El olor a fuego llegó con el récord perdido (50 sets ganados de forma consecutiva) y el incendio se confirmó con una victoria tan extraña como dolorosa. En los cuartos de final del Mutua Madrid Open, Dominic Thiem eliminó a Rafael Nadal (7-5 y 6-3), que compitió mal un partido de la máxima exigencia, y se clasificó para jugar las semifinales del sábado contra Kevin Anderson (7-6, 3-6 y 6-3 a Dusan Lajovic) dejando fuera al vigente campeón del torneo, que es también el mejor tenista del mundo sobre arcilla. La derrota, además, tuvo otra consecuencia inmediata: desde el próximo lunes, cuando se actualice el ranking, Roger Federer volverá a ser el número uno del mundo. En la Caja Mágica, Thiem, el último jugador que había ganado a Nadal en arcilla (Roma 2017), tomó el relevo de sí mismo. [Narración y estadísticas]
“Evidentemente, claro que estoy decepcionado”, reconoció Nadal tras caer derrotado y ponerse a planificar su viaje a Roma, donde recuperará la cima de la clasificación si gana el título. “He intentado remontar y ahí se acaba la historia. Hay días en los que uno no juega todo lo bien que le gustaría y cuando eso ocurre es porque el rival lo hace bien”, prosiguió el balear. “No he jugado bien y todas las bolas parecían más difíciles, no he cogido casi nunca el tiempo de la pelota”, insistió. “Por eso, lo único que puedo hacer es como siempre reconocer la superioridad de mi contrario y trabajar para estar listo la semana que viene desde el primer día”.
Thiem, que por condiciones y resultados debería ser quien tome el testigo de Nadal sobre tierra batida, jugó una primera manga rebosante de fuerza y potencia, dos ingredientes con los que el austríaco cocinó tiros fabulosos. De ángulo en ángulo, buscándole las cosquillas a su contrario por las orillas de la pista, el número siete se lanzó en tromba a por la victoria y en esa decisión de hierro encontró un premio que durante las últimas semanas había parecido imposible para todos, incluido el propio austríaco que en Montecarlo se llevó una paliza (ganó solo dos juegos) absolutamente sorprendente.
Frente al arrojo de Thiem, el mal día de Nadal. El número uno, que ya el jueves ganó a Diego Schwartzman lejos de su versión más demoledora, vivió los cuartos titubeando, con malas decisiones (demasiadas repeticiones a la derecha de su rival con golpes endebles), un puñado de fallos (muchos errores no forzados) y dobles faltas en momentos clave, como las dos que cometió en el arranque de la segunda manga (con 1-1). Incapaz de calmar los nervios que padeció desde el comienzo, Nadal se apagó de sopetón.
Cargando con todos esos problemas, el campeón de 16 grandes estuvo siempre en manos de Thiem, que con sus ruidosos estacazos le mantuvo alejado de posiciones de ventaja desde las que el balear pudiese producir tiros dañinos. Defendiéndose constantemente de los ataques del austríaco, Nadal jamás pudo dominar los intercambios, llevar la voz cantante, hacerle pupa en lugar de estar pendiente de que no se lo hiciesen.
“¡Sí, se puede!”, canturreó la gente buscando llevar en volandas a Nadal, como mil veces en el pasado. “¡Vamos Rafa, eres invencible!”, animaron algunos otros seguidores del español, que se equivocaron de lleno: aunque no lo parezca, aunque los últimos meses el balear haya dominado la tierra sin esfuerzo, Nadal es de carne y hueso.
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