Ganar títulos nunca será una rutina, pero Rafael Nadal ha convertido en costumbre algo que es una auténtica barbaridad. El domingo, el mallorquín conquistó su undécimo Conde de Godó (6-2 y 6-1 a Stefanos Tsitsipas en 78 minutos, la final más rápida en la historia del torneo) tan sólo días después de llegar a esa misma cifra en Montecarlo, mantuvo al menos dos semanas más el número uno (hasta después de Madrid) y remarcó un mensaje que puede ver cualquiera: a día de hoy, y si el cuerpo le sigue respetando como hasta ahora, no hay rival que amenace el reinado del balear en tierra batida. Sí, no es precipitado pensarlo aunque todavía queda mucho por delante: Madrid, Roma y Roland Garros deberían llevar la firma del campeón de 16 grandes. [Narración y estadísticas]
“Estoy muy contento”, dijo Nadal, que con el de Barcelona acumula 77 títulos, los mismos que John McEnroe. “Ha sido otra semana muy positiva en casi todos los aspectos”, continuó el balear tras estirar a 46 su racha de sets ganados de forma consecutiva (no pierde desde los cuartos de Roma 2017) y coronarse en el Godó por octava ocasión sin ceder un solo parcial. “En general, he estado sólido y por momentos he jugado muy bien. Cuando he tenido que coger la ventaja para irme en el marcador lo he hecho bien, y luego él ha cometido más errores”, añadió el tenista. “Ganar 11 veces aquí significa mucho para mí, y encadenar dos semanas a este nivel también”.
Los jugadores salieron a competir con una tímida lluvia cayendo sobre la pista, que pasó a ser intensa durante el calentamiento previo a la final. Esas condiciones llenaron la grada de paraguas, detuvieron el partido unos minutos nada más empezar (con 1-0 para el griego) y amenazaron con la suspensión del encuentro, que siguió jugándose bajo el agua hasta que a la media hora apareció el sol. Lógicamente, la pista se volvió muy pesada, la pelota se empapó y cambiar las direcciones con facilidad se convirtió en misión imposible, aunque Nadal estuvo por encima de eso desde el primer momento.
A Tsitsipas, tenista de planta moderna (1,91cm y 83kg), se le hizo una bola el cruce, y tuvo motivos de sobra para que así fuese. Si jugar la primera final de tu vida debe ser complicado por el manejo de tantas emociones juntas, medirte a Nadal sobre tierra batida en ese partido convierte el desafío en un reto de los que casi nadie supera. El griego, con un saque potente, una derecha demoledora y muchas ganas de comerse el mundo, se quedó muy lejos de la corona de campeón, que poco después del arranque ya tenía claro dueño.
El español cumplió con la táctica lógica ante un rival con revés a una mano (bolas altas sobre ese tiro) y de puro agotamiento provocó un puñado de fallos que le despejaron el camino hacia la victoria, cansado como acabó el griego de golpear por encima de su hombro. Esa, sin embargo, no fue la única razón del triunfo. Nadal jugó un gran partido Barcelona, igualando a ratos el vendaval que produjo en las semifinales ante David Goffin. El número uno fue todo perfección, poniendo casi siempre la bola en la línea, anticipándose a las ideas de Tsitsipas y dándole la misma oportunidad que tiene una hormiga en que se pelea contra un elefante. Es decir, ninguna.
A toda velocidad, casi volando, Nadal se comió al griego en la primera manga, le engulló en la segunda (en la que salvó tres pelotas de break con 3-0, la consecuencia de bajar mínimamente la intensidad) y se llevó las manos a la cabeza porque posiblemente ni él mismo es consciente de lo está haciendo: ganar 11 veces el Conde de Godó es otro hito tan grande que no puede ni soñarse.
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