Cristina Fernández Cubas. Foto: Ángel Casaña
La editorial Tusquets recupera su libro Cosas que ya no existen a petición de la autora
De ella, de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945), se ha escrito que es la mujer de todos los cuentos, quizá porque su último libro de relatos, así titulado, fue uno de los mejores de 2008. Los especialistas la consideran una de las grandes del género, y su nombre es imprescindible al recordar aquellos años desatados y felices de la Barcelona de la
Gauche Divine... Desbordada de trabajo y sin nostalgias, "que siempre son un lastre", la escritora de los ojos grandes y azules, como de niña asustada, acaba de recuperar uno de sus libros más queridos,
Cosas que ya no existen (Tusquets), una suerte de memorias en las que se enredan los recuerdos de algunos viajes y muchas aventuras reales, llenas de misterio, sueños y amor.
- ¿Por qué ha querido recuperar ahora el libro.? ¿Fue idea suya, de su agente, de la editorial?
- La idea, en principio, fue mía.
Cosas que ya no existen -prácticamente desaparecido de las librerías- significaba algo muy especial dentro de mi trayectoria;
un libro del que resurgí renacida, del que me sentía orgullosa y que, probablemente (no es exageración), me hizo mejor persona. Pues bien, el tiempo había pasado, acababa de recuperar mis derechos de Lumen, la editorial que lo publicó en su día, y no me parecía descabellado volverlo a editar. Mi agente, Mercedes Casanovas, consideró que era una buena idea y lo mismo ocurrió con Tusquets. Les gustaba mucho y éste era el único de mis libros que no figuraba en su catálogo.
- ¿No ha sentido la tentación de añadir algún nuevo episodio?
- Fui tentada. Juan Cerezo, mi editor, me dejó la propuesta abierta. Completarlo, actualizarlo etc. Pero, tras una relectura de
Cosas...,
me di cuenta de que el libro se cerraba en si mismo y de que su estructura obedecía a una lógica que, en su momento, se me había ido revelando a medida que lo escribía. Decidí entonces dejarlo como estaba, y simplemente añadir una nota preliminar en la que digo algo muy parecido a lo que acabo de decirle. Creo que fue una sabia decisión.
Tiempo habrá - o eso espero- para continuarlo. En una "segunda parte", en forma de cuentos, o como sea... En estos diez años han pasado muchas cosas. Pero pertenecen a otro libro que todavía no he escrito.
- Hace unos meses explicaba en Pravia la complicidad lectora que disfrutaba con su marido, Carlos Trías... De todos los capítulos del libro, ¿cuál era su preferido?
-
Carlos disfrutó muchísimo con este libro. No me da ningún reparo recordarlo. Al revés, me siento orgullosa. Pero, en su doble calidad de lector y personaje -porque Carlos aparece en bastantes ocasiones-, sí
puso una objeción a mi descripción de cierto "caballero griego" del capítulo que titulé "Fronteras". Me refiero al "constructor de ciudades", al hombre que, maletín en mano, irrumpió en el patio de nuestro inefable anfitrión de Yacuiba, un boliviano dentista-pedicuro-rosacruz que nos había alquilado una habitación y con el que congeniamos enseguida. En opinión de Carlos, me había quedado corta al describirlo. Y seguramente tenía razón. Quizá, subyugada por sus maneras de mago o el cuidado con el que hacía surgir las ciudades de papel de su maletín-chistera, me perdí otros rasgos de su carácter. Pero - y en esto estábamos de acuerdo- era mi testimonio. Y las cosas, como escribió en su día Valle-Inclán, "no son como las vemos sino como las recordamos".
- De todas las
Cosas que ya no existen, ¿cuál echa más de de menos?
- Una que viene implícita en gran parte del libro.
Lo que significaba viajar cuando no existían móviles, ni internet, ni posibilidad, en fin, de mantenerse en contacto con lo que dejas ni averiguar lo que vas a encontrar. En mis dos años en América Latina llamé únicamente dos veces a la familia y siempre en la misma fecha: Nochebuena. No era desapego, era simplemente así.
Cuando te ibas, te ibas de verdad y si te comunicabas lo hacías por carta. Y aunque no se pueda decir que esté en contra del progreso (una termina acostumbrándose hasta puntos inverosímiles de dependencia) sí reconozco que aquellos viajes sin billete de vuelta, aquellos cambios de escenario, vida y costumbres, tenían mucho de una aventura que ahora se ha perdido.
- En el libro relata, entre otras aventuras, su estancia en El Cairo: ¿se intuía entonces la radicalización que el mundo árabe iba a sufrir?
-No mucho. La verdad es que llegaban ecos de Irán, pero
El Cairo, entonces, era un mosaico de actitudes, vestimentas, toda una metrópoli. Aún recuerdo la fascinación que experimentaba día a día al transitar por las principales arterias del centro y mezclarme con mujeres totalmente veladas, chicas en minifalda (cuando esa prenda, en estos pagos, era ya pura antropología) o estrictos trajes chaqueta de ejecutivas triunfantes y emprendedoras... Regresé un par de años después y -físicamente , al menos- todo había cambiado. Y eso, me pareció, significaba bastante. O mucho.
- Para terminar, ¿la nostalgia es siempre un error?
-
La nostalgia más que un error es un lastre. Pero me gustaría precisar que
Cosas... no está dictada por la nostalgia. Ni muchísimo menos. Tal vez por un afán de recuperar, de no olvidar, de homenajear, de reír de nuevo y, excepcionalmente, de ajustar cuentas con algún que otro representante de la absurda educación que sufrimos entonces. Lo curioso es que ahora, a diez años vista de su publicación, sí he sentido nostalgia. No de lo que evoco, de lo que cuento, sino del momento que vivía entonces. De la visión de mí misma escribiendo
Cosas que ya no existen... en un entorno que desgraciadamente ha desaparecido. Pero, en
este año que ahora empieza, en el que recupero este libro al que tanto debo, he decidido liberar la nostalgia de su parte dolorosa -es decir, de su algia-, y dejarla únicamente en "recuerdo". Y en eso estoy. Agradeciendo a la vida el haberme regalado tan buenos momentos. O , si se quiere, tan buenos recuerdos.
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