazos.
Al final de la tarde, lo imposible: Nadal ganó 11 títulos en Montecarlo, encadenó 36 parciales seguidos amarrados en tierra y se abrió de brazos al mundo. El monstruo todavía tiene hambre.
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