Un largo purgatorio
Pleuresía, alhajas por 4.100 pesetas, alcaldes que no responden y subvenciones que nunca llegan son algunos de los asuntos que preocupaban a Jardiel Poncela entre 1948 y 1950. El Cultural ha seleccionado dos cartas inéditas dirigidas al escritor Miguel Martín y publica un texto en el que solicita ayuda oficial para crear una compañía de teatro.
El autor de Eloísa está debajo de un almendro llega a la escena para "incorporar la fantasía y la inverosimilitud (...) y renovar la risa", como él mismo dijo en 1944. En realidad lo que pretendía era cambiar las viejas estructuras sobre las que se sustentaba el denostado teatro cómico español, cargado de tópicos y clichés, e imponer su concepción del teatro como un mundo irreal, opuesto al realismo de lo cotidiano.
El teatro español del primer tercio del siglo XX hasta la Guerra Civil podría dividirse en dos grandes bloques: por un lado, la comedia burguesa y alta comedia, géneros absolutamente triunfantes en la cartelera de entonces, junto al teatro en verso de corte neorromántico y un género cómico de carácter costumbrista; por otro, un teatro con espíritu innovador, en el que se embarcarán los escritores de las generaciones del 98 y del 27 que cultiven el género dramático, como Valle-Inclán y García Lorca. Y en esta línea innovadora referida al teatro de humor es donde hay que situar la figura y la obra de Jardiel Poncela.
Éste es el panorama que pretende cambiar Jardiel en su intento de "arrumbar y desterrar de los escenarios de España la vieja risa tonta de ayer, sustituyéndola por una risa de hoyen que la vejez fuera adolescencia y la tontería sagacidad". Tarea harto difícil, que en tiempos del autor se saldó intermitentemente con éxitos apabullantes junto a rotundos fracasos, por lo que al público se refiere, con una casi unánime oposición de la crítica, que en aquel entonces no supo o no quiso entender la valiosa aportación que realizaba Jardiel a la historia del teatro de humor español. El desencuentro de Jardiel con la crítica llegó a adquirir los tintes de una verdadera tortura para el autor; de ella se defendió con ahínco, de palabra y de obra. A los críticos les de dicó en los prólogos de sus comedias envenenados dardos, irónicas invectivas e insultos directos que no podían sino agrandar la distancia que les separaba. Baste un ejemplo del prólogo de Madre (el drama padre): "A veces, los críticos me han juzgado injustamente tachando de mala mi producción, pero también yo, en el principio de mi carrera, les juzgué injustamente suponiéndoles inteligencia".
Escribe Miguel Martín en su libro El hombre que mató a Jardiel Poncela: "No se recuerda una lucha tan larga y encarnizada entre un autor y toda su crítica en la literatura universal". Jardiel no midió sus fuerzas, y lo que posiblemente empezó como una pirueta de joven rebelde acabó en tragedia. Ni remotamente podía imaginarse las consecuencias que le traería. Y la crítica contaminó al público, hasta convertir sus estrenos en una batalla campal. Salvando toda la distancia entre la Inglaterra victoriana y la España franquista, me recuerda Jardiel a Wilde, empujado a la cárcel y a la muerte por la misma sociedad puritana que le ensalzó. Jardiel en sus peores momentos llegó a afirmar que "España es el triunfo de la mediocridad". La España civil y la oficial le dieron la espalda. Los teatros oficiales también. Y él, contradictorio, se abrazó a la bandera.
Largo fue el purgatorio que tuvo que padecer. Y sólo mucho tiempo después se ha alabado la creación de un teatro de humor diferente, tan disparatado como poético, que de algún modo significa un precedente para obras como Tres sombreros de copa, que Miguel Mihura escribió en 1932. El teatro de Jardiel, en contra de ciertas afirmaciones de algunos intelectuales, no es un teatro de evasión o escapismo. La huida que propone es interna. Se encamina a la libertad plena del hombre que está harto de la realidad ramplona y vulgar que le rodea. Humor inteligente para tiempos de crisis. También cometió fallos -quién no los comete-; textos que, como dijo Marqueríe (curiosamente el único crítico que lo defendió), `incurrían en excesos: reiteraciones abusivas (...), desconcertantes cambios de género, explicaciones y justificaciones demasiado minuciosas (...) confusión y desconcierto". Pero todos estos errores, aplicables a tres o cuatro obras, no pueden empañar una producción tan brillante y llena de aciertos.
Juan Carlos PÉREZ DE LA FUENTE