“¿Qué piensas de tu racha de victorias en tierra batida?”. “¿Crees que llegarás a Roland Garros sin perder ningún set?”. “¿Lo ganarás todo?”. “¿Hay algún rival que pueda plantarte cara?”. “¿Te sientes invencible?”.
Desde su retorno al circuito en la pasada eliminatoria de cuartos de final de la Copa Davis entre España y Alemania, tras pasarse 73 días alejado de las pistas por una lesión en el psoas-ilíaco de su pierna derecha, Rafael Nadal ha ido escuchando todas esas preguntas en batería, la consecuencia de regresar ganando con una contundencia espectacular (victorias ante Philipp Kohlschreiber y Alexander Zverev con la camiseta de La Armada) y de destruir a todos sus contrarios camino de la copa en Montecarlo (Dominic Thiem le arrebató dos juegos, Grigor Dimitrov sólo pudo quitarle cinco y Kei Nishikori otros cinco) para romper otro récord en el Principado, levantando 11 títulos con unas sensaciones difíciles de mejorar.
En su estreno en el Conde de Godó de Barcelona, sin embargo, Nadal arrancó ganando a Roberto Carballés, pero la victoria estuvo lejos de parecerse a las que venía consiguiendo desde su vuelta a la competición. “Ha sido el peor partido de los últimos que he jugado”, dijo entonces el español. “No he jugado bien. Era otro torneo, un rival nuevo y el partido se me complicó al principio, pero tampoco hay que darle vueltas a eso”, cerró.
Aunque levantó el vuelo ante Guillermo García-López (triunfo empañado sólo por un despiste en el segundo parcial), el balear volvió a sufrir de lo lindo contra Martin Klizan, al que arrasó en el primer set antes de ver cómo ponía en peligro su racha de 42 sets ganados de forma consecutiva, porque el eslovaco llegó a sacar con 5-4, muy cerquita de destruir la marca de su contrario forzando la manga decisiva.
Que Nadal sobreviviese, protegiendo su récord, fue algo que su equipo considero “un hándicap”, porque cuando el balear salió a jugar en semifinales contra David Goffin todo el mundo puso la mirada en esa racha, pendientes de si podía mantenerla o caía de una vez por todas. Eso, irremediablemente, presionó al tenista, que durante toda la semana también padeció algunos nervios por el simple hecho de jugar en casa, ante un público ávido de otra victoria histórica.
Por eso, que Nadal empezase siendo fusilado por Goffin (0-2 de entrada) y anulase rápidamente el vendaval (6-4 y 6-0), firmando su mejor encuentro en el torneo y acercándose cada vez más a su undécimo título (jugará con Stefanos Tsitsipas, vencedor 7-5 y 6-3 de Pablo Carreño), tiene un mérito increíble por todo el puñado de condicionantes (el récord, la presión de ser favorito, jugar como local…) que envuelven al español estos días.
“Él ha empezado brillante, haciéndome break”, radiografió Nadal sobre Goffin tras pasar a la final, la número 113 de su carrera, y sumar 400 victorias en tierra. “Sin embargo, creo que luego he desplegado un buen tenis. Poco a poco, he ido subiendo la intensidad hasta firmar el mejor partido del torneo de largo, y ante uno de los rivales más fuertes”, añadió el balear. “No me gusta decir si llego bien o mal a la final. Sólo sé que este es el camino a seguir”.
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